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por Jorge Torres Roggero

Imagen (44)1.- Avatares del símil del río

Desde que Heráclito, 500 años antes de Cristo, nos legó un retazo de su pensamiento con el símil del río, los filósofos se encargaron de despojar la sentencia de su valor simbólico (iniciático) y encolumnarla en el pensamiento causal. El río dejó de ser un simbolismo secundario del profundo simbolismo de las aguas y pasó a ser una alegoría del pensamiento causal (la vieja sinécdoque), recurso retórico para expresar la traducción concreta de una idea difícil de captar o de expresar en forma simple.

Platón (en Crátilo) fue el primero en dar la versión que se cita con más frecuencia: “no se puede entrar dos veces en el mismo río” para centrarse en el movimiento del agua. El fragmento del Oscuro de Éfeso dice en realidad: “En el mismo río entramos y no entramos, (pues) somos y no somos (los mismos)”. Heráclito se centra en el juego de las contradicciones opuestas y complementarias que rigen el universo: el río cambia (corriente) y no cambia (cauce) que es lo permanente  y guía la dirección del agua. Como no es tema de estas líneas, resumamos: el cauce del río es el Logos que “todo rige”, la “palabra” que ordena y organiza el cosmos: ¿puede existir una “unidad armónica” hija del azar y de la ciega fatalidad? ¿Hay una ley fatal regida por odio? ¿Hay una ley del corazón regida por el ritmo sagrado de la totalidad viviente? ¿Por qué dice Heráclito que “El pólemos ( la guerra) es el padre de todas las cosas”? ¿Cómo el conflicto es al mismo tiempo armonía, “respiración”  del universo? Pero veamos otro río.

Alguna vez, en nuestros desvelos escolares, nos topamos con un río trágico. Es aquel de Jorge Manrique que nos interpelaba, adolescentes, con la rotunda verdad de la conciencia de la muerte. ¿Quién no se levanta, alguna mañana, recitando inconscientemente, disfrutando belleza y palpitando finales: “Nuestras vidas son los ríos/que van a dar en la mar,/ que es el morir:/ allí van los señoríos,/ derechos a se acabar/ y consumir;/ allí los ríos caudales,/ allí los otros medianos/ y más chicos;/ y llegados, son iguales/ los que viven por sus manos/ y los ricos.” Da mucho rollo para escribir la estrofita. Por ahora, se la dediquemos, solemnemente, a Magnetto et caterva.

Siguiendo con las alegorías recordemos que nuestra Patria tomó su nombre de un río. Cuando era chico me rompía la cabeza para saber por qué el Río de la Plata era  “el río epónimo”. En 1910, Lugones lo enalteció como creador de “nuestro linaje”. “A tu linaje/ como en la gloria mágica de un cuento,/ ser habitantes del País del Plata/ con orgullo magnífico debemos”. Y ya refiriéndose al destino solar y civilizador que el iniciado Lugones atribuía a nuestra patria, lo emparienta con los ríos sagrados: “Moreno como un inca, (…)/  formas con el Ganges de los dioses/ con el Danubio azul de los Imperios,/ la noble tribu de aguas que penetra/ de cara al sol en el Océano intérmino/ como mueren los héroes antiguos/ en la inmortalidad de un canto excelso”.

Así la cosa, como literatos, no nos deja de halagar que llevemos el nombre de un poema: La Argentina del lujurioso arcediano del Barco Centenera. Allí se habla del “argentino reino”, del “argentino río”: “De nuestro río Argentino y su grandeza/ tratar quiero en el canto venidero”. Sabemos que el Río de la Plata fue una trágica obsesión de los conquistadores, río de miserias y hambrunas, donde, según Borges, “ayunó Juan Díaz y los indios comieron”. Oviedo, el primer cronista de Indias, lo llama “una de las más notables cosas del universo” que esconde secretos y  tesoros. Por eso lo consagra “como una esperanza en lo de adelante”. Los herederos del nombre (no en vano relativo a la “edad de plata”), andamos todavía en busca de esas “cosas misteriosas”. Nuestros escritores trataron de descifrarlo en vano hasta en sus afluentes: El Mar Dulce,(Roberto J. Payró), El río oscuro (Alfredo Varela), La ciudad junto al río inmóvil (Eduardo Mallea), El río de las congojas (Libertad Demitrópulos). Son muchos más y alargaríamos la lista en vano. ¿Qué decir de los autores jóvenes del Conurbano que, en sus novelas, transitan simbolismos de aguas contaminadas que “zombifican”, producen monstruos teratológicos y catástrofes (Berazachussets de L. Ávalos Blacha, El campito, de D. Incardona)? Aunque tengo más rollo por si se precisa dar lazo como dice el sabio Martín Fierro, vuelvo, tras algunas aproximaciones que podrían ser incontables, a ciertas alegorías actuales del río

2.- Mauricio Macri: el río del cambio sin brújula

Macri, desde su reposera de Villa la Angostura, nos invita a brindar “por el tiempo que está por venir” de modo que, el año nuevo, sea un “nuevo comienzo”. Su propósito evidente es alentarse a sí mismo y alentar a sus seguidores que se derriten en lamentaciones “porque el cambio que comenzamos a hacer en 2015 quedó inconcluso”. Y aquí viene la alegoría. Dentro de la lógica cotidiana, nada puede detener que las cosas cambien. El cambio es una ley fatal y es independiente de los gobiernos. Pero el cambio por sí mismo no garantiza algo mejor. Para Macri, el cambio es la “dirección en la que íbamos”, o sea, “todo igual pero más rápido” como le confesó Vargas Llosa. El cambio, supone, es una “fuerza transformadora de la época”. “Dirigirse hacía ahí”, obedecer a “la energía del cambio”, son todas apelaciones aspiracionales sin referencias concretas (destino, dirección, lo no existente o sea el futuro). En once renglones repite nueve veces la palabra cambio sin definirla, salvo “la dirección en que íbamos”. No hace falta definir ese cambio: los argentinos lo sentimos en cuero propio. Solo el vano consuelo de estar incluidos en la expresión vulgar: “todo cambia”.

Ante la necesidad de decorar el vacío de su pensamiento, Macri (o sus redactores) recurre a la tradicional alegoría del río: Si tuviera que usar una imagen diría que el cambio es como un río. Avanza de forma imparable. Si el río encuentra obstáculos, los supera. Si esos obstáculos son grandes se desvía todas las veces que sea necesario pero siempre vuelve a su rumbo. El zigzag no cambia ni un milímetro el destino del río. Es más, a veces, cuando un obstáculo trata de encerrar al río, el río se acelera, adquiere más fuerza y se vuelve más poderoso. Por eso, entremos en esta época nueva que comienza con la alegría y la convicción de saber que el cambio nos llevará al destino que anhelamos. El río avanza sin parar.”

