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Por Jorge Torres Roggero

1.- Un extraño burócrata

Ricardo Rojas, en Los Modernos, informa que Martín Coronado “…escribió una novelita, La Bandera (premiada en un concurso)”. En mis cirujeos por los arrabales de la literatura argentina es el único dato sobre esa obra editada y reeditada sólo en ediciones populares destinadas a un público heterogéneo y de reciente alfabetización. Eran épocas sin artilugios electrónicos ni audiovisuales. Además, es una obra sin crítica, es decir, sin lectores especializados. Por lo tanto, marginada del canon literario. Aunque existe una olvidada edición de ocho tomos de las obras completas de Coronado, La Bandera resulta de mínimo interés. Fueron la poesía y las obras de teatro las que merecieron algún trato académico.

La primera edición, de 1903, se debió a un concurso “histórico literario” organizado por LA SIN BOMBO. Era una fábrica de “cigarrillos y tabacos” que tenía su propia imprenta para imprimir, no sólo sus etiquetas, sino libros de diversa índole. Había sido fundada a mediados del S.XIX y eso explica su curioso nombre. Se refiere a un modo de publicidad. Un hombre se paraba en la esquina, tocaba el bombo para atraer al público y ponderarle la calidad de los negocios de la zona. La fábrica de cigarrillos era de tal excelencia que no necesitaba la ceremonia del bombo. ¿Vendrá de allí la expresión “bombo mutuo” para referirse a las sectas artísticas?

Les cuento, entonces, que vamos a abordar una desconocida novela de un semiconocido poeta de la generación de 1880: Martín Coronado (1850-1919). Es difícil encontrar detalles sobre su vida y obra. Por García Mérou, en Recuerdos Literarios, sabemos que publicaba poesía desde 1873; y, por Ricardo Rojas, que era íntimo amigo de Rafael Obligado. Ambos cultivaban un romanticismo tardío y tradicionalista que transitaba desde el tono íntimo al “patriotismo ciudadano”. Eso sí, siempre de tono antirrosista.

Junto a R. Obligado y otros amigos, fundaron la Academia Argentina con el lema “Artes-Ciencias-Letras” con dos propósitos: 1°. – Crear un Diccionario de Argentinismos que, según García Mérou, en 1878 ya tenía 4000 voces definidas y más de dos mil en estudio. Nadie sabía a qué manos fue a dar ese manuscrito. 2°. – Crear un teatro nacional, más aún, llegar a una ópera nacional. En otras palabras, nacionalizar la literatura y el arte. Ese nativismo ya fue suficientemente estudiado.

Desde 1877 comenzaron a pensar en un teatro argentino: se proponían estrenar tres obras por año. Lo lograron, pero con suerte adversa. Interpretadas por compañías españolas, sus creaciones carecían de la mínima repercusión. Mientras tanto, los actores y autores nacionales florecían en los locales frecuentados por las clases populares: habían comenzado en el circo y, de pronto, las compañías criollas parecían multiplicarse.

Ahora bien, en 1901, se produce una feliz conjunción entre teatro gauchesco y sainete: coinciden en el Apolo Ezequiel Soria y José Podestá. Fue así que, en 1902, se produce el éxito clamoroso de La Piedra del Escándalo de Martín Coronado. La obra se había estrenado sin consentimiento del autor según cuenta García Velloso en sus Memorias. Algo nuevo sucedía. Los artistas criollos despreciados por la crítica erudita de la época por considerarlos semianalfabetos, bajo la dirección de Soria, atrajeron hacia ellos producciones de autores nacionales que hasta entonces no se habían atrevido a ofrecerles sus obras.

