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(Caps. III y IV de mi libro El Cura Brochero y su tiempo. Cultura popular. Santidad. Política)

por Jorge Torres Roggero

III.- La madre Antula

            Brochero veía claramente que la Casa de Ejercicios que había levantado en la Villa del Tránsito era “obra de Dios”: “Que la edificación era obra toda de la Providencia. Y que, si no tuviera fe a ciegas en la Providencia Divina, le fuera él ciertamente traidor a Dios”. Sería necesario, por eso, que en esa Casa se practicaran los Retiros con todo el esmero y cuidado con que lo exigía el método ignaciano.

            Todo debía acomodarse a la sencillez y rusticidad de los pobres que también tenían derecho a conocer los accesos a la “gracia de Dios”. En consecuencia, escogió el Costumbrero de Ejercicios para el pueblo heredado, en versión manuscrita, por la Beata María Antonia de la Paz y Figueroa. Desde sus quince años, se había entregado al apostolado de la oración y la penitencia, en el Beaterío de los Padres de la Compañía se Jesús en Santiago del Estero. Los pueblos del Tucumán la llamaban cariñosamente “Madre Antula”.

            Expulsados los jesuitas   en 1767, cuando ella tenía 38 años, resolvió salir de su encerramiento y comenzó a recorrer la Argentina anunciando a los pueblos las bendiciones para todos los que practicaran los retiros de los Ejercicios.

            Con el cuerpo macerado por extraordinarias penitencias, recorrió, en el inicio de su misión, las regiones santiagueñas de Silípica, Soconcho y Salavina. Continuó luego con sus viajes. Siempre lo hizo descalza y de a pie junto a las mulas que portaban las imágenes, a sus compañeras y al fiel peón que la asistía. Anduvo por Catamarca, Tucumán, Salta. Caminó sin descanso, con las costillas quebradas porque se le cayeron encima unos bultos. Se dirigió a Córdoba entrando por La Rioja y San Luis. A fines de 1779, después de diez años de apostolado, se dirigió a Buenos Aires. En el camino enfermó y murió una de sus compañeras.

            Pero la Beata estaba convencida de que Dios la había requerido para que saliera a proclamar su gloria y luchar por el bien de las almas. Dio alientos a sus compañeras y prosiguió siempre a pie y descalza delante de la carreta. Miles de fieles, desde el Virrey a los más humildes paisanos, se mezclaron en la práctica de los ejercicios con ocho días completos de retiro, de riguroso silencio y penitencias.

            Usaba una copia manuscrita del Costumbrero, versión popular de los Ejercicios, en que se entonaban cánticos acomodados a la materia de contemplación. Esos versos eran aprendidos fácilmente por el pueblo sencillo. Las composiciones de lugar, la contemplación, se allanaron a “la vista de la imaginación”. A veces presidía las meditaciones una imagen de Cristo en la columna después de los azotes. Esa contemplación de la agonía inducía a lo que se llamaba el “coloquio”.  Cada alma hablaba a Jesús cuyo cuerpo había sido torturado por la salvación de todos.

            El Padre Antonio Aznar, refiriéndose a uno de los “coloquios” de Brochero, considera que “los santos no usaron de ningún diccionario peculiar y propio. No tuvieron otro que el de las gentes entre quienes convivieron”.  A raíz de esto, cuenta una anécdota del P. Campos cuando predicó por primera vez Ejercicios Espirituales en la Casa de la Villa del Tránsito: “Se hallaba devotamente en un reclinatorio presente el señor Brochero en una meditación que el tal padre predicaba a los serranos. En una de las partes incitaba el Padre Campos a que contemplaran a Jesucristo crucificado. Con el lenguaje cual suelen usar los misioneros: “Acércate a esa cruz y contempla cómo está lastimados Jesucristo, pagando por tus pecados…” Así que el Padre termina ese punto, se levanta el buen párroco y dice aparte al misionero: “Padre, mis paisanos no le entienden si así les habla. Permítame a mí la otra parte”. Hincado Brochero ante el Santo Cristo, exclama: “Mira hijo, lo jodido que está Jesucristo, saltados los dientes y chorreando sangre. Mira la cabeza rajada y con llagas y espinas. Por ti que sacas las ovejas del vecino…Por ti tiene jodidos y rotos los labios, tú que maldices cuando te chupas. Por ti que atropellas a la mujer del amigo. Qué jodido lo has dejado en los pies con los clavos, tú que perjuras y odias…”

            Eso sucedía con cada uno de los “misterios” de la vida de Cristo. Era especialmente impresionante, en el Costumbrero de Ejercicios, la representación de la Encarnación y el Nacimiento. Si faltaba un sacerdote: “Estarán los ejercitantes en sus piezas y las tendrán algo oscuras y con las puertas entornadas. Desde el patio un lector leerá la meditación en forma que la oigan todos los ejercitantes, que están retirados en las celdas. Pasado un rato de meditar se les cantará la saeta, resumen de la meditación. Después de otro espacio de tiempo se dará la señal y acudirán a la capilla. Allí todos juntos harán el coloquio y terminarán cantando el Padre Nuestro”. El último día, campanillas y cánticos despertarán a los ejercitantes convidándolos “al banquete de la santa comunión”.

            En 1889, el cura Brochero, al descubrir que en la Casa de la Beata de Buenos Aires quedaban algunos ejemplares del “Directorio y Prontuario de los Ejercicios Espirituales” que Domingo Caviedes hizo imprimir en 1833, solicitó a las hermanas un ejemplar prometiéndoles con que a “cambio de uno”, les iba a traer “una ponchada”.

