por Jorge Torres Roggero
UNO
Mientras leo y releo, oh doliente muchacha, tu mensaje
y resuella mi aliento deletreando tu dura profecía
flamean en mi alma las banderas de octubre,
retumba el corazón, bombo profundo,
sube el clamor de tantos compañeros caídos.
Desde las hondas vísceras del gran cuerpo del pueblo,
vuelvo a escuchar tu voz que oía desde niño
anunciando un gran tiempo, un alba inexorable.
DOS
Hay que redundar, carajo.
El primer enemigo se llama imperialismo.
Desde cuevas blindadas, sus garras usureras
obligan a los pueblos a bajar la cabeza
(en tu nombre sagrado, oh democracia)
y a aceptar su rapiña para no ser tildados
de eje del mal, de centro de barbarie.
Pero, todos sabemos,
ningún pueblo es pequeño cuando se ha decidido
a ser justo, a ser libre y soberano
Siempre se puede,
(qué importa el sacrificio)
con armas o sin armas, de frente o por la espalda,
con luz de mediodía o entre nocturnas sombras,
con un gesto de rabia o con una sonrisa,
con llanto o con canciones o con los mismos medios
que el imperio utiliza para domar
el lomo molido de los pueblos en lucha.
TRES
Hay que redundar, carajo.
El segundo enemigo es más abominable
que el mismo imperialismo: son las oligarquías nacionales
que se entregan, se venden y, hasta a veces,
regalan por monedas la alegría del pueblo.
Son los que siempre dicen: “Nada se puede hacer”
con los tonos melosos de la inmunda mentira,
son gobiernos cobardes sin convicción ni ideas,
son las corporaciones enemigas
declaradas de todo proyecto popular e inclusivo,
son los caudillos egoístas, lívidos de codicia, sin conducta,
que trabajan para ellos
sedientos de dinero, de poder y de honores,
son los sindicalistas mareados por la altura,
sin calle, y entregados a la raza maldita de los explotadores
por sonrisas, banquetes y sobres con traiciones,
son jueces genuflexos ante los embajadores del imperio,
y fiscales lacayos de la corpo mediática,
con ojos ciegos, con oídos sordos, para los lavadores de dinero
y para los saqueadores de la sangre del pueblo.
A todos, vos lo dijiste, compañera, y tu palabra
se cumple hoy y mañana y para siempre
los marcaremos en la frente
con el sello infamante de la traición y la ignominia.
CUATRO
Hay que redundar, carajo. Presentarse:
los dispuestos a todo, los fanáticos,
los resueltos a morir por la causa.
El fanatismo es luz, vela encendida
en el profundo corazón del pueblo
puesta por Cristo que vino a traer fuego
y quiere que arda.
Por eso venceremos. Los que tienen dinero,
privilegios, poder y jerarquías
no tienen corazón.
Militantes y unidos,
en la raíz secreta de la vida,
el amor es un canto de victoria.
La vida es ritmo: sombra y luz.
Somos de la gloriosa raza de los pueblos
y solo conocemos dos palabras mezcladas: odiamor.
Frente a las oligarquías de la tierra,
como la luz que alumbra y quema
y como el viento que despeja nubarrones
o siembra desolación en su camino,
levanten a los cielos la indignación descamisada.
No dejemos que manden, como antaño,
botas que pisan, látigos que humillan.
Hombres del pueblo, clase que trabaja,
no se entreguen ya más
a la raza oligarca de los explotadores.
CINCO
Mastico letra a letra tu mensaje, oh gloriosa,
saboreo su amargo dulzor, oh muchacha de octubre,
(¡oh esperanza oh vigía eterna de la revolución!),
y siento resonar por páramos y selvas
cascos de redomones que vienen del pasado.
Dicen algunos, otros los han visto,
que cruzan como rayo entre el cielo y la tierra.
Alzando polvaredas luminosas ya asoman resoplando
el blanco de Bolívar que es inmortal y vive,
el moro de Facundo que adivina los sucesos futuros,
el oscuro de Rosas sorteando vizcacheras,
el bayo del Gran Jefe, muerto y resucitado en San Lorenzo,
y, buscando a Belgrano, anda un rosillo errante
mientras vuelve sonriendo el Coronel del Pueblo
montado en su picazo. A horcajadas del Ande,
sobre el lomo furioso de volcanes dormidos,
resuena la voz de Evo, de nombre misterioso,
que anuncia el Alba de Oro, el prometido Pachacuti,
el nuevo sol de América profunda.
SEIS
Eso dicen, y algunos aseguran, que desde
el sur del sur, desde el eterno
silencio en que los hielos se juntan con el cielo,
ya galopa entre bardas, médanos y caldenes,
la Gran Yegua Madrina de los pueblos.
La monta una muchacha militante y su coraje
es una rosa roja en la alborada.
Desde su oscuro infierno,
(fortín de aves inmundas, de buitres carroñeros,
lugar donde fornican mercaderes del odio),
los demonios soltaron al dragón escarlata de diez cuernos
y la muchacha clama con dolores de parto.
Alza la Cruz del Sur como arma y estandarte,
atraviesa desiertos, avanza entre escorpiones.
Madre coraje de un numeroso pueblo nuevo,
levanta entre sus brazos
a la nación naciente que soñaron
los padres en el alba de las generaciones.
Nos harán guerra sucia, dice la militante desplegada,
pero nosotros guardamos la semilla que humilla al poderoso
(Juan José, Néstor, Hugo, los treinta mil con Eva a la cabeza)
y enterraremos su germen vivo para siempre
en la Plaza en que todos nos volvemos iguales.
Y así será por siglos y por siglos para
la salvación de nuestros pueblos.
Jorge Torres Roggero
16/02/2015
Es un poema fuerte que estalla con grandes verdades
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ME PARECE IMPORTANTE
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Me gusto el ímpetu con que escribes el poema y la defensa de los derechos que llevó como bandera Eva Perón.Fuerte las palabras y la realidad demostrada
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