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por Jorge Torres Roggero

1.- Daniel Vera

Aquel día, comienzos de 1988, nos cruzamos, como casi siempre, en la entrada del Pabellón Francia, Facultad de Filosofía y Humanidades, UNC. Uno se iba; el otro, llegaba. Tras el habitual saludo amistoso, Daniel Vera me alargó un pequeño tomo. Eran los sonetos de Fundamento hsin. La dedicatoria rezaba: “Para Jorge Torres Roggero, con un abrazo fraternal”. En la contratapa, un solo verso escapado del sonetario, discurría: “y sin razón se dona y sin locura”.

Supe así, desde el comienzo, que se me proponía ensayar el difícil arte de cabalgar en dos caballos a la vez y que la alusión del título me convocaba a explorar el infinito bisbiseo de la Kábala. Ya no estaba frente al periodista de ironía crítica con el que compartí militancia en los 70.

Desde entonces, leo y releo el pequeño libro. Y, cada vez, me incita a reincidentes lecturas, paradojalmente, siempre nuevas. En efecto, la visión de la ilustración de la tapa es un llamado a romper con lo unívoco. La diagramadora, Carolina Scotto, eligió la reproducción de un grabado de Rober Fludd (1574-1637), médico, músico, alquimista, filósofo ocultista inglés, autor de Utriusque Cosmi, Maiores scilicet et Minoris, metaphysica, physica atque tecnica historia. El grabado se titula “La torre redonda” y es uno de los numerosos emblemas simbólicos que ilustran el libro que, según los modos de lectura herméticos, dicen más que las palabras. Fludd los llamaba “templos de la música” y con ellos pretendía ilustrar la armonía en la escala pitagórica. Advertimos en el grabado la figura de un ejecutante desnudo con un laúd; y la imagen de Pan como un misterioso gaitero.

Este paratexto es, sin duda, una inicial incitación para que peregrine al menos por dos diferentes planos: uno metafísico; otro, estético. Pero, a la vez, con la invitación a no permanecer ajenos al soporte de la “razón frígida” de la práctica académica.

Ahora bien, antes de pasar al recinto de los sonetos, resta todavía una pregunta sobre su autor. ¿Quién es Daniel Vera? El libro de 1987 ofrece una curiosa tipología. Carece de la habitual solapa con el currículo del autor. Pero sí se nos ofrece un trashumante “marcador” de la editorial Dianus en que el autor habla sobre sí mismo.

Daniel Vera nos cuenta que el único modo de presentar un libro como objeto acabado, es suponer que el autor ha muerto: “Tal vez un libro de poemas no sea otra cosa que el término de una espera o el fin de una busca. He cumplido cuarenta años y tengo apenas la certidumbre de que esa presumible consumación es en todo caso provisoria y más o menos inútil. (…) A mi edad puedo fingir sin esfuerzo que soy un poeta muerto: uno o más, si me atrevo a recordar anteriores intenciones, como aquellas Perífrasis Griegas de 1981 y las páginas dispersas a lo largo de más de veinte años en muestras, catálogos, programas de cine, plaquetas, diarios y revistas, además de numerosas inquietudes inéditas. (…) Si como dice Cioran, la poesía tiene como fundamento la memoria y como sustancia lo caduco, no resulta del todo intempestiva esta ilusión de manifestaciones póstumas, pero todavía inconclusas y promisorias”.

Quizás este fingirse muerto de Daniel Vera corresponda a una función de la poesía. Según Harold Bloom: “toda poesía es una letanía apotropaica, es decir, un habla que resguarda y protege de la muerte”. De ahí, mi elección de un “modo” interpretativo: partir de ciertos aspectos retóricos de la kábala.

