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por Jorge Torres Roggero

(Fragmento de “Confusa Patria: el rostro del caos”, capítulo del libro Confusa Patria de Jorge Torres Roggero).

 

1.- Discursos de poder y pensamiento plebeyo Confusa Patria

Los historiadores, según Foucault, terminan, en general, atrapados en las redes de los discursos de poder. Escriben, por lo tanto, siguiendo las reglas “del gran juego de la historia”: codifican rituales, distribuyen culpas y obligaciones, derechos y procedimientos. El acto de escribir los autoriza a tomar posición en un campo de poder, a grabar su imaginario como un dato real. Cómplices de la realidad, articulan gestos, dirimen los “órdenes del discurso”: saber, verdad, conciencia, existencia y ejercicio del poder.

Pero ¿qué pasa efectivamente en la vida confusa de los movimientos secretos de los pueblos? En ese espacio no- construido aún por los enunciados forcejean, en medio de un griterío espantoso, las identidades vacantes, el otro que se presenta como absolutamente inasimilable e imprevisto.

Bajos fondos, mestizajes, mancebías, terreno pantanoso y confuso del habla de los siempre dispuestos a entrar en escena. Vienen desde los re-profundos, desde abajo y desde adentro y son portadores de la voz cantante, del grito pelado. A nadie le es dado conocer esa zona de la realidad, así como a nadie le fue otorgado conocer el inconsciente.

Pero sí percibimos que los saberes del pueblo actúan y hablan desde lo heterogéneo y que su estrategia en las luchas por el poder teje relaciones de conexión, de redes que reproducen sin cesar nudos de fuerza que nos desafían a desatarlos. Constituyen la forma “inmaterial de la materia” siempre disponible (ahí no más) para concretarse. Obturado, lo heterogéneo desborda todo campo noético que se imagine siempre igual a sí mismo, reproductor de un orden cerrado y señor de las marcas que se graban en los recuerdos, en las cosas y en los cuerpos.

Es lo que, en otros escritos, hemos denominado “pensamiento plebeyo” (Torres Roggero:2002), “conciencia difusa”, “sujeto de una habladuría” dispuesto siempre a dinamitar las fronteras que la coacción ha trazado en el interior de las voces para censurar todo posible desarrollo de nuevas redes de poder.

Foucault, aunque remiso a sostener plenamente ese fondo inmaterial de la materia (mater, matriz) que construye casas de la cultura en nuestros cuerpos, postula que, si bien “la” plebe no existe, sin duda hay “de la” plebe. Ese genitivo engendra de algún modo un sujeto histórico cuyos deseos resultan inaprensibles e incomprensibles para los dueños de las reglas “del gran juego de la historia”. “No existe sin duda la realidad sociológica de la “plebe”. Pero existe siempre alguna cosa, en el cuerpo social, en las clases, en los grupos, en los mismos individuos que escapa de algún modo a las relaciones de poder; algo que no es la materia primera más o menos dócil y resistente, sino que es el movimiento centrífugo de la energía inversa, lo no apresable” (Foucault, 1992: 170).

Este “principio de discontinuidad que opera por debajo de los sistemas”, que no puede ser dominado por ningún “poder de síntesis”, es lo que Kusch (1975), en esta patria de mescolanzas y bastardías, definió como “hedor de América”. El discurso hegemónico, simulando objetividad, oculta su odio o su miedo “bajo la máscara de lo universal”. Primero se insensibiliza y luego invisibiliza todo lo que produce “asco”, lo promiscuo y confuso, el secreto erotismo de la creatividad del pueblo.

¿Cómo receptan, por ejemplo, nuestros historiadores clásicos a las masas populares y sus caudillos?