La Piedra del Escándalo de Martín Coronado abre posibilidades a un nuevo modo de ver y hacer teatro argentino. Aparecen nuevos tópicos: la lucha entre el sembrador y el pastor, entre el chacarero gringo y el gaucho. El tano de Coronado no es todavía el del conflicto. Es un gringo bonachón que se entiende con el criollo y sus nietos son ya argentinos. El conflicto se da entre los nietos que se quieren ir del campo atraídos por las luces de la ciudad, por el lujo y el ascenso social, y los apegados al suelo. Fue así que la obra de Coronado superó 500 representaciones con sus tres actos en verso. Más aún, el pacífico escribano, burócrata del Registro Civil, se hizo famoso por un estilo titulado también “La Piedra del Escándalo”. La letra databa de 1891 y Pablo Podestá le puso música en 1902. Fue tan popular, que se realizaron numerosas grabaciones. La más famosa fue la de Ignacio Corsini, en 1931; y, en la película “Carnaval de Antaño” (1940) fue cantada por Charlo. Así, por impensados caminos, Coronado termina aportando a la historia del arte popular y orilla los arrabales del tango.

Pero, además, el poeta nos brinda otra sorpresa. En 1879 escribió un poema reivindicatorio de las Malvinas Argentinas. En ese año, se publicaron varios poemas, en general declamatorios, para recibir los restos del Gral. San Martín. El poema de Coronado se titula “La Cautiva”. Con eco echeverriano, invierte el opresor: ya no es una tribu, es un imperio. Propone recibir al héroe “con las caricias de la patria inquieta”. Sólo lamento e indignación ante la rapacidad británica: “cual víctima expiatoria/ a su cadena la amarró el pirata/ de aventurera historia/ para vengar la tempestad de gloria/ que a sus milanos desbandó del Plata”. Mientras los diarios, los políticos, los gobernantes, consienten una Argentina semicolonia inglesa, por lo menos los poetas alzaban la voz: “Pero el secreto de la mar ceñuda/ en cada oído lo dirá el poeta”. De él saldrá “perenne la canción guerrera/ como la luz a despertar la aurora, /como la chispa a reventar la hoguera”.

Ahora bien, habría que marcar la importancia del paisaje en el poema: “Allá, tras la neblina/ en que parece que a tocar sus brumas/ el cielo al mar se inclina:/ hay una tierra que nació argentina/ que en la borrasca se ciñó de espumas”. ¿No les recuerda el inicio de la “Marcha de Malvinas”? Todo se aclara si pensamos que esa letra fue escrita por Carlos Obligado, hijo de Rafael Obligado, que, desde niño, trató al gran amigo de su padre: Martín Coronado. Reminiscencias que le dicen.

2.- La novelita

Antes de paratextear, entremos en la trama de la “novelita premiada” que mentó Ricardo Rojas. La edición de 1933 que tengo ante mis ojos ya tiene una intervención paratextual del editor orientada a resaltar la figura central de una colección de su editorial: Juan Manuel de Rosas. Entonces la titula Rosas no cede y, entre paréntesis, el título que le puso el autor: La Bandera.

Ese es también el título del capítulo decimotercero y el anclaje simbólico del relato que, a su vez, cobra sentido si descubrimos que todas las acciones y todos los personajes desembocan en un centro emblemático capaz de anular odios y contradicciones. Es un hecho histórico, que, si bien suele ser escamoteado en los manuales de historia, resume nuestras luchas por la soberanía nacional: la batalla de la Vuelta de Obligado, símbolo fundante de la idea de soberanía nacional. Tampoco es casual, que tanto al comienzo como al final del texto, se exalte el pensamiento y la figura de Manuel Belgrano.

En un breve prólogo firmado por las iniciales C.C., el editor presenta a Martín Coronado como a un portavoz que “evoca un pasado de gloriosa y recordada fecha en el corazón de nuestros mayores”. Con él, “desapareció la tradición y el amor a las cosas pasadas”. En la primera edición de “La sin Bombo”, Martín Coronado había inscripto este epígrafe: “Las sombras de la historia se hacen luminosas con el tiempo”.

¿Es la “época oscura de la primera tiranía” la que muestra su faz iluminada? En efecto, llama la atención “la novelita”: si bien aparenta los modos del folletín ofrece una curiosa complejidad. Aunque el autor es un convencido antirrosista, explora un punto de anulación de la contradicción unitario/federal en un hecho histórico emblemático reforzado con un símbolo de todos.