Pero antes, como complemento de la autografía vital que hemos leído, dejamos algunos datos sobre el autor. Daniel Vera (1947) es poeta, maratonista, docente de Lógica y Filosofía del Lenguaje en la UNC. Ha publicado, entre otros, estos libros de poemas: Fundamento hsin (1987), Formas de la oración (1991) y Angel en llamas (2012). Cultiva, además, el ensayo: Meditatio mortis (2014). Administra los blogs: “Tortugas y lentejas” en que concilia su pasión por las carreras de largo aliento con su devoción por la escritura; y “Chuzas y lechuzas” que se centra con más énfasis en las cuestiones estéticas: literatura, plástica, reseñas amicales. En A qué se llama correr incursiona en reflexiones fundadas en su afición a los maratones, deporte en que descuella. Por último, sería injusta esta semblanza si no señalo que el sonetario va precedido por una magnífica y exhaustiva introducción de Antonio Oviedo, titulada “Notas a (con) fundamento hsin”.

2.- Hermenéutica, kábala, fundamento hsin

Toda tradición mística se caracteriza por sus paradojas y misteriosos silencios: son su fundamento. Tal el milenario camino de la Kábala desde el nacimiento de la escritura hasta las más recientes teorías lingüísticas. A partir de la Edad Media, la palabra kábala va amplificando significados por la superficie social: desde sabiduría oculta, hasta una proliferación de grimorios, amuletos y alambiques. Deja de ser una vía de conocimiento para aludir a métodos adivinatorios lindantes con la vulgaridad. En efecto, si algo no es la Kábala, es ser un método para ganar la lotería.

Mi humilde objetivo no es incursionar en la gematría, o sea, en la hermenéutica de los sabios que auscultan los mensajes secretos de la divinidad por medio de las letras (los alfabetos) de las lenguas sagradas que son, a la vez, signos y números. Solo me propongo descubrir en las letras del alfabeto hebreo que Daniel Vera poetiza, (más una posible letra perdida), una retórica, es decir, una poética.

El alfabeto hebreo es, ciertamente, la manifestación de una fe en el lenguaje. Ahora bien, la comunicación solo puede realizarse en la historia, es decir, en la común acción y reflexión en el tiempo. Es situada. Pero detrás de la palabra murmura la tradición. Según la tradición, el mundo ha sido creado por el lenguaje de tal modo que cada unión pasajera de signos es un acto de continua creación. Los símbolos del alfabeto describen constantemente el pulso intrauterino de un cosmos siempre a punto de ordenarse.

¿Cuál es el vínculo de los poetas con los maestros de la Kábala? Pienso que es su creencia, consciente o inconsciente, en el lenguaje como un absoluto constantemente abierto por la dialéctica de la caída del Nombre. Su fe en el misterio del lenguaje es lo que vuelve audible la oralidad oculta de la tradición.

Es un proceso de semiosis ilimitado, un juego de reflejos, en que la caída del nombre en la arbitrariedad de los signos -origen del sujeto- es una figura de la caída primordial del hombre. Según W. Benjamin, la caída, es, ante todo, la caída del lenguaje. Caída del nombre divino y nacimiento de la palabra del hombre. El lenguaje se apodera, entonces, de la abstracción, el juicio, la significación. Ya no es un “medium”, sino un “medio”. Es la caída del conocimiento a la “exterioridad del saber”; de los “nombres” a los signos. A ese “exiliarse del “nombre”, a ese “expulsarse del paraíso”, Benjamin lo denominaba “pérdida de la magia inmanente” o “aura”. Según la Kábala, en las “vasijas rotas” estaban resguardados los residuos de un mundo fallido que Dios hizo primero y destruyó después. Pero en esos recipientes rotos del mal mora una chispa salvadora del bien. Las fuerzas malignas del universo siguen guardando chispas de luz prisioneras que sólo se manifestarán a través de una catástrofe: la ruptura de las vasijas por el triple ritmo de contracción, fragmentación y restitución o enmienda.

El poeta ausculta el aliento de Dios, retenido y oculto en el silencio. Ese es el objeto de la “ciencia de las letras”. El camino se bifurca: el del conocimiento, o sea, el de los sabios; y el de la belleza y el amor, o sea, el de los poetas. Las letras entonces, rastros o huellas de una lengua sagrada, son criaturas que han descendido por el aliento divino a los planos inferiores para “componer” el universo manifestado.