2.- Vicente Fidel López “coachea” a los niños bien

Vicente F. López no ahorra náusea cuando se refiere a Artigas y sus tropas mestizas. No puede contener la risa (“Rissum teneatis?”, retoriza) ante la posibilidad de una federación (i.e. municipios, gobiernos propios) “con Artigas, con Hereñú, con Ramírez, Blasito y Otorgués, con charrúas, huenhas y guaicurúes” (López/f, 246). Vitupera al caudillo por “haberse dirigido a los campos desiertos del norte” para “emprender el levantamiento de las masas y las indiadas de Cuaraim, de Entrerríos y de Corrientes con el aliciente del saqueo y del desorden social” (Ib.113). En una nota de la misma página predica la incompatibilidad entre el estatuto de héroe y la realidad de un patriota que, a la vez, es un caudillo de masas: “No ha faltado quien ha querido levantarle una estatua a este héroe; pero el proyecto ha escollado en la dificultad de darle un traje. ¿De militar? La cosa era absurda, porque nunca vistió sino poncho, sombrero de paja y harapos; de enjaezarlo en su traje natural la figura real y el heroísmo se habrían devorado entre sí. La juventud debe tenerlo presente para comprender que sólo en el orden social culto y libre nacen y fructifican los verdaderos héroes, los grandes ciudadanos que ilustran y honran a los pueblos” (Ib.113).

Desde los enunciados de poder, Vicente López regula los criterios de construcción de los “verdaderos héroes” y hasta establece su código de vestimenta. Como se trata de un manual de historia destinado a los jóvenes del secundario, les delimita cuál es el lugar social en que fructifican los héroes. El orden social debe ser “justo y libre”, es decir, el representado por el núcleo de enunciación de la minoría que detenta el poder.

Artigas es un contrapoder que genera el despliegue de un campo de fuerzas expandido por las lanzas de los montoneros entrerrianos y santafesinos. Hasta la escritura, elemento civilizador, pierde prestigio cuando se efunde desde sus campamentos.

De tal modo, la nota con que el caudillo exige la entrega de Montevideo es caracterizada como “insolentísima y guaranga como todas las de su canciller el apóstata infame Monterroso al que trata de “fraile franciscano corrompido y perdulario que se había alzado y evadido de su convento; y que recorría los campos entre los bandoleros” (Ib. 143-144). En efecto, el padre Monterroso era uno de los secretarios de Artigas que “redactó o ayudó a redactar algunos de los documentos más “jacobinos” de la Liga Federal”. “Cuñado de Lavalleja, después de 1820, negó su adhesión incondicional (a Artigas) para salvar su propia vida, pero volvió a la carga montonera en las provincias argentinas cada vez que un caudillo levantaba la bandera federal”. Reivindicó siempre la época de Purificación. Recuérdese que los religiosos franciscanos fueron expulsados extramuros de Montevideo, por su simpatía con el bando patriota, con esta frase: “Váyanse con sus amigos matreros”. Cfr. Abella, s/f, 68, ss.)

El historiador, laico y anticlerical, se rasga las vestiduras por la desobediencia del fraile a los cánones. De tal modo, no trepida en vulnerar sus convicciones iluministas para regular el grado de santidad y ortodoxia del cura. Enarbola, pues, añejas excomuniones antaño proferidas contra los pecadores.

En nota de pág. 365 para explicar a Rosas dirige sus diatribas (es un recurso argumentativo) contra “la negrada”. Rosas “era un Mahoma entre las clases bajas”. Vicente López la emprende contra la tutela que la Ley otorga a la introducción de negros del Brasil porque es una “perniciosa inmigración de bárbaros”. Los negros son entregados para el servicio en quintas, chacras, estancias o familias. Los patrones se desprenden al poco tiempo de “esta chusma” que arriba así a la ciudad y se organiza en Tambos según sus “hábitos y usos”. “Los domingos y días de fiesta, ejecutaban sus bailes salvajes, hombres y mujeres a la ronda, cantando sus refranes en sus propias lenguas al compás de tamboriles y bombos grotescos. La salvaje algazara que se levantaba al aire, de aquella circunvalación exterior, la oíamos (hablo como testigo) como un rumor siniestro y ominoso desde las calles del centro, semejante al de una amenazante invasión de tribus africanas, negras y desnudas” (Ib.366).

