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por Jorge Torres Roggero

La pulsión hacia un “mundo nuevo” es un tópico de raigambre irigoyenista. O mejor, una mediatización irigoyenista del krausismo. Se nos ocurre que el mejor libro para pensar el irigoyenismo como un fenómeno de intelección vital, en que el drama personal y la crisis social confluyen hacia “el gran día” escatológico, es este de Ricardo Mosquera: Yrigoyen y el Mundo Nuevo (1951).Mosquera, al analizar El Telegrama de H. Yrigoyen, señala la concepción de América como matriz histórica, como foco desde donde ha de eclosionar “el más allá” humano. La revolución americana implicaba una misión de universalidad.

Situada así, como La reparación, como la vuelta al momento en que Argentina se había insertado en la marcha fatal de la humanidad a una plenitud de “espíritu y obra” en esta “tierra como templo vivo de Dios” (Krause), la política se transmuta en acto poético. Mosquera plantea la cuestión de este modo:

“Poesía es creación. Si la razón poética es facultad que desde los abismos de la inconsciencia trae al plano inteligible verdades más profundas que las sometidas a una simple mecánica silogística, los elementos persistentes de la acción política estarán sometidos entonces a esa razón. En tal dimensión, la política ingresa en el campo de la creación artística y la historia misma se determina por fuerzas poéticas, productos del inconsciente personal y colectivo.De ese abismo que no es el caos, lugar informe de los elementos en confusión, sino el Océano, profundo y complejo, surge en símbolo humano la figura de Afrodita iluminada por su propia estrella”.

Mosquera alude en el texto citado al fuerte contenido poético/profético de El Telegrama.  En sus parágrafos, Yrigoyen imagina “la barca de lo humano” arrastrada por la “eterna corriente de los destinos de la vida”, “flotando sobre el misterio insondable”, a la deriva “hacia la aurora”.

            Yrigoyen, durante la guerra de 1914, sostiene a la Argentina en una situación de “neutralidad activa” (Ley 12839). Era la aplicación al plano internacional del concepto de “abstención” definido como “suprema protesta”, “recogimiento absoluto” y “total alejamiento de los poderes oficiales”. En otras palabras, lo que corresponde al pueblo dentro de las Naciones, corresponde a las Naciones dentro de la humanidad: preservar su paz, ejercitar sus derechos. Su política no era la neutralidad, era la paz.

            El telegrama, pasible de disímiles versiones, transcribe los intercambios y disentimientos entre Alvear e Yrigoyen con ocasión de la Asamblea de Ginebra de 1920. Yrigoyen acepta la formación de la Sociedad de las Naciones bajo la condición de que no distinga entre beligerantes y neutrales; y de que la Asamblea admita a todos los Estados soberanos tanto vencedores como vencidos.

            La disidencia con Alvear desencadena los telegramas reproducidos innumerables veces, ya sea en forma fragmentaria, ya con variantes, incluso con el rótulo de Página Inmortal. Lo cierto es que constituyó en la década del 30 el texto más difundido, el catecismo cívico de la U.C.R. irigoyenista. La versión más famosa es la publicada en La Época (13/04/1921) con glosas del escritor brasileño Paulo Osorio. Yrigoyen hizo publicar una gacetilla aprobando la versión, a la que llamaba “exacta publicación honrada”. (Mosquera, 94-98).

            Desde ese testamento hablaban los jóvenes irigoyenistas de FORJA; de entre esa serie semántica habían escogido su lema: “Todo taller de forja parece un mundo que se derrumba”. A partir de la poética de El Telegrama se despliega el “pensamiento nacional y popular”, de tan vasta influencia en el peronismo y la generación literaria de los años 60.

            La potencia de la palabra jauretcheana fundada en el “difícil arte de escribir fácil” nace de la raíz escatológico-profética de Hipólito Yrigoyen. Sabemos que el término escatología se refiere a la doctrina de los fines últimos e implica un cuerpo de creencias relativas al destino último del hombre y del universo. La escatología versa sobre las “últimas cosas”, anuncia el acontecimiento final y la plenitud de los tiempos. Dicho culmen de la historia se configura con el advenimiento de un “tiempo nuevo” (novissima tempora).

            En la concepción de Jauretche la visión escatológica concierne, en realidad, al destino último de la comunidad histórica en que el yo se disuelve en el nosotros.  No es, por tanto, una salvación individual. Un aspecto importante es la fe en la historia no sólo como una sucesión sino también un destino. Se conjugan, por lo tanto, la espera psíquica y la fisiológica, la emoción y la percepción, el movimiento y la participación del cuerpo condicionado por el estado social. En esta espera, ni el cuerpo, ni el espíritu, ni el ambiente social pueden ser desagregados. Ahora bien, manifestación religiosa de la espera, es la esperanza. Y el profeta es el hombre de la espera y la esperanza.

            El Telegrama de Hipólito Yrigoyen es un ejemplo palpitante de una poética escatológica que se dirige a trazar el destino no sólo histórico sino universal de la patria. Acude para ello a algunos de los símbolos fundamentales de la ciencia sagrada de todos los tiempos. La vida del pueblo y de los hombres es figurada como una peregrinación de la “barca de lo humano” por el “mar tenebroso”, a la deriva, entre el tumulto, “hacia la aurora que, día a día, despunta gloriosa en el corazón profundo del hombre”. En esa balsa, arrastrada por la “eterna corriente de los destinos de la vida”, los humanos nos devoramos por “oro de un reflejo” que no es vida real y avanzamos empujados por la alucinación colectiva del “espejismo” de la hora.

            Como sabemos, el océano es uno de los simbolismos de mayor riqueza polisémica. Es considerado sustancia primordial de la vida universal, seno profundo de Dios. Su travesía es una peregrinación hacia el reencuentro de la unidad original. El viaje, la navegación, representan el esfuerzo de superación y ampliación de la conciencia. Pero también las oscuridades del inconsciente social del cual surge el sol del espíritu. Por otro lado, suele considerarse origen de toda generación y conjunto de todas las posibilidades. Por supuesto, en su lado oculto, es un dinamismo contradictorio relacionado con el agua salada y la esterilidad. Como mar tempestuoso, guarda analogía con la imagen poética, el sueño y el magma confuso del inconsciente.