Los personajes que nos interpelan son: 1) Una familia de peones criollos (Gregorio, Mariana y su hija Magdalena); 2) Son leales y agradecidos servidores del estanciero unitario (Don Luis) que conspira para asesinar a Rosas y se une a la escuadra francesa ayudado por los puesteros; 3) Magdalena, la bella y abnegada criollita perdidamente enamorada de Adolfo (hijo de Don Luis) que, a su vez, si bien la admira y la quiere como hermana, ama sin ser correspondido a una joven rubia de su clase; 4) Los sargentos federales Palma y Tabares. Palma, rústico, leal, respetuoso; Tabares, represor y perseguidor de unitarios. Ambos ostentan una lealtad a toda prueba a Rosas y un acendrado patriotismo frente al ataque de la flota anglo francesa. En realidad, los invasores, en la novela, siempre son franceses. 5.- Otros personajes: María, la posadera, guardadora de secretos, curandera, protectora de fugitivos. Es tía de Paulino, aculturado sobrino que ha viajado a Francia y habla un castellano fuertemente galicado. Paulino dice a su tía: “Je le parlerai como un gaucho”; y María le responde: “más te valiera el ruso o napolitano porque quien dice francés dice enemigo”.

Los federales son representados mediante la repetición de discurso de la cultura oficial que escanea siempre El Matadero y que luego se reduplicará con mayor saña en nuestros intelectuales (Sábato, Viñas, Martínez Estrada, Murena, Borges, etc.) para referirse al peronismo. Así, el sargento Palma es “hombre fornido como de 40 años; “chato de cara y de cerdosos bigotes signos reveladores de su origen indio”, “pero siente la obligación de servir con alma y vida al país”. El sargento Palma es respetuoso y ferviente enamorado de Magdalena. Aunque no correspondido, en cierto modo da la vida por ella.

El estanciero Luis, por su parte, es un “criollo liberal”, que considera a los federales “agentes del tirano”. Frente a las “iras populares”, se apoya en el extranjero, conspira, emigra. Para él, “la cuestión era concluir de una vez, matar a Rosas y matar con él la tiranía”.

Adolfo, el hijo del unitario, ha sido educado por un viejo amigo de su padre, austero, discípulo y admirador de M. Belgrano. De un “patriotismo implacable”, “forma el cuerpo y el espíritu del niño en la escuela ideal del educacionista-soldado.” Por eso Adolfo sufre un profundo cambio, cuando huyendo por el río, contempla cuando una cañonera francesa destruye una barcaza federal: “Una oleada de ternura y de entusiasmo lo arrebató a pesar suyo hacia aquellos hombres; todos sus pasados enconos se borraron y estalló en él de improviso, como una llama oprimida, el fuego del patriotismo exaltado que había encendido en su corazón el austero profesor, amigo de su padre, que lo educó en la escuela y el culto de Belgrano”. Ahí se convence de que, cuando amenaza el enemigo extranjero no hay ni debe haber unitarios y federales”.

Al final, Don Luis, que ha desembarcado con los franceses, al ver ultrajada la bandera que envuelve a su hijo muerto, siente “como si el pálido sol de la bandera cautiva derramara una luz misteriosa en su pensamiento oscurecido, veía y comprendía al fin”. Y se lanza también a la muerte. Unos al grito de ¡Viva Rosas!; otros, al de ¡Viva la libertad!, dan su vida por la patria abrazados a la bandera. ¿Un intento de sellar la vieja “grieta argentina”, de superar la “ley del odio” que describió Joaquín V. González? Coronado promovía un “patriotismo ciudadano” y un incipiente asomarse al “otro”.

Párrafo aparte merecerían las magistrales descripciones y observaciones de Coronado sobre el ámbito natural convertido en escenario épico. Todo ocurre en San Pedro, su puerto, su laguna y el paisaje de las barrancas del Paraná con sus escondrijos secretos. La naturaleza es un personaje vivo, la tierra patria cobra un relieve protagónico y merecería un detenido estudio: el paisaje como significante esencial de la soberanía.