            Así fue como la versión popular de los ejercicios espirituales circuló entre los paisanos de la sierra que los traspasaron de padres e hijos como un tesoro. Brochero no se dedicó a polemizar con liberales, librepensadores, masones y laicistas como otros famosos prelados y promocionados profesionales católicos de la época. Desechó las batallas de la pluma y rehuyó polémicas en que se disputaba poder y no el bienestar del pueblo. Eso sí, invitó, con humildad y perseverancia, a las masas desheredadas del Valle de Traslasierra a cumplir el Evangelio, a practicarlo en su vida diaria, en el codo con codo comunitario. Prefirió ganar corazones. Lejos de todo brillo y renombre, buscó la gloria de Dios y el bien de las almas. No retaba a nadie. La reprensión no cura ni alienta. Sólo hacía notar que todos necesitamos la gracia y la misericordia de Dios. Era necesario sacrificarse y orar para entrar en los corazones endurecidos. Por eso comentaba a los sacerdotes:“Nuestra polémica contra el vicio ha de ser la de Jesucristo. La mansedumbre y la paciencia. Pondré también un ejemplo, decía, en mi mula. Cuando se halla la mula ante mucha hacienda brava, para pasar no se larga a tirar coces, sino con el anca, poco a poco, se abre paso. No tires coces a los pecadores exacerbándolos con palabras en medio de la polémica. Aunque venzamos y se nos aplauda, las coces siempre dejan roncha y las ronchas escuecen. Mal volverán a Dios los que así quedaron resentidos y humillados. Abrámosnos camino poco a poco y como con el anca, orando y trabajando.”[1]

            Habrá que averiguar, entonces, cuál es la situación de vida que una sociedad le prepara a un santo. ¿Será la vida de un santo un elemento importante para analizar la manera en que una comunidad política se observa a sí misma?

IV.-La poética de los santos

            ¿Desde qué ideal se articulaba en la época del cura Brochero el núcleo de sentido del funcionamiento social? Era una época de triunfo de un proyecto de nación conscientemente subordinado al capital inglés y a la cultura europea. Una élite porteña se había impuesto a sangre y fuego sobre la cultura criolloamericana del interior.

            Cuando Brochero nació, sus pagos eran todavía recorridos por las montoneras federales levantadas contra el poder colonial. Le tocó como tierra de evangelización el Valle de Traslasierra, el oeste cordobés, sede de una original marca criolla por haberse resistido, desde la época colonial, al dominio español.

            Su poderosa cultura popular valoraba y reconocía las manifestaciones de lo sagrado mediante fiestas y ritos comunitarios de fuerte raigambre religiosa. En su vida cotidiana se entrechocaban lo sagrado y lo profano. Todavía estaba viva la capacidad de percibir la presencia de ángeles y diablos entre los enseres y los seres.

            Para la vieja cultura criolla los santos patronos, los novenarios, las ánimas, constituyen un ámbito de ejemplaridad en que lo comunitario tiene una fuerte presencia. Hablar de un santo es representar un sujeto ideal de la propia cultura y un articulador de valores específicos sobre los que se construye una comunidad. San Ramón, San Roque, San Juan, San Pedro, Santa Catalina, Santa Rosa, la Virgen en sus diversas advocaciones, son representaciones más que de virtudes individuales, de virtudes sociales. Articulan un sistema de valores específicos sobre cuyo cimiento se construye la sociedad y permiten normalizar las relaciones entre los sujetos.

            Generalmente, la vida de los santos se escribe en un género narrativo especial. Es el relato de una vida ejemplar, de un modelo de comportamiento. Formaliza la jerarquía de valores que organiza las relaciones individuales y sociales del conjunto. Se inscribe dentro de la vida de un grupo ya existente y, en cierto modo, representa la conciencia que un colectivo tiene de sí mismo. De tal modo, la vida de un santo, en tanto relato ejemplar, asocia una figura a un lugar y no puede evitar naturalizarse como la transcripción literaria de las percepciones de una conciencia colectiva: ¿una poética?

Arremangada la sotana, el cura trabaja a la par de los albañiles.

            Pero toda poética es un despliegue de construcciones retóricas destinadas a modelar la subjetividad y representar ideologías, discursos acerca de cómo deben ser y cómo se deben comportar los sujetos. La vida de Brochero, ¿tiene algo que ver con nuestra condición de sujetos coloniales?  ¿Podemos releerlo para que comience a decirnos el mensaje profundo de sus gestos, sus afanes, sus renunciamientos, sus díceres? ¿Podremos descubrir la santidad de la poderosa cultura criolla que lo amamanta, lo sostiene, lo solivianta sobre el mediocre panorama de políticos corruptos y vendepatrias, de clérigos enfáticos y retrógrados, que desprecian y denigran al pueblo más humilde al que consideran siempre ignorante, rijoso, bárbaro, vicioso según los biógrafos brocherianos? Como en los ejercicios ignacianos hagamos una composición de lugar, reconstruyamos la vida en los pagos en que nació y creció y en que le tocó dar testimonio de la misericordia y la gracia de Cristo.