Muy extraño el río del cambio. Cuando se desvía, cómo hace para volver “a su rumbo” si no sabemos nada del cauce. ¿Cuál es el destino del río? ¿Cuál es el obstáculo? ¿El obstáculo acelera? El río nos llevará al “destino que anhelamos” porque el “cambio” es un río que “avanza sin parar”. Somos un río sin cauce, una fuerza ciega, que va, ¿a dónde? Falta el sustrato cultural que, cuando es auténtico, comprende tanto a la cultura popular como a la ilustrada, y además una historia y una filosofía de la historia.

3.-Juan Perón y los aluviones del pueblo

Juan Domingo Perón (Descartes), en su libro Política y Estrategia  recurrió a la alegoría del agua que fluye y a la fuerza del cambio. El símil aparece en un capítulo titulado “Lucha contra los pueblos”.

Para ello hace pie en una premisa que sostiene que los dirigentes políticos piensan que ellos “son quienes dirigen y encauzan la evolución de los pueblos”. Obsérvese cómo en el texto citado ya está la imagen del río. En efecto, Perón dice “encauzan” y no es una falta de ortografía: “encauzar” significa “abrir cauce”. No se refiere a “encausar”, de “causa”, o sea lo que está en el pasado.

En realidad, dice Perón los que “abren cauce” son los pueblos: “Es así como las grandes transformaciones político-sociales se encauzan por los grandes movimientos populares que llevan a “LA HORA DE LOS PUEBLOS”. En las grandes revoluciones, postula, “los hombres son el instrumento del pueblo y las oligarquías se destruyen o desaparecen”.

Y aquí viene la parte del texto en que se nota que Perón, a diferencia de Macri y sus amanuenses, atados al sentido común de una clase media seudoilustrada, es poseedor de una cultura humanista superior. Tiene, por lo tanto, una mirada abarcadora de la historia de la humanidad. Plantea, entonces, que la historia del mundo “ha sido la lucha del pueblo con la oligarquía”. Considera que Grecia, Roma, Edad Media, son sólo largas etapas de esa lucha. Por su parte, la Revolución Francesa y la Revolución Rusa “son dos fases violentas que la patentizan”. Por último,  quedan los imperialismos actuales que sólo son nuevas etapas “de los pueblos en lucha contra la esclavitud interna e internacional”. La conclusión de la introducción no deja dudas, no es el vacío de contenido, no es la indeterminación estéril o el optimismo bobo: “Hoy, como en todas las épocas de la historia universal, deben vencer los pueblos”. Como decía Heráclito, el “pólemos”, “padre de todas las cosas”, se realiza en sujetos históricos concretos. Y aquí viene la alegoría del río de Perón que él llama “la táctica del agua”: son los aluviones del pueblo como la famosa sudestada de octubre que inmortalizó Scalabrini Ortiz, cuando el río de las congojas entró a la ciudad:

“Muchos han despreciado el ingenio y el poder del pueblo, pero, a largo plazo, han pagado caro su error. Los pueblos siguen las tácticas del agua. Las oligarquías, la de los diques que la contienen, encauzan y explotan. El agua aprisionada se agita, acumula caudal y presión, pugna por desbordar, si no lo consigue, trabaja lentamente sobre la fundación minándola y buscando filtrarse por debajo; si puede, rodea. Si nada de esto logra, termina en el tiempo por romper el dique y lanzarse en torrente. Son los aluviones. Pero el agua pasa siempre, torrencial y tumultuosamente, cuando la compuerta es impotente para regularla. Con los pueblos pasa lo mismo, los dos,  torrente o pueblo, son fuerzas de la dinámica universal y actúan con leyes y mecánicas semejantes. Los viejos diques del imperialismo, las oligarquías y las plutocracias comienzan a ceder, esta vez en el mundo, como cedieron en Francia en 1789 y en Rusia en 1918 ante el impulso incontenible y avasallador de los pueblos”.

Evidentemente en el texto de Macri, fuere quien fuere su autor, hay un plagio clandestino y vergonzante al texto del General. Se lo desvistió de todo lo concreto y verdaderamente significativo. En Perón, el obstáculo o dique tiene nombre propio: oligarquías, imperialismo, capital y poder político, dentro de cada pueblo hay procesos en marcha (cambio). Se refiere a la historia concreta que está viviendo el Continente Americano: a la lucha de Getulio Vargas (Brasil), Velasco Ibarra(Ecuador), Paz Estenssoro (Bolivia), Ibañez (Chile). De un modo u otro, con distintas formas de ejecución, en plena guerra fría, era tratar de que los imperialismos no metieran “a los pueblos detrás de la cortina del dólar”. Al final del capítulo, Perón nos regala una yapa. Es “La parábola de la gallina”. Alguna vez la hemos expuesto y merecería un tratamiento especial que prometemos.

Para concluir y, como un modo de relajarnos, rescatamos el uso humorístico de la “orilla del río”, otra posible alegoría,  por esta copla popular rescatada por Leda Valladares y María Elena Walsh: “A la orilla de un hombre/ estaba sentado un río/ afilando su caballo/ y dando agua a su cuchillo”.

Jorge Torres Roggero

Profesor Emérito. Universidad Nacional de Córdoba

Córdoba, 5/2/20

por Jorge Torres Roggero

scalabrini_cc1.- El conejo Blackie

Esta escena de vida familiar ocurrió en Derby, Reino Unido. La mujer y los chicos habían salido de paseo y la estaban pasando muy bien en un parque cercano. De pronto aparece el padre. Haciendo gala de ostentoso buen humor les anuncia que, esa noche, les servirá una cena especial. Lejos del tono hosco habitual, se lo veía muy divertido. Su talante era como el de alguien que está preparando una sorpresa. Sería, pensaba para sus adentros, una broma que jamás olvidarían.

Los juegos habían despertado el apetito. Los niños comían y reían en un aparente oasis de paz. De pronto, el padre dice:»- ¿Les gustó la comida que les preparé?»

Todos asintieron. Alguno habló de repetirse, pero el padre, lanzando una risotada violenta, les dijo recalcando las palabras: «- Bueno. Se acaban de comer a su conejo Blackie.»