En El Telegrama, Yrigoyen presenta un viaje nocturno. La Patria está emergiendo de una edad oscura. Como el sol (símbolo argentino fundamental) atraviesa los abismos inferiores y ha experimentado una muerte y una resurrección. Aunque en modo fugaz, el texto alude a la “canastilla de mimbre”, o cesto de los iniciados eleusinos, como figura del seno materno. Durante el viaje están encerrados, amenazados por diversos peligros como Jasón y los argonautas. Algunos apresurados creen haber arribado a las Islas Bienaventuradas, lugar donde se realiza la esperanza terrestre, lugar al que eran transportados algunos favoritos de los dioses. Es importante, porque el texto lo señala, saber que para llegar a ellas había que bogar siempre hacia occidente, hacia la puerta de todos los soles.

No deja ser curioso el hecho de que Yrigoyen fuera quien dispusiera la celebración del 12 de octubre como día de la raza. Para entender el significado de esta medida habría que incursionar en la profundidad simbólica y la tendencia al vaticinio del modernismo literario en sus más altos cultores, en especial, Rubén Darío y Martí. Para ellos, Argentina, América, eran la “región de la Aurora”. En nuestra comarca se realizaría la plenitud del milenio profetizado en el Apocalipsis. En tanto extremo occidental, era la tierra de promisión, el traspaso a América de un mito ancestral. Cristóbal Colón (1991), en el Libro de las profecías, imaginaba que había encontrado el Paraíso y que se había cumplido, por lo tanto, en América “el más allá” (plus ultra) implícito en todo el ciclo occidental. Queda claro, entonces, que el gran día, el almo día, de que hablan los profetas es, en Yrigoyen, una constante de la mística universal.

Yrigoyen espera en las “indomables rebeliones” del “sursum humano” el “almo día”. Sabe que la “razón inmanente” esclarecerá los juicios de pastores y rebaños. Imposible forzar el secreto de las islas bienaventuradas si se han dejado “apagar los fuegos del faro de la creencia”. El radicalismo vive un momento de victoria como movimiento revolucionario. Sin embargo, es la hora más difícil, es la “hora del timonel”. Vencido el régimen, se derrumba el orden espontáneo de las jerarquías del orden viejo y hay que “ordenar de nuevo la falange sobre escalas de valores desconocidas”. Es hora de fe sin vacilaciones: “Si aquellos mismos que siempre han llevado la bolsa del buen grano de las mieses futuras, vacilan hoy, ¿quién sembrará mañana el campo de las multitudes?”

Yrigoyen se siente responsable de lo que cada argentino pueda descifrar en su corazón en un momento, postfacio de la Gran Guerra, en que se materializa “un trágico empuje” del “mal infiniforme” en las entrañas de la especie: “Somos…los que van hacia la estrella en su ensueño esforzado”; somos, dice, los responsables del rebaño que remolinea en la sombra en medio de “los aullidos de los que pretenden acampar antes de la hora eterna y de las albas del gran día”. En consecuencia, es momento de evocar “los nuestros”. Debemos fundarnos en los libertadores. No debemos pactar el “supremo querer de liberación humana”.

Los problemas de ayer eran consecuencia de la transformación del templo en un mercado en que cada uno se ofrecía al mejor postor:

 “Eran tiempos de oprobio en que gobernar resultaba el mejor de los negocios y en que se jugaba a los dados la fortuna y el honor de la Nación misma. Debíamos, pues, ante todo, desinfectar la morada profanada por todas las heces de la fiesta crápula y obligar a la sabandija a sumergirse bajo tierra”.

La cuestión era volver a creer y de nuevo ponerse en marcha “hacia su porvenir infinito”. Pero ahora alborea una nueva etapa. Nuestra historia nos ha marcado con el “sello de eternidad de las razas liberatrices”. Nuestro querer redentor se distingue en medio de un mundo que “enloquece en un dédalo de violencia instintiva y se derrumba en un caos universal”. En medio de la tormenta “apocalíptica de la guerra social ignominiosa” (revolución rusa), toca a los argentinos un papel histórico supremo: “somos los únicos en vivir actualmente la fe creadora de nuestros abuelos en voluntad de humanas resurrecciones”. El mensaje de Yrigoyen tiende a afirmar “el ideal viviente de nuestros padres” que será la única estrella capaz de reconquistar el alma occidental. Es necesario “un sursum indomable” para persistir en la vía de la “salvación colectiva”. Ahora bien, todos esos propósitos sólo serán realizables con las más “absoluta unidad de concepto”. El conductor incita a sumergirse en las aguas más profundas, en aquellas en que ya no repercuten las tempestades de las corrientes superficiales.

“¿No sentís, exclama, que en corazón de la Nación abismos de abyección se despiertan a la luz y ya claman a los cielos su querer de redención? ¡En verdad cosas han muerto que nunca más han de resucitar y cosas han resucitado que habrán de vivir eternas!”.

Es en este fragmento cuando Yrigoyen estampa la famosa frase que será el lema de los forjistas. En realidad, postula, nada importa que brame la tormenta porque “todo taller de forja parece un mundo que se derrumba”. El Telegrama concluye con un canto de esperanza. En plena noche, en el mar tenebroso, su corazón exulta, aunque con un dejo de melancolía. Porta el estigma de las discrepancias que tiene con su amado discípulo Alvear ya entregado a las presiones colonialistas, y proclive a ceder ante los vencedores de la guerra. Por eso ruega a la Divina Providencia que los ilumine puesto que ambos profesan aspiraciones comunes hacia la patria. Sin embargo, espera seguro el advenimiento del Espíritu, la llegada del Reino de la fraternidad:

“En plena noche, vivo esta aurora que despunta actualmente entre nosotros y contemplo desde ya en mi corazón las glorias del mediodía. Iré…ya las montañas me serán montículos…Voy en la claridad alegre de todas las certidumbres”.

Quedan algunas cuestiones en claro: para Yrigoyen, el pueblo argentino es figura de un pueblo único, universal. Es un pueblo que sufre, lucha, cae y se levanta, pero no para de avanzar. El camino es áspero y está empapado con su sangre, pero nuestro pueblo, pueblo multígeno como lo define Scalabrini Ortiz según vemos en otro capítulo, es todos los hombres, todos hermanos. Está claro que, en la escatología irigoyenista, el fin (destino) no se interpreta como fatum sino como liberación.