[1] Véase: AZNAR, Antonio, 1952, Don José Gabriel Brochero y las tradiciones de la Madre Antula, Córdoba, Colegio de la Sagrada Familia

por Jorge Torres Roggero

Para Graciela Maturo

I.- Un americano olvidado

En el año 2020, la pandemia y sus consecuencias económicas, sociales, culturales y religiosas empujaron a un segundo plano una recordación criolla que nos hubiera permitido descubrir nuestro destino de pueblo mediante el auscultamiento de los propios orígenes: en el principio ya está escrito el destino. Me refiero al aniversario de los doscientos años de la muerte de Manuel Belgrano.

Estas líneas, entonces, van dedicadas a recordar una desconocida y oculta contribución del creador de nuestra bandera a la dirección y dinámica interna de la Revolución de Mayo. En efecto, gracias a una inspiración de Manuel Belgrano, podemos disponer del libro La venida del Mesías en gloria y magestad del jesuita chileno Manuel Lacunza. Libro hoy inhallable, y de difícil lectura para los lectores modernos, puede procurar que la Historia rompa el silencio largo tiempo guardado sobre el porqué de ciertos acontecimientos, sobre las voces profundas censuradas. ¿Qué griterío espantoso se acalla con el silencio de libros mudos que convierten los anaqueles de las bibliotecas en insólitos cementerios?

Sin embargo, en las propuestas de Lacunza y Belgrano, “non nova, sed nove”, estaban las bases intelectuales para demoler el depotismo ilustrado de los Borbones, el servilismo de la Jerarquía eclesiástica hacia los reyes y los poderosos y el esbozo de una posible forma de gobierno nueva. Hallaremos, pues, dos lecturas del libro de Lacunza que editó Belgrano en Londres en 1816: una es la política, que como la piedra desprendida “sine manibus” del capítulo II de Daniel, venía a romper los pies de “hierro y barro” de la estatua de la dominación de los reyes: se predecía allí la disolución del poder de Europa y el surgimiento de un nuevo orden en un mundo nuevo. La otra lectura, religiosa: el libro es un milenario, que a través de la interpretación del Cap. XX del Apocalipsis, nos anuncia la desolación urdida por la “corporación anticrística” que quizás estamos padeciendo en estos oscuros momentos de las patrias y de la humanidad; pero, a la vez, la liberación de los pueblos con la “venida del Mesías en gloria y majestad”.

Una de mis grandes alegrías fue el encuentro con los cuatro tomos de La Venida del Mesías en Gloria y Magestad. Observaciones de Juan Josaphat Ben Ezra, hebreo cristiano, dirigidas al sacerdote Cristófilo, publicado en Londres, 1816, en la imprenta de Carlos Wod, callejón de Poppin, calle de Fleet. Ocurrió en la biblioteca del Instituto de Estudios Americanistas, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.

Durante mucho tiempo se sospechó que el editor y autor de la presentación era Manuel Belgrano que, entre 1786 y 1794, estudió derecho y economía en España. No caben dudas de que, desde entonces, ya había tomado contacto con la obra de Lacunza que se difundía con profusión, aunque en forma clandestina, a través de copias manuscritas llenas de tachaduras y agregados, o ediciones parciales y defectuosas.

Hoy en día, como anota Juan Carlos Priora, está probado que cuando Belgrano partió a Londres en diciembre de 1814, llevaba consigo el manuscrito de La Venida del Mesías en Gloria y Magestad. Se lo había provisto su gran amigo el fraile dominico Isidoro Guerra. Llegó a Londres en marzo de 1815, entregó el manuscrito al impresor Carlos Wood y en noviembre regresó a Buenos Aires. Priora asegura que el papel de editor de Belgrano fue definitivamente confirmado en un libro de 1948 del investigador suizo Pablo Besson.

En realidad, según cuenta en la presentación, Belgrano había desistido de publicar el libro en Buenos Aires porque carecía de medios técnicos. Aun así, estaba por retomar el proyecto, cuando, inesperadamente, se vio en la necesidad de viajar a Londres. Y, en el acto, resolvió: “hacer a mis compatriotas el servicio de imprimir y publicar una obra que aun quando no hubiese otras, sobraría para acreditar la superioridad de los talentos americanos, al mismo tiempo que la suma sandez de un diputado español europeo, que en las cortes extraordinarias instaladas en la Isla de León de Cádiz se preguntó “a qué clase de bestias pertenecían los americanos”.

Belgrano asegura que consiguió una copia lo más correcta posible y encaró la edición con un papel acorde al mérito de la obra. “Yo espero, anota, que mis amados compatriotas reciban con aprecio este mi servicio, en que, a más de la utilidad común, se interesa tanto el honor y el crédito de los americanos”.

2.- El misterio del Rey Inca

A lo mejor convenga recordar que Lacunza, en el tomo cuarto del milenario, esperaba, expresamente, el “reino de los mil años” en “esta tierra”. En él reinarán “fe y justicia universal”, serán castigados los que “oprimieron injustamente y persiguieron tiránicamente a los santos del Altísimo” y los que hicieron “derramar ríos de lágrimas y torrentes de sangre inocente”. El castigo alcanzará a la Inquisición: “custodios de la ignorancia y barbarie”, que “mataban, quemaban y pedían más fuego del cielo”. Lacunza nunca renegó de su origen sudamericano. Como geógrafo y astrónomo, recuerda el Tupungato y “la espada de Orión compuesta por tres estrellas que mis paisanos llaman las Tres Marías”. Esto para explicar que, de acuerdo a su “visión intelectual” a finales del S.XVIII, el diluvio ocurrió por un desplazamiento repentino del eje de la tierra. Por lo tanto, postula, el cataclismo del milenio ocurrirá porque el eje de la tierra girará de nuevo de un polo al otro y, tras la confusión, la naturaleza misma regresará a un estado paradisíaco. ¿Cómo no agregar aquí esta curiosidad?: los científicos actuales peroran sobre un desplazamiento anual del polo norte magnético en dirección a Siberia a una velocidad de 40 kilómetros por año y el campo magnético ha perdido el 9% de su fuerza (Web).  Lacunza, como los científicos actuales, no descartaba la existencia de mundos habitados por civilizaciones inteligentes y con capacidad de comunicación en nuestra galaxia.