Los niños soltaron un aullido y comenzaron a vomitar. Toda la noche se pasaron vomitando y entre sollozos. Sin duda, nunca olvidarían la broma paterna. Fue entonces cuando la madre se dio cuenta de la violencia psicológica y física que ejercía el hombre sobre ella y los niños. “Aunque él me golpeaba, yo no me daba cuenta de cuánto afectaba eso a quienes me rodean. No lo podía ver hasta ese momento”. Así recordó la mujer el momento en que puso fin a un matrimonio de 15 años. Fue durante la jornada del Día de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Esta noticia la tomé de Diario Registrado, lunes 28 de noviembre de 2016. Aparece en la sección Mundo Bizarro, y se titula: “Lo anunció mientras comían”. Mientras repasaba el relato, me vino a la memoria un cuento de Scalabrini Ortiz del libro La Manga (1923). Se titula “Los Ogros”. Los protagonistas son también una mascota, los niños, la madre y el padre aliado a su socio comercial. La figura del padre, vaciada de sus contenidos positivos tradicionales, es el lado oscuro del símbolo. Es el revés y su rostro violento. Es el aspecto siniestro del bromista (el joker). En un país sometido, el padre se convierte en patrón insensible y cruel.

2.-Los monstruos

La crónica bizarra y el cuento tienen, por supuesto, distintos modos narrativos. En la ficción, el relator, siempre en tercera persona, va “por detrás” de los acontecimientos. Además, en el desenvolvimiento, cambia dos veces de punto de vista.

La primera escena es desplegada desde la mirada de un conejo y es la historia de su sometimiento consentido al amo: “Los grandes monstruos le habían intimidado mucho, en un principio. No intentó nunca resistir, porque sus débiles fuerzas no podían contrarrestar la de ellos, que movían fácilmente el cajón que le servía de casa y, levantándole por las orejas, con pasmosa facilidad, le elevaban a alturas vertiginosas”.

Por más que trataba de esconderse, los habilidosos monstruos lo encontraban de inmediato. La última tentativa de evasión ocurrió a la siesta. Primero con timidez, siempre receloso, salió del cajón y atravesó el desértico patio. Llegó a una pequeña y crujiente puerta. Era la entrada a un minúsculo jardín que le pareció inmenso. Se ocultó entre los yuyos. Engañado por los altos arbustos, se creyó libre. Se metió entre las matas, corrió un rato contento. Dio muchas vueltas y se encontró con la misma puerta por donde había entrado: “Era evidente que los monstruos le habían cambiado el mundo; antes, él podía recorrer el campo y, saltar libremente, aún, lejos de su cueva, ahora le imponían estos insalvables obstáculos”.

Escuchó voces. Lo estaban buscando, chilló, quiso esconderse, pero su desplazamiento lo delató: “Era imposible escapar; los monstruos dominaban el mundo”. Así que, convencido de la imposibilidad de huir: “trató de amoldarse a su nuevo estado, obedeciendo, en lo posible, los deseos de sus poderosos dueños”.

Les perdió el miedo. Llegó a encariñarse con los monstruos más chicos. Notó que, “cuando movía las orejas”, le obsequiaban con lechuga fresca. Ante la sabrosa promesa, obedecía de inmediato las voces confusas y llegó, con sus diversas habilidades, “a hacer las delicias de los monstruos pequeños”.

Claro, estaban los monstruos más grandes. Sobre todo uno que vivía, entre el fuego y el humo, manejando diabólicos y estrepitosos instrumentos: “Cada dos días se acercaba, le palpaba las carnes, tanteando su gordura y hacía gestos de satisfacción. Esto le llenaba de trágicos presentimientos”.

3.- Malone, viajero, cazador, gastrónomo

La segunda parte se inicia presentando una típica familia de pequeña clase media ocupada en los preparativos para la instalación de una zapatería. Habían logrado vidrieras bien arregladas y atrayentes. El padre de familia, con su socio, habían sido compañeros en la gran zapatería “El Tigre” y allí planearon el negocio. Tales eran los alegres pensamientos de Antonio Ramírez cuando, el sábado, entraba en su casa.

Hemos visto el papel de los monstruos respecto al conejo; ¿ qué sucederá entre el socio y la familia? Por lo pronto, Ramírez halló a sus hijos jugando con su mascota, “como de costumbre”. Admiró las habilidades que le habían enseñado. Juanito Conejo iba y venía. Le decían: “Mové las orejas” y las sacudía lentamente. Pero cuando el padre le gritó: “¡mové las orejas!”, asustado, se escondió tras la escoba.

Don Antonio reía encantado. Acarició a sus hijos y fue a saludar a su mujer. La “abrazó y besó largamente”. Le describió el local, calculó las ganancias, construyó castillos en el aire. Luego, hablaron del almuerzo con que, al día siguiente, festejarían la inauguración del comercio. Repasaron el menú. Y él hizo constar: “Hay que cuidar mucho la cocina, porque Malone es un gastrónomo”. Sugirió una duda, pero ella atestiguó: “Es una bola de grasa”. La abrazó de nuevo. Era feliz. Malone, el viajero, el gastrónomo, iba a hacer, exigente, su entrada en la casa. El conejo ya estaba sometido a “los monstruos”; y, ¿los Ramírez?

4.- El monstruo del fuego

En la tercera escena, volvemos a ver las cosas desde el punto de vista del conejo. Estaba arrepentido de su desobediencia al monstruo grande: “Había huido intimidado por el vozarrón. Prometióse, para adelante, obedecerles y mostrarle su cariño. No era ingrato y quería corresponder a los cuidados con que lo rodeaban”. En los últimos días: comida suculenta, abundante. A pesar de su apetito voraz, siempre sobraba. Con una compañera, hubiera sido feliz.

Muy temprano, sintió un leve roce en el cajón. Era el monstruo del fuego. Vio la siniestra intención y trató de huir. La poderosa mano lo agarró del cogote. Dolorosos apretones le hacían crujir los huesos. En la mano derecha brillaba un cuchillo. Cerró los ojos, sintió una punzada en la garganta. Entre la niebla rojiza que le ocultó la visión de las cosas, vislumbró un campo soleado, la cueva lejana. Un todo confuso y rápido: “Y sin fuerzas, dio el último sacudón, el postrero y quedó tieso”.

5.- Juanito Conejo: “mové las orejas”

Los comensales ya están en la mesa: la familia completa y el invitado. Los dos chicos lloraron toda la mañana. El menor limpió y acomodó el cajón como si Juanito viviese. “El mayor miró al invitado, desde su llegada, con odio profundo. No quiso saludarlo y le miraba desafiante. Él era el culpable de la muerte, era el Dios cruel, en cuyo honor se había realizado el sacrificio. De buena gana le hubiera arañado y mordido para descargar su anhelo de venganza, y juró no olvidarse”.

En efecto. Allí estaba el socio. Hombre vulgar. Ni bajo ni alto; ni gordo ni flaco. Gran viajero. Recordaba platos regionales de todos los pueblos: “América no le agradaba por la simplicidad de sus alimentos”. Lo anfitriones escuchaban boquiabiertos: “Sus sencillos estómagos admiraban tan refinada voracidad”. El extraño invasor parecía haber probado todo: “He comido faisán y gorrión, perdices, patos y hasta pichones de lechuza”.