Yrigoyen concibe al radicalismo como un Movimiento que vuelve a las “bases espirituales y sentimentales de la nacionalidad, a sus verdaderos soportes humanos”. Es guiado por la “unidad de concepto”. Más aún, el radicalismo es una “religión civil de la Nación, una fraternidad de profesos”. Su planteamiento, anterior a toda parcialidad, es el grito de ultratumba de nuestros mayores que piden cuenta de un “sagrado testamento”.

Es evidente, por último, que el radicalismo se manifiesta como una poética basada en una “reciprocidad de pensamiento y sentimiento ético-lírico”. Roca había suprimido los indios del desierto y los ciudadanos en las ciudades. El radicalismo tomó como misión cuidar que no se desvirtúe el espíritu nacional de sus esencias emocionales y éticas para desplegar todas las posibilidades creadoras mediante una concepción de la política “como mística humana y no como partido”. (Del Mazo, 1951; Yrigoyen, 1984).

por Jorge Torres Roggero

El libro había sido publicado en 1962, pero fue el sábado 25 de julio de 1964 cuando Miguel Angel Piccato me lo dedicó. Decía: “A Jorge Torres Roggero, con mi estima y mi adhesión”. Nos conocíamos desde la Facultad. Ambos, estudiantes de letras y, según las malas lenguas, poetas. Pero, además, “panem lucrando”, él, ya despuntaba como un gran periodista; yo, ferroviario en vísperas de migrar hacia la docencia. Ambos habíamos nacido el mismo año en pueblos del interior cordobés: 1938. Esa tarde junto a nuestras compañeras (dedicadas a las bellas artes) pasamos, entre mate y mate, una pausa sabatina amical y conversadora.

 De esto, y de mucho más me acuerdo al hojear Canto a los míos, el libro de poemas de Miguel Angel Piccato publicado en Córdoba por Ediciones “Cultura Popular”, colección “La gota de agua”, en 1962. Ya en la retiración de tapa y contratapa, me asalta otro emocionante encuentro. Con letra minúscula y en delgada columna, uno de los más grandes poetas de la Generación del 60 en Córdoba oficia de presentador y prologuista: me refiero a Francisco Colombo, autor del incomparable Las Cuatro Estaciones. Nos enteramos así que M.A.P. nació en Pozo del Molle y pasó su infancia y adolescencia en San Francisco. Mientras cursaba el secundario, siguiendo el llamado de los linotipos, trabajó en el periodismo. En 1961 se traslada a Córdoba y, junto a sus estudios universitarios, se inserta en la actividad periodística de la ciudad. Colombo lo presenta, además, como un vigoroso cuentista.

En referencia a Canto a los míos Colombo resalta la profundidad: “cantos alma adentro”, los llama. Y trazando una justa semblanza, ausculta en esos cantos “la figura vital de este compañero que siempre ríe, de este compañero de cosechas futuras y dueño de un corazón de azúcar”. En efecto, el libro es un salmo a los hogares de la “pampa gringa”. Piccato nos invita a su pueblo, a su casa, a la herrería familiar; y nos presenta a sus padres y sus hermanos. Son siete, y él es el cuarto: “Ese que nunca para, ese que viaja, / que ríe cuando tiene que llorar, / que llora riendo, / que es amigo del viento/ y de la lluvia y del guadal y el frío. / Ese que añora somnoliento. / Ese es Miguel, el cuarto, padre mío. / Padre y aliento”.

Años después de este encuentro (comienzos de los 70), cuando ya Miguel se había consolidado como secretario de redacción y editorialista de La Voz del Interior; y, quien esto escribe, era secretario general del Sindicato de Educadores Privados, lo visitaba con frecuencia por urgencias de visibilización de nuestro joven gremio: jamás dejó de atenderme “este compañero que siempre ríe”. Nunca dejó de publicar nuestras gacetillas, documentos y proclamas. Eran tiempos de lucha y solidaridad. Por eso debió padecer amenazas, persecución y, finalmente exilio, tras el golpe de 1976. Sobre su exilio en Méjico escribe Mempo Giardinelli: “Empujado por la represión, en el ’76 se instaló en México, trabajó en los diarios El Día y Unomásuno y fue subdirector del quincenario Razones a la vez que editaba La República, órgano de prensa radical en el exilio, que escribía y publicaba él solo, con el apoyo político-financiero de Hipólito Solari Yrigoyen, desde París. Piccato fue prácticamente el único radical en el exilio mexicano, al menos nuestro único radical a la hora de formar mesas multipartidarias. Por eso mismo, con proverbial gracia cordobesa y desplegando su legendaria sonrisa, él decía que podía haber un solo radical, sí, “pero con órgano de prensa propio”. Y en el cual, con ejemplar amplitud editorial, escribían peronistas, socialistas, comunistas e intelectuales de toda la izquierda. Animado conversador, de fina ironía e infatigable humor, consumado lector de la mejor literatura y polemista temible, Piccato fue también el organizador de memorables cenas semanales a las que convocaba a decenas de compañeros y compañeras del exilio para intercambiar informaciones y discutir con pasión y humor acerca de la realidad política de la Argentina lejana y también del exilio.”(Pág.12, 10/11/2008) Miguel Angel Piccato murió el 9 de noviembre del ’82, en la sala de terapia intensiva del Hospital Español de México, en el barrio de Polanco.

Es importante recordar, además, que M.A.P. fue fundador, director y editorialista de la revista Jerónimo, publicación político cultural quincenal editada entre noviembre de 1968 y agosto de 1971 en la ciudad de Córdoba. En Jerónimo, de enorme importancia en la prensa de Córdoba y el país, peleó por lo que llamaba la “libertad de pluma”. Consideraba que la expresión “libertad de prensa” era limitada puesto que “quien tiene libertad para expresarse libremente por el periodismo es el – o los- propietarios de la prensa, de las maquinas” (Jerónimo, 1970, N°19). Por eso era necesario jugarse por la “libertad de pluma”, evitando la subsunción al director, al personero o al dueño de la empresa”.

