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por Jorge Torres Roggero

El “hablar antes” propio de un prólogo puede conllevar múltiples significados. En mi caso, solo soy un lector anticipado y recién salido de un estudio que, más que clasificar y explicar, trabaja en un territorio textual (o “realidad efectiva”) colmado de tensiones y polémicas entre las clases medias urbanas y los nuevos sujetos históricos que se visibilizan, pugnan por tomar la palabra y por entrar de prepo en el hortus conclusus de las estéticas literarias.

En efecto, Pablo Heredia y Juan Ezequiel Rogna, en Una casa a la intemperie. Lenguas, territorios e identidades en la narrativa argentina del siglo XXI, apuntan a dejar hablar a la generación de narradores argentinos que comenzó a publicar en los primeros años del presente siglo. No es un balance ni una demostración. Es construir una trama. Trazar lazos diacrónicos que, anudándose y desanudándose, generan encuentros y desencuentros entre los finales del S.XX y los primeros veinte años del S.XXI en la literatura argentina. Sirvan como ejemplo, las continuidades y discontinuidades entre C. Aira y W. Cucurto, B. Verbitsky y G. Cabezón Cámara, o entre A. Conti y J.D. Incardona. Un diálogo vivo “desde las diversas tradiciones que traman nuestra literatura”.

Para lograr tales objetivos los autores comienzan por perder el miedo a nombrar lo innombrable. Abren así un amplificador para que se manifieste un discurso crítico que se anima a hablar desde la energía material de los textos. Al considerarlos como tejidos vivos o tramas urdidas con los avatares de la historia como pulso latente, como contradicción balbuciente, niegan toda clasificación orlada de prestigio académico por el pensamiento colonial. A partir del “trabajo de campo” de Rodolfo Kusch se ensaya otro modo de comprensión y se instaura una nueva poética de la crítica “gestionando” el habla de la precariedad como espacio-tiempo real, como presencia hablante que exige respuestas incesantes, diálogo.

Es una épica de la búsqueda febril del innominado “estar siendo para el fruto” que avizora Kusch. Es el “hedor a extirpar” que denunció cierto ministro de economía neoliberal no hace mucho: ese sujeto del tiempo venidero sigue aún sin nombre porque el problema es el “miedo a nombrar”. ¿Cómo es el nombre de lo teóricamente no perceptible? ¿Qué implica perder el miedo al “patio de los objetos” eurocéntricos que organiza nuestro “mundo”?

Por fuera del “ser que no es”, desde el mero estar, desde el darse, los sectores populares arrojados a la intemperie ensayan el lenguaje de la subversión moral de sus prácticas culturales marginadas. Desde lo no formalizado, desde el caos, “lo sexual no es tabú, la cumbia no es alienación y las drogas no alientan una nueva evasión”.

En consecuencia, Pablo Heredia y Juan Ezequiel Rogna nos vienen a avisar que, como siempre, el arte predice, dice antes, o por lo menos balbucea, lo que está por venir. Solo “los nadie y los sin nada”, decía Scalabrini Ortiz, se animan a nominar la realidad profunda: “lo que se viene”. El pueblo sabe que no es cuestión de “solución”, sino de “salvación”; no es una petición de explicación sino de fe (o “creencia”, otra vez Scalabrini).

Estas cuestiones que las prácticas culturales descartadas musitan, no sabemos en qué momento (en qué “hora”) se convertirán en causa (“razón de vivir”) del sujeto real de la historia que no es el mismo de la historia escrita. Eso da sentido al peregrinaje que los autores de esta nueva propuesta crítica emprenden por la íntima entraña de los textos escritos en los primeros años del S.XXI en Argentina. Como Calíbar, siguen el rastro y dejan hablar los jirones de la cultura popular del AMBA en que lo precario es el registro tartamudeante de los sectores vulnerables/dos.