Manuel Belgrano y Manuel Lacunza fueron dos sudamericanos en espera. Vivieron en una época de grandes conmociones geoculturales en el mundo. Enfocados en sucesos menores, nos hemos olvidado de insertarlos en lo que se jugaba geopolíticamente en el momento de la Independencia: el fin del depotismo ilustrado como sistema de gobierno en la tierra y el advenimiento de formas republicanas. Lacunza concluye sus cartas a Cristófilo con estas palabras: “y puedo decir con verdad, qué mucho más: pues inter scribendum han ido ocurriendo cosas, en que yo ciertamente no había pensado”. El fraile Castañeda, en una traducción libre de Sabiduría 24, anuncia que la Verdad, en el reino milenario, se manifestará en América. Se funda, para tal aserción, en las enseñanzas y estudio de las “profecías de Lacunza”.

Belgrano, por su parte, en medio de contradicciones y frustraciones, propugnaba una patria industrializada, con una economía al servicio de los intereses del pueblo, una educación pública gratuita y obligatoria, y el respeto a los derechos de la mujer y de los pueblos originarios. Eso surge de sus escritos dispersos: ¿creía en el regreso del reino milenario del Inca que todavía muchos esperan en las tradiciones populares de la América mestiza?

En efecto, una de las preguntas recurrentes de quienes estudian las ideas políticas de Manuel Belgrano inquiere sobre su insistente propuesta de una forma de gobierno que contemplara una monarquía constitucional regida por un descendiente de los Incas. El proyecto que, según Mitre, suscitaba estruendosas carcajadas en Buenos Aires, estuvo a punto de ser aprobado en el Congreso de Tucumán.

Es por eso que, desde mi punto de vista, habría que insistir en el estudio de cierto sincretismo escatológico entre la tradición europea de los milenarios y la religiosidad popular mestiza americana. Está claro, por lo demás, que las ideologías revolucionarias, incluso las fundadas en bases científicas, insertan elementos apocalípticos. Sea bajo formas religiosas o laicizantes se produce, con frecuencia, el encuentro entre ideas escatológicas e ideas revolucionarias. Un murmullo venido de las profundidades parece empeñarse en dejar hablar lo que la historiografía (la historia escrita) ignora o amordaza. Ese “silencio de la historia” no impide a los apocalipsis, ya sean expresión de angustia y miedo o de incontenible esperanza, murmurar su recitado venido de los cimientos discursivos de los pueblos. Escuchar los rezongos de esa “historia silenciosa” induce a pensar que el signo por develar, paradójicamente, es el de lo aún insignificante.

La consideración del murmullo milenarista y su expresión apocalíptica en los orígenes de nuestra Revolución, ratifica la presencia de un discurso marginal (siempre entre la espera racional laica y la esperanza religiosa), en las profundidades de nuestra organización política. Tal estudio exige, como propone Lacunza, un nuevo modo de leer los símbolos y los signos del poder.

Para Manuel Belgrano, La Venida del Mesías en Gloria y Magestad, configuraba un aporte de la inteligencia americana a un Nuevo Mundo liberado del despotismo ilustrado y con pleno disfrute de los derechos políticos, económicos, sociales y culturales. ¿Pensaba en la peligrosa postura lacunziana de encarar las cosas “non nova sed nove”? Lo cierto es que, según el sistema de valores de cada período, el género apocalíptico coparticipa, las más de las veces subterráneo y balbuceante, del “ceremonial político” de las revoluciones.

Jorge Torres Roggero

Córdoba, 17/6/2021

VER:

Castañeda, Francisco de Paula. (2001). Doña María Retazos. Buenos Aires: Taurus

Lacunza, Manuel. (1816). 4 tomos. La Venida del Mesías en Gloria y Magestad. Observaciones de Juan Josaphat Ben Ezra, hebreo cristiano, dirigidas al sacerdote Cristófilo. Londres: en la imprenta de Carlos Wod, callejón de Poppin, calle de Fleet.

Priora, Juan Carlos.  (2016), “Introducción a las ediciones castellanas de La venida en gloria y magestad, de Manuel Lacunza, S.J.” En: DavarLogos-Suplementos. Buenos Aires:  Universidad Adventista del Plata.

Torres Roggero, Jorge (2021), “Manuel Belgrano: milenarismos americanos y Revolución de Mayo”, Inédito. Este trabajo, que ojalá pueda editar pronto, contiene detalles de los milenarios, de la literatura de la Revolución de Mayo y amplia bibliografía.