Los voy a convidar con algunos poemas. En ellos Miguel nos deja entrar al corazón de su casa pueblerina, a la reunión familiar alrededor de la “taula lunga”. Cantos culinarios que entonan su alegría de ser a coro con la pava de tapa saltarina, de la olla burbujeante de puchero, de la música del martillo en el yunque. No es un azar, es un propósito. Lo confiesa en un breve prólogo: “Este libro lo escribí para que lo leyeran mis padres en la cocina de su casa y mis tíos en la cocina de las suyas. Honestamente debo decir que no es libro para una biblioteca, que su lugar es la cocina y que de allí no puede salir. Pero debo aclarar que cuando digo cocina me estoy refiriendo a ese lugar de las viejas casas que yo conozco, done la familia hace todo, hasta comer; y no esas reducidas cabinas con que la arquitectura moderna quiere amoldarnos a un futuro banquete de pastillas”. Les propongo la lectura de “La casa”, “que está del lado de los cantos”, del “lado de la puerta que se abría”. Caserón que comprendía la herrería, donde Ángela, la madre esperaba. Donde ahora espera la hermana María. “Los dos”,  sus padres. Ángela y Miguel con su “adío” lejano y su idioma que “alegra la garganta”, con el duro y contradictorio sino de los herreros: “Un martillo que llora. Un sol que canta”. Por último, “María”, la única hermana, la que ampara a todos: “Estamos solos, cuídanos, María”.

LA CASA

La casa grande se pintó la cara

y alisó sus adoquines desparejos

y tapó sus manchas rojas de ladrillo

y cambió por otro el viejo techo.

La casa es otra, el pueblo es otro,

el corazón el mismo,

entre un vago recuerdo de martillos.

Al lado el fuelle, la bigornia, el banco,

y un largo sueño de varas y carruajes.

Al frente el polvo de una calle larga

que va hacia el sueño viniendo del herraje.

La casa está del lado de los cantos,

del lado de la puerta que se abría.

Adentro esta Ángela esperando.

Estaba ayer, ahora está María.

LOS DOS

Cuatro estrellas al sur y todo un cielo,

y un nombre fácil de decir: América.

Un corto “adío”, un mar, un río, un puerto,

y un campo sin semilla y sin alero.

¡Qué cielo igual, que azul tan parecido

a aquél del viejo pueblo!

Siete caminos, pampa, la alegría

de no cerrar los ojos frente al viento.

Y un horizonte que agrande su tranquera

para el que está viniendo.

Un idioma que alegra la garganta

y el duro trabajar de los herreros.

Un martillo que llora. Un sol que canta.

Ángela y Miguel. Un sol entero.

MARÍA

¿Por qué llora el hermano más pequeño?

Consuélalo, María.

¿Por qué demora el padre, tan de noche?

Pregúntalo, María.

El niño llora porque tiene sueño.

Acúnalo, María.

El padre ha vuelto, oscurecido el ceño.

Alégralo, María.

Consuela, busca, alégranos ahora;

aviva el fuego del hogar todos los días.

Los viejos ya se han ido hacia el recuerdo.

Estamos solos, cuídanos, María.

Comentario y antología de Jorge Torres Roggero,

Córdoba, 17/2/2021

el medio pelo jauretchepor Jorge Torres Roggero

1.- Vigencia y actualidad de ciertos tipos humanos

Difícilmente un lector de Arturo Jauretche no sea experto en “tilingos”, “guarangos” y “tiliguarangos”. Si insisto ahora, es porque, a veces, los términos se burocratizan y concluyen por perder el costado flamante y revulsivo de que eran portadores originarios.

En efecto, si bien Jauretche, en El medio pelo en la sociedad argentina, amplifica y complejiza el significado de tilingo y guarango, no está demás revisar cómo, a lo largo de su obra, el concepto encarna y se hace vivencia.

La primera aclaración, entonces, es que no se tratará en estas líneas de una cuestión académica. No importa el origen o la etimología de los vocablos. Lo que cautiva es comprobar que son tipos nuestros que confluyen en casos asiduos de la vida cotidiana.

“El tilingo -dice Jauretche- es al guarango lo que el polvo de la talla al diamante. O la viruta a la madera”. De tal modo, el polvo y la viruta resultan el producto de un exceso de pulido o de garlopa. En consecuencia, “en el guarango está el contenido del brillante y también la madera para el mueble. En el tilingo nada.” En otras palabras, en el guarango subyacen latentes los posibles, la vida futura, lo que puede ser. En el tilingo, solo el polvo, lo que pudo ser y no fue: “una decadencia sin plenitud”.

Continúa Jauretche: “El guarango es la cantidad sin calidad. El tilingo es la calidad sin ser. La pura forma que no pudo ser forma. (…) Por eso el tilingo es un producto típico de lo colonial. Los imperios dan guarangos, sobre todo cuando se hacen demasiado pronto. El caso de los Estados Unidos, por ejemplo”.

Llegado a este punto, estoy tentado a suponer que el lector está pensando en D. Trump. A primera vista, pareciera ser un guarango en estado puro. Pero si me siguen, no es extraño que se topen con el retrato argentino de (¡oh, paradoja!) un tiliguarango. La cosa es así. Según Jauretche, los términos guarango y tilingo son recíprocos. ¿Qué sucede?

Cuando el guarango hace plata no tiene otro tema de conversación que sus viajes. Se las pasa en Miami, Londres, Ibiza y los más exóticos lugares. París le es más familiar que la plaza del barrio. O sea, el tilingo es despojado hasta de la exclusividad de lo elegante (moda, modales, cocina, diversiones, cultura). Entonces, dirige la mirada hacia Oriente buscando espiritualidad y paz interior: budismo, meditación, zen, chamanismo, el gurú Sri Ravi Shankar. Esto lleva a episodios de difícil comprensión: ¿Puede un tilingo con poder imponer las prácticas de un gurú exótico (desde afuera y desde arriba) a una multitud de zombis de la televisión y del celular?

Pero ¿qué ha pasado? Si bien el guarango irrita al tilingo, llega un momento en que “también irrita el guarango a los guarangos que ya son importantes”.

(Aquí interrumpo. Es para divagar. Por ejemplo, ¿ los guarangos Lázaro Báez y Cristóbal López cruzaron una raya trazada por los guarangos Mauricio Macri, Paolo Rocca y Héctor Magnetto? Pero mejor vuelvo al texto porque la fauna es infinita.)

Entonces se juntan los guarangos importantes con los tilingos (Marcos Peña et caterva). No hay que olvidar que el tilingo sale del guarango por exceso de garlopa. Lo cierto es que tilingos y guarangos unidos contra los otros guarangos terminan por mezclarse y se vuelven contra el país que no es tilingo ni guarango. Ha sido engendrado el tiliguarango, bruto como el guarango y pretencioso como el tilingo. Y aquí a uno le empieza a resonar este acertijo anómalo: ¿qué sería Mauricio Macri Blanco Villegas? Pero mejor no caer en terrenos complejos y resbaladizos que horrorizan a la “razón frígida”.

