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por Jorge Torres Roggero

1.- A la luz de la lámpara

En el otoño de 1997, Polo Godoy Rojo me dedicó lo que él llamaba un “humilde librito”. En sus páginas, se proponía “rescatar algunos de los cuentos que escuchamos siendo niños de labios de nuestros abuelos cuando se formaba la rueda familiar.”

La dedicatoria venía, en cierto, modo a sintetizar el breve prólogo que bien podría considerarse como un preciso tratado sobre literatura oral tradicional. En efecto, Polo Godoy Rojo, siguiendo una tradición de nuestros maestros rurales, había realizado un enjundioso “trabajo de campo” recopilando los cuentos de Juan el Zorro.

Sus informantes eran los alumnos y sus padres. No es el investigador que viene de la universidad munido de teorías y prejuicios; que entra de afuera, pregunta y se va. Es el “vecino”, el que convive con la comunidad campesina y padece sus necesidades y alegrías. Aún más, sabemos que el maestro rural cura, contiene, alimenta y hasta, cuando hace falta, dispone de su menguado salario para ayudar al otro. Parafraseando el título de unas de sus novelas, nos animamos a sostener que allí donde “la patria no alcanza”, la patria es el otro. Es sabido que el maestro rural suele arrostrar la codicia e impunidad de punteros políticos y policías bravas.

Don Polo Godoy Rojo convoca, en su prólogo, viejas costumbres criollas. Rituales ya perdidos de cuando los argentinos “de antes”, sobre todo los más humildes, sentían el “bienestar” de la reunión familiar. “Todavía se conservaba en esos parajes la costumbre de reunirse en familia después de cenar y, formada la rueda, decir adivinanzas, relatar cada uno a su vez, lo sucedido durante el día y contar cuentos dedicados especialmente a los más pequeños por parte de los padres o los abuelos”.

Pero, además, pone en claro que al transcribir relatos orales (“la viva voz”), se ve obligado a añadir formas descriptivas y “recursos” de la literatura escrita: “Pienso que si los trascribiera tal como me los relataron, es posible que los encontraran muy rudimentarios, ya que necesariamente debo prescindir de técnica oral del buen relator de cuentos. El relator -añade- “dispone de un buen caudal de recursos para hacerlos atractivos”. El relato se concreta no sólo en las palabras, “sino en las entonaciones de la voz, en las expresiones que le va dando al relato, ya intencionado, juguetón o triste, según el caso requiera”. Agréguense a esto mímicas y gestos, pausas y silencios, inquietantes suspensos, guiños y miradas, que dicen más que un fardo de palabras. Esa es la razón que lleva a Polo Godoy Rojo a reelaborar los cuentos aprendidos de palabra para tratar de reemplazar con la escritura la prodigiosa riqueza expresiva del relator oral.

Ahora bien, es bueno advertir que la bibliografía de nuestro autor no se reduce a los relatos costumbristas y los cuentos tradicionales.  Polo Godoy Rojo es gestor de una valiosa y prolífica obra que merece ser mejor estudiada y clasificada. En efecto, el escritor puntano ofrece, por lo menos, tres modos importantes. En primer lugar, sus grandes y difundidas novelas entre las que se destacan Campo Guacho, Donde la Patria no Alcanza y Secreto Concarán. En segundo lugar, cabe anotar su obra poética con títulos como Nombro la luz y Comarca Azul. Por último, en un maestro de alma, no pueden faltar los poemas y obras de teatro para niños. Agregamos, por cierto, estas Andanzas de Juancito el Zorro en San Luis. Lo expresa dos veces en su prólogo: “Pensando en ustedes, mis pequeños lectores…”; y, más adelante refiriéndose a los relatos: “Mi deseo es que mis pequeños lectores gocen con ellos como lo hacían aquellos niños campesinos rodeando la luz de la lámpara en noches en que todo era amor y paz”.

Leer estos cuentos es reencontrarse de buenas a primeras con Juancito el Zorro, el tío Tigre, el compadre Peludo, el Pitojuan, la Bandurria, el Gato Montés; y la amenaza perenne del hombre y sus perros. Para los que venimos de comunidades criollas del interior son bichos familiares, hermosas prosopopeyas que encarnan las habilidades y mañas de los humanos, que a través de los años nos siguen hablando, enseñando, advirtiendo, en una ronda sinfín. Voces queridas reviven en sus nombres y dichos, figuras de seres siempre pobres y con hambre, deslucidos y amenazados, pero llenos de astucia, de inteligencia para sobrevivir y hasta disfrutar de la vida, aunque a veces salgan apaleados como Juancito y su cumpa el Peludo en “Cuando los compadres visitaron una pulpería”.

Viéndome obligado a elegir un cuento breve, los convido con “El Zorro y el Labrador” en que aparece el zorro bailando de alegría porque el hombre le va proveer alimento; pero, por desgracia, se da, de golpe, con la ingratitud.

2.- El Zorro y el Labrador

“Después que Juancito el Zorro salvó al Labrador de las garras de su famoso tío Tigre y le permitió, con su astucia, meterlo en una bolsa y molerlo a palos, el Labrador quedó tan agradecido que no halló mejor manera de pagarle tal servicio que regalarle algunas gallinas y así se lo prometió.

Quedó el Zorro esperando echado a las sombras de unas jarillas y relamiéndose por anticipado del exquisito manjar que iba a saborear tan a gusto.

Así estaba, cuando por un sendero abierto en la espesura del monte, vio venir al labrador arreando un burro cargado con dos grandes árganas. Cuando el impaciente Juan escuchó el cacarear de las gallinas se puso a corretear de arriba abajo, sin poder contenerse de alegría.

– Amigo Zorro, le dijo el Labriego quitándose respetuosamente el sobrero al llegar, aquí tiene la paga prometida.

– Gracias, amigo Labrador, respondió el Zorro en tanto se acercaba muy confiado a recibir la recompensa por el lado donde la pareció que era más prometedor el cacarear de las aves.

Apenas había alcanzado a pararse en seco por un raro olor que alcanzó a percibir su fino olfato, cuando en eso, ¡Señor mío! el Labrador volcó de repente las árganas y, si de un lado cayeron las gallinas prometidas, del otro saltaron dos perros que daban miedo de grandes y bravos.

– ¡Patitas pa’ qué las quiero!, gritó el Zorro y apretándose el gorrito echó a correr. Allá, desde muy lejos, cuando por fin les pudo sacar una ventaja a sus terribles perseguidores, agitadísimo todavía, pudo gritarle al Labrador:

– ¡Ingrato! Un bien con un mal se paga, ¿no? Y continuó su veloz carrera, lleno de resentimiento hasta alcanzar su oculta guarida.

Así fue como aquella vez, Juancito el Zorro salvó raspando su perseguido cuerito.”

Lindo cuento. De cuando había monte. Y da para mucho pensar y elucubrar. Lo cierto es que, al pobre, haga lo que haga para sobrevivir, solo la salva su astucia y lo sostiene su “re-sentimiento”.

Jorge Torres Roggero

Córdoba, febrero de 2020