3.- Paratexteando

Simplificando, llamemos paratexto a todo lo que rodea o acompaña al texto. Generalmente, lo produce el autor y funciona como instructivo y guía de lectura. Los paratextos incluyen ilustraciones, prólogos, gráficos, títulos de la obra o de capítulos, epígrafes, índices. Se podrían nombrar otras formas, pero lo que aquí interesa es lo que llamaremos: invasión del editor. Algunos los llaman peritextos. Los redacta el editor, rodean el texto principal, pero se encuentran en el interior del libro. Sería como una necesidad de la industria cultural. Su despliegue tiende a movilizar un ámbito peculiar, un público en que la cultura popular es un vector de sentido. Con fuerte inserción en lo cotidiano y sus modos de lectura, arman en los alrededores del texto un collage de códigos populares.

No bien abrimos La Bandera, nos encontramos con la portada avisándote que se trata de un tomo de la Colección La Tradición Argentina de J. Rovira, editor, que aparece los viernes, que es el tomo XXV, del Año II, N°25 del 3 de febrero de 1933. Ni la fecha de edición es casual: ese día de febrero es el aniversario de la batalla de Caseros.

Yendo a la retiración de tapa, nos sale al paso la publicidad de dos colecciones: 1) Colección Misterio. Aparece todos los martes, cuesta 30 centavos y lleva 111 títulos de diversos autores. Entre ellos: Edgar Wallace, Van Dine, J.S. Fletcher, Rufus King, Edgar Rice Burrough, Sax Rohmer. Pero a mitad de página, nos asalta otra colección: 2) Biblioteca Mi Novela que aparece todos los miércoles y lleva 76 entregas a 30 centavos. Se pueden hallar en ella novelas de Pérez Galdós, Bazin, P. Loti, Bourguet, Theuriet y muchos más de gran circulación en esos días.

En la retiración de contratapa la publicidad se refiere a Revista Mi Novela, “la revista de los libros para toda la semana que ya lleva 86 entregas siendo la última Ramuncho de Pierre Loti.” Esta publicidad es intensificada en la que sería la última página donde se pregunta con letras mayúsculas: “¿SEÑORITA O SEÑORA?” y, en un recuadro inferior: “Ud., sólo podrá saberlo si lee esta admirable, sugestiva e intensa novela de WILKI COLLINS que publicaremos en el próximo número de REVISTA MI NOVELA. 20 centavos el ejemplar.”

La Biblioteca La Tradición Argentina ofrece libros sobre el pasado argentino con “relatos de palpitante emoción y colorido, en los cuales se evidencia la fuerza y la altivez de una raza”. Presenta 22 títulos que van desde Eduardo Gutiérrez y sus truculentos folletines sobre la mazorca, pasando por D.F. Sarmiento, M. Cané, Fray Mocho, José Mármol, César Duayen. Es una serie literaria que refuerza el relato organizador de la Argentina oligárquica, pero que los sectores populares parecen “leer al revés”: se privilegian textos en que se exalta la rebeldía y lo que llaman “altivez de la raza”. Veamos. A partir de la p.129 (sobre 158) la publicidad (paratextos del editor) ocupa una carilla. Ofrece un título: Camila O’Gorman. Se lo presenta como el crimen del cual Rosas se arrepintió. Se alude al personaje como la “dulce, la tierna, la enamorada mujer que había escuchado la voz del amor”. Habla de intervención vana de Manuelita Rosas y presenta a Rosas, en su destierro, lamentándose de ese solo acto.

La Biblioteca La Tradición Argentina es presentada como “la mejor, la más moderna y la más completa de las ediciones de obras de escritores argentinos que se dedicaron a escribir la historia y su leyenda, su epopeya y la de sus nobles hijos, los valientes y los ya casi desaparecidos gauchos”. Se intenta intensificar el pasado mediante el “libro típicamente argentino que deben leer todos los argentinos”.

En la p.142 se publicita Pecado Mortal de Andrés Theuriet. En rebelión contra “religión, moralistas, padres ¡todos!” el autor sostiene que: “No hay pecado mortal donde hay amor (…) enloquecedor arrebato del espíritu, de los sentidos”. La novela es presentada como “intensa”, con palpitaciones de “placer y dolor”. Pertenece a la Biblioteca Mi Novela y se incita al lector: “exíjala y hágala reservar con tiempo”. Como siempre, se ponderan presentación y precio.