A veces, a través de un golpe de estado o de la construcción de un grupo hegemónico organizado y sostenido desde afuera, los tiliguarangos toman el poder: PRO, su epífita UCR residual, más la tilinguería mesiánico republicana de Carrió. ¡Qué vachaché!: fantasmas que nos llenan la cabeza leyendo a Don Arturo.

Pero les debo un cuento jauretcheano. Pienso que nos va a decir “más cosas” después de haber compartido estas líneas sobre “los neoplasmas de la cultura argentina”.

2.- Andar de contramano

En Filo, contrafilo y punta, que estamos releyendo juntos, precediendo al cuento que les voy a relatar, aparece esta nota del editor que sirve para amplificar sentidos: “En realidad este cuento es de vigencia permanente, aunque algún hecho circunstancial lo haya motivado. Es para esa gente que dice: Este país de….es decir para la tilinguería a la que nada le queda bien cuando se trata de lo nuestro, la que ve siempre por el lado desfavorable. Como la gata de Doña Flora…”

El relato es una anécdota atribuida a Poroto Botana; y, a Jauretche, se la contó Corominas. Es, entonces, un caso de transmisión oral. Por lo tanto, deja de tener importancia si realmente ocurrió o fue una exagerada indiscreción. Chisme, rumor o chiste, lo cierto es que:

“Era una bella dama. Él la llevó, después de una tenida literaria nocturna, a presenciar la salida del sol en la Costanera. Hechizado, contemplaba el Río de la Plata, cuando su compañera dijo:

“Hay un olor a pescado que no se puede aguantar”. Él pensó: – “No tiene sensibilidad visual. Su sensibilidad es olfativa”.

Recordó, entonces, un recoveco del barrio Sur. Allí, un amigo chino, jardinero exquisito, había improvisado invernáculos con viejas latas de kerosén, con maderas y vidrios de demolición. Había creado, así, un exclusivo paraíso floral, un mundo de perfumes.

Y allá fue con su delicada acompañante. En la aún vacilante luz de la mañana llegaron al hueco donde el chino cultivaba su paraíso. Un perfume exquisito golpeó el olfato. Pero la dama exclamó:

“¡Qué horror este laterío sucio y oxidado!”

Sentidos invertidos. Cuando hay que oler, miran; cuando hay que mirar, huelen. Es el drama de nuestra tiliguaranguería: “Cuando hay que ver el ascenso de un pueblo postergado, lo huelen. Cuando hay que oler nuestras multitudes mucho menos olorosas que las multitudes europeas que tanto aprecian, las encuentran demasiado morochas. Y también les desagradan. No sé si se huelen y se miran ellos mismos. Pero tienen, como en el cuento, los sentidos invertidos.”

Jorge Torres Roggero

Córdoba, 09/10/2018

Fuentes:

Jauretche, Arturo, 1974, 3ª. Edic., Filo, contrafilo y punta, Buenos Aires, A. Peña Lillo Editor

Jauretche, Arturo, 1976, 13ª. Edic., El medio pelo en la sociedad argentina, Buenos Aires, A. Peña Lillo Editor

 

por Jorge Torres Roggero

Poetica de1.-

Nací en 1938 y me pregunto: ¿qué pensaban los reformistas del 18, veinte años después, sobre los logros de la Reforma Universitaria? Reviso y encuentro textos de importantes actores de esos inicios. Su currículo los signa como escritores, pensadores, cineastas, políticos, científicos de relevante actuación en la vida cultural argentina. Rebeldes todavía, y llenos de propuestas, se despliegan textos de Noel Sbarra, Diego Luis Molinari, Alcides Greca, Julio V. González, Ernesto Giudice, Pablo Lejarraga, Enrique Puccio y Héctor P. Agosti.

Noel Sbarra fue un gran propulsor de la pediatría en la Provincia de Buenos Aires y promovió la fundación del hospital que hoy lleva su nombre. En 1938, denunciaba “la avilantez de los vende-patrias, en inescrupuloso afán de enriquecerse; el predominio de los consorcios extranjeros, la adopción -por “snobismo”- de doctrinas exóticas; la falta de solidaridad nacional y desprecio por las cosas del espíritu”. Su conclusión sobre los logros de la Reforma incluye esperanza y autocrítica: “La Universidad, después del 18, no fue lo que ha de ser, pero dejó de ser lo que había venido siendo”. Y este otro aserto todavía vigente:“La Universidad ya no es oligárquica, pero tampoco es popular.”

Se distinguen, asimismo, con nitidez, los comunistas Ernesto Giudice ( en 1973, renuncia al Partido con un texto memorable: Carta a mis camaradas) y Héctor P. Agosti. Ellos concretizan importantes aportes al pensamiento político-social argentino y dan testimonio con su militancia llena de persecuciones, prisiones y censuras. Baste recordar que, en 1936, Agosti responde una encuesta sobre la Reforma de la revista “Flecha”: “desde la cárcel”.

Pero me voy a detener, sobre todo, en los irigoyenistas (ya se verá por qué). Ellos sufrieron persecución, cárcel o exilio a partir de 1930. Provenían de familias inmigrantes de numerosa prole y escasos recursos. Los socialistas (la mayoría, algunos muy importantes, entre ellos Julio V. González y Deodoro Roca) estuvieron contra Yrigoyen e incluso, por lo menos en sus comienzos, esperanzados con el golpe.

Veamos el primer irigoyenista: Diego Luis Molinari. De padres italianos y numerosos hermanos, fue uno de los autores de la ley de nacionalización del petróleo, del proyecto de Código Nacional del Trabajo para sumar nuevos derechos a los trabajadores, de una ley general de asistencia social. Yrigoyen lo nombró Presidente del Departamento Nacional del Trabajo que luego fue hábitat político de cierto coronel del pueblo. En 1930, a la caída de Yrigoyen, “se refugió en la embajada japonesa y, en una nave de ese país, llegó al exilio brasileño junto a su familia”. Fue un excelente y olvidado historiador revisionista, profesor en las universidades de Buenos Aires y La Plata. En 1945, Molinari formó parte de los radicales que se unieron al peronismo. De tal modo, llegó a ser senador nacional tanto de Yrigoyen como de Perón. Sostuvo con solidez la defensa de lo nacional y popular en la investigación científica y esa postura se plasmó en una copiosa obra que habría que revisar. En 1938, Molinari consideraba que en el fenómeno de la Reforma Universitaria había que tener en cuenta a la inmigración. Postulaba, además, que la Reforma “bregó por idénticas oportunidades para las familias humildes como las de los que a sí mismos se tildaron de decentes y distinguidos”. ¿A la Reforma de Córdoba, la hegemonizaron los “decentes y distinguidos”? Consideraba, además, que la “tarea del 18 todavía está en sus principios”. El 18 inició una tarea, pero no está concluida “como no está concluida la etapa esencial de nuestra libertad tal como la quisieron y predicaron quienes en 1810, solo la concibieron posible como consecuencia de una democracia integralmente realizada”. En 1955, volvió al exilio; esta vez, Panamá.