Daniel Vera, en Fundamento hsin, explora, cabalísticamente, los diversos ángulos de visión de las letras y las palabras. A veces, un título mestiza tradiciones como en el soneto “omega zeta 400 taw” en que se refiere al “fin” con las últimas letras de los alfabetos griego, latino clásico y hebreo. Agréguese a esto el número 400 que corresponde a taw (figura de la “cruz” como marca). Las letras superabundan en metáforas que transportan “más allá”. Según sus diferentes articulaciones adquieren significados opuestos indicando la “convivencia” del bien y el mal. Por ejemplo, la letra hsin está en Shaday (Todopoderoso), nombre santo del creador; pero, también, ha sido tomada por la palabra Shequer, “mentira”. O sea, en ella están escondidos todos los pasos de la creación, pero al mismo tiempo encabeza la palabra “Shequer” (mentira) en la que se manifiesta la falsedad. Dice el Zohar: “De aquí se sabe que quien quiere decir mentira, al principio parte de un fundamento de “emet” (verdad) y a partir de él establece “shequer”, “mentira”, que empieza con la letra hsin”: “pero caído se abre en ignorancia/ no flor en aire no raíz en tierra/ y dorso duda espalda con distancia”, dice Vera.

Esta retorización de la Kábala es un margen placentero para hombres caídos a los que no les ha sido dado el gozo supremo de la contemplación sino sólo el disfrute del placer del texto que es un territorio, un cuerpo (corpus) que Daniel Vera nos invita recorrer. Tocados apenas por el aliento creador, leemos infinitamente sus sonetos arrastrados por la fascinación de lo explorable. Nos dejamos llevar por el goce del desciframiento y una comunicación “áurica”, imantada de silencio.

No apartarse de la huella, predicaba Martín Fierro. Paradójicos “baquianos” perdidos en un “bosque de símbolos”, buscadores de modos musicales en un tejido de silencio, confiamos en la vida y en la desocultación del “nombre” perdido. Pero, claro, si el texto es un territorio o un cuerpo, todo territorio delimita espacios sagrados. ¿Nos invita Daniel Vera a disfrutar la transgresión del límite (pecado) sin culpa alguna? ¿Nos incita a un asalto a la última frontera para descubrir que “existimos” antes de “pensar”? Por lo pronto, el poeta, que dice haber escrito más de mil sonetos, pasa a integrar el “index” de la “sonetolatría” cordobesa”.

Ahora bien, el versolibrista, el vanguardista, que ingrese a este templo de sonetos tropezará a cada paso con una caja de sorpresas: ¿cómo conciliará la perfección formal del soneto clásico (cajita de música) con el infinito universo en que, como en una lengua sagrada (sin signos, con desplazamientos tectónicos de sílabas y significados) descubra el instante supremo en que el texto sale de un profundo silencio? Acontecimiento paradigmático en el que coinciden risa y llanto, pasado y futuro, vida y muerte, en una deleitable hierogamia musical. Aunque el autor aluda con frecuencia a la literatura (Kafka, Alicia, Rilke, Güiraldes, Marqués de Sade, Lugones, Quevedo) y abunden asimismo palabras que urden laberintos culturales (exordio, alfabeto, uno, infausto, axioma, quizá, obertura, preámbulo, ex nihil, poiesis, mismo, casi, jardín, plural, non verba res, fundamento), es imposible que no se configure una escalera mística de letras. No es casual que, al final de cada soneto, se reproduzca la misma ilustración: “el compás místico” de Roberto Fludd.

En la tradición hebrea, los hombres que conocen los profundos misterios de las letras sagradas son los grandes profetas de la humanidad. Las palabras compuestas por las letras “dicen a Dios” y actúan sobre los hombres para transmitir el mensaje divino de su restitución (enmienda). Tengamos en cuenta que, en sus orígenes, el texto sagrado era una secuencia de letras sin ninguna puntuación. Por lo tanto, se podían leer de varias maneras. Son letras hieroglíficas preñadas de metáforas que siempre nos transportan “más allá”. No cesan de aludir a diferentes valores y sentidos. Por eso son como un cuerpo: puede estar vivo gracias al “soplo” (aliento) que lo “anima”.

