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Por Jorge Torres Roggero

Rebelión utensilios1.- La danza de los evos

No es mi propósito discutir cronologías ni períodos de la historia prehispánica de incas y mayas. Mi intento se dirige a llamar la atención sobre ciertas tradiciones enraizadas a los milenarios originarios circulantes en nuestra América y las preguntas que suscitan: ¿los mensajes ocultos en las reprofundos de los pueblos resuellan en sintonía con el miriás (kilias) grecolatino, el mavantara hindú o  el kalpa chino? Más aún, ¿por qué es tan pesado el silencio de la historia cuando hablamos de la “palabra antigua” de los pueblos americanos?

Sabemos que el número 1000 funciona sólo como un símbolo para referirse a períodos, eras o edades. Las cifras míticas no se refieren a cronologías precisas sino a las señales (inscriptas en la conciencia profunda del lenguaje) que anuncian la decadencia y destrucción de una cultura (religión, arte, economía, instituciones) y el advenimiento de un Gran Día, o nueva era (evo). A veces me pregunto qué se escondía tras ciertas palabras de Yrigoyen y Perón: uno hablaba del “alba del Gran Día”; otro, de “la hora de los pueblos”.

Volviendo al tema, es bueno recordar que los “libros” y tradiciones sagradas (logos palaiós) de incas y mayas nos avisan de la rebelión de la naturaleza para desquitarse de las perversiones humanas. Llega un tiempo en que todo objeto inanimado manufacto por el hombre se levanta para someterlo a castigo y mortificación. Aquello que Hesíodo llamaba “edad de hierro” y los hindúes “edad oscura” entre los pueblos americanos se lo ha nombrado, con un misterioso oxímoron: “sol de oscuridad”.

Ocurre que, entre dos edades, acontece un “tiempo de noche”. Es un tiempo de cesación, de silencio de los dioses, intervalo de incertidumbre y de suspensión de la vida en el universo. Sin entrar en paralizantes urdimbres filológicas, voy a usar para nombrar el proceso de aniquilamiento de “una humanidad anterior” las palabras pachacuti (incas) o tonatiuch (mayas) para señalar aquellos momentos “en que sol se cansa de caminar y se oculta los vivientes”. Es, por cierto, el símbolo de una humanidad que ha colmado su margen de intemperancias y vicios. Entonces, el mundo se trastorna y ocurren diversas catástrofes que destruyen a los hombres. A esa calamidad de la población y las civilizaciones, la “palabra antigua” la representa, según las culturas y las épocas, por el hambre, la peste, el agua o el fuego. A la destrucción, sucede el tiempo de tinieblas cósmicas, desaparece el sol y la humanidad vuelve de nuevo los ojos al cielo. Aterrorizados por el alzamiento de los objetos inanimados, esperan con ansia una nueva aurora, una nueva luz interior y exterior. En ese intervalo de tinieblas, es cuando las herramientas del hombre y los husos de las mujeres se convierten en culebras y víboras según narra la crónica de Montesinos, en coincidencia con el relato del Padre Francisco Dávila, párroco de Huarochirí, a comienzos del S. XVII.

2.- Francisco Dávila: niño expósito, mestizo, erudito, apóstol

El Dr. Francisco Dávila (1573-1647) fue un “niño expuesto”. Lo abandonaron en Cusco, donde nació, en el portal de una poderosa familia. Era mestizo, pero él prefirió ser considerado siempre un “expósito”. Como mestizo, no hubiera sido admitido en la universidad y tampoco podría haber sido ordenado sacerdote. Fue teólogo, doctrinero y pastor de almas. Se desempeñó como párroco de San Damián (1597) en Huarochirí, Huánuco, el futuro pago de César Vallejo. Si bien su propósito fue erradicar las “idolatrías”, procuró hacerlo mediante la predicación y preocupándose por lograr una mejor vida para sus feligreses mediante el trabajo personal y comunal.

Hombre de amplia cultura, conocía más que nadie la lengua, la mentalidad y las costumbres de los aborígenes. Se dedicó a recopilar tradiciones y leyendas de los pueblos autóctonos. Se interesó sobre todo en los ritos y creencias de los antiguos. En 1598 transcribió los relatos orales al quichua. El manuscrito pasó a ser considerado un texto imprescindible para conocer las vivencias, los modos de pensar y las formas de expresión del pueblo nativo. De entre su maravilloso mundo, vale rescatar ciertos acontecimientos que, a lo mejor, nos hablan también de nuestro presente.