__________________, (2016) Últimas noticias sobre el anticristo, Córdoba, Editorial Brujas

(La ilustración es de una gran artista plástica: la compañera Ángeles Crovetto)

De chicos, solíamos corear una vieja oración llamada símbolo de la fe: en ella confesábamos creer en la “comunión de los santos”. Eso significa, nada menos, que la solidaridad entre las generaciones (vivas, muertas y venideras); y se manifiesta en cuanto pensamos, decimos y hacemos. Eso significa, también, que nos amenazan los mismos males y esperanzas. Por eso otra antigua oración decía: “líbranos de todos los males, pasados, presentes y futuros” (La ilustración es de una gran artista plástica: la compañera Ángeles Crovetto)(“ab omnibus malis praeteritis, praesentibus, et futuris”). Esa fe, o confianza en la certeza de que nada de la comunidad nos es ajeno, es la base de la “comunidad organizada”. Es el triunfo de la “ley del corazón”, de la solidaridad, de la amistad, el compañerismo, el codo con codo; y el saber qué lugar, aunque sea el más humilde, nos toca en cada momento. Ramón Carrillo, gran creyente y gran científico, decía la siguiente: “Debemos reconocer que en un Estado y en una sociedad planificada, el hombre no puede ser concebido sino en función de los demás hombres. Porque no sólo pensamos con el cerebro, sino que pensamos con todo el cuerpo; el hombre aislado es una utopía, ya que, si bien piensa y siente con su cerebro y su cuerpo, también piensa y siente con el cerebro y el cuerpo de los otros hombres. El hombre aislado es un artificio filosófico. Dependemos de todos los que nos rodean, incluso de los muertos que nos han legado su espíritu y sus obras.” En esa tónica, escribí este poema que comparto con ustedes. Es, también, un homenaje en el cumpleaños del General Perón nuestro Jefe y Maestro.

ESTAMOS TODOS LOS QUE SOMOS
Somos el pueblo de la Patria. Somos
Argentina de pie, todos unidos.
Venimos desde el fondo de la historia
y a nuestra marcha (no es marcha forzada)
ningún muro ha podido detenerla
porque es promesa santa
la luminosa “hora de los pueblos”.

Somos la tribu de Oberá, el enviado,
que un día salió en busca
de una tierra sin mal ni encomenderos;
y somos los mancebos de la tierra
que a Don Juan de Garay le hablaron claro
pues sólo poseer querían la tierra
que solos la ganaron en la guerra.

Somos los calchaquíes que, aun vencidos,
van deportados pero siempre unidos.
Los comuneros somos que allá en Nono
se alzaron proclamando
que la voz del común es voz del pueblo
y voz del pueblo es voz de Dios, de todos
los que abominan yugos extranjeros.

Somos el ruido sordo de la plebe
que en el glorioso Mayo
repechó tumultuosa hacia el Cabildo;
y la chusma inmortal que la carroza
de Yrigoyen tiró hasta la Rosada.

Y también somos los descamisados
brotados del subsuelo de la Patria:
todos unidos, altas las banderas
de amor y paz, para anunciar al mundo
horas de redención y de justicia,
la ley del corazón, la luz del otro.

Porque, otra vez, unidos venceremos
y saldrá el sol de Mayo para todos:
¡somos y estamos todos los que somos!

Jorge Torres Roggero
8/10/20.

Por Jorge Torres Roggero

Rebelión utensilios1.- La danza de los evos

No es mi propósito discutir cronologías ni períodos de la historia prehispánica de incas y mayas. Mi intento se dirige a llamar la atención sobre ciertas tradiciones enraizadas a los milenarios originarios circulantes en nuestra América y las preguntas que suscitan: ¿los mensajes ocultos en las reprofundos de los pueblos resuellan en sintonía con el miriás (kilias) grecolatino, el mavantara hindú o  el kalpa chino? Más aún, ¿por qué es tan pesado el silencio de la historia cuando hablamos de la “palabra antigua” de los pueblos americanos?

Sabemos que el número 1000 funciona sólo como un símbolo para referirse a períodos, eras o edades. Las cifras míticas no se refieren a cronologías precisas sino a las señales (inscriptas en la conciencia profunda del lenguaje) que anuncian la decadencia y destrucción de una cultura (religión, arte, economía, instituciones) y el advenimiento de un Gran Día, o nueva era (evo). A veces me pregunto qué se escondía tras ciertas palabras de Yrigoyen y Perón: uno hablaba del “alba del Gran Día”; otro, de “la hora de los pueblos”.

Volviendo al tema, es bueno recordar que los “libros” y tradiciones sagradas (logos palaiós) de incas y mayas nos avisan de la rebelión de la naturaleza para desquitarse de las perversiones humanas. Llega un tiempo en que todo objeto inanimado manufacto por el hombre se levanta para someterlo a castigo y mortificación. Aquello que Hesíodo llamaba “edad de hierro” y los hindúes “edad oscura” entre los pueblos americanos se lo ha nombrado, con un misterioso oxímoron: “sol de oscuridad”.

Ocurre que, entre dos edades, acontece un “tiempo de noche”. Es un tiempo de cesación, de silencio de los dioses, intervalo de incertidumbre y de suspensión de la vida en el universo. Sin entrar en paralizantes urdimbres filológicas, voy a usar para nombrar el proceso de aniquilamiento de “una humanidad anterior” las palabras pachacuti (incas) o tonatiuch (mayas) para señalar aquellos momentos “en que sol se cansa de caminar y se oculta los vivientes”. Es, por cierto, el símbolo de una humanidad que ha colmado su margen de intemperancias y vicios. Entonces, el mundo se trastorna y ocurren diversas catástrofes que destruyen a los hombres. A esa calamidad de la población y las civilizaciones, la “palabra antigua” la representa, según las culturas y las épocas, por el hambre, la peste, el agua o el fuego. A la destrucción, sucede el tiempo de tinieblas cósmicas, desaparece el sol y la humanidad vuelve de nuevo los ojos al cielo. Aterrorizados por el alzamiento de los objetos inanimados, esperan con ansia una nueva aurora, una nueva luz interior y exterior. En ese intervalo de tinieblas, es cuando las herramientas del hombre y los husos de las mujeres se convierten en culebras y víboras según narra la crónica de Montesinos, en coincidencia con el relato del Padre Francisco Dávila, párroco de Huarochirí, a comienzos del S. XVII.