Recorren relatos en que los mitos urbanos de las villas, a la vez que reviven la herencia discursiva de los primeros “cabecitas”, se transliteran y desarrollan nuevos contactos con lo sagrado y terrorífico. No importa que el “familiar” sea, en estos tiempos, un “auto negro”, o alguna criatura teratológica surgida de ríos y pozos contaminados. Lo cierto es que merodean la memoria recargados ya con nuevas historias de persecuciones y arbitrariedades, de “gatillo fácil”, o de las nuevas formas tecnificadas de las hierofanías del Malo.

La crítica, en este libro, sin escindir pensamiento y vida, nos convoca a incursionar en novelas, cuentos, no-ficciones, que ya no “describen” la miseria como en la narrativa del S.XX, sino que la dejan hablar: lo “informe” como forma de resistencia. Reconocimiento de la presencia real del “tiempo vivo” del pueblo frente al “deber ser” alienado de una cultura colonizada; prescripta, pero no inscripta en el corazón. Es una crítica que convida a transcurrir por novelas que funcionan como respuestas sesgadas a ciertas preguntas que acosan a las clases medias argentinas: “¿Por qué los “negros”, sucios y delincuentes, no se educan para salir de su situación?” Además, amenazan la estabilidad social, son vagos, son agentes de inseguridad, viven de los impuestos de los que trabajan. Prejuicios de larga data recrudecen cuando el pueblo está por tomar la palabra porque, siendo un “subsuelo sublevado”, resuena y hace temblar todos los ámbitos y hábitos desde abajo y desde adentro, desde los discursos políticos hasta el arte, la educación y las relaciones laborales. Recuérdese que, en otro momento revulsivo, los “monstruos” y el “hedor” fueron ficcionalizados por J.L. Borges, Julio Cortázar, H. Murena et caterva. Sus ecos llegan hasta nuestros días de restauración conservadora en que los medios hegemónicos amplifican los gritos de los que reniegan de la política para fundar su razón de ser en la “moral” (moralina) y en la “estética” (racismo).

Los relatos que vamos a transitar en esta “excursión” por la intemperie y la marginalidad, nos vienen a recordar que el secreto de nuestros males, la barbarie que Sarmiento depositó en la “sombra terrible” de Facundo, prosigue con sus habladurías. Paradojalmente, no deja de hablar por lo bajo en el saber libresco que comienza a ser fagocitado por las lenguas del estar, por la “matrización” de las prácticas culturales en los barrios marginales de las grandes ciudades. Son los “ocultados” por las políticas neoliberales que inician una incipiente visibilización a partir del llamado kirchnerismo. En efecto, son textos contemporáneos de una ampliación todavía bisbiseante de lo colectivo que cobra “voz” y “forma” en las poéticas de los novelistas de comienzos del S.XXI.

Convido, entonces, a los lectores a compartir la mirada (teoría), desde abajo y desde adentro, de este libro que ofrece una lectura apasionante. Sin renunciar al rigor y la erudición bibliográfica, nos regala en una “lengua viva” los albores de una nueva crítica de la literatura argentina. Aprenderemos a caminar de la mano con los nombres del “hedor” y “el no saber”. Quizás seamos partícipes del alumbramiento de esa “otra ciencia” sin nombre del gaucho rotoso de Hernández, desconocida, entonces como ahora, por los “puebleros”.

Desde el paradójico “existo, luego pienso” que proponía Rodolfo Kusch, comenzaremos a vislumbrar en textos y autores ciertos “acontecimientos” que solo parecen “rutina” cotidiana:

1.- El valor de la experiencia personal en un mundo en desintegración como hendija para espiar de cerca la intemperie.

2.- La voluntad de los autores de narrar y narrarse en un mundo de “zombis”, “narcolizados” y atolondrados.

3.- La “ampliación del mundo” como ampliación de derechos.

4.- Los recorridos semióticos de la intemperie. Desde el “Amor descartable” de Virus hasta la visión de una sociedad del “descarte” denunciada por el Papa Francisco.

5.- El florecimiento de una literatura ensayística de múltiples visiones prefiguradas en las ficciones antes que en los textos académicos.