Cuenta, entonces, en quichua, que en una época muy lejana (ñaupa pacha), el sol se escondió y el mundo quedó en oscuridad. Ese tiempo antiguo también fue reafirmado en otros textos por Garcilaso de la Vega, Cieza de León, Salcamayhua y, sobre todo, Hernando de Montesinos. Lo interesante del doctrinero de Huarochirí es que añade la rebelión de los utensilios del hombre y la naturaleza al tiempo de oscuridad. Los morteros, las manos de moler y los animales domésticos se levantaron contra sus “dueños” y los atacaron.

Según José Imbelloni (1979), la escena que narra Dávila no es una representación americana de influencias religiosas europeas. En efecto, un fresco del templo de Moche que se exhibe en el Museo Arqueológico de Lima , representa varias escenas de combates de los utensilios contra los hombres. Más aún, en una reproducción igual que se expone en el Museo de Historia Natural de Chicago, se observa cómo los utensilios tienen aferrados a los guerreros por los cabellos, los azotan con gruesas macanas y los acribillan con dardos (ver ilustración).

Y bien, esas son señales del punto final de una edad del mundo. Como el sol “se cansó de caminar”, “ocultó su luz y no apareció”. Tras la decadencia moral y física de los pobladores, el desvanecimiento del estado, los fenómenos celestes manifiestan un acceso de cólera de la Madre Tierra y sobreviene el exterminio de una humanidad.

Este relato lineal configura un continuo: período de tinieblas, grandes alaridos y llantos, y el alzamiento de los objetos familiares del hombre y la mujer. No es un dato menor que tal crisis del mundo es irreversible y se cumplirá indefectiblemente en “todos sus pasos”. Mientras, los pueblos sobrevivientes alientan la esperanza de un nuevo amanecer, un nuevo sol para dar calor a formas vitales y políticas completamente nuevas.

3.- El murciélago de la muerte

Tengo ante mis ojos el Popol-Vuh de Editorial Losada, 1965. Es la versión que, tras cuarenta años de estudios realizó el profesor francés Georges Raynaud. En 1927, la tradujeron al español dos de sus discípulos: el mexicano J.M. González de Mendoza y el guatemalteco Miguel Angel Asturias, futuro Premio Nóbel, que vivió en Argentina donde publicó gran parte de su obra. Ellos le dieron este título a su traducción: Los Dioses, los Héroes y los Hombres de Guatemala antigua.

Es la antigua historia del  pueblo Quiché. En el libro se manifiesta y aclara lo que estaba escondido. Narra cómo en un principio nada existía. Solo inmovilidad, silencio, tinieblas, noche. Entonces, vino la Palabra. Los Poderosos del Cielo crearon hombres construidos en madera que se reprodujeron, hablaron y “existió la humanidad en la superficie de la tierra”. Pero esos hombres y mujeres no tenían “ni ingenio, ni sabiduría”, y se habían olvidado de sus creadores: “Ningún recuerdo de sus Formadores (…) andaban, caminaban sin objeto”. O sea, “no había ninguna sabiduría en sus cabezas ante sus (…) Formadores, sus Animadores”.

Entonces llegó el fin de aquellos “muñecos” construidos de madera: “El Murciélago de la Muerte vino a cortarles la cabeza”. A causa de esto se “obscureció la faz de la tierra”: “Los animales pequeños, los animales grandes, llegaron; la madera, la piedra, manifestaron sus rostros. Sus piedras, sus vajillas de barro, sus escudillas, sus ollas, sus perros, sus pavos, todos hablaron; todos, tantos cuantos había manifestaron sus rostros”. “Nos hicisteis daño, nos comisteis; os toca el turno: seréis sacrificados”, les dijeron sus perros, sus pavos. Todas las cosas y los animales comenzaron, de ese modo, a quejarse del afán destructivo del hombre: “Descorteza, descorteza, rasga, rasga”, dicen las piedras de moler. Los acusan de “haber cesado de ser hombres” y, por lo tanto, deberán soportar la fuerza de animales y utensilios: “Amasaremos, morderemos vuestra carne”. Y prosiguen: “¿Cómo no razonabais? ¿Cómo no pensabais en vosotros mismos? Ahora sufriréis los huesos de nuestras bocas”. También hablan las vajillas de barro y les anuncian que, a su tiempo, los quemarán.

Los hombres corren desesperados. Quieren subir a sus mansiones, pero se les caen encima; intentan trepar a los árboles, pero los árboles los revolean lejos; quieren entrar a los agujeros, pero “las cuevas despreciaron su rostro”. ¿Cuál fue la transgresión de esos hombres? Tenían palabras, pero prefirieron ser muñecos (tabula rasa) y, al olvidarse de sus creadores, utilizaron su técnica para destruir y su poder para dañar y devorar la vida animal. Por eso, “sus bocas, sus rostros, fueron todos destruidos, aniquilados”.