Podría vituperarse en esta cita la forma exterior y su despliegue de craso racismo. Sin embargo, a lo mejor resulte más interesante marcar cómo el discurso de poder se siente amenazado por una fuerza que emerge de la confusión y, entonces, la representa como “rumor siniestro y ominoso”. Ilustra, asimismo, acerca del poder centrífugo que desata la fiesta del pueblo. Desde sus bailes, rondas y refranes el pobrerío asedia al poder que, aturdido por la algazara, se paraliza y se muestra impotente para traducir al lenguaje institucional “el clamor que se levanta de los bombos”. Ese rumor es un fragmento de habla del pueblo que se empeña en dejar su marca en la historia.

López, como Sarmiento, erige al Gral. Paz como modelo de “strateges” por ser un hombre de “meditación y estudios clásicos”. El estratega es un sujeto de “arte y ciencia” cuya función, de acuerdo con la etimología, consiste en “estrangular”: “se relaciona con nuestros vocablos estrechar, apretar, envolver, sofocar”. Paz trató de ejercer esas funciones en el terreno concreto de la pampa o campo de batalla posible y en la “región” (regere: mandar militarmente). No pudo impedir, sin embargo, que un gaucho bárbaro lo volteara del caballo con un preciso tiro de boleadoras. Sobrevolando un árbol, alcanzaron su presa.

Pero los dueños de la palabra necesitan sostener la memoria de sus próceres con la nominación: calles, monumentos, urnas y escritos; los caudillos, salvo en sus provincias natales, suelen peregrinar en los arrabales últimos de los parlamentos, academias y universidades (Mercado Luna: l984, 19). Sin embargo, “hay de” la plebe: ¿el secreto clamor, fragmento de habla todavía sin enunciados, que se levanta de los bombos?

3.- José María Ramos Mejía y el nuevo actor del drama

El discurso clandestino de la emancipación americana era un rumor de abajo, de la masa sin nombre y sin rostro. José María Ramos Mejía define a ese sujeto histórico anónimo como “nuevo actor” del drama que venía “laborando la obra de la emancipación” desde hacía dos siglos. Mayo de 1810 se presenta entonces como un “rumor sordo”, como una confusión de lenguas que se dejaban oir pero no podían ser traducidas: “Un rumor sordo de descontento cundió hasta los suburbios y empezó a circular por las plazas y las calles de la ciudad, concurso numeroso de gentes que nadie había ni dirigido” (Ramos Mejía, 1956, 87).

Los vecinos espectables, los convocados por invitación escrita, “directores de arriba”, estaban paralizados de “estupor”. Era “completamente espontánea” esa concentración de no-invitados y se propagaba “en las calles y en las plazas, en las pulperías de los suburbios y en los tétricos tendejones donde se reunían los habituales tertulianos, en los cuarteles y en los cafés escasos de la época”. Tomaban la palabra los significantes de la vida que despertaba y se hacía presente desde abajo (sub-urbio), desde los bajos fondos, del inconsciente social como un “estimulante líquido vital”. “La vida, concluye Ramos Mejía, venía de abajo”.

Alguien podrá objetar esta relectura de textos cuya hechura es deliberado sostén de un repertorio ideológico racista, opresor y oligárquico. Pero nuestra lectura se dirige a explorar los “bajofondos” de un pulcro territorio textual señalizado por la gramática de los enunciados de poder. Todo “primer mundo” oculta bajo siete llaves sus sótanos oscuros, sus escondrijos impresentables.

La escritura, por ejemplo, graba la figura de Artigas como contrabandista montaraz, bandido fuera de la ley común de las gentes, outlaw, ser siniestro, desorganizador. Sarmiento lo bautizó “inmortal bandido” (1947, 78). Desde el núcleo enunciativo del poder, Vicente Fidel López prodiga una “lección moral” a los jóvenes “cultos y de principios” a los que va dirigido su Manual de Historia Argentina: “Pero ahora es el momento de reflexionar que los hombres cultos y de principios, que al entrar en una revolución necesaria en vista de la mejora social del país que aman, echan mano de malvados o de locos desequilibrados por las pasiones del momento, son los verdaderos responsables de las desgracias y del desaliento que desmoralizan y corrompen a los pueblos” (cit.115).