Vayamos ahora al otro “gringo” radical, el santafesino Alcides Greca: ¿Qué pensaba de la Reforma, quien había sido uno de sus protagonistas, en 1938?

2.-

Alcides Greca fue abogado, periodista, cineasta, profesor, escritor y político nacido en 1889 en San Javier, provincia de Santa Fe. Falleció en Rosario en 1956. Algunas de sus obras: Viento Norte (1927); La Torre de los Ingleses (1929); Cuentos del Comité (1931); Tras el alambrado de Martín García (1934); La Pampa Gringa (1936). Además, se lo debe considerar como uno de los iniciadores del cine argentino ya que produjo y dirigió El Último Malón (1917 ) que versa sobre la rebelión de los mocovíes en 1910. Hijo de padre italiano y madre francesa, fue el segundo de doce hijos. En el pueblo natal, compartió la escuela pública con sus compañeritos mocovíes.

Reduzcamos nuestro ángulo de visión. ¿Qué decía este protagonista no cordobés sobre la Reforma en 1938? Veamos algunos breves fogonazos.

En un discurso titulado “El camino que debe seguir la Reforma”, observaba “apesadumbrado” que pueden ser contados con los dedos de  las manos los reformistas que no se hayan deslizado hacia “el silencio y la molicie de la vida burguesa”.

En general, en 1938, veinte años después, los reformistas del 18 piensan que, si bien se han logrado ciertos avances en la burocracia académica, se ha perdido el “impulso” inicial, la “rebeldía”, la conquista de la “calle” y el “codo con codo” con los trabajadores: “La Reforma en el 18 luchó en las calles con el apoyo de los gremios obreros y las fuerzas representativas de la opinión pública”.

Alcides Greca recobra, además, la idea de Patria Grande:  “ Hay que mirar a América que debe formular sus ideas para la gran misión futura. ¿Por qué América ha de seguir buscando en Europa, en los conflictos de Europa, la solución a sus propios problemas? Por otra parte, añade la idea irgoyenista (Ortiz Pereyra) de que Argentina debe cumplir la tercera gran etapa (tercera emancipación) de la batalla nacional y continental, “su liberación espiritual y económica”: “Liberad a América del imperialismo capitalista y extranjero, liberad al hombre americano de la miseria y el hambre, liberadlo de la ignorancia y la incultura”. Por lo tanto, concluye, ¿cuál es el camino de la Reforma?: “Debe salir de las aulas, de los claustros de la disputa casera y pueril. Su misión está hoy en la calle, en la prensa, en las mil tribunas del pueblo” (en los movimientos sociales diríamos hoy). Y concluía:  “Cuando la Reforma esté en todas partes, convertida en un teoría político social, las camarillas, los santones y los viejos infolios se verán aventados por algo más violento y expeditivo que las protestas, más o menos líricas, de los delegados estudiantiles.”

Haciendo una autocrítica, reafirma que  la Reforma Universitaria no debió estancarse limitando su acción a los problemas de la enseñanza: “La generación el 18 ha envejecido, aunque su vigoroso espíritu siga orientando a la juventud presente (…) La Reforma tiene que salir a la calle y convertirse en un credo americano. Ya no basta designar autoridades y delegados, rever programas de estudios, auspiciar la investigación científica, combatir las camarillas y el nepotismo”. La consigna es clara: hay que salir a la calle y tomar contacto con el pueblo. Recordemos que estamos en plena Década Infame y la Argentina, en manos de una “oligarquía maléfica” (José Luis Torres dixit) es, en la práctica, una colonia de su majestad británica.

Aparecen, además, las urgencias de la preguerra, el rechazo al fascismo, al nazismo y la condena a la violencia ejercida por los imperios y las oligarquías sobre los pueblos del mundo. Concluimos con este párrafo que nos parece significativo y que revela la importancia para la Reforma del populismo político, social y cultural que desemboca en el APRA peruano: “La Reforma debe estar con los perseguidos de todo el mundo, con los bravos apristas peruanos, con sus presos del Panóptico, de la isla “El Frontón”, de las casamatas de El Callao y los campos de Madre de Dios (infierno verde), con los perseguidos y encarcelados de Brasil, con agrarios (campesinos) de Brasil, con el frente popular de Francia y con los portoriqueños oprimidos por la plutocracia yanqui”.

Luego de revisar cómo veían la Reforma en 1938 dos protagonistas no cordobeses y de raíz irigoyenista y, quedándonos con la subsistencia, a través de los tiempos, del “vigoroso espíritu inicial” y la vocación de unidad americana y justicia social de la Reforma, en los puntos que siguen, voy a ir dejando diferentes hilos de entrada a la gran trama de la Reforma Universitaria como un texto lleno de sentido que nos abarca a todos: los de antes, los de hoy, los de mañana.

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El principal y siempre flamante costado de la Reforma Universitaria es su clamorosa carátula de revuelta juvenil. Fue un impulso redentorista y liberador de la juventud universitaria de Córdoba, Argentina y América Latina. Tras la Revolución Mejicana, la Gran Guerra y la Revolución Rusa, toma la palabra la juventud en nombre de una nueva sensibilidad.