Se están simbolizando, sin duda, épocas de pestilencia, guerra, hambre, en que, además, se toma la mentira por verdad: “el mundo se trastorna y se renueva”, diría el fraile Montesinos. Es bueno saber que la “palabra antigua”, en ciertas épocas, está amordazada y solamente habla por lo bajo, entrecortada e ininteligible. Las carcajadas y los bailes espásticos de nuestras fiestas electrónicas, ¿pueden mudar en una especie de paradójico continuum en alaridos y llantos? Así como los antiguos americanos daban gritos llamando a su padre el Sol, también nuestros libros proféticos por boca del profeta Joel claman: “El sol y la luna se oscurecen y las estrellas pierden brillo” (4,15) “Y realizaré prodigios /en el cielo y en la tierra/ sangre y fuego y columnas de humo” (3,3). Y en II Pedro dice: “Entonces los cielos se desharán con ruido ensordecedor, los elementos, abrasados, se disolverán; y la tierra y cuanto contiene se consumirá” (3,10).

4.- La Pospandemia

En esta época de cuarentena, aislamiento y acecho de un enemigo sin rostro, la imagen del día fatídico que predican las tradiciones ancestrales de los pueblos vuelve a repicar en las mentes y los corazones. Comienzan a resonar, con “sordos ruidos”, las estrofas del “Dies Irae” del franciscano Tomás de Celano. Han retornado olvidados ritos que los cultos religiosos habían silenciado, salen en procesión imágenes que hace siglos resultaron milagrosas para liberar de pestilencias y calamidades. Algunos de esos sucesos del pasado (no ya los relatos de los libros sagrados) resultan un tipo o figura de las mutaciones actuales: las profecías hablan cuando se cumplen. No faltan los que, desde una visión laica, hablan de una tercera guerra mundial en curso y de una postguerra de rostro impredecible. De todos modos, desde las profundidades, relatos y visiones del logos palaiós persisten en avisar sobre las consecuencias de las perversiones y traiciones de un sistema de poder hegemónico y destructivo.

Entonces, se suscita la pregunta: ¿habrá un cambio? ¿Todo seguirá igual y, en consecuencia, se repetirán las pestilencias pero cada vez más mortíferas y universales? ¿Para qué sirven el poder militar y económico? ¿Y el dominio y explotación de los pueblos, razas, clases y géneros? Algo es cierto. Tanto la tradición judeo-cristiana como las tradiciones aborígenes muestran identidades intelectuales y formales en las descripciones vatídicas.

En un reciente artículo titulado “Alternativas posibles poscoronavirus” (Hoy Día, 1/7/20), Leonardo Boff postula que “bajo el modo de producción capitalista hemos roto todos los lazos con la naturaleza” que no es un reservorio ilimitado de recursos. La vieja Pacha Mama, que es un organismo vivo y nunca deja de articularse para producir y reproducir todo tipo de vida, “ha comenzado a rebelarse y contraatacar mediante el calentamiento global, los eventos extremos de la naturaleza, y el “envío de las armas letales que son los virus y bacterias”; entre ellos, la Covid 19, “invisible, global, letal”.

Ante el virus, nada pueden las potencias militaristas. ¿De qué sirven las armas de destrucción masiva? La Covid 19 cayó como un rayo sobre el anarcocapitalismo y sus dogmas han sido sitiados por el enemigo invisible. Todo el mundo se pregunta: ¿debemos salvar vidas humanas o preservar la economía? El capitalismo se empecina en privilegiar la economía. Tal el caso del presidente Bolsonaro (El País, 27/7/20) que vetó la obligación de llevar barbijos en las cárceles, escuelas y templos; negó la ayuda financiera a los Estados sin recursos; persiguió a los gobernadores que se empeñan en combatir la pandemia; los amenazó de considerar corrupción la compra de respiradores e insumos. Y hasta vetó la garantía de acceso al agua potable. Según algunos, hay señales precisas de que existe un crimen de exterminio y lesa humanidad sobre las comunidades indígenas: “El genocidio no es sólo poner a gente contra una pared (o en una cámara de gas) y fusilarla. El genocidio también ocurre al suprimir las condiciones necesarias para la vida y la salud” (El País, cit.). Eliminar al indígena es un modo de derribar el obstáculo que impide utilizar sus tierras y la riqueza natural. Las comunidades indígenas, las comunas andinas, los minifundios criollos, son los garantes del medio ambiente y el patrimonio natural y cultural de los latinoamericanos.