En la p.153 se ofrece “lucha…pasión…intriga” en una novela de la Colección Misterio titulada Tarzán y los piratas: una sucesión “de aventuras escalofriantes” en “un lugar de pesadilla”. Por último, en la página 159 ofrece para “el próximo jueves”, a 20 centavos, bajo el título de Sexton Blake, “dos originales aventuras de emoción”, con “siniestras maquinaciones”, “una ingeniosa estafa” y “un vuelo en aeroplano” que confirma al detective en “sus descabelladas teorías”.

Llegamos a la contratapa que presenta la Biblioteca Sexton Blake: “hermosos libritos de cien páginas en formato 8” y tapas atractivas en color, conteniendo cada uno una misteriosa historia de aventura.

Se conforma así un plan de lecturas que se distribuye a lo largo de cada día de la semana. Se apela al misterio, a realidades suprarracionales, a la acción y a la aventura. Los lunes la Revista Mi Novela induce a los laberintos del pecado, el amor, los sentidos. Los títulos, con prevalencia de la palabra “mujer”, parecen dirigirse a un público preferentemente femenino. Los martes, se apela al misterio y su costado suprarracional; el miércoles, la Biblioteca Mi Novela profundiza algunos temas de la revista del mismo título y ofrece novelas en que se acentúan las complejidades del amor, de la relación hombre/mujer; el jueves, se ofrecen las aventuras de Sexton Blake y el viernes: a cultivar la fibra patriótica con los libros de la Biblioteca La Tradición Argentina. Habría, sin dudas, mucha tela para cortar si nos detuviéramos en el análisis de estos paratextos. No es mi intención en este momento y, como ando “cirujeando”, me conformo con unos hilitos para quedar “prendido” en la “gran trama” de ¿nuestra literatura?

4.- Sexton Blake

Voy a tirar de un hilito suelto: veamos la contratapa de La Bandera con su publicidad de  146 libritos de cien páginas a 20 centavos: Biblioteca Sexton Blake. Sexton Blake, personaje de ficción, detective protagonista de tiras cómicas, novelas, obras teatrales. Abarca más de 4000 historias de unos 200 autores diferentes. Aparecieron en una amplia gama de publicaciones británicas e internacionales desde 1893 hasta 1978. Entre 1915-1948 tuvo su propia revista: La Biblioteca Sexton Blake (Sexton Blake Library). Advertimos, entonces, que la publicidad se refiere a una traducción y las traducciones se hacían en España. Según se afirma, de esa conjunción provienen esas extrañas muletillas que adornan las novelas de Roberto Arlt y chispeaban en la lengua coloquial de otras épocas.

A medida que pasaban los años, el personaje fue mutando. En sus comienzos, Sexton Blake fue creado según el modelo de los detectives del S.XIX. Después de 1919 se volvió mucho más entregado a la acción que Holmes y enfrentó enemigos memorables. Con el tiempo, la Biblioteca Sexton Blake logra inmensa popularidad con historias más actuales influenciadas por la ficción pulp estadounidense.

Dentro de la misma línea, en Argentina, habría que considerar a la revista Tit-bits. Fue publicada desde 1919 hasta los años cincuenta. Tenía mayor tamaño que los pulp, que eran libritos como los de editorial Rovira (La Bandera) y utilizaba el mismo tipo de papel tanto adentro como en la colorida tapa. El subtítulo decía: “Revista argentina ilustrada de todo lo más interesante, útil y ameno de los libros, periódicos y colaboradores del mundo”. Tit-Bits también publicaba aventuras de Sexton Blake junto adaptaciones de grandes obras de la literatura universal. Era una lectura de mi niñez. Por supuesto, no sabía nada de literatura, de clásicos, de grandes escritores de occidente, pero, de algún modo, los leía. Claro, de segunda mano. La lectura, ¿era una forma popular de ocio en tiempos en que todavía no reinaban ni la radio, ni la televisión, ni las redes?

La temática de las ediciones populares era extraordinariamente amplia: basta considerar el menú semanal del editor de La Bandera. A veces, aumentaban la tirada tocando temas pocos frecuentes, incluso tabúes, como el sexo. En los relatos hay de todo. Pensemos que en TitBits, Aventuras, o El alma que canta, publicaron, para ganarse el pan Vicente Barbieri, Conrado Nalé Roxlo, Dardo Cúneo. En los pulps no es raro encontrar, junto a textos descartables, joyas de Paul Anderson, Ray Bradbury, Raymond Chandler, Robert Howard o H.P. Lovecraft.