En el ámbito estrictamente universitario, es una rebelión contra la burocracia de una oligarquía que se había adueñado de las cátedras como de un bien hereditario y contra el dogmatismo tanto clerical como cientificista. La juventud reclama “maestros”; no quiere más, son sus palabras, “sobadores de textos”, “fríos coleccionistas de saber”, “domésticos doctorados”, “dómines verbalistas”, “parásitos de la cultura”, “mutiladores de la vida”. Es un relato abierto al futuro. Rechazan, por lo tanto, un magisterio que “tiraniza, insensibiliza, seniliza y burocratiza” la cátedra. Por eso, el manifiesto postula: “en adelante, sólo podrán ser maestros en la futura república universitaria los verdaderos constructores de almas, los creadores de verdad, de belleza y de bien”. Todavía en 1936,

Deodoro Roca, resumiendo una encuesta realizada en la revista “Flecha”, que él dirigía, bajo el título de “Encuesta. Dictadura+Burocracia=Universidad de Córdoba”, escribe:

“La enseñanza se ha mediatizado de tal suerte que el profesorado, en el mejor de los casos, solo produce “apuntes”, o sea, saber “congelado”. Son gente que no producen. “Reproducen”. Y reproducen mal (…) Todos reproducen. Y -lo que es más grave- se reproducen. //// En la Universidad prolifera una “burocracia” astuta. Características del burócrata cordobés (variedad ya famosa en la Argentina) que halla en la Universidad, en sus adyacencias y subyacencias, su mejor caldo de cultivo.”

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En mi libro Poética de la Reforma Universitaria, procuro remarcar las distintas tramas discursivas que transita la rebelión estudiantil mediante un recorrido por la oratoria, que es el género predominante hasta cuando teorizan.

La elección de la antigua tríada (verdad, belleza y bien), el tono profético referido a la decadencia de Europa y advenimiento de lo que llaman “la hora” de América, marcan el tono expresivo predominante. Consideran que la guerra mundial y la explotación del hombre en Occidente, son consecuencia de la propiedad privada y el Estado en manos de la burguesía, el militarismo y el clero. Saúl Taborda, en “Reflexiones sobre Ideal Político de América”, postula que “Europa ha llenado con su nombre veinte siglos de historia, pero todos los siglos que llegan pertenecen a la gloria de América”. Es una visión de la historia de la humanidad desde la teoría (el ojo, la mirada) y canto.

En la escritura y en la oratoria reformista reproducen, en un mestizaje enfático, el discurso auguralista del modernismo-arielismo (Rubén Darío, Rodó) por un lado; y, por otro, la utopía anarquista de la rebelión contra el Estado por ser una creación capitalista. Taborda elige sus guías: Platón,  Kropotkin y el krausista Rafael Altamira. Deodoro Roca, por su parte, sostiene que “necesitamos maestros a la manera socrática”. Son “los que comprendieron el sentido profundo de la vida”. Circula, entonces, en lo que llamo “poética de la Reforma Universitaria”, una polémica interna entre la postura de una vanguardia vitalista y la estética modernista que explico largamente en mi libro. Por otra parte, es marcada, en ese momento, la influencia de Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones. Este último apoya ostentosamente la Reforma y escribe El dogma de obediencia. Arturo Capdevila sólo se animó a publicar un capítulo “La historia del dogma” en el reinaugurado Boletín de la Facultad de Derecho. Vale la pena releer y repensar ese texto para valorar sus aportes críticos a la interpretación histórica y su fuerte tono anarquista. El texto completo recién fue publicado en 2011 por la Biblioteca Nacional con prólogo de María Pía López y Cecilia Larsen. Es el único texto de fe reformista que vindica la “condición de la mujer” mal que le pese a los detractores de Lugones.

5.-

Ahora bien, otra de las preguntas que uno puede hacerse sobre la Reforma es esta: ¿tuvo repercusiones políticas?

Hubo, en ese momento, tres vanguardias que reivindicaban la “vida” como fundamento de libertad, democratización y despliegue de las posibilidades de encuentro entre estética, saber y justicia social. En primer lugar, una vanguardia estética que comprendía a los escritores que venían a democratizar las normas de la vieja retórica (revistas “Prisma”, “Martín Fierro”). En segundo lugar, la Reforma Universitaria. Los jóvenes estudiantes hablan de “abrir las puertas a lo que viene”, “tomar lo suyo sin pedírselo a nadie” y sueñan con unir a los estudiantes revolucionarios con la “sangre generosa de los obreros” en la calle.

Ahora bien, propongo que periodicemos de en modo retrospectivo: 1922, vanguardias artísticas; 1918, vanguardias estudiantiles. Pero hay una vanguardia predecesora sin la cual carecen de sustento las dos mencionadas arriba. En 1916, surge una nueva fuerza social. Según el reformista socialista Julio V. González, se manifiesta como “rumor de la tierra” y “tiniebla del futuro”. Es un factor propio de nuestro país: se trata del advenimiento del radicalismo al poder. Llegaba, sostiene González, con el ímpetu y la ceguera de las corrientes renovadoras. Lo califica como “avasallador y brutal”. Despreció las instituciones, destruyó todas las normas, escarneció todos los hombres del régimen que abatía. No traía nada, llegaba a destruir. Era una fuerza demagógica, anárquica, disolvente; era la sensibilidad popular llegando al gobierno.

En esa pieza oratoria, Julio V. González muestra una enfática lucidez analítica y, al mismo tiempo, las limitaciones que, desde su nacimiento (“ab ovo”) caracterizan a la Reforma: la incomprensión de los gobiernos populares. Por eso conspirará y participará activamente (salvo excepciones individuales) en el derrocamiento de Yrigoyen y Perón.

Recordemos 1938.  Alcides Greca,  protagonista de la Reforma en Santa Fe publica “El camino que debe seguir la Reforma”. Ese discurso, que hemos revisado parcialmente, fue pronunciado en la Facultad de Ciencias Médicas, Rosario, en el Aniversario de los XX años de la Reforma. Alcides Greca, insistimos, fue uno de los iniciadores de nuestro cine con su película “El último Malón” (1917) y autor de una novela que debería estudiarse de nuevo en nuestras facultades, “La Pampa Gringa” (1936). Veinte años después del brote reformista, Alcides Greca sostenía que, en 1918, la “juventud estudiosa era víctima de una camarilla ultrarreaccionaria que usufructuaba la universidad con el criterio ecónomico rural de nuestros terratenientes”. Y que la “elite agrofeudal, desalojada del poder por el empuje de la voluntad popular, se atrincheró en las universidades”. Los estudiantes de la Facultad de Derecho inician la lucha con la cooperación del “primer gobierno de origen auténticamente popular que surgiera en el país. Alcides Greca, era radical, con la caída de Yrigoyen estuvo preso en Martín García y publicó su novela en el exilio chileno. También Ricardo Rojas estuvo preso en Martín García por ser radical. Por supuesto, eso no los hace mejores o peores escritores o críticos. Solamente muestra los avatares de la inteligencia en la Argentina, los criterios que incluyen o excluyen del canon estéticas, obras, temas, tendencias que merecen una revisión.