La lección es que, al final, Artigas es devuelto a las selvas: “al destino con que había nacido”. Sin embargo, la lectura de los bajofondos nos informa que la emancipación americana emerge y se expande como un confuso cauce semántico que nace en las entrañas de la realidad concreta.

4.- Bartolomé Mitre: plebeyos, indígenas, mestizos y mujeres en la guerra emancipadora

Mitre, en Historia de Belgrano (1946, III, 116), relata la lucha de plebeyos, mestizos e indígenas en la guerra emancipadora. Explora causas y efectos. Pero no permanece inmune a la irrupción de los nuevos sujetos históricos, a la confusión que genera la discontinuidad: “Lo más notable de este movimiento multiforme y anónimo es que, sin reconocer centro ni caudillo, parece obedecer a un plan preconcebido, cuando en realidad sólo lo impulsa la pasión”.

En realidad, lo “multiforme” parece carecer de centro o centros porque obedece a un plan supraindividual: la lucha de los pueblos por el poder. Como las masas son portadoras del habla, del movimiento y de la vida, sorprenden a la conciencia letrada de Mitre porque demuestran con su presencia una mayor eficacia que los ejércitos regulares ausentes y porque “concurren a su triunfo (..) con sus derrotas más que con sus victorias” Lo que para Mitre es una paradoja, una figura, para los pueblos es una realidad en que manifiesta su “eternidad histórica”. Fuerza centrífuga, irradia desde adentro de la confusión.

Mitre observa que cada valle, cada montaña, cada desfiladero, cada aldea “es una republiqueta, un centro de insurrección” con sus jefes independientes, con sus banderas, pero todo converge a un resultado general “que se produce sin acuerdo previo de partes”. Esta confusión que, sin embargo, conduce a un triunfo final se manifiesta como una mezcla de lenguas y , a la vez,  una práctica de traducción cotidiana de la supervivencia de las masas: “Y lo que hace más singular este movimiento y lo caracteriza es que las multitudes insurreccionadas pertenecen casi en tu totalidad a la raza indígena o mestiza, y que esta masa inconsistente, armada solamente de palos y piedras, cuyo concurso nunca pesó en las batallas, reemplaza con eficacia la acción de los ejércitos regulares ausentes…”(cit, 117).

Ser “irregular” es el modo elocutivo de lo discontinuo como emergente de la gravitación del suelo. Desde abajo, cuestiona el pensamiento de las élites de la emancipación preocupados por el lado externo de la comunidad: su aspecto contractual. Las masas anónimas (sin nombre que las designe, sin letra que las marque) corrompen los limites cosificados del sujeto absoluto y su pretensión de universalidad. Las decisiones prácticas del pueblo activan el movimiento concreto de la historia para que lo biográfico (el nombre) hable con una retórica cuya gramática es la acción: autorrefieren y construyen el grupo.

Pensamos en el suelo como el indefinible hábitat real. En esa zona de habitualidad, el sujeto histórico se siente seguro. En ella, el habla, portadora de residuos culturales ancestrales, de saberes que son enunciados de un pensamiento sin escritura, configura “un núcleo seminal” (Kusch: 1977, 206) proveedor de contextos simbólicos que actualizan los “elementos imponderables y específicos” del grupo.

Esta presencia soterrada e incesante es siempre percibida como una amenaza desde la historia escrita. El 25 de febrero de 1820, los caudillos López y Ramírez entran con sus tropas en la capital, la orgullosa Buenos Aires: “…trayendo estos sus respectivos escoltas, cuyo aspecto agreste fue mirado por la población como un insulto premeditado (…) Para colmo de vilipendio, los montoneros vencedores ataron sus caballos a las rejas de la pirámide de mayo, que se levantaba en el medio de la plaza de la Victoria, el fórum de los porteños” (Mitre, IV: 1946, 139).