El signo de nuestra cultura es el mestizaje, y es un hecho que las influencias y modas extrañas son producto de cruzas culturales que se entreveran en el hervidero nacional haciendo de cada texto -aun el más selecto- un vocerío.

Es así como a través de un desechado librito amarillento y astroso, con papel de mala calidad y con tapa de colores vivos, con una contratapa dedicada a la copiosa Biblioteca Sexton Blake, con su publicidad en páginas interiores, surfeando paratextos y peritextos arribé a un libro póstumo de Leónidas Lamborghini: Los últimos días de Sexton y Blake.

5.- Sobre los pluri y los uni

Leónidas Lamborghini retoma la figura del multifacético Sexton Blake de los “libritos”. Pero ahora el detective de “descabelladas teorías” se desdobla o se auto percibe como dos personajes o fantasmas que se entregan a las más estrafalarias aventuras. ¿Suceden o son agobiantes delirios, alocadas fabulaciones? ¿Es uno solo que, echado en el camastro, no cesa de imaginar o es un dúo explorando “el otro lado”?

Todo comienza cuando Sexton Blake padece un despertar agitado. Frente al espejo, descubre que ya no es Sexton Blake sino Sexton y Blake: “Blake, al lado de Sexton en el camastro, le hablaba al oído: trata de convencerlo, una vez más, de volverse loco como él…”

Este desdoblamiento del personaje ya común a tantas ficciones (¿Sexton cuerdo, Blake loco?) nos arroja, existencialmente, a un territorio en que lo fantástico es elevado a una segunda potencia. Es el aspecto farsesco y trágico, a la vez, de un estado desaforado del ser (“un fuera de sí”) y poblado de “fasmas”. Por supuesto, no es la primera vez que ocurre este tópico en la literatura: uno que es dos al mismo tiempo. Pero, en este caso, el que se desdobla ya es, literalmente, un personaje de ficción.

Sexton y Blake se sentían acosados por “eso” a lo que llaman el “galgo”. Estaban convencidos que ellos eran la “dificultad”. Tal asedio, los llevó a la idea de suicidio. Rechazaron las prescripciones de los psiquiatras y eligieron como catarsis “un inventado ajedrez suicida y el giro en círculos”. Dudo, el perrito que habían recogido de la calle “paraba la oreja cuando escuchaba la palabra “galgo”.

El ajedrez inventado los ponía eufóricos. Otras veces, era el turno de la otra catarsis: el trote en círculo. Mientras giraban sobre sí mismos en el cuartucho “saltaban y gritaban (…) se tapaban los oídos (¿qué escuchaban?). Batían palmas. Flatuleaban (…) como ebrios rodaban por el piso (…) Después dormían tranquilos, profundamente, como si supieran lo que hacían”. Pero el galgo siempre aguardaba despierto.

En una especie de psicoanálisis, recuerdan, a retazos el “altar de la infancia” que contiene una pelota, un balero, canicas de colores, una rueda de bicicleta y un triciclo. La disposición gráfica del texto intensifica la introspección. Sexton y Blake, de rodillas en el piso y en actitud de total recogimiento: “A la caída de la tarde dos niños septuagenarios musitando a dúo la palabra/ vereda”. ¿Por qué septuagenarios? Porque, cuando Lamborghini trajina con sus fantasmas, el personaje de historieta ya ha cumplido 70 años. Lo terrible es que, sobre el asiento del triciclo, “todavía estaba el cuchillito con que destripaban las orugas para ver como sufrían”.

Sexton y Blake a veces salían del tabuco a la madrugada. Convertidos en fantasmas, asustaban a los vecinos. Gracias a la pesada broma, no faltó quien “se arrojó al vacío estrellándose contra la vereda”. Sexton y Blake, fantasmas, se escabullían entre las sombras. Luego juraban que nada habían hecho: “¡Jamás los hemos hecho! ¡Podríamos jurarlo!”.