2.- Francisco Dávila: niño expósito, mestizo, erudito, apóstol

El Dr. Francisco Dávila (1573-1647) fue un “niño expuesto”. Lo abandonaron en Cusco, donde nació, en el portal de una poderosa familia. Era mestizo, pero él prefirió ser considerado siempre un “expósito”. Como mestizo, no hubiera sido admitido en la universidad y tampoco podría haber sido ordenado sacerdote. Fue teólogo, doctrinero y pastor de almas. Se desempeñó como párroco de San Damián (1597) en Huarochirí, Huánuco, el futuro pago de César Vallejo. Si bien su propósito fue erradicar las “idolatrías”, procuró hacerlo mediante la predicación y preocupándose por lograr una mejor vida para sus feligreses mediante el trabajo personal y comunal.

Hombre de amplia cultura, conocía más que nadie la lengua, la mentalidad y las costumbres de los aborígenes. Se dedicó a recopilar tradiciones y leyendas de los pueblos autóctonos. Se interesó sobre todo en los ritos y creencias de los antiguos. En 1598 transcribió los relatos orales al quichua. El manuscrito pasó a ser considerado un texto imprescindible para conocer las vivencias, los modos de pensar y las formas de expresión del pueblo nativo. De entre su maravilloso mundo, vale rescatar ciertos acontecimientos que, a lo mejor, nos hablan también de nuestro presente.

Cuenta, entonces, en quichua, que en una época muy lejana (ñaupa pacha), el sol se escondió y el mundo quedó en oscuridad. Ese tiempo antiguo también fue reafirmado en otros textos por Garcilaso de la Vega, Cieza de León, Salcamayhua y, sobre todo, Hernando de Montesinos. Lo interesante del doctrinero de Huarochirí es que añade la rebelión de los utensilios del hombre y la naturaleza al tiempo de oscuridad. Los morteros, las manos de moler y los animales domésticos se levantaron contra sus “dueños” y los atacaron.

Según José Imbelloni (1979), la escena que narra Dávila no es una representación americana de influencias religiosas europeas. En efecto, un fresco del templo de Moche que se exhibe en el Museo Arqueológico de Lima , representa varias escenas de combates de los utensilios contra los hombres. Más aún, en una reproducción igual que se expone en el Museo de Historia Natural de Chicago, se observa cómo los utensilios tienen aferrados a los guerreros por los cabellos, los azotan con gruesas macanas y los acribillan con dardos (ver ilustración).

Y bien, esas son señales del punto final de una edad del mundo. Como el sol “se cansó de caminar”, “ocultó su luz y no apareció”. Tras la decadencia moral y física de los pobladores, el desvanecimiento del estado, los fenómenos celestes manifiestan un acceso de cólera de la Madre Tierra y sobreviene el exterminio de una humanidad.

Este relato lineal configura un continuo: período de tinieblas, grandes alaridos y llantos, y el alzamiento de los objetos familiares del hombre y la mujer. No es un dato menor que tal crisis del mundo es irreversible y se cumplirá indefectiblemente en “todos sus pasos”. Mientras, los pueblos sobrevivientes alientan la esperanza de un nuevo amanecer, un nuevo sol para dar calor a formas vitales y políticas completamente nuevas.

3.- El murciélago de la muerte

Tengo ante mis ojos el Popol-Vuh de Editorial Losada, 1965. Es la versión que, tras cuarenta años de estudios realizó el profesor francés Georges Raynaud. En 1927, la tradujeron al español dos de sus discípulos: el mexicano J.M. González de Mendoza y el guatemalteco Miguel Angel Asturias, futuro Premio Nóbel, que vivió en Argentina donde publicó gran parte de su obra. Ellos le dieron este título a su traducción: Los Dioses, los Héroes y los Hombres de Guatemala antigua.

Es la antigua historia del  pueblo Quiché. En el libro se manifiesta y aclara lo que estaba escondido. Narra cómo en un principio nada existía. Solo inmovilidad, silencio, tinieblas, noche. Entonces, vino la Palabra. Los Poderosos del Cielo crearon hombres construidos en madera que se reprodujeron, hablaron y “existió la humanidad en la superficie de la tierra”. Pero esos hombres y mujeres no tenían “ni ingenio, ni sabiduría”, y se habían olvidado de sus creadores: “Ningún recuerdo de sus Formadores (…) andaban, caminaban sin objeto”. O sea, “no había ninguna sabiduría en sus cabezas ante sus (…) Formadores, sus Animadores”.