5.- El  buen vivir y convivir

Pero los “señores del mundo” persisten en su adoración al “dios dinero”, al ídolo devorador de vidas y pueblos. Durante la pandemia, todos los medios así lo informan, el dueño de Amazon, Jeff Bezos, ganó trece mil millones de dólares en un solo día y los milmillonarios de Sudamérica aumentaron, en promedio, 27% sus ganancias. En consecuencia, nada hace suponer el advenimiento de un mundo en que se reconstruya la cooperación entre los pueblos, la solidaridad social y el cuidado común de la vida. Basta mencionar que el dueño de Tesla, Elon Musk, socio de EE. UU en la revitalización del plan espacial para dominar las comunicaciones del futuro mediante un enjambre de satélites, proclama sin pudor su intervención directa en el golpe de estado de Bolivia y su disposición a intervenir en todo lugar donde esté en juego el apoderamiento del litio. ¿Seremos los argentinos las futuras víctimas, los próximos ajusticiados por el Imperio?

Según el “antiguo lenguaje”, la persistencia de “una humanidad” o “cultura” en sus actos perversos desemboca ineludiblemente en el “dies irae”. Pero no hacen falta los libros sagrados. Cualquier ciudadano ornado de sentido común se da cuenta que volver a lo de antes sería un suicidio. Tampoco faltan científicos (profetas de la razón matemática) que advierten sobre pandemias de mayor virulencia y letalidad que sobrevendrán si continúa la agresión sobre la naturaleza y su mayor creación: el hombre.

Leonardo Boff, en el artículo citado, intentando responder a la pregunta sobre la pospandemia, imagina cinco alternativas. Elige la quinta: “La quinta alternativa sería el buen vivir y convivir, ensayada durante siglos por los pueblos andinos. Es profundamente ecológica, porque considera a todos los seres como portadores de derechos. El eje articulador es la armonía que comienza con la familia, con la comunidad, con la naturaleza, con todo el universo, con los antepasados y con la Divinidad”. Es un “alto grado de utopía”, concluye Boff.

Llegados a este punto, cabe aclarar que, en Argentina, ese ideal que se presenta como irrealizable tuvo su principio de concreción a partir del 17 de octubre de 1945. Si bien fue mutilado por el odio y la violencia, el proyecto peronista planteó desde un primer momento el modo de salir del laberinto, de romper las redes del capitalismo salvaje.

Eva Perón, desde una perspectiva mística y mítica, pregonaba, citando a León Bloy, que el justicialismo era “el rostro de Dios en las tinieblas”. En realidad, había descubierto con fe inquebrantable, que de todo laberinto o calamidad se sale por lo alto: “En los cataclismos, -predicaba Perón en la Comunidad Organizada-,  la pupila del hombre ha vuelto a ver a Dios y, de reflejo, ha vuelto a divisarse a sí mismo (…) Los rencores y los odios que hoy soplan sobre el mundo, desatados entre los pueblos y entre los hermanos, son el resultado lógico, no de un itinerario cósmico de carácter fatal, sino de una larga prédica contra el amor. Ese amor que procede del conocimiento de sí mismo e, inmediatamente, de la comprensión y la aceptación de los motivos ajenos”. Resemantiza entonces el término armonía con el sentido de “plenitud de la existencia”. Y agrega: “Nuestra comunidad tenderá a ser de hombres y no de bestias. Nuestra disciplina tiende a ser conocimiento, busca ser cultura. Nuestra libertad, coexistencia de  libertades, procede de una ética para la que el bien general se halla siempre vivo, presente, indeclinable. El progreso social no debe mendigar ni asesinar, pero es necesario realizarlo con la «conciencia plena de su inexorabilidad”. Por eso la sociedad tenderá a ser “una armonía sin disonancia ninguna”, un colectivismo logrado por la “superación, por la cultura, por el equilibrio”. En consecuencia, la justicia no será un término “insinuador de violencia, sino una persuasión general”. “La alegría de ser” será la clave de toda existencia porque el individuo podrá realizarse a sí mismo en una comunidad en que todos se realizan. Esa es nuestra doctrina y esa es, entonces, nuestra esperanza de antes, de ahora y de después de la pandemia. En el horizonte, a través de la borrasca, se vislumbra el alba del quinto sol y su “alto grado de utopía”: la “armonización de la misión individual, familiar y colectiva”. ¡Jallalla!

Fuentes:

Anónimo (1965). Popol-Vuh, Buenos Aires: Losada

Biblia de Jerusalén

Boff, Leonardo, 1/7/2020, “Alternativas posibles poscoronavirus”. En: Hoy Día Córdoba.

Brum, Eliane, 25/7/2020, “Hay indicios significativos para que autoridades brasileñas, incluido Bolsonaro, sean investigados por genocidio”. En: El País. Entrevista a la jurista Deisy Ventura.

Imbelloni, José (1979). Religiosidad indígena americana. Buenos Aires: Castañeda.

Perón, Juan Domingo (1973). La Comunidad Organizada. Buenos Aires: Cepe

Jorge Torres Roggero

Profesor Emérito. Universidad Nacional de Córdoba

31/7/2020. Fiesta de San Iñigo de Loyola.