3.- Tres sonetos

En el fragmento del Zohar que describe el misterio de las letras se narra que, antes de la creación, se presentaron todas las letras ante el Creador. El Santo las rechaza a todas hasta llegar a bet, la segunda letra del alfabeto, y la elige para ser el comienzo de su creación porque es el comienzo de la palabra berajah (bendición): es el inicio de la creación del mundo y, a la vez, el comienzo de la historia de la redención (regeneración) del hombre. Por eso es también “alfa”:

alfa bet

para principio propio de poema

carece de principio de argumento

desconoce palabra fundamento

mas teje con vacío numen lema

lumen y limbo médula y emblema

de fingido fulgente fingimiento

donde buscan auroras su momento

y ocasos son de fuego de sistema

¿quién alba noche tarde nunca siesta

ha visto melodías de violines?

cursan aguas inmóviles su gesta

por inquietos translúcidos jazmines

concelebran verbales serafines

canción ensueño gozo musa fiesta

Cuentan, asimismo, que dos letras se presentaron juntas al Santo para ser el inicio de la creación: dalet y guimel. Se repite así la antigua hierofanía de los gemelos que es común a todas las culturas tradicionales. El Creador no acepta crear el mundo con ellas porque han recibido lo suficiente al poder ir juntas la una con la otra. Las dos letras unidas forman la palabra dag, que significa “pez”, cuyo número es siete y simboliza el alma del mundo (anima mundi). La letra dalet es la inicial de “pobreza” y guimel de guemilot, “recompensa”. Deben permanecer juntas. El pobre simboliza la parte divina que ha caído con el hombre. La recompensa la parte divina que permanece en el cielo. No pueden separarse. Garantizan el misterio de la unión (hierogamia) del cielo con la tierra. Soneto

“a guimel”

amor amante amada ya distante

ahora amor amado amante nada

amor con amo llama sin amada

amor sin amo llama sin amante

ama quien ama pero no sangrante

amada no es amante desangrada

amante no es amada consagrada

amor y amor es música constante

amor no amar y ser amor amado

amar amar no ser amado amor

amor llama no llama su llamado

amor ama no llama llamador

ama amor ser amado y a su lado

amante amor enciende resplandor

La palabra melej (rey) se inicia con la letra mem. Va unida a las letras lamed y kof: son las letras centrales del alfabeto hebreo. Aluden a la reunión de todo al árbol sefirótico cuyo culmen es Keter (inicial kof) y significa “corona” y concluye en el polo inferior, malkut. Su letra inicial mem designa “reino”. Las tres letras son la escalera que une cielo y tierra. Nos preguntamos. En esa praxis, ¿qué papel juega la palabra “mismo” en el título del soneto que transcribo a continuación?, ¿un juego con “même” en francés?,¿y daniel vera?:

mismo mem

parado donde estoy mejor sentado

en cualquier posición sobre vacío

no bastante calor no mucho frío

ni tampoco ¿por qué? tibio templado

es aquí donde estoy en cualquier lado

desubicado sitio desvarío

sin fuente ni destino tiempo río

inhabito solar no tengo estado

borde cornisa centro y así mismo

cúspide base vértice ladera

hacia aquí y hacia allá todo tropismo

no pasa de confusa calavera

¿qué importa norte sur en ciego abismo?

¿y nadir’ ¿y cenit? ¿y daniel vera?

Oblitero un soneto que pareciera ser ajeno al alfabeto. Su título tiene resonancia latina “non verba res”. El trastrueque del viejo dicho es otro misterio que nos llama a leer incesantemente este libro. ¿Será “la letra perdida” del “Gran día”?: “dioses vacío dios en armonía”.

Jorge Torres Roggero

Córdoba, 28/3/2022

Nota: En el libro los sonetos portan la perfecta disposición clásica de dos cuartetos y dos terceros. Mi impericia en el uso de este medio me impidieron reproducirla en este posteo. Pido disculpas.