Los dos amigos eran “lectores ávidos de libros de aventuras”. Tras leer Moby Dick, salieron del tabuco convertidos en cazadores de ballenas. Afuera, debieron afrontar las furias de una tormenta. Se imaginaban náufragos, en un bote salvavidas, en alta mar. Así pasaron la mañana, y la tarde. A la noche, regresaron al tabuco y “encendieron el primus primitivo; al calor empezaron a secarse las ropas, tomaron unos tragos de alcohol…y después volvieron a apoyar, otra vez, el oído en el libro”. Una maravillosa metáfora de cómo la lectura nos “desafora” y nos “destiempa”, nos traslada a un mundo lleno de sonidos turbulentos y voces tormentosas.

Sexton y Blake, con la herida sin cerrar de tantos dislates cometidos, buscan resarcirse con algún logro que superara sus posibilidades. En esos días de búsqueda, descubren un posible camino en la geometría. Cuentan con un manual, robado en una librería de viejo, y “se dedican a la geometría”. El libro les plantea el problema de la cuadratura del círculo. En sus frustrados intentos disfrutan, de a ratos, “el lampo de luz; esa recortada claridad”. Buscan “la solución de la no solución”. Sopla un eco de metafísica marechaliana en ese amarrarse “a la voluntad del centro mismo”, a la perfección que “permanece en su paz geométrica”: “Noche. Cerraron el volumen, no la herida”.

Otro enigma que se les plantea es la aparición de una “huella” en el tabuco: “el talón, la planta y los cinco dedos”. La huella de un pie humano que no era la de los suyos. No se atreven a borrarla. Nada la explica, pero está a la vista. La huella dentro del ropero, debajo del camastro. Miran, inspeccionan: “Nada. Nadie”. Conclusión: “Esa huella está equivocada”. Es de “otro lugar”. “Entonces se atrevieron a borrarla”. Por supuesto, queda pendiente el análisis de los símbolos latentes en el episodio de la “huella”.

En capítulo “Taller de poesía” los personajes intentan expresar “en unos pocos versos, su situación de septuagenarios a la espera del final”. Después de una laboriosa y disparatada discusión, llena de sentidos latentes, logran construir una cuarteta. La expresión: “el misterio afonde”, con una palabra inexistente, los lleva a recordar a Almafuerte, a Baudelaire (“au fond de l’inconnu”): “una vacilación entre sonido y sentido”. Por fin, admiradores de Discépolo, determinaron que “afonde” aportaba un “toque cómico e irónico”. La cuarteta quedó así: “Somos como ruinas, / que fatal caminan, / hacia el hoyo donde/ el misterio afonde”. Sexton y Blake saltaron de alegría.

Los personajes caen por fin en “la gran ilusión”. Vagabundeando, se convierten en discípulos de Samarella, autor de la “Teología de la Distorsión” que postulaba que, para vencer al Mal, había que combatirlo con el Mal. La expresión algebraica resultaba: “Mal x Mal = Bien.” Desde jóvenes, Sexton y Blake eran parte de la “Secta de Samarella” que había reemplazado las tres virtudes teologales (Fe, Esperanza y Caridad) por “salud, dinero y amor”. Samarella excomulgado, la secta perseguida y dispersa. ¿Cómo podrían seguir viviendo Sexton y Blake después de la gran ilusión perdida?

De a poco, nos vamos acercando al final. Sexton y Blake “dejaron las filas del “unilateralismo” para enrolarse en el “multilateralismo”. Referentes de la militancia “uni”, su conversión en “multis” provoca conmoción en todos los medios. Los “unis” los tratan de traidores; los “multis”, sospechan. Los dos amigos, sacándose las máscaras, no cesaban de reir. Esta era la disputa:

“Para los “uni”, la realidad tenía un solo costado o lado; para los “multi”, muchos.

Para lo “uni”, la realidad era un lado, el lado de la realidad; para los “multi”, los lados de la realidad sumados eran la realidad misma.