La señora Ramírez ensaya una rebelión frente al gastrónomo: “¿se comen esos bichos? ¡Qué cosa repugnante! La señora insiste en su repugnancia. Malone compara la carne poco agradable del ruiseñor con la deliciosa de la lechuza. Antonio Ramírez, el marido, confiesa “con gran esfuerzo que él comería llegada la ocasión”. Pero ella se empecina en que es un bicho repulsivo.

El extraño comensal, por su parte, inicia un largo discurso sobre las carnes. Evidentemente, la señora, que habla desde el prejuicio, nunca podrá innovar su mesa. Se perderá muchos placeres gastronómicos. Dominador, celebra el manjar incomparable de la “carne asada de las piezas cobradas después de ardua persecución, matadas por uno mismo: “Comerse el corazón asado de un ciervo, conseguido tras larga caminata, une en uno solo, dos placeres inmensos. Hay que saber gozar en la vida”. Era un rotunda expresión de poder, de dominio sobre el goce mismo.

Pero ¿qué ocurría con los niños?: “Lo miraban intimidados”. Como el ogro voraz de los cuentos, su figura era desmesurada, su aspecto terrible. “Se comía todo lo que le rodeaba”. No comía por apetito, sino por “deleite, por crueldad”, “sin remordimientos”.

Entonces, el sometimiento del padre y de la madre al socio cobró nuevo significado: “Su padre y su madre se les aparecieron, también, como ogros que se comían hasta los animales cobijados en su cariño; ellos también comerían a su difunto amigo. Eran los ogros de los cuentos: sanguinarios y crueles”.

Fue entonces cuando llegó el plato especial: conejo saltado. Los niños vieron el cadáver despedazado de su amigo rodeado de arroz y pimientos. El dolor humedecía sus ojos y la angustia secaba sus gargantas: “La cabecita, colocada sobre arroz en el centro de la fuente, parecía, aún, mirarlos con cariño”.

El ogro invasor comenta que, bien condimentado, el conejo saltado es delicioso: “Ha adivinado usted mis gustos, la cabeza es la parte más sabrosa”. Con la punta del cuchillo hizo saltar un ojo, y se lo comió chasqueando la lengua. “Con la misma fruición se comió el otro”. Arrancó los músculos de la carretilla, los probó, e hizo una mueca de desagrado: “¡Este conejo ha sido degollado!”. Ante el asentimiento ingenuo de la dueña, le reprocha el grave error: los conejos degollados pierden el gusto. Hay que desnucarlos.

Don Antonio Ramírez “vio a sus hijos conteniendo el llanto y tuvo un ligero remordimiento”. Recordó el conejito blanco y sin pensar en lo que decía, exclamó: “Estaba tan acostumbrado a verlo, que me parece comer un hijo”. Pero el cazador, bruscamente, le reclamó: “No haga sentimentalismos”. Y el padre respondió: “Tiene razón, mientras continuaba masticando, con sus filosos dientes, los delicados músculos adheridos al fémur”.

Sólo quedaba “el cráneo pelado y hueco del conejo”. El padre quiso distraer a los muchachos y se dirigió al cráneo: “Juanito Conejo, mové las orejas”. “Los muchachos lo miraron atónitos. Les pareció ver sobre el plato a su amigo, siempre blanco, mirándolos con sus ojillos movedizos, y se echaron a llorar inconsolables cuando el padre repitió: ¡Vamos , Juanito Conejo, mové las orejas!”.

6.- Modos de leer

Como todos los cuentos literarios, este cuento del joven Scalabrini Ortiz ofrece sus costados flamantes. Podríamos estudiar el discurso de poder entre padre, madre e hijos y sumirnos, ya en relación con la crónica del inicio que crea un verosímil implacable, en acuciantes cuestiones de género que no estoy capacitado para abordar.  Por supuesto, comparando la nota bizarra y el cuento no estaría mal pontificar sobre la relación entre realidad y ficción y, de paso, fatigar citas borgeanas como adorno lujoso de viejos lugares comunes.

A mí, personalmente, dados mis límites, me atraen dos direcciones. Uno, es el vector sicológico. Pienso, por ejemplo, en la “Psicocrítica y el método” de Charles Mauron como oportuno auxilio teórico. Y tratándose de padre y ogros, ¿cómo no acordarse de El héroe de las mil caras de Joseph Campbell?

El segundo camino es muy humilde. A lo mejor conviene iniciarse con una sencilla contextualización. Ponerse a pensar, por ejemplo, en un drama nacional: la alienación de la pequeña clase media argentina imitando con gesto simiesco a la oligarquía vendepatria y aculturada. “Fruncida”, reprimida, autodenigrada, frustrado remedo de la Inglaterra victoriana es apenas la sombra del sometimiento lujoso de la pseudoaristocracia oligarca.

Pensamos. Por la misma época en que se escribió este cuento, plantan cara los personajes de clase media de Roberto Arlt como representación de la sumisión conejil al capital extranjero (“gastrónomo” de nuestras carnes y nuestros granos):¿Qué mundo configuran inventores (“emprendedores”), novias, madres y adolescentes deseantes?

En La Manga, Scalabrini Ortiz estaba descubriendo la importancia de la relación individuo/muchedumbre que planea en todo el libro comenzando por el texto inicial titulado “Los Humildes”. La Manga es la representación de la manga de langosta como símbolo de la superación del individualismo, del mandato invisible que impulsa al sujeto aislado a un incierto pero seguro destino común. Ya escribí en este blog sobre ese tema. Relean: “ Dos parábolas de Raúl Scalabrini Ortiz: “La manga de langostas” y “La chinche flaca”.

Podría extenderme con una interpretación que concilie estética y realidad, ficción y verdad. Pero sería muy extenso. Ensayemos un breve repensar, un entretenido repensarse.

Mirándolo bien, si deshilachamos algunos de estos textos, es posible desenhebrar algunos hilos. En la “crónica bizarra”, se impone con crudeza un extremo machismo. Se perfila con fuerza el rostro sombrío de una violencia psicópata que se ejerce, impune, sobre el niño y la mujer. La noticia, a su vez, es presentada en sus aspectos más escabrosos. Sin embargo, la explotación comercial del escándalo no puede ocultar una verdad nueva: el advenimiento irreversible de una era de la mujer y el niño (el joven) como sujetos históricos relevantes.

En “Los ogros”, por su parte, contextualizando época de escritura y posterior desarrollo de la obra de Scalabrini Ortiz, nos sentimos tentados a leer una simbolización, quizá todavía inconsciente, de la situación de Argentina como semicolonia consentida de Inglaterra.