6.-

Aunque la Reforma se nos presenta, a veces, un poco borrosa, a lo mejor es bueno preguntarse si hubo factores culturales caseros, propios de Córdoba y  tratar de saber cómo era la ciudad en 1918.

Desde la generación del 80 se había producido en Córdoba cierta laicización de un sector de la oligarquía gobernante que entra en contradicción consigo misma. La polémica entre católicos y liberales, la aparición de los inmigrantes, la presencia de los sindicatos y las ideas libertarias, hacen de Córdoba una ciudad de creciente modernidad. No era ya la ciudad beata: se construyen diques, avanzan las líneas férreas, crece la clase media criollo-inmigratoria, prosperan las industrias de la cal, del calzado, las cervecerías. Advienen los tranvías. La escuela normal (Carbó) y la Academia de Artes, promueven a la mujer en la profesión docente. Las universidades argentinas pasan de 5000 estudiantes en 1910, a 12.000 en 1920. (¡Pensar que hoy en la UNC, solamente, concurren más de 110.000 alumnos!) Proliferan organizaciones culturales. En fin, debe recordarse que, en la Universidad de Córdoba, ya hubo rebeliones estudiantiles a finales del S.XVIII, en época del Deán Funes. El reformista peruano Antenor Orrego postulaba que Córdoba fue la ubicación fortuita de un impulso vital que estaba pugnando y madurándose en todo el continente. De ahí su repercusión y contaminación ecuménicas.

Por eso, es bueno recordar, que de esos acontecimientos borroneados en la memoria colectiva, queda en pie, aparte de las conquistas de los claustros que todos conocemos y practicamos, la tensión hacia la Patria Grande. Se retomó la epopeya de San Martín y Bolívar como impulso y utopía, y no como realidad dada y conclusa. Aquí corresponde vindicar Manuel Ugarte, José Vasconcelos, Rufino Blanco Fombona, a los reformistas peruanos, a Raúl Haya de la Torre y a las Universidades Populares “González Prada”. La creación del APRA. Hoy se vuelve a hablar de ellas en Córdoba; y se propende a su restauración. Pero no de abajo para arriba como entonces, sino de arriba para abajo. No es lo mejor, pero es. Los reformistas peruanos, César Vallejo, Antenor Orrego, José Carlos Mariátegui, Raúl Haya de la Torre, “andinizan” el pensamiento europeo hegemónico (anarquismo, marxismo) y descubren que, en América, el pueblo explotado es el indio, el cabecita negra.

7.-

Ahora bien, si por ahí, me dicen, ¿a cuál de los reformistas cordobeses recordarías especialmente? Pasarían por mi mente, entre otros, Enrique Barros, Deodoro Roca, Tomás Bordones, Arturo Orgaz, Gregorio Bermann, Arturo Capdevila. Percibimos luces, sombras, vaivenes ideológicos, pero nunca renuncian al impulso vital inicial. Algunos se burocratizan tempranamente (los georgistas: Orgaz y Capdevila); otros, entran en frecuentes contradicciones (Roca); otros, persisten en una denuncia permanente contra la traición al ideal reformista (Barros, Bordones).

Ahora, de acuerdo con mi criterio, quien sostiene hasta el final los ideales y la fe creadora de la Reforma es Saúl Taborda. Además, se proyecta en discípulos y en obras. Él descubre, a mediados de la década infame, el “espíritu facúndico” y la tradición comunalista criolla. Ilumina, así, sus investigaciones pedagógicas. Nacen, de este modo, institutos educacionales pioneros en renovación pedagógica tanto en la ciudad de Córdoba como en Villa María. Difunde, además, una propuesta política revolucionaria destinada a sustituir el democratismo anglosajón de la oligarquía. La titula “Temario del comunalismo federalista”: una utopía de raíz criolla en que resuena la vertiente vital del anarquismo del 18 y el principio federativo de Proudhon.

8.-

Y para terminar, ¿podríamos establecer alguna clase de relación entre las Reforma del 18 y el Cordobazo?

En el 18 se frustró, porque no había llegado la hora a pesar de incipientes luchas comunes, una universidad abierta a los trabajadores. Algunos reformistas yrigoyenistas, después de 1930 (Homero Manzi, Arturo Jauretche, Gabriel del Mazo, entre otros) fundaron un fecundo movimiento político: FORJA. Ellos fueron la columna inicial del movimiento nacional, popular y democrático del 17 de octubre de 1945. Hicieron, en su momento, una importante contribución a la ampliación del concepto de pueblo. Falta estudiar esta veta de la Reforma. El peronismo, que fue acusado por la FUA oficial (reformismo burocratizado) de “dictadura de las alpargatas”, decretó la gratuidad de la enseñanza universitaria, fundó la Universidad Obrera e industrializó a Córdoba. Eso procuró que en las jornadas del Cordobazo hubiera un poderoso núcleo de estudiantes que eran a la vez trabajadores. Trabajaban tanto en las grandes fábricas metalmecánicas y en las pymes autopartistas, como en los emprendimientos del Estado: mis queridos Talleres del Ferrocarril General Belgrano, Forja y las industrias mecánicas del Estado (aviones, motos, rastrojeros). Eso permitió una interpenetración social que, a pesar de trágicos avatares históricos, persiste. Restaría una pregunta final que casi no me animo a formular: Córdoba, ¿es la del Cristo Vence y el “Sí, se puede”, o la de Reforma Universitaria y el Cordobazo?

Fuentes:

Del Mazo, Gabriel (compilación y notas), 1941, La reforma Universitaria, Ensayos críticos (1918-1940), tomo III, La Plata, Edición del Centro de Estudiantes de Ingeniería.

Taborda, Saúl, 1918, Reflexiones sobre el Ideal Político de América, Córdoba, s/d.

___________, 1918, Julián Vargas, Córdoba, Imprenta “La Elzeviriana”

Torres Roggero, Jorge, 2009, Poética de la Reforma Universitaria, Córdoba, Ed. Babel.

Jorge Torres Roggero

14 de setiembre de 2018