Los “uni” no abrigaban dudas acerca de que la realidad mostraba un solo lado, que era su lado, pero no conocían cuál era ese lado, aunque estaban empeñados en descubrirlo. A su vez, los “multi”, fijas sus mentes en la idea de la multiplicidad de esos lados, no terminaban de acertar sumarlos a todos para obtener como resultado, la buscada realidad con el mismo ahínco que los “uni”.

Sexton y Blake vertían enunciados sobre la realidad acudiendo a la lógica del disparate. Cuando una comisión de Ambos Plenarios (“multis”, “unis”) allanó el tabuco, los amigos estaban jugando al “juego del ventilador de techo” que habían inventado. Consistía en atribuirle al ventilador la facultad de hablar. Cuando irrumpieron las comisiones, las palabras elegidas eran “unis” /tontos—“multis” /tontos”.

Por más que explicaron que su inocente divertimento era para encontrar “puntos comunes en la percepción de la realidad de las dos facciones”, fueron condenados a prisión y exilio.

Siguiendo la lógica de los locos, los dos amigos recorren en harapos Europa, llegan al Tíbet, hasta que un monje, al “encontrarlos se reencontró con él mismo” y los invitó al monasterio.

En un mundo fantástico y desaforado, los agonistas, desdoblamiento de un personaje ficticio, reaparecen: “Rapados, vistiendo parduscos hábitos sacerdotales, se los podía ver leyendo siempre Titbits, libro sagrado de los tibetanos”. El monje, en el postrer suspiro, les reveló que, si descifraban el sentido de unas líneas allí escritas, alcanzarían la santidad.

No las descifraron. Al final: “Regresaron. Ni rastros del tabuco. Ni rastros de los “uni” y de los “multi”. Estaban solos en una ciudad -la que habían dejado obligados- de calles desiertas. Levantaron la vista. Habían llegado al final del camino: del otro lado de esa realidad nada había.” Lamborghini, transitando vías propias de nuestra historia literaria, entre la farsa marechaliana y el grotesco discepoleano, nos expulsa de la vida ordinaria. El popular Titbits cobra categoría de libro sagrado y sus versículos ocultan un secreto de santidad que ni Sexton, ni Blake, logran descifrar. Paratexteando hemos arribado “al otro lado”: ¿“no hay nada” como sostiene Lamborghini o hay rastros del “dedo divino” como asegura Kusch?

Yapando hilos de colores, hasta aquí llegué. Quedan pendientes de consideración los profundos posibles abiertos por Lamborghini. Sólo quería relatar cómo partiendo de los paratextos de la “novelita” de Martín Coronado, en su edición de 30 centavos, 1933, recalé en la multifacética revista Titbits de mi infancia, la profusa Biblioteca Sexton Blake y arribé, sin esperarlo, al luminoso libro de Leónidas Lamborghini. Pero, todavía Últimos días de Sexton y Blake nos ofrece otra sorpresa. La edición pulcramente editada nos convida con una impresionante serie de paratextos. No son del autor, tampoco del editor, son extraordinarias ilustraciones de Adriana Yoel que se acoplan e intensifican el texto con collages de tapas de Titbits y Sexton Blake Library. Paratextear, cirujear, yapar hilos secretos de un gran tejido que nos envuelve. Vacilantes, “apoyamos los oídos, otra vez, en el libro”.

Jorge Torres Roggero

Profesor Emérito Universidad Nacional de Córdoba

FUENTES:

Coronado, Martín, 1933. Rosas no cede (La Bandera). Buenos Aires: J.C. Rivera Editor

García Merou, Martín, 1915. Recuerdos Literarios. Buenos Aires: La cultura argentina.

García Velloso, Enrique, 1942. Memorias de un hombre de teatro. Buenos Aires: Ed. Guillermo Kraft.

Lamborghini, Leónidas, 2011. Últimos días de Sexton y Blake. Ilustración Adriana Yoel. Buenos Aires: Paradiso Poesía

Oyuela, Calixto, 1950. Poetas Hispanoamericanos, tomo II. Buenos Aires: Academia Argentina de Letras.

Rojas, Ricardo, 1948. Historia de la Literatura Argentina. Los Modernos II. Buenos Aires: Editorial Losada

Torres Roggero, Jorge, 2005. Dones del canto. Córdoba: Ediciones del Copista