En efecto, Malone (significativo nombre) aparece como una especie de conquistador avasallante, invasor de un hogar (matria/patria). Ha viajado por todo el mundo y ejerce imperio sobre los más exóticos sabores, carnes y piezas cobradas por su poder de cazador experto. Es el socio del padre, el que aporta la “inversión” en la zapatería. Con un claro dominio sobre la familia, hay que evitar su ira sirviéndolo con eficacia, homenajeándolo. La madre ha cometido un sacrilegio en el modo de sacrificar el conejo y recibe una reprimenda humillante.

Sin embargo, es ella, la mujer, la que ensaya una rebelión que se manifiesta como “repugnancia” y “repulsión” a la ideología y prácticas del “gastrónomo”. El padre, en cambio, lleva su sometimiento al punto de aceptar carne de lechuza, y cualquier animal, sin caer en “sentimentalismos”. “Tiene razón”, le dice al socio mientras devora una pata del conejo; pero, por dentro, la sensación es como la de “comer un hijo”.

Sólo los niños se niegan al banquete profanatorio. Intimidados, se rebelan desafiantes, miran con odio al intruso y convierten a los adultos en enemigos, en ogros. Imposibilitados de morder, de arañar, “anhelan venganza”, “juran no olvidar”.

Por eso quizá el conejo sólo sea la figura de un pueblo alienado que pierde su conciencia, sus espacios y su libertad conformándose con palabras engañosas, con “una hoja de lechuga”. A partir de cierta plenitud de goce del espacio, del campo libre, las posibilidades de autodeterminación se van achicando: el patio, el jardín, la cocina y, por último, la fuente. Pero la fuente, que es también tiempo, es haberse reducido a un “cráneo pelado y hueco”, “sin ojos” (la capacitad de “mirar” ha sido devorada por el invasor) al que se ordena “mover las orejas” que ya no tiene.

Por último, sería lindo que lectores ávidos recorran la literatura argentina contemplando la maravillosa complejidad con que suele representarse la relación niño/adulto. Pienso en algunos cuentos  de la misma época (asiduos en las antologías escolares de «hace tiempo y allá lejos»): “El pato ciego” de Ávaro Yunque; “El potrillo roano” de Benito Lynch. Y, ¿por qué no incluir, en esa década, el reserito de Don Segundo Sombra?

Claro que, ya que estamos, no dejemos de releer dos novelas de épocas más recientes para ser interpelados por dos memorables personajes niños: Odiseo ( Las Tierras Blancas, de Juan José Manauta) y Milo (Alrededor de la jaula de Haroldo Conti). Y aquí paro hoy.

Jorge Torres Roggero

Profesor Emérito Universidad Nacional de Córdoba

Fuentes:

Campbell, Joseph, 1984, El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito, México, F.C.E.

Conti, Haroldo, 1985, Alrededor de la jaula, Buenos Aires, Legasa

Manauta, Juan José, 1959, Las tierras blancas, Buenos Aires, Editorial Sophos

Mauron, Charles, 1969, “La Psicocrítica y su método”. En: Tres enfoques de la literatura,  Buenos Aires, Carlos Pérez Editor

Scalabrini Ortiz, Raúl, 1973, 2ª.edic., La manga, Buenos Aires, Edit. Plus Ultra

 

por Jorge Torres Roggero

1.- Pasó y sigue pasando

scalabriniyrigoyenperonMil novecientos ochenta y cinco avanzaba a grandes trancos. Como ahora, los peronistas y aliados andábamos dispersos  y en derrota. Transcurrían los tiempos exultantes del Tercer Movimiento Histórico. La palabra “democracia” era taumatúrgica y de uso exclusivo de ciertos iluminados. Parecido a lo que hoy pasa con “gobernabilidad”, “institucionalidad”, “ciudadanía”. La “democracia plebeya” era cosa del pasado. Basándose en la visión mitrista de la historia (explícitamente vindicada en la oratoria oficial), en la línea Mayo-Caseros y la Constitución del 53, se reeditaba, en el lenguaje hegemónico, la oposición democracia/antidemocracia de la Revolución Libertadora, aunque disuelta en agua de borraja por “coordinadores” y “clubes socialistas”.

En ese momento (tras dos años), la reincorporación de los docentes universitarios expulsados por la dictadura era lenta y selectiva. No voy a contar quiénes fueron los primeros en ser incluidos en las menguadas listas de elegidos. Solo sé, por experiencia propia y de muchos compañeros, que los “populistas” éramos el último orejón del tarro.

Sin embargo, algo que ahora no ocurre, el peronismo, con el controvertido Vicente Saadi a la cabeza del bloque, por lo menos no había entregado su cuota de poder en el Senado. No había renunciado a la presidencia, ni a lo que por ley y decisión del pueblo le correspondía. No se había entregado con las manos atadas para ser menospreciado, dividido, coaccionado, prepeado, comprado, con los gobernadores a la cabeza, como ocurrió en 2015, en el inicio del mandato actual. Por tanto, desde allí se pusieron firmes, negociaron (en el sentido verdadero de la palabra: un trato de potencia a potencia), y lograron un decreto que nos reincorporaba a todos los echados por la dictadura.

Fue en ese tiempo que me reencontré con el poeta, compañero y amigo, Alfredo Andrés, autor de una nutrida y valiosa obra poética; y de dos libros (entre otros) ensayístico-testimoniales que, a medida que transcurre el tiempo, crecen en valoración. Me refiero a El 60, primera obra dedicada a la generación poética del 60; y el indispensable Palabras con Leopoldo Marechal.

Alfredo Andrés fue el que, generosamente, publicó en el periódico “MARCHA El pensamiento nacional” (13/11/86), el artículo que van a leer con algunos retoques. En esa época escribía en mi vieja Lettera y las erratas eran más frecuentes. Por otra parte, nos habíamos acostumbrado a dos figuras literarias hijas de la persecusión y el miedo: la alusión y la alegoría. Espero que no dificulten su lectura.

Con generoso concepto y, a la vez, con rigor teórico, Alfredo Andrés me presentaba, “como poeta de la generación del ’60 y agudo crítico, ducho en los entreveros de la política cultural”. Y añadía con prudencia. “el cordobés Jorge Torres Roggero, reencontrado para MARCHA, desarrolla en el siguiente texto una serie de posibilidades de una presumible literatura del pueblo”.

En efecto, partiendo de un concepto de cultura no limitado a lo puramente conceptual y “estético” como actividad privilegiada de una minoría poderosa y, fundado en concisas citas de Scalabrini Ortiz y Perón, había procurado,con formato enumerativo, para adecuarme al espacio disponible, desarrollar ciertas reflexiones nacidas del “solo estar” en la vereda del frente. Lástima que  todo sigue igual para nosotros.Y para colmo, nos falta el “llorón”: Saúl Ubaldini.