Entonces llegó el fin de aquellos “muñecos” construidos de madera: “El Murciélago de la Muerte vino a cortarles la cabeza”. A causa de esto se “obscureció la faz de la tierra”: “Los animales pequeños, los animales grandes, llegaron; la madera, la piedra, manifestaron sus rostros. Sus piedras, sus vajillas de barro, sus escudillas, sus ollas, sus perros, sus pavos, todos hablaron; todos, tantos cuantos había manifestaron sus rostros”. “Nos hicisteis daño, nos comisteis; os toca el turno: seréis sacrificados”, les dijeron sus perros, sus pavos. Todas las cosas y los animales comenzaron, de ese modo, a quejarse del afán destructivo del hombre: “Descorteza, descorteza, rasga, rasga”, dicen las piedras de moler. Los acusan de “haber cesado de ser hombres” y, por lo tanto, deberán soportar la fuerza de animales y utensilios: “Amasaremos, morderemos vuestra carne”. Y prosiguen: “¿Cómo no razonabais? ¿Cómo no pensabais en vosotros mismos? Ahora sufriréis los huesos de nuestras bocas”. También hablan las vajillas de barro y les anuncian que, a su tiempo, los quemarán.

Los hombres corren desesperados. Quieren subir a sus mansiones, pero se les caen encima; intentan trepar a los árboles, pero los árboles los revolean lejos; quieren entrar a los agujeros, pero “las cuevas despreciaron su rostro”. ¿Cuál fue la transgresión de esos hombres? Tenían palabras, pero prefirieron ser muñecos (tabula rasa) y, al olvidarse de sus creadores, utilizaron su técnica para destruir y su poder para dañar y devorar la vida animal. Por eso, “sus bocas, sus rostros, fueron todos destruidos, aniquilados”.

Se están simbolizando, sin duda, épocas de pestilencia, guerra, hambre, en que, además, se toma la mentira por verdad: “el mundo se trastorna y se renueva”, diría el fraile Montesinos. Es bueno saber que la “palabra antigua”, en ciertas épocas, está amordazada y solamente habla por lo bajo, entrecortada e ininteligible. Las carcajadas y los bailes espásticos de nuestras fiestas electrónicas, ¿pueden mudar en una especie de paradójico continuum en alaridos y llantos? Así como los antiguos americanos daban gritos llamando a su padre el Sol, también nuestros libros proféticos por boca del profeta Joel claman: “El sol y la luna se oscurecen y las estrellas pierden brillo” (4,15) “Y realizaré prodigios /en el cielo y en la tierra/ sangre y fuego y columnas de humo” (3,3). Y en II Pedro dice: “Entonces los cielos se desharán con ruido ensordecedor, los elementos, abrasados, se disolverán; y la tierra y cuanto contiene se consumirá” (3,10).

4.- La Pospandemia

En esta época de cuarentena, aislamiento y acecho de un enemigo sin rostro, la imagen del día fatídico que predican las tradiciones ancestrales de los pueblos vuelve a repicar en las mentes y los corazones. Comienzan a resonar, con “sordos ruidos”, las estrofas del “Dies Irae” del franciscano Tomás de Celano. Han retornado olvidados ritos que los cultos religiosos habían silenciado, salen en procesión imágenes que hace siglos resultaron milagrosas para liberar de pestilencias y calamidades. Algunos de esos sucesos del pasado (no ya los relatos de los libros sagrados) resultan un tipo o figura de las mutaciones actuales: las profecías hablan cuando se cumplen. No faltan los que, desde una visión laica, hablan de una tercera guerra mundial en curso y de una postguerra de rostro impredecible. De todos modos, desde las profundidades, relatos y visiones del logos palaiós persisten en avisar sobre las consecuencias de las perversiones y traiciones de un sistema de poder hegemónico y destructivo.

Entonces, se suscita la pregunta: ¿habrá un cambio? ¿Todo seguirá igual y, en consecuencia, se repetirán las pestilencias pero cada vez más mortíferas y universales? ¿Para qué sirven el poder militar y económico? ¿Y el dominio y explotación de los pueblos, razas, clases y géneros? Algo es cierto. Tanto la tradición judeo-cristiana como las tradiciones aborígenes muestran identidades intelectuales y formales en las descripciones vatídicas.

En un reciente artículo titulado “Alternativas posibles poscoronavirus” (Hoy Día, 1/7/20), Leonardo Boff postula que “bajo el modo de producción capitalista hemos roto todos los lazos con la naturaleza” que no es un reservorio ilimitado de recursos. La vieja Pacha Mama, que es un organismo vivo y nunca deja de articularse para producir y reproducir todo tipo de vida, “ha comenzado a rebelarse y contraatacar mediante el calentamiento global, los eventos extremos de la naturaleza, y el “envío de las armas letales que son los virus y bacterias”; entre ellos, la Covid 19, “invisible, global, letal”.

Ante el virus, nada pueden las potencias militaristas. ¿De qué sirven las armas de destrucción masiva? La Covid 19 cayó como un rayo sobre el anarcocapitalismo y sus dogmas han sido sitiados por el enemigo invisible. Todo el mundo se pregunta: ¿debemos salvar vidas humanas o preservar la economía? El capitalismo se empecina en privilegiar la economía. Tal el caso del presidente Bolsonaro (El País, 27/7/20) que vetó la obligación de llevar barbijos en las cárceles, escuelas y templos; negó la ayuda financiera a los Estados sin recursos; persiguió a los gobernadores que se empeñan en combatir la pandemia; los amenazó de considerar corrupción la compra de respiradores e insumos. Y hasta vetó la garantía de acceso al agua potable. Según algunos, hay señales precisas de que existe un crimen de exterminio y lesa humanidad sobre las comunidades indígenas: “El genocidio no es sólo poner a gente contra una pared (o en una cámara de gas) y fusilarla. El genocidio también ocurre al suprimir las condiciones necesarias para la vida y la salud” (El País, cit.). Eliminar al indígena es un modo de derribar el obstáculo que impide utilizar sus tierras y la riqueza natural. Las comunidades indígenas, las comunas andinas, los minifundios criollos, son los garantes del medio ambiente y el patrimonio natural y cultural de los latinoamericanos.