Los dirigentes porteños han construido una imagen mental de la ciudad con discursos iluministas ligados a las alegorías de la república romana o las polis griegas. La Nueva Roma había sido, pues, hollada por los caballos de unos bárbaros que no admitían consejeros letrados y confiaban la escritura a frailes apóstatas y libertinos. La cuestión era “tener cabeza”, decía Mitre.

En el capítulo que, en Confusa Patria, hemos titulado “1812: la implacable alegría” dedicamos especial atención a la aparición de las masas gauchas y las mujeres de la plebe en las luchas por la emancipación. Cirujeamos, para eso, en los suburbios del texto de Mitre, en los desechos de un discurso de poder.

Cuando Ramos Mejía se refiere a un nuevo actor que entra en escena de golpe y pasa a protagonizar un drama que contaba con doscientos años de ensayos, está apuntando al mestizaje, a la mezcla, a las desobediencias de los que se evaden de la policía simbólica del poder eclesiástico y civil, del maltrato y las mutilaciones de los amos encomenderos.

Jorge Torres Roggero

Córdoba, 14/12/17

Fuentes:

Foucault, Michel, 1996, El orden del discurso, Madrid, Ediciones La Piqueta;                           1992, Microfísica del poder, Madrid, Ediciones La Piqueta

Kusch, Rodolfo, 1977, El pensamiento indígena y popular en América, Buenos Aires, Hachette. Cfr. et. 1975, América Profunda, Buenos Aires, Bonum

López, Vicente Fidel,1936, Manual de Historia Argentina, Buenos Aires, s/dato.

Mercado Luna, Ricardo, 1984, Legitimidad y mito, Jujuy, Editorial Tawantisuyo

Mitre, Bartolomé,1945, 4 Tomos, Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, Buenos Aires, Edición del diario La Nación

Ramos Mejía, José María, 1956, Las Multitudes argentinas, Buenos Aires, Ed. Tor

Torres Roggero, Jorge, 2002, Elogio del pensamiento plebeyo, Córdoba, Silabario;                2007, Confusa Patria, Rosario, Editorial Fundación Ross

por Jorge Torres Roggero

1.- Un fiscal revolucionario

Naciortiz-pereyra-473x1024ó en Corrientes en 1883; falleció en Buenos Aires en 1941. Desde su puesto de fiscal federal, desafió a los leguleyos con insólitos dictámenes que revolucionaban la jurisprudencia de una semicolonia: se proponía humanizar la justicia.

Su principal interés se dirigía a preservar el interés social de la Nación. En un país en que la tradición jurídica es fallar a favor de los monopolios extranjeros y en contra del Estado, se animó a revisar los libros de la Liga Patriótica y la Asociación Nacional del Trabajo para demostrar que esas entidades que perseguían con crumiros y rompehuelgas a las, por ese entonces, ilegales organizaciones sindicales del proletariado criollo, eran sostenidas por las empresas extranjeras que explotaban la Patria.

En pleno gobierno de Alvear, levantó su voz contra “la férrea dictadura económica” (Cfr. Galasso) que la oligarquía ejercía sobre el pueblo argentino. En 1926, publica el libro Tercera Emancipacion. Actualidad económica y social de la República Argentina. Sostenía allí, entre otras cosas, que mientras estimulábamos la inmigración de personas, “íbamos organizando la emigración de nuestras ideas”. Denunciaba la sobresaturación de europeísmo que afectaba nuestras cabezas. Esa colonización mental nos podía conducir a cualquier parte, menos a la solución de nuestros problemas: “Si los extranjeros piensan por nosotros, ¿qué necesidad tenemos de sustituirlos en esa tarea? Así es como los extranjeros han arreglado a su gusto nuestra vida jurídica, social, cultural y económica.” Y añadía: “ Lo que ya no se puede discutir, lo que está demostrado y comprobado, lo que hoy es un hecho tangible, material, (…) es esa realidad grande como una catedral que soportamos todos los habitantes del país: la tiranía con que nos comercian los capitalistas ferroviarios, tranviarios, los dueños de la luz, del teléfono, de las empresas de navegación, de las cuatro o cinco firmas que gobiernan los precios de nuestras carnes y de nuestros cereales, todos, todos absolutamente todos extranjeros”.