Estas son mis elucubraciones de entonces acerca de los avatares de la palabra “democracia” en nuestra misteriosa,  bien que enquilombada, historia reciente.

2.- La palabra encubridora

Dos breves “ejemplos” de Raúl Scalabrini Ortiz nos plantean  un posible modo de lectura del texto literario. La primera, afirma: “Las palabras son como las hojas secas. No sirven sino para el uso que les daban Adán y Eva antes de descubrir que las palabras pueden sustituirlas con ventaja en su función encubridora”. O sea, la palabra no sólo descubre, también encubre.

El segundo ejemplo, ante la realidad de un discurso que, a la vez que encubre, amordaza otros posibles discursos, nos propone una estrategia develadora: “Cada vez que ha tenido ocasión de manifestarlo, el pueblo argentino ha comprobado que sabe leer al revés”.

3.- La lectura al revés

El pueblo argentino leyó al revés cada vez que, saltando “tranqueras” de propagandas oficiales, sesudos estudios, encuestas serias, investigaciones, comisiones especiales y arte selecto producido por los “bufones de los Mecenas”(Jauretche dixit), saltó, bullicioso, desde el mero  “estar” a la superficie (allí donde el ser de la oligarquía se manifiesta como “status”) y destruyó con su “clamoreo” las murallas de Jericó (Jos. 6, 5) levantadas por el cipayismo para cerrarle el paso. Esas minorías, a veces descaradamente amparadas por dictaduras militares y, a veces, simuladoras de fervorosa devoción a la “democracia”, fueron siempre fieles ejecutoras de los mandatos de la dictadura internacional del dinero.

¿Cómo logra la oligarquía apropiarse de la palabra? Negando al pueblo la capacidad para generar, conservar y receptar cultura. Se hace de la cultura y las instituciones algo diferenciado dentro de la sociedad y privilegiado dentro del proceso productivo. La oligarquía, como enseñaba Perón, “equiparó el concepto de cultura a suma de conocimientos”. En consecuencia, el que “no contribuye a la superación del pueblo que es quien le posibilita su propio desarrollo” podrá ser un “ilustrado”, pero, también un “inculto”.

En esa “incultura dorada”, según Perón, debemos incluir a los escritores y literatos enemigos del pueblo de “pensamientos casi siempre prestados y de sentimientos nunca profundos”. Predecía, sin duda, a quienes lo “novelarían” (cfr. La novela de Perón) con impudicia izquierdosa y odio oligárquico.

4.- El gran oligarca

Modelo del escritor oligarca, en la literatura argentina, es Esteban Echeverría. Afirmaba que el pueblo era el único soberano y la democracia su forma de gobierno, pero mutilaba las palabras pueblo y democracia. ¿Por qué? Porque proponía el voto calificado y definía a la democracia como el “régimen de la razón”. Nada de mayorías populares. Según Echeverría, la razón no es patrimonio de todos, es la diosa Razón, la “razón ilustrada” por “las luces” de Europa y, por lo tanto, propiedad de una minoría ilustrada.

Amordazó así la palabra democracia y luego se impuso, a través del libro y de la escuela (hoy los medios de comunicación) un concepto mutilado de democracia y el culto literario de la libertad abstracta, fuera de la historia. La libertad, sin embargo, entra de prepo a través del cuerpo y la lengua viva del pueblo. Perón, en una alocución pronunciada desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, denunciaba a la oligarquía que “exaltó la democracia en su propio provecho”.

Ahora bien, la actitud política de Echeverría se enmascara en el discurso literario. Por eso en El Matadero presenta a la multitudes nacionales que apoyaron a Rosas como patotas sucias y macabras.

Y así siguieron siendo representadas en nuestra literatura las multitudes de los gobiernos antioligárquicos de Yrigoyen y Perón. Se disputan ese honor liberales y gran parte de los que se dicen marxistas. Se puede ejemplificar la repetición del verosímil echeverriano con textos de Ernesto Sábato, Julio Cortázar, David Viñas, Rodolfo Aráoz Alfaro, Elvira Orphée, Jorge Luis Borges y una caterva angurrienta de prestigio y mecenazgos poderosos. Lo documentó Ernesto Goldar en un libro pionero y riguroso: El peronismo en la literatura argentina.

En resumen: tomando el pueblo como horizonte interpretativo, descubrimos la naturaleza oligárquica de ciertos intocables de nuestra literatura. Ellos refuerzan al nivel de la “alta cultura”, lo que deslizan las encuestas que a diario se publican insistiendo en que la adhesión al movimiento nacional y la resistencia a la dominación colonial aumentan a medida que disminuye “el nivel” de escolaridad del encuestado. Oponen, así, una democracia racional e ilustrada a una democracia plebeya y, supuestamente, iletrada.

5.- El pueblo como horizonte de lectura

Lo distinto solo puede ser conocido dentro de un intrincado contexto de significaciones que surgen de experiencias anteriores y no solo por referencia a la unión lineal de las palabras. En ese marco, el discurso del pueblo tiene derecho a hacerse presente en nuestra manera de interrogar al texto literario, de contextualizarlo y complejizarlo. El texto no es sólo texto escrito, sino también repositorio mudo de todo signo cultural pronunciado por la historia y la lengua viviente del pueblo. Nuestra tarea de lectores es dejarlo decir  todo lo que dice y no solo lo que ciertos críticos, casi siempre profesores de literatura, dicen que dice.

Ampliamos, de este modo, el sentido de texto, y también el de lectura, a los fenómenos culturales no escritos pero sí inscriptos en el corazón del hombre concreto. El pueblo parece un extraño, un pajuerano recién llegado al campo de la cultura. Pero, a pesar de las agresiones imperialistas que abarcan desde la pornografía hasta la modernización prefabricada, oculta, en su “mero estar”, zonas no disociadas ni colonizadas. Como portador ancestral de sentidos implícitos no concibe la belleza vacía de sustancia humana de la “biblioteca de Babel”: belleza sin espacio, sin centro propio, sin periferia y sin historia. Esa pura estructura fonológica sin dimensión semántica, que solo enuncia el vaciamiento de nuestro ser, es la representación de nuestra asimilación a la angustia de una Europa crepuscular.