6.- Los movimientos subterráneos del campo cultural amplificados en la aparición del kirchnerismo: ¿continuidad?, ¿discontinuidad?, ¿o florecimiento de mil flores?

En los textos tratados vuelve a prefigurarse la relación llena de intermitencias entre el peronismo y las clases medias. Tenemos entre manos una granada a punto de explotar en un cruce dramático entre actualidad política y literatura contemporánea. Y, al mismo tiempo, la misma escritura vive tiempos revulsivos. La libreta de apuntes del antiguo novelista realista ha dado paso a los web blogs. Nuevas herramientas intervienen en la organización y factura del libro: el blog personal o colectivo, los intercambios, los chats y el correo electrónico. Claro, muchos de ellos ya han sido suplantados por prácticas cuyo nombre (siempre en inglés) aún no me resultan familiares.

Por último, no puedo dejar de resaltar que Una casa a la intemperie. Lenguas, territorios e identidades en la narrativa argentina del siglo XI ofrece a los jóvenes investigadores un “arsenal” de textos cargados de sentidos dinamizadores de los diferentes “modos de conocer” la realidad como totalidad abierta. Registro de obras, pero también de perspectivas históricas contradictorias. Especie de “metáforas vivas” de la realidad en que la expresión política opera dentro de la vida (el estar siendo) como una totalidad integradora que abarca desde la sexualidad hasta la religión como manifestación suprarreal. ¿Cómo armonizar sujeto individual y sujeto histórico? ¿La materialidad corpórea de la comunidad como presencia omnicomprensiva y la constante ruptura con el “círculo de ideas” (Sarmiento dixit) eurocéntrico que nos piensa desde afuera y desde arriba, desde el limbo de la no-precariedad?

Los grandes movimientos, los que irrumpen desde los cimientos sublevados, van tomando la palabra mucho tiempo después de su acción revulsiva. Cumplen indefectiblemente ciclos y, eso, decía el fundador del peronismo, son “fatalismos de la historia”. Tarde o temprano se burocratizan y la racionalización teje chalecos de fuerza epistemológicos, “cuadros sinópticos” que dejan de percibir la realidad: no se agranda el sombrero, se achica la cabeza. Nada, sin embargo, evita que la resistencia, en el rescoldo de la historia real, siga viva todavía.

La novelística que aquí se estudia y refiere, nos anuncia desde sus adentros, como recordaba Leopoldo Marechal, que “todo aquí está en movimiento y como en agitaciones de parto”. En una Argentina todavía sin palabras que amoneden sus hechos, todavía sin rostro, sin mirada y lejos de las universidades, los movimientos populares (culturales y políticos, la insatisfacción de jóvenes y mujeres, de explotados, excluidos, despreciados y diferentes) edifican desde la raíz un nuevo sujeto histórico. Esta ampliación de los movimientos sociales nos indica, a lo mejor, que la espera ya no se dirige a un único sujeto histórico dominante sino a una pluralidad de presencias creativas en pasaje de la libertad abstracta a la liberación. Más allá de la revolución social, habrá que perder, por fin, el miedo a ser feliz.

Pablo Heredia y Juan Ezequiel Rogna nos incitan a transitar, no una “telerrealidad”, sino una “territorialidad”, una “temporalidad” y una “otredad” que se nos presentan como un conocimiento “sin más”. La sensación de estar dentro de la percepción (interioridad, conciencia), en la intemperie de la existencia. Una existencia teóricamente no perceptible porque para saberla “hay que estar ahí”, pero que si no es pensable es experimentable. Es cierto, todavía escasean las palabras que den cuentan sobre nuestra casa precaria en las enciclopedias, pero pululan en las novelas, cuentos y no ficciones de una nueva generación literaria que sale al encuentro de lo universal en lo particular. Un universal que nos es dado porque está contenido en lo particular: en Berazachussets o en Villa Celina.  Y una intemperie que se interpone, a cada paso, para que nuestro mundo no se convierta en un video juego de terror.

Jorge Torres Roggero

19/9/2021