Por supuesto, esta postura le costó pasar a encabezar la lista de los “malditos” y lo sumió en el destierro de la maquinaria de colonización cultural ejercida por los grandes medios de difusión y los suplementos culturales cuyos guardias pretorianos son los intelectuales cipayos que “lamen la cadena del amo” (Jauretche dixit).

El fiscal de que hablamos fue el primero en concebir al sujeto de conocimiento como históricamente construido. Todo sujeto individual es portador de un mundo “a través del cual sus juicios deben necesariamente reflejarse o refractarse”. En consecuencia, un sujeto colonizado, un hombre cero, con el cerebro lavado y “antropológicamente distorsionado” (cfr. F. Chávez), es una víctima de sugestiones sistemáticas, de abstracciones o juicios deformados “que penetran en su cerebro y este los asimila sin la menor sospecha de la conciencia”. En conclusión, los grandes medios, así como pueden constuir conocimiento, lo más común es que construyan ignorancia. En otras palabras, como dice el Papa Francisco, incitan al pueblo a la “coprofagia”, id est, a comer mierda.

2.- Los aforismos sin sentido

Ya en 1928, el fiscal que nos ocupa, publicó un libro titulado Por nuestra redención cultural y económica. Allí dirigió su crítica hacia los parlamentarios colonizados, esos que nos entregan con las manos atadas al capital financiero y/o a los oligopolios agrarios o mineros. Los llamó, por su afición a los discursos enfáticos, “zorzales en jaula de oro”. El fue el inventor inicial  de las “zonceras argentinas” que luego amplió y desarrolló brilantemente Arturo Jauretche: las llamó “aforismos sin sentido”.

Denunciaba nuestra debilidad por lo literariamente sonoro. Frases que suenan bien, que se nos pegan al oído y las adoptamos como canon, como “muletilla para razonar”. Hasta las tarareamos como “motivo musical cuando estamos solos.” En ningún momento se nos ocurre analizar, “menos dudar”. Nos sirven para charlar, para tomar decisiones individuales o para “componer el país”.

Estos son algunos de  “los aforismos sin sentido” que Jauretche llamó “zonceras argentinas”: a) “América para la humanidad”; b) “Debemos ahorrar sobre el hambre y la sed del pueblo”; c) “Capitales extranjeros, brazos extranjeros, libros extranjeros. ¿Qué dirán los extranjeros?”; d) “Comprar a quien nos compra”; e) “La ley de la oferta y la demanda”; f) “El Estado es mal administrador”.

Lo planteaba en El S.O.S. de mi pueblo (1935) y agregaba: “sin gozar independencia económica, todas las demás libertades son un mito”. La conclusión es, por cierto, un tanto escéptica: “¡Qué amigos somos de decir pavadas en solemne! Resultado: “Somos una factoría elegante”.

3.- Conservar la izquierda

Pero, ¿cuál fue la conducta de este fiscal federal cuando la oligarquía volteó, encarceló y pretendió entregar a una justicia “perduélica” a Hipólito Yrigoyen?

La Corte Suprema de Justicia, que debiera tener, ayer como hoy, la custodia de la Constitución Nacional, legalizó el golpe argumentando que la fuerza es un derecho. Fue lo mismo que sustentó en 1955. Por eso alguien escribió un libro titulado La fuerza es el derecho de las bestias.

Volvamos a nuestro fiscal federal. Estaba, evidentemente, ante un dilema: ¿podía asumir el papel de acusador público “de los militares y civiles que defendieron con las armas al gobierno legítimo contra los golpistas triunfantes?” Entonces decidió actuar como acusador público de la tiranía “ante el tribunal supremo de la conciencia argentina”. ¿Cuál fue, entonces, su proceder? Renunció como fiscal y se ofreció a Hipólito Yrigoyen como abogado defensor: se convierte así en fiscal del honor nacional ante la apostasía infame de los jueces.

Con su estilo campechano, criollo, asegura que se lanzó “desde el quinto piso del Palacio de Justicia a la plaza pública para defender los amenazados intereses de la nacionalidad, la dignidad del partido del cual era miembro y la libertad de su abanderado, cautivo en Martín García, cuyo nombre se pretendía por todos los medios, enlodar y escarnecer”.

Ayer como hoy, los aduladores, las “chinches gordas” no sólo se pasan al enemigo de la patria y el pueblo, sino que se ponen a la cabeza de los que combaten el “personalismo” y decretan la muerte política de los conductores/as populares.

Por eso el ahora ex-fiscal, cuando sus correligionarios burócratas, con Alvear al frente, negociaban “gobernabilidad”, “institucionalidad”, “república”, alzó su voz para convocar a los radicales para mantener en alto las banderas de la “reparación”, a poner en movimiento los postulados fundadores. Con el partido gangrenado, advierte a sus correligionarios: “Convengamos patrióticamente en que desde años atrás ambulábamos los radicales sin rumbo, nos agitábamos sin razón y buscábamos los defectos de los otros para objeto de nuestras críticas”.

Es, sin dudas, un momento de repliegue del movimiento nacional. Los radicales navegan, como decía el P. Benítez de los peronistas del 55, “en un mar de cagones” y desoyen cualquier llamado a la “radicalización”. Pero la oligarquía cívico-militar sí toma nota de la alerta del ex-fiscal, y lo recluye en la Penitenciaría Nacional en aplicación del estado de sitio. Opta por el exilio y va a parar a Montevideo. Ocho meses después, regresa. Los radicales trenceros y complacientes habían instaurado un slogan autodenigrante: “Gobernar no es payar”. Sólo un núcelo duro, entre los que se encuentran Julio R. Barcos y nuestro ex-fiscal , se proponen “radicalizar” al radicalismo.

Su consigna: “Ciudadano radical, ¡conserve su izquierda!” La ironía y el doble sentido es fácil de entender si se recuerda que, en esa época, imitando al amo inglés, era obligatorio circular por la mano izquierda en las rutas y calles. La realidad era que reconocían a Hipólito Yrigoyen como el abanderado de la orientación izquierdista de la U.C.R.

En 1932, funda el periódico Bandera Radical. En 1933, muere Hipólito Yrigoyen. El pueblo humilde lo acompaña en doliente muchedumbre, pero solo un grupito de militantes permanecen fieles a la intransigencia radical. Alvear, entre tanto, confiesa que le “causa mala impresión apretar la mano callosa de los correligionarios humildes.”

El ex-fiscal permanece firme en la brecha. Son los llamados “radicales fuertes”, los que que lanzan con Pomar a la patriada de Paso de los Libres. Allí estuvo el joven Jauretche e inmortalizó la gesta en un poema gauchesco.

Como último y frustrado intento de derrotar la conducción oligárquica de Alvear, de resucitar la rebeldía radical, el ex-fiscal, en el atardecer del 29 de junio de 1935, se encuentra con un grupo de jóvenes (Arturo Jauretche, Homero Manzi, Juan M Fleita y Félix Ramírez García, entre otros) y fundan FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) para dar batalla al Comité Nacional conciliador con el régimen. Allí nació su lema: “Somos un Argentina colonial. Queremos ser una Argentina libre”. Desde esa trinchera, anunciaron, sin saberlo, la alborada feliz del 17 de octubre de 1945.

4.- Manuel Ortiz Pereyra

El fiscal nacido en 1883, uno de los fundadores de FORJA, se llamaba Manuel Ortiz Pereyra. Como escritor, periodista y ensayista sufrió el boicot del silencio tanto de la crítica como de la prensa. Fue sepultado en las “trastiendas de las librerías”. Pero sus libros continúan hablándonos con el lenguaje corriente. Con la lengua viva del hombre común, nos desafía enarbolando el humor y la risa como arma poderosa de la cultura popular. Su impronta se inmortalizó en el “difícil arte de hablar fácil” de su “discípulo” Arturo Jauretche.

Así como Oliverio Girondo escribió sus “membretes” y Scalabrini Ortiz sus “connotaciones de fugacidades”, Ortiz Pereyra creó sus “cartelitos”. Aquí va uno: “Lord Vestey es dueño de tres mil carnicerías que en Londres venden carne argentina. La adquirió a vil precio, por un frigorífico Anglo de su propiedad y la transporta en la flota Blue Star, también suya. Se halla en Buenos Aires este feliz caballero inglés desde hace tres días. No se suscribió al empréstito patriótico aunque pertenece a la Liga Patriótica Argentina pero visitará al Gral. Justo porque es muy cortés con los argentinos”.

En otro texto, titulado “Un fakir hecho y derecho”, confiesa: “Después de haber sacrificado mi fortuna, la de mi esposa y la de mis hijos, dispongo lo bastante para vivir (modesta pero tranquilamente) entre los esplendores de la civilización europea, y sin embargo, prefiero (ríase usted de mí) volver a ser encarcelado en la Penitenciaría y seguir la suerte de mi pueblo antes de renunciar a mi ideal (¡si seré bárbaro!) de trabajar hasta la muerte por la redención económica, política y cultural de mis compatriotas. Un fakir hecho y derecho.”

Concluimos con esta elegía de Norberto Galasso: “El 23 de mayo de 1941, un puñado de forjistas despidió los restos mortales de Ortiz Pereyra (…) Ya nadie se acordará de él. Ni los radicales, renegados del irigoyenismo(…), ni el peronismo, de quien en cierto sentido ha sido el precursor”. Repudiado por amigo del pueblo: “Sólo en alguna “librería de viejo” aparece
, de vez en cuando, ajado y amarillento, alguno de sus libros. Sin embargo, este luchador infatigable convertido en “maldito”, fue la conciencia lúcida de  un momento de la Revolución Nacional”.

Jorge Torres Roggero. Profesor Emérito U.N.C.

Fuentes consultadas:

GALASSO, Norberto, 1984, Testimonio de un precursor de FORJA: Manuel Ortiz Pereyra, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina. Además de la fantástica introducción, nos provee una representativa antología de Ortiz Pereyra, y dos anexos de particular interés: “Ortiz Pereyra: el político con una política”, de Julio R. Barcos, tomado del libro Por el pan del pueblo, Edit.Librería Renacimiento,1933. Reviste, asimismo,gran importancia, el siguiente texto: “Alguna facultad argentina debería llevar su nombre”, proemio de Fermín Chávez a La recuperación de la conciencia nacional, Peña Lillo Editor, 1983. Véase: “Entrevista al Papa Francisco en el semanario católico belga Tertio”.(ACI Prensa, 07/12/2016). Juan Domingo Perón es el autor de La fuerza es el derecho de las bestias. Hay múltiples ediciones.

Principales obras de Manuel Ortiz Pereyra:

ORTIZ PEREYRA, Manuel, 1926, La tercera emancipación. Actualidad económica y social de la República Argentina, Buenos Aires, J.Lajouane y Cía. Editores.

                                              , 1928, Por nuestra redención cultural y económica. Apuntes de crítica social argentina, Buenos Aires, Editorial Peuser.

                                              , 1929, La Liga Patriótica y La Asociación Nacional del Trabajo. Instrumentos del capitalismo antiargentino, Buenos Aires, Vistas Fiscales, Edit. Democracia.

                                               , 1935, El S.O.S. de mi pueblo. Causas y remedios de la crisis económica argentina, Buenos Aires, Colección FORJA.