6.- Para darse manija

a) Aceptar el concepto de cultura y, por lo tanto, de literatura dominante, es privilegiar una temática, una lectura, un apendizaje y una práctica textual contrarios a la historia y al destino de nuestro pueblo. Una práctica de escribas, y no una poética abierta a todos los posibles.

b) El pueblo, en tanto categoría cultural de naturaleza histórica, política y simbólica, se determina en la historia concreta a través de la defensa y la liberación de un modo de estar para ser.

c) Nuestro discurso histórico, como ya ha sido señalado por varios autores, cobra sentido en la palabra viva de los “mancebos de la tierra” de Juan de Garay, de los gauchos denostados de los siglos XVIII y XIX, de los negros, indios y mestizos de la independencia, de la chusma irigoyenista de comienzos del siglo XX, de los descamisados del 17 de octubre de 1945 y de los “llorones” de Saúl Ubaldini en la actualidad postmoderna. Desde esa línea histórica, podemos leer “al revés”. Y marcar a fuego “la escritura” vaciada de heroísmo de la oligarquía.

El Gral. Perón nos propuso una cultura “al servicio del pueblo y en manos del pueblo”. Una literatura en manos del pueblo puede asimilar los logros de la literatura ilustrada y superarlos. Para eso, el escritor deberá ser un “hombre del pueblo”. Imperativo nada fácil, puesto que significa aprender de los humildes a romper la trampa encubridora de las “palabras-sirenas” que nos atrapan con su brillo y nos devoran con su vacío.

Es nuestro tarea expropiar la palabra para que, no siendo letra muerta, sea espíritu viviente de todas las demás expropiaciones que debemos llevar adelante.

Jorge Torres Roggero

Córdoba, 23 de feb. de 18

Fuentes:

Perón, Juan Domingo, 1973, Filosofía peronista (Única edición facsimil), Buenos Aires, Editorial Freeland.

Scalabrini Ortiz, Raúl, 1940, Política británica en el Río de la Plata, Buenos Aires, Editorial Reconquista.

Scalabrini Ortiz, Raúl, 1973, Bases para la reconstrucción nacional, 2 tomos, Buenos Aires, Plus Ultra.

por Jorge Torres Roggero

1.- La manga de langostasscalabrini_cc

Releyendo a Scalabrini Ortiz, me invadieron ciertos recuerdos infantiles. El primero revive el alboroto que se armaba en el pueblo cuando el cielo se ponía negro hacia el norte. De allí, no podía venir lluvia; por lo tanto, eran langostas. Entonces se juntaban chapas, fuentones, latones, todo artefacto que produjera ruido y, cuando las primeras langostas asomaban, retumbaba el pueblo, se elevaban alaridos, se entonaban jaculatorias a San Benito para auyentar la plaga. Las langostas podían pasar de largo, posarse unas horas en nuestros frutales y hortalizas o pernoctar y, las más de las veces, dejar el paisaje pelado.

Y bien, en 1923, cuando tenía 25 años, Scalabrini Ortiz publicó La manga. En todos los libros de literatura se lo cataloga como un libro de cuentos. Lo dudo. Se parece más a un potpourri en que el joven autor expresa cierto desencuentro con el mundo, el aislamiento del individuo en la masa, la búsqueda de una salida de la soledad. Eso no impide reconocer la excelencia de  “Los Ogros”, un cuento que junto a “El potrillo roano” de Benito Lynch y “El Pato Ciego” de Alvaro Yunque, publicados por esos años, configuran una emblemática representación de los modos de disciplinar niños según la pedagogía de la oligarquía dominante. Veamos, entonces, el relato de Scalabrini Ortiz: lo que para nosotros era  una plaga, para él resultó ser el símbolo fundante de su pensamiento. Un vez más, la poética es adivinatoria y militante. En la sección titulada “Diálogos”, uno de los personajes narra:

“Vi, una vez, aparecer en el horizonte como una nube negra, una manga de langostas. A la distancia se distinguía nítidamente el rumbo definido de su marcha y el claro fin que las guiaba; iban al Sur, a las regiones agrícolas, en busca de cereales. La armonía y orden hacían avanzar al mismo tiempo el enorme conjunto, en una maravillosa comunidad de instintos. Pensé que si la humanidad trabajara con la misma disciplina, sus progresos serían más veloces. La manga, que venía a mi encuentro, destruyó mi impresión. Reinaba en su interior una desordenada confusión. Las langostas se detenían, desorientadas, volaban azotándose contra los obstáculos. Supuse, entonces, que la manga iba a detenerse. Pero siempre en confusión, las langostas fueron raleando, y al cabo de unas horas, las últimas rezagadas se fueron también. Y vi de nuevo, en el horizonte, alejarse la manga como una nube negra, avanzando indiferente a los obstáculos, sobre poniéndose al agotamiento individual. Y esa manga, que cruzó buscando la solución de los enormes problemas del hambre, me sugirió la marcha de conjunto de la humanidad, por sobre todos lo intereses, pasiones, deseos y fatigas individuales” (131).

Obsérvese  que el enorme conjunto (la manga, la masa) tiene un rumbo definido y un claro fin, pero los individuos fuera del conjunto se azotan contra los obstáculos, andan desorientados en una “desordenada confusión”. Sin embargo, al fin, la manga avanza, por sobre los agotamientos individuales, se aleja en el horizonte buscando la solución a los problemas del hambre. Y concluye, “me sugirió la marcha de conjunto de la humanidad”.

Ahora bien, el primer texto del libro se titula “Los humildes”. Ellos constituyen la muchedumbre cuya presencia en el mundo fue, es y será. Siempre, la sudorosa muchedumbre “va por la mañana y vuelve por la tarde”. Esta idea se reitera: “Creo que un hombre es siempre el primero en dar forma a lo que flota en el ambiente, a lo que está en todas las conciencias, al producto paciente e ignorado de la humanidad entera, pero, por grande que sea, no la dirige nunca, es la masa lo que empuja; ella lo ha formado y ella lo guía”. (129). A esto se puede agregar:  “El instante más notorio del jardín, el de la florescencia, es el producto lento de las reproducciones celulares. Y la eclosión viene, amenaza siempre. Vendrá con nosotros o sin nosotros, pues somos elementos despreciables. La manga sigue su vuelo incansable. Hacemos de guías, ya nos cansaremos y otros nos pasarán, pero su avance no se detendrá.”

Estas ideas, que fueron perfilándose desde 1923, eclosionan después del 17 de octubre de 1945 cuando describió en un conocido texto de extremada belleza, la sorpresiva presencia de las masas trabajadoras  en la historia patria.

Ya en El hombre que está solo y espera (1931) presentía la fuerza humanizadora del conjunto. Un hombre sencillo, entre otros hombres, va caminando por la calle Corrientes. Tranquilo, de cultura escasa, de modales algos bruscos pero afables, cruza Florida, pasa Maipú, y entra a un café de la calle Esmeralda: “Allí está con un camarada en el fortín de la amistad (…) ya hay algo nuevo en ese amasijo informe de la amistad. Por primera vez, el hombre está junto al hombre”(115/116). Está solo, pero va camino a la muchedumbre. No falta mucho y la manga seguirá  su marcha “indiferente al agotamiento individual» (130/131).