5.- El  buen vivir y convivir

Pero los “señores del mundo” persisten en su adoración al “dios dinero”, al ídolo devorador de vidas y pueblos. Durante la pandemia, todos los medios así lo informan, el dueño de Amazon, Jeff Bezos, ganó trece mil millones de dólares en un solo día y los milmillonarios de Sudamérica aumentaron, en promedio, 27% sus ganancias. En consecuencia, nada hace suponer el advenimiento de un mundo en que se reconstruya la cooperación entre los pueblos, la solidaridad social y el cuidado común de la vida. Basta mencionar que el dueño de Tesla, Elon Musk, socio de EE. UU en la revitalización del plan espacial para dominar las comunicaciones del futuro mediante un enjambre de satélites, proclama sin pudor su intervención directa en el golpe de estado de Bolivia y su disposición a intervenir en todo lugar donde esté en juego el apoderamiento del litio. ¿Seremos los argentinos las futuras víctimas, los próximos ajusticiados por el Imperio?

Según el “antiguo lenguaje”, la persistencia de “una humanidad” o “cultura” en sus actos perversos desemboca ineludiblemente en el “dies irae”. Pero no hacen falta los libros sagrados. Cualquier ciudadano ornado de sentido común se da cuenta que volver a lo de antes sería un suicidio. Tampoco faltan científicos (profetas de la razón matemática) que advierten sobre pandemias de mayor virulencia y letalidad que sobrevendrán si continúa la agresión sobre la naturaleza y su mayor creación: el hombre.

Leonardo Boff, en el artículo citado, intentando responder a la pregunta sobre la pospandemia, imagina cinco alternativas. Elige la quinta: “La quinta alternativa sería el buen vivir y convivir, ensayada durante siglos por los pueblos andinos. Es profundamente ecológica, porque considera a todos los seres como portadores de derechos. El eje articulador es la armonía que comienza con la familia, con la comunidad, con la naturaleza, con todo el universo, con los antepasados y con la Divinidad”. Es un “alto grado de utopía”, concluye Boff.

Llegados a este punto, cabe aclarar que, en Argentina, ese ideal que se presenta como irrealizable tuvo su principio de concreción a partir del 17 de octubre de 1945. Si bien fue mutilado por el odio y la violencia, el proyecto peronista planteó desde un primer momento el modo de salir del laberinto, de romper las redes del capitalismo salvaje.

Eva Perón, desde una perspectiva mística y mítica, pregonaba, citando a León Bloy, que el justicialismo era “el rostro de Dios en las tinieblas”. En realidad, había descubierto con fe inquebrantable, que de todo laberinto o calamidad se sale por lo alto: “En los cataclismos, -predicaba Perón en la Comunidad Organizada-,  la pupila del hombre ha vuelto a ver a Dios y, de reflejo, ha vuelto a divisarse a sí mismo (…) Los rencores y los odios que hoy soplan sobre el mundo, desatados entre los pueblos y entre los hermanos, son el resultado lógico, no de un itinerario cósmico de carácter fatal, sino de una larga prédica contra el amor. Ese amor que procede del conocimiento de sí mismo e, inmediatamente, de la comprensión y la aceptación de los motivos ajenos”. Resemantiza entonces el término armonía con el sentido de “plenitud de la existencia”. Y agrega: “Nuestra comunidad tenderá a ser de hombres y no de bestias. Nuestra disciplina tiende a ser conocimiento, busca ser cultura. Nuestra libertad, coexistencia de  libertades, procede de una ética para la que el bien general se halla siempre vivo, presente, indeclinable. El progreso social no debe mendigar ni asesinar, pero es necesario realizarlo con la «conciencia plena de su inexorabilidad”. Por eso la sociedad tenderá a ser “una armonía sin disonancia ninguna”, un colectivismo logrado por la “superación, por la cultura, por el equilibrio”. En consecuencia, la justicia no será un término “insinuador de violencia, sino una persuasión general”. “La alegría de ser” será la clave de toda existencia porque el individuo podrá realizarse a sí mismo en una comunidad en que todos se realizan. Esa es nuestra doctrina y esa es, entonces, nuestra esperanza de antes, de ahora y de después de la pandemia. En el horizonte, a través de la borrasca, se vislumbra el alba del quinto sol y su “alto grado de utopía”: la “armonización de la misión individual, familiar y colectiva”. ¡Jallalla!

Fuentes:

Anónimo (1965). Popol-Vuh, Buenos Aires: Losada

Biblia de Jerusalén

Boff, Leonardo, 1/7/2020, “Alternativas posibles poscoronavirus”. En: Hoy Día Córdoba.

Brum, Eliane, 25/7/2020, “Hay indicios significativos para que autoridades brasileñas, incluido Bolsonaro, sean investigados por genocidio”. En: El País. Entrevista a la jurista Deisy Ventura.

Imbelloni, José (1979). Religiosidad indígena americana. Buenos Aires: Castañeda.

Perón, Juan Domingo (1973). La Comunidad Organizada. Buenos Aires: Cepe

Jorge Torres Roggero

Profesor Emérito. Universidad Nacional de Córdoba

31/7/2020. Fiesta de San Iñigo de Loyola.