Llegado a Política Británica en el Río de la Plata (1940), persiste en intuiciones cada vez más claras. Sostenía que las verdades individuales no obran en la dinámica social “si no se delimitan y conexionan a sus semejantes, es decir, si no obedecen a una vibración del espíritu nacional”. ¿Acaso, el 24 de junio de 1931, en Noticias Gráficas no había sostenido que las rebeliones populares son expresión de la “conciencia del pueblo (que) sabe adónde va aunque lo ignore cada uno de individuos que lo componen”?

Por eso, ya en 1950, reafirma que “son las multitudes argentinas las que deciden en última instancia superando lo individual con una agudeza e intuición estupenda. Casi siempre han aventajado a los gobernantes y quienes no la interroguen a diario, en vano  intentarán ganar ascendente en ella” (Latitud 34, 3/1/1950). Lo deslumbra una visión: el individuo sólo cobra sentido cuando descubre su razón de ser disolviéndose en la muchedumbre innúmera. Celebra la alegría de aceptar que apenas somos un “panadero”(una semilla voladora, un germen) caído, no en la existencia, sino en seno fecundo de la historia cuyo sujeto histórico real es el pueblo. Si, como sujetos aislados, andamos en confusa desorientación, como comunidad organizada seguimos la marcha “por sobre todos los intereses, pasiones, deseos y fatigas individuales”.

 2.- La política de la chinche flaca

La relectura de Scalabrini Ortiz me transportó, asimismo, a otra evocación. En tiempos niños, todavía se usaban colchones de lana con sus pupos y bordes cosidos con agujas colchoneras, camas con “elásticos” de metal, catres de lona con dobleces clavados con tachuelas. Entonces, cada tanto, había que asolear camas y colchones. Luego, con agua hirviendo, se ahuyentaban y mataban las chinches invasoras. Decían, también, que en las camas de los hoteles baratos, las chinches torturaban viajeros y viajantes. Scalabrini Ortiz que, como agrimensor, recorrió el interior del país,  aprovechó la experiencia para auscultar qué pasa cuando la militancia es reemplazada por cargos y figuración. Sucedió siempre. Por eso él eligió la política de la chinche flaca. Sacada de los entresijos de la cultura popular, publicó esta parábola en la revista Qué, el 3 de junio de 1958:

“Ud habrá dormido en algunas de esas pocilgas que se llaman hoteles. Habrá luchado alguna noche contra las chinches y observado qué difícil es matar a uno de esos fastidiosos insectos cuando todavía no ha chupado sangre. Usted aprieta la chinche entre los dedos. La refriega y la chinche continúa como si le hubieran hecho una caricia. En cambio, si la chinche ha comido y tiene su panza hinchada, basta una pequeña presión para exterminarla. Bueno, yo sigo la política de la chinche flaca y por eso nada pueden contra mí, ni nada pueden hacer en mi favor. Para situarse en las líneas del magnetismo nuevo (enfrente de todas las jerarquías y los intereses predominantes) es indispensable estar limpio de ambiciones y de codicias. Por eso, quienes primero abrirán las sendas de los hechos nuevos serán los humildes, los desmunidos, los trabajadores. Para estar junto a ellos, latiendo al ritmo de su pulso, los que no somos naturalmente ni humildes, ni trabajadores, sólo tenemos una norma posible: la política de la chinche flaca.”

Hay épocas en que necesitamos chinches flacas y en que abundan las chinches “hinchadas”. Los que en el momento de las vacas gordas disfrutan cargos y prebendas simulando ser militantes, pero que, a la primera dificultad, se pasan de bando, traicionan, son fáciles presas de carpetazos, de aprietes, y andan buscando pretextos para aislarse de “la manga”. Agotados individualmente, no se animan a perderse en la poderosa “nube negra” que avanzará inexorablemente hacia su razón de ser. Son los “chupasangre”, los panza llena, y, ante las más pequeña presión, revientan, enchastran, son exterminados.

Scalabrini prefirió el desconocimiento y la pobreza por sobre el éxito y la riqueza:“¡Lo que me ha costado no hacerme rico! Desde rechazar incitaciones demoníacas, hasta enemistarme con medio mundo, recibir títulos de “raro”, “romántico”, yo tan luego que percibo a la Argentina como una realidad palpable al simple contacto de mi piel”. (Latitud 34, 03/01/1950).

En “Esperanza para una grandeza” (véase: Los ferrocarriles deben ser argentinos), refiriéndose a las multitudes del 17 de octubre, como viejo auscultador de “la manga”, dice: “Aquella era la expresión de una voluntad nacional cuya intensidad e íntima propensión quizá sólo alcanzaron a comprender los habituados a auscultar las más recogidas y sensibles latencias de los pueblos. Escuché las conversaciones de varios criollos y las arengas de los oradores improvisados. No encontré a nadie que se acordara de sus problemas personales. Eran hombres sin necesidades: inmunes al cansancio, al hambre y a la sed. Decían: Aquí comienza la revolución de los pueblos sometidos. Aquí se inicia la rebelión de los que estuvieron doblegados.”

Así fue, como tras la Revolución Libertadora, fue perdiendo uno a uno sus lugares de trabajo. Como en un dominó trágico, fueron cayendo uno a uno los diarios, periódicos y hojas partidarias que acogían sus colaboraciones. Primero fue El Líder, luego el El Federalista, le siguieron De Frente y, por fin,  El 45: “En enero de 1956 se cerró la última tribuna. Me quedé sin tener un solo lugar donde escribir”(Galasso, 154). Incólume, siguió a rajatablas “la política de la chince flaca”.

Jorge Torres Roggero, Profesor Emérito de la Universidad Nacional de Córdoba

 Fuentes consultadas:

BARES, Enrique, 1961, Scalabrini Ortiz. El hombre que estuvo solo y espera, Buenos Aires, A. Peña Lillo Editor.

GALASSO, Norberto, 1998, La búsqueda de la identidad nacional en Jorge Luis Borges y Raúl Scalabrini Ortiz, Rosario, Homo Sapiens Ediciones

SCALABRINI ORTIZ, Raúl, 1940, Política británica en el Río de la Plata, Buenos Aires, Editorial Reconquista.

                                              ,1964, El hombre que está solo y espera, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra.

                                              , 1965, Los ferrocarriles deben ser argentinos, Buenos Aires, A.Peña Lillo Editor

                                              , 1973, La Manga, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra.

                                              , 1973, Tierra sin nada, tierra de profetas, devociones para el hombre argentino, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra.