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Por Jorge Torres Roggero

1.- La tradición mediterránea y América

Un frecuente y porfiado lugar común refiere que Vidas Paralelas de Plutarco era el libro de cabecera de Perón. Basta una somera incursión por sus obras, para refrendar su pasión por la ejemplaridad de la cultura clásica. En efecto, muchos de sus más conocidos “apotegmas» son citas de la antigua sabiduría mediterránea (greco-romana-judeo-cristiana). Podríamos decir que recurría a la vieja tradición que considera a la historia como «maestra de la vida».

El mundo mediterráneo, reducido a mero pintoresquismo, hace más de un siglo que es permanentemente subalternizado por la prepotencia anglosajona. Baste recordar que, cuando ocurrieron apuros económicos en Portugal, Italia, Grecia y España, los ingleses se solazaban, mediante un juego de iniciales, llamándolos «cerditos» (pigs) de la zona euro.

Esos países representan, sin embargo, a aquel occidente que ostentaba el culto del «deus invictus» cuya imagen también nosotros los argentinos enarbolamos como emblema nada menos que en «el sol incaico” de nuestra bandera. Somos los que esperamos “el alba del gran día” que vislumbró Yrigoyen y la “hora de los pueblos” cuyo sordo clamor anunciaba a Perón el advenimiento de la “comunidad organizada”.

Nos enorgullecemos de ser un pueblo “multígeno” (Scalabrini Ortiz lo dijo) de tradición occidental mediterránea (Grecia, Roma, España, Medio Oriente, Norte de África) hondamente enraizado en la origienariedad de América y futuro protagonista del universalismo en marcha.

Rubén Darío, poeta y profeta, lo sintetizó con fuerza de vaticinio en su oda “A Roosevelt”: “Más la América nuestra, que tenía poetas/desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl,/ que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco,/ que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió;/ que consultó los astros, que conoció la Atlántida/ cuyo nombre nos llega resonando en Platón,/ que desde los remotos momentos de la vida/ vive de luz, de fuego, de perfume, de amor,/ la América del grande Moctezuma, del Inca,/ (…) esa América/ que tiembla de huracanes y que vive de amor,/ hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive./ Y sueña. Y ama, y vibra, y es la hija del Sol.”

Perón recurría a la tradición clásica no sólo para referirse a los grandes motivos de la cultura universal, sino que también aprovechaba las enseñanzas de los grandes textos del canon para su aplicación a la lucha política coyuntural. Van unos pocos ejemplos.

2.- Avatares del “caballo de Troya”

En 1971, el dictador Lanusse quería imponer elecciones amañadas. Con Perón proscripto, se ilusionaba con un apoyo del peronismo o, por lo menos, de sectores del movimiento dispuestos a negociar. Pretendía ser candidato a presidente de una rara entente. Presentó entonces, como una imagen de tolerancia y democracia, de pacificación y diálogo, el Gran Acuerdo Nacional. No era la primera vez en nuestra historia que el sistema en crisis, con el pretexto de la “crispación” y con la ofrenda de un falaz consenso, procedía a camuflar el continuismo con nombres sonoros: Acuerdo, Conciliación, Ley Sáenz Peña, Contubernio, Unión Democrática.

Es entonces cuando Perón desnuda la falacia del Gran Acuerdo Nacional mediante el recuerdo del Caballo de Troya: “Ya los antiguos nos habían enseñado a desconfiar de los halagos del enemigo, y aquello que los helenos no habían podido lograr en diez años de cruento y permanente asedio, lo consiguieron en una noche por medio de la astucia: el caballo de Troya, considerado como una ofrenda brindada a los dioses por los griegos, fue la ruina de una ciudad. Años después, Virgilio en su Eneida pone en boca de Laoconte – sumo sacerdote – “Timeo danaos et dona ferentes” (“desconfía de los griegos y más aún cuando hacen ofrendas”). Es decir, desconfiemos de los enemigos sobre todo cuando nos halagan” (Juan Perón, 1971).

Adviértase que no sólo se apoya en la tradición homérica, sino que recurre con fluidez a la versión latina (Eneida) para remarcar la lección política.

En esa época la tradujo también al criollo cuando dijo: “Ven conmigo a pescar, le dijo el pescador a la lombriz”. Lo que se busca es que nosotros seamos la lombriz”.

3.- Licurgo, precursor del justicialismo

Evita, en sus clases sobre Historia del Peronismo, postulaba que Licurgo bien podría ser considerado un precursor del justicialismo. Consideraba que había que estudiarlo y comprenderlo. En efecto, Licurgo “fue quien realizó, tal vez por primera vez en el mundo, el ideal justicialista que establece que la tierra debe ser del que la trabaja. Es así, como Licurgo repartió la tierra de los espartanos en partes iguales; y se dice que, en los tiempos de cosecha, Licurgo comentaba, al ver todas las parvas iguales, que parecía que la Laconia era una herencia que se había repartido entre hermanos, porque todas las parvas de toda la Laconia eran iguales.” Señalaba, además, que para que existieran menos pobres y menos ricos, hizo desaparecer el dinero. La revolución económica consistía en acuñar monedas de hierro para que desaparecieran la codicia y la avaricia. Más aún, para destruir el distingo de clases, dictó una ordenanza que obligaba que todas las puertas fueran iguales tanto en las mansiones señoriales como en las humildes casas.

Gracias a esto, Esparta tenía conciencia social. Cada uno se sentía responsable del destino común. Tenían personalidad individual y organización social. Pero todavía no era el justicialismo. Eso era para el espartano: “Pero frente al espartano podemos oponer a la masa de los ilotas, que sumaban más de 200.000, y estaban excluidos (…) no tenían condición de pueblo, no podían reunirse, llevar armas, salir de noche y, como se multiplicaban terminaron por autorizar a los jóvenes la cacería de ilotas un día al año”.

De tal modo, el ejemplo de Esparta sirve para ilustrarnos sobre la lucha de los pueblos “para pasar de la esclavitud a la libertad, de la explotación a la igualdad y de ser un animal de trabajo a sentirse y ser hombres”.

4.- Alejandro Magno y la oligarquía

Perón, por su parte, en sus clases de Conducción Política, también recurría con frecuencia a la cultura clásica greco-romana. Refiriéndose a una clase de Evita sobre la oligarquía y su carácter de sirena devoradora que siempre está tentando a los peronistas con sus modos de vida, con su pasión por los círculos cerrados, con el hedonismo, el egoísmo y con su tendencia a la “acepción de personas”, la parafraseaba así:

“Decía ella que Alejandro el Grande, que sin duda fue un rey descamisado, al salir de Macedonia regaló todos sus bienes preservando para él sólo la esperanza, también cayó en manos del sentido y del sentimiento oligárquico”. Así fue como Alejandro, que siempre había sido un rey descamisado, al apoderarse de Persia, entró al palacio de Darío, vio su trono de oro y exclamó: “Esto sí que se llama ser rey”. Entonces se aculturó, se asimiló a los persas y “cayó en manos de la oligarquía otra vez”. Conclusión del ejemplo: “Le pasó lo que dice la señora que no nos tiene que suceder a nosotros. Los conductores han caído mucho en eso.” Y continuaba Perón: “Yo voy a seguir tratando de los otros conductores, de los que no se asimilaron a la oligarquía”.

5.- El Centauro: camino a la armonía

En Comunidad Organizada Perón recurre al mito griego del Centauro. “En varias ocasiones ha sido comparado el hombre al centauro, medio hombre, medio bruto, víctima de deseos opuestos y enemigos; mirando al cielo y galopando a la vez entre nubes y polvo.” Luego de sostener que la comunidad a que aspiramos es aquella donde la responsabilidad y la libertad son causa y efecto, donde existe una “alegría de ser” fundada en la persuasión de la dignidad propia, donde el “individuo tenga realmente algo que ofrecer al bien general, algo que integrar y no sólo su presencia muda y temerosa”, Perón retoma el símil: “En cierto modo, (…) equivale a liberar al centauro restableciendo el equilibrio entre sus dos tendencias naturales. Si hubo épocas de exclusiva acentuación ideal y otras de acentuación material, la nuestra debe realizar sus ambiciosos fines nobles por la armonía.  No podremos restablecer una Edad-centauro sólo sobre el músculo bestial ni sobre su solo cerebro, sino una edad-suma-de-valores, por la armonía de aquellas fuerzas simplemente físicas y aquellas que obran el milagro de que los cielos nos resulten familiares”.

Fuentes:

PERON, Eva, 1971, Historia del Peronismo, Buenos Aires, Editorial Freeland

PERON, Juan Domingo, 1973, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Ediciones Cepe

                                   , 1973, La Comunidad Organizada y otros discusos académicos, Buenos Aires, Macacha Güemes.

                                  , 1971, Conducción Política, Buenos Aires, Editorial Freeland

Por Jorge Torres Roggero

En 1999, se nos ocurrió reunir, en un libro que titulamos (evocando a Marechal) El canto exacto: «el verdadero artífice del canto/ se hace la voz exacta de su pueblo». Contiene una selección de ponencias de las IV y V Jornadas de Literatura (Creación y Conocimiento) desde la Cultura Popular organizadas por las cátedras de Literatura Argentina I y Literatura Argentina II de la Escuela de Letras de la Facultad de Filosofía y Humanidades (UNC). Las jornadas aludidas eran una amenaza de incompatibilidad. En efecto, ante la realidad concreta de los textos escogidos sobrevino una apremiante pregunta: ¿Cómo se nos había ocurrido congregar dos jornadas antitéticas? ¿Modernismo literario y canto popular? ¿Qué clase de amasijo es ése que mezcla la musa versallesca de Rubén Darío con la “musa mistonga” del tango, el cuarteto o el rock?

La pregunta era de esas que hacen poner los pelos de punta a los devotos de la institución literaria. Sin embargo, pensándolo bien, repasando el lado flamante y vivo de nuestra historia cultural, llegamos a la conclusión que nada impedía unir en un mismo tomo ponencias sobre modernismo literario y canto popular. Después de todo, el famoso tango «El día que me quieras», desde Carlos Gardel a Luis Miguel, persiste en ser un poema modernista al parecer de notable actualidad, a pesar de su «anecdotismo gárrulo», de su «amaestrada sencillez» y de su «espontaneidad prevista» para reincidir en algunas de las abominaciones que les prodigaron a los rubendarianos, en su proclama de Prisma[1], Guillermo de Torre, Guillermo Juan, Eduardo González Lanuza y Jorge Luis Borges.

Es verdad que el término canto popular, bajo ciertas condiciones, ya no espanta a los «especialistas» que, adoctrinados en «penúltimas modas» (Scalabrini dixit), Bajtin et alii mediante, no titubean en “hombrearse” con el pueblo siempre que alguna ley de pertinencia debida consagre a su objeto como “corpus” mudo y silencioso del bisturí científico (con lo cual deja de ser canto). Además, debe quedar en claro que «los que saben» son los únicos habilitados para tomar la palabra. No sólo eso, son los propietarios de la última palabra.

Hagamos memoria. ¿Podría sostenerse, que las   reconfiguraciones expresivas siempre han prorrumpido desde adentro y desde abajo, desde el caos bochinchero de la cultura popular? Al fin y al cabo, cada vanguardia se justifica por haberse dado cuenta, en algún momento, de la necesidad de que las palabras fueran expulsadas del recinto sagrado de la literatura y de que, puestas otra vez en circulación, se localizaran. Irse a vivir a la calle[2], inaugurar para «cada nuevo amor una nueva virginidad», supone que lo real profundo conlleva la aceptación de la grasada, de lo no (musical, literario, científico) como punto de partida.

Las anteriores alusiones al manifiesto martinfierrista sólo quieren ser: a) un recordatorio de que ni la vanguardia vital del 18, ni las vanguardias literarias del 20, tendrían sentido sin la “vanguardia estética” del modernismo[3]; y ésta, sin la “vanguardia plebeya” de la chusma irigoyenista; y b) un exordio a la rara mezcla de modernismo y cuarteto cordobés que vamos a propinar al lector.

En efecto, nuestros vanguardistas, nunca dejaron de reconocer que Rubén Darío inició un movimiento de saludable independencia en el idioma. Y decir Rubén Darío, es mentar modernismo. Es volver a pensar el comienzo del siglo XX en la Argentina, «región de la aurora», en que se mezclan circo criollo y Sara Bernhardt, Lugones y Betinotti, Florencio Sánchez y Ángel Villoldo, la ópera y el tango, el sportman del Jockey Club y el guapo de las orillas.

Porque las cosas que son objeto de nuestra reflexión vienen mezcladas y la realidad es un amasijo de «sueños vivos», para usar una expresión de nuestro Deodoro Roca. Cerramos los ojos, entonces, y vemos surgir de los reprofundos de nuestras más desveladas lecturas al circo de Pepe Podestá y al payador oriental Arturo de Navas, improvisando para sus amigos Florencio Sánchez y Rubén Darío las famosas coplas de El Carretero: «Qué vida más desgraciada es la del pobre carrero…/con la picana en la mano, /picando al buey delantero». Era una época en que no faltó algún integrante de «cuadro filodramático» dispuesto a enseñarles a «caminar el escenario» a «a esos cirqueros ignorantes». Quizás sea el payaso Frank Brown quien, en 1891, construye un paradigma de este amasijo de vida y muerte que estamos reivindicando como materia de nuestras reflexiones estéticas: «Ketty Brown cae del caballo y muere casi en el acto. Frank, ante el cadáver de su esposa, debe continuar con el espectáculo».[4] Es que para ser «galán» del circo criollo había que saber andar a caballo, vistear con el facón, tocar la guitarra, bailar el pericón, zapatear: la famosa escuela del picadero. No desdeñaron sus turbulentas puestas en escena ni Joaquín V. González, ni David Peña, ni Domingo F. Sarmiento, ni Roberto J. Payró, ni Bartolomé Mitre en cuyo honor actuó Raffeto.

Según Kusch[5] , es en el picadero del circo donde el teatro argentino genera una estructura propia. Las vestimentas, los caballos, los gritos, la música, eran una reconstrucción del primordial «hervidero espantoso», de la vida tratando de expresarse y de instituir así el triunfo de lo humano sobre el caos. Ante la zozobra de lo amorfo, ante la desaparición de las «categorías» porque han vuelto a su significado primitivo de «acusación», emergen ciertas estructuras subyacentes que nos ofrecen un domicilio en el mundo y nos invitan a dejar de vagabundear por regiones o textos extraños preguntándonos por las causas. Ya no estaremos aquejados por el «mal de la extensión», sino que munidos de la vivencia de nuestra “miseria política, social, económica y cultural» volveremos a atar los caballos en las rejas de la Pirámide de Mayo como en 1820, tiraremos la carroza del Peludo como en 1916 y refrescaremos, otra vez, las patas en la fuente como en 1945. Y no decimos esto por el prurito anacrónico de escandalizar, sino que se trata simplemente de reconocer que la materia de nuestra reflexión, no es lo ya formalizado, el canon socialmente comprensible, la «academia», sino el acto artístico mismo, su génesis, el momento de triunfo del signo sobre el amasijo informe de la vida.

Y esta referencia a la Academia nos hace recordar que tanto los modernistas, buceadores del numen o dios[6] que llevamos adentro, como los poetas del tango, denigran lo «académico» como recinto de un logos convencional, de la «fijación y la uniformización del sentido»[7].

Si te le animas  a estas páginas, caro lector, hallarás en ellas a meros ejecutantes, versados y pulidos, siempre interesantes; y  también a los que se adentran más allá de lo accesorio, y vienen como deslumbrados, balbuceantes, como quien despierta de un sueño y no sabe si sus ojos lagañosos recuerdan algo del profundo pozo de «lo real»: «viene uno como dormido/ cuando vuelve del desierto», decía Martín Fierro cuando declaraba la necesidad de conjurar por el canto el simple e indispensable hecho de la sobrevivencia biológica.

Es que la voz, los gestos y las cosas que hace el pueblo recrean con signos o figuras vivientes las expresiones culturales aun bajo las peores dictaduras. Un baile de cuartetos no es índice de la barbarie ni de la deseducación del pueblo. Es, más bien, la expresión de un saber peculiar, de un habla social, que tiene para los receptores reales la misma importancia que un concierto en el teatro San Martín. Dicha modalidad expresiva satisface las necesidades de comunicación de hablantes concretos que quieren ser respetados cuando manifiestan sus prácticas en el mundo de la información y de la comunicación mediática: práctica de la identidad en búsqueda de la modernidad y en proceso de adaptación permanente.

Es en esas fronteras, superponiéndose y polemizando con el pensamiento plebeyo que acabamos de esbozar y vindicar, donde ocurre la aparición depredadora del campo verbal y elocutivo de los jóvenes, de su canto que rasguña las piedras, que plañe clamando porque entre tantos maestros nunca hallaron una verdad. En pugna con los poderes públicos que en todo tiempo “rigorean” mentes y orejas tratando de imponer las dimensiones simbólicas y los ideales culturales de los grupos de poder, el rock pone la cara.

¿Cómo no recordar, ante el ritmo revulsivo del rock, a los jóvenes del 18 que repudiaban a los mutiladores, a «la codicia miope», a «la burocracia apacible y mediocrizante» (D. Roca) y reconocían la necesidad de adentrarse en ellos mismos, de no impotabilizarse para la vida social?

Toda esta materia viva es el objeto de este libro. Sus autores son jóvenes docentes, novísimos egresados e inquietos estudiantes de la Facultad de Filosofía y Humanidades y de la Escuela de Ciencias de Información de la Universidad Nacional de Córdoba. Las Jornadas fueron concebidas como un lugar de encuentro entre docentes, estudiantes, investigadores, periodistas, escritores y simples lectores, para construir nuestro discurso y nuestro saber a partir de los «reclamos de la vida», para hablar desde la residencia de «lo real».

Cumplir tal reclamo puede resultar precario y hasta ridículo para el acumulador de citas y términos técnicos mal traducidos. Sin embargo, a lo mejor nos salve del olvido el haber pretendido, siguiendo a Saúl Taborda, que la universidad no sea un «hortus conclusus»: «Su universidad es un “hortus conclusus”, y en el malabarismo de sus ocupaciones no se barajan más que las cristalizaciones conceptuales de una vieja paleontología mental».8

Por último, incurriendo quizás en pleonasmo, pero temerosos de incompletud, insistimos en que la temática de este libro obedece a una heterogeneidad real que este prólogo ha intentado articular: las IV Jornadas versaban sobre el modernismo y sus fenómenos concomitantes; y las V, sobre el multísono y fluyente escenario de la canción popular. Queda abierta así una posibilidad. Esta publicación sólo aspira a cumplir una modesta finalidad: decir en dónde estamos y en qué andamos. A pesar de las «malas juntas».


Jorge Torres Roggero

Profesor Emérito. Universidad Nacional de Córdoba

Cátedras de Literatura Argentina I y II en 1999:

Profesores Adjuntos: Cecilia Corona Martínez, María Paulinelli, Pablo Heredia

JTP: Andrea Bocco, Carlos Kassis, María Gabriela Fassi

Adscripto: Domingo Ighina

Ayudantes: Marcela Dávila, Gabriela Boldini, Laura Daniele

Son autores de las ponencias publicadas: Jorge Alejandro Bracamonte, Cecilia Corona Martínez, Fernando Piñero, Graciela Frega, Marcela Carranza, Marcela Dávila y Cecilia Reyna, María Graciela Fassi, Pablo Heredia, Domingo Ighina, Jimena Castillo, Jorge Acosta, Zoraida Almada, Claudio Díaz, Diego Alberto Dávila, Andrea Alejandra Bocco, Carla Marina Caffaratti, María Paulinelli, María Eugenia Guevara, Carlos Gazzera, Pablo Natta y Dafne García Lucero.

Escuela de Letras, Facultad de Filosofía y Humanidades, U.N.C.

NOTAS:

 [1]. – Cfr. «Proclama» en Prisma (revista mural), nº 1, XII-1922. Reproducida en: FERNANDEZ MORENO, César, La realidad y los papeles, 1967, Madrid, Aguilar, p.498.

[2]. – Nos estamos refiriendo al manifiesto publicado en la revista Martín Fierro, N.º 4, l5 de mayo de 1924.

[3].Cfr. TORRES ROGGERO (1998). La donosa barbarie. Córdoba: Alción, p. 107 y ss.

[4]. -Los datos y referencias sobre el circo criollo han sido tomados de: PONCE, Livio. 1972. El circo criollo.  Buenos Aires: CEAL.

 [5]. – Algunas de las reflexiones que siguen reconocen su origen en «Anotaciones para una estética de lo americano» de Rodolfo Kusch, en: Revista Identidad, Ed. Fundación Ross, Segunda Época, Rosario, 1986, p. 6 y ss.

[6]. -Cfr. LUGONES, Leopoldo. 1921. El tamaño del espacio (Ensayo de una psicología matemática).  Buenos Aires: El Ateneo. Lugones postula en este texto «una nueva percepción y otra noción de la forma». Propugna la adquisición de una estereognosis de adentro hacia afuera: «el nuevo sentido será centrípeto», producto de la razón humana, parte (a su vez) de la armonía universal.

[7]. – El «Cafetín de Buenos Aires», como escuela de todas las cosas, es una forma surgida de la vida. Y sólo hay un modo de bichar en ese recinto de sabiduría las «cosas que nunca se alcanzan”: con la «ñata contra el vidrio”. (Cfr. DISCEPOLO, Enrique Santos. 1977. Cancionero. Buenos Aires: Torres Agüero Editor, p.76.

[8]. -TABORDA, Saúl. 1941. La crisis espiritual y el ideario argentino, Universidad Nacional del Litoral, Instituto Social.

por Jorge Torres Roggero

Poetica de1.-

Nací en 1938 y me pregunto: ¿qué pensaban los reformistas del 18, veinte años después, sobre los logros de la Reforma Universitaria? Reviso y encuentro textos de importantes actores de esos inicios. Su currículo los signa como escritores, pensadores, cineastas, políticos, científicos de relevante actuación en la vida cultural argentina. Rebeldes todavía, y llenos de propuestas, se despliegan textos de Noel Sbarra, Diego Luis Molinari, Alcides Greca, Julio V. González, Ernesto Giudice, Pablo Lejarraga, Enrique Puccio y Héctor P. Agosti.

Noel Sbarra fue un gran propulsor de la pediatría en la Provincia de Buenos Aires y promovió la fundación del hospital que hoy lleva su nombre. En 1938, denunciaba “la avilantez de los vende-patrias, en inescrupuloso afán de enriquecerse; el predominio de los consorcios extranjeros, la adopción -por “snobismo”- de doctrinas exóticas; la falta de solidaridad nacional y desprecio por las cosas del espíritu”. Su conclusión sobre los logros de la Reforma incluye esperanza y autocrítica: “La Universidad, después del 18, no fue lo que ha de ser, pero dejó de ser lo que había venido siendo”. Y este otro aserto todavía vigente:“La Universidad ya no es oligárquica, pero tampoco es popular.”

Se distinguen, asimismo, con nitidez, los comunistas Ernesto Giudice ( en 1973, renuncia al Partido con un texto memorable: Carta a mis camaradas) y Héctor P. Agosti. Ellos concretizan importantes aportes al pensamiento político-social argentino y dan testimonio con su militancia llena de persecuciones, prisiones y censuras. Baste recordar que, en 1936, Agosti responde una encuesta sobre la Reforma de la revista “Flecha”: “desde la cárcel”.

Pero me voy a detener, sobre todo, en los irigoyenistas (ya se verá por qué). Ellos sufrieron persecución, cárcel o exilio a partir de 1930. Provenían de familias inmigrantes de numerosa prole y escasos recursos. Los socialistas (la mayoría, algunos muy importantes, entre ellos Julio V. González y Deodoro Roca) estuvieron contra Yrigoyen e incluso, por lo menos en sus comienzos, esperanzados con el golpe.

Veamos el primer irigoyenista: Diego Luis Molinari. De padres italianos y numerosos hermanos, fue uno de los autores de la ley de nacionalización del petróleo, del proyecto de Código Nacional del Trabajo para sumar nuevos derechos a los trabajadores, de una ley general de asistencia social. Yrigoyen lo nombró Presidente del Departamento Nacional del Trabajo que luego fue hábitat político de cierto coronel del pueblo. En 1930, a la caída de Yrigoyen, “se refugió en la embajada japonesa y, en una nave de ese país, llegó al exilio brasileño junto a su familia”. Fue un excelente y olvidado historiador revisionista, profesor en las universidades de Buenos Aires y La Plata. En 1945, Molinari formó parte de los radicales que se unieron al peronismo. De tal modo, llegó a ser senador nacional tanto de Yrigoyen como de Perón. Sostuvo con solidez la defensa de lo nacional y popular en la investigación científica y esa postura se plasmó en una copiosa obra que habría que revisar. En 1938, Molinari consideraba que en el fenómeno de la Reforma Universitaria había que tener en cuenta a la inmigración. Postulaba, además, que la Reforma “bregó por idénticas oportunidades para las familias humildes como las de los que a sí mismos se tildaron de decentes y distinguidos”. ¿A la Reforma de Córdoba, la hegemonizaron los “decentes y distinguidos”? Consideraba, además, que la “tarea del 18 todavía está en sus principios”. El 18 inició una tarea, pero no está concluida “como no está concluida la etapa esencial de nuestra libertad tal como la quisieron y predicaron quienes en 1810, solo la concibieron posible como consecuencia de una democracia integralmente realizada”. En 1955, volvió al exilio; esta vez, Panamá.

Vayamos ahora al otro “gringo” radical, el santafesino Alcides Greca: ¿Qué pensaba de la Reforma, quien había sido uno de sus protagonistas, en 1938?

2.-

Alcides Greca fue abogado, periodista, cineasta, profesor, escritor y político nacido en 1889 en San Javier, provincia de Santa Fe. Falleció en Rosario en 1956. Algunas de sus obras: Viento Norte (1927); La Torre de los Ingleses (1929); Cuentos del Comité (1931); Tras el alambrado de Martín García (1934); La Pampa Gringa (1936). Además, se lo debe considerar como uno de los iniciadores del cine argentino ya que produjo y dirigió El Último Malón (1917 ) que versa sobre la rebelión de los mocovíes en 1910. Hijo de padre italiano y madre francesa, fue el segundo de doce hijos. En el pueblo natal, compartió la escuela pública con sus compañeritos mocovíes.

Reduzcamos nuestro ángulo de visión. ¿Qué decía este protagonista no cordobés sobre la Reforma en 1938? Veamos algunos breves fogonazos.

En un discurso titulado “El camino que debe seguir la Reforma”, observaba “apesadumbrado” que pueden ser contados con los dedos de  las manos los reformistas que no se hayan deslizado hacia “el silencio y la molicie de la vida burguesa”.

En general, en 1938, veinte años después, los reformistas del 18 piensan que, si bien se han logrado ciertos avances en la burocracia académica, se ha perdido el “impulso” inicial, la “rebeldía”, la conquista de la “calle” y el “codo con codo” con los trabajadores: “La Reforma en el 18 luchó en las calles con el apoyo de los gremios obreros y las fuerzas representativas de la opinión pública”.

Alcides Greca recobra, además, la idea de Patria Grande:  “ Hay que mirar a América que debe formular sus ideas para la gran misión futura. ¿Por qué América ha de seguir buscando en Europa, en los conflictos de Europa, la solución a sus propios problemas? Por otra parte, añade la idea irgoyenista (Ortiz Pereyra) de que Argentina debe cumplir la tercera gran etapa (tercera emancipación) de la batalla nacional y continental, “su liberación espiritual y económica”: “Liberad a América del imperialismo capitalista y extranjero, liberad al hombre americano de la miseria y el hambre, liberadlo de la ignorancia y la incultura”. Por lo tanto, concluye, ¿cuál es el camino de la Reforma?: “Debe salir de las aulas, de los claustros de la disputa casera y pueril. Su misión está hoy en la calle, en la prensa, en las mil tribunas del pueblo” (en los movimientos sociales diríamos hoy). Y concluía:  “Cuando la Reforma esté en todas partes, convertida en un teoría político social, las camarillas, los santones y los viejos infolios se verán aventados por algo más violento y expeditivo que las protestas, más o menos líricas, de los delegados estudiantiles.”

Haciendo una autocrítica, reafirma que  la Reforma Universitaria no debió estancarse limitando su acción a los problemas de la enseñanza: “La generación el 18 ha envejecido, aunque su vigoroso espíritu siga orientando a la juventud presente (…) La Reforma tiene que salir a la calle y convertirse en un credo americano. Ya no basta designar autoridades y delegados, rever programas de estudios, auspiciar la investigación científica, combatir las camarillas y el nepotismo”. La consigna es clara: hay que salir a la calle y tomar contacto con el pueblo. Recordemos que estamos en plena Década Infame y la Argentina, en manos de una “oligarquía maléfica” (José Luis Torres dixit) es, en la práctica, una colonia de su majestad británica.

Aparecen, además, las urgencias de la preguerra, el rechazo al fascismo, al nazismo y la condena a la violencia ejercida por los imperios y las oligarquías sobre los pueblos del mundo. Concluimos con este párrafo que nos parece significativo y que revela la importancia para la Reforma del populismo político, social y cultural que desemboca en el APRA peruano: “La Reforma debe estar con los perseguidos de todo el mundo, con los bravos apristas peruanos, con sus presos del Panóptico, de la isla “El Frontón”, de las casamatas de El Callao y los campos de Madre de Dios (infierno verde), con los perseguidos y encarcelados de Brasil, con agrarios (campesinos) de Brasil, con el frente popular de Francia y con los portoriqueños oprimidos por la plutocracia yanqui”.

Luego de revisar cómo veían la Reforma en 1938 dos protagonistas no cordobeses y de raíz irigoyenista y, quedándonos con la subsistencia, a través de los tiempos, del “vigoroso espíritu inicial” y la vocación de unidad americana y justicia social de la Reforma, en los puntos que siguen, voy a ir dejando diferentes hilos de entrada a la gran trama de la Reforma Universitaria como un texto lleno de sentido que nos abarca a todos: los de antes, los de hoy, los de mañana.

3.-

El principal y siempre flamante costado de la Reforma Universitaria es su clamorosa carátula de revuelta juvenil. Fue un impulso redentorista y liberador de la juventud universitaria de Córdoba, Argentina y América Latina. Tras la Revolución Mejicana, la Gran Guerra y la Revolución Rusa, toma la palabra la juventud en nombre de una nueva sensibilidad.

En el ámbito estrictamente universitario, es una rebelión contra la burocracia de una oligarquía que se había adueñado de las cátedras como de un bien hereditario y contra el dogmatismo tanto clerical como cientificista. La juventud reclama “maestros”; no quiere más, son sus palabras, “sobadores de textos”, “fríos coleccionistas de saber”, “domésticos doctorados”, “dómines verbalistas”, “parásitos de la cultura”, “mutiladores de la vida”. Es un relato abierto al futuro. Rechazan, por lo tanto, un magisterio que “tiraniza, insensibiliza, seniliza y burocratiza” la cátedra. Por eso, el manifiesto postula: “en adelante, sólo podrán ser maestros en la futura república universitaria los verdaderos constructores de almas, los creadores de verdad, de belleza y de bien”. Todavía en 1936,

Deodoro Roca, resumiendo una encuesta realizada en la revista “Flecha”, que él dirigía, bajo el título de “Encuesta. Dictadura+Burocracia=Universidad de Córdoba”, escribe:

“La enseñanza se ha mediatizado de tal suerte que el profesorado, en el mejor de los casos, solo produce “apuntes”, o sea, saber “congelado”. Son gente que no producen. “Reproducen”. Y reproducen mal (…) Todos reproducen. Y -lo que es más grave- se reproducen. //// En la Universidad prolifera una “burocracia” astuta. Características del burócrata cordobés (variedad ya famosa en la Argentina) que halla en la Universidad, en sus adyacencias y subyacencias, su mejor caldo de cultivo.”

4.-

En mi libro Poética de la Reforma Universitaria, procuro remarcar las distintas tramas discursivas que transita la rebelión estudiantil mediante un recorrido por la oratoria, que es el género predominante hasta cuando teorizan.

La elección de la antigua tríada (verdad, belleza y bien), el tono profético referido a la decadencia de Europa y advenimiento de lo que llaman “la hora” de América, marcan el tono expresivo predominante. Consideran que la guerra mundial y la explotación del hombre en Occidente, son consecuencia de la propiedad privada y el Estado en manos de la burguesía, el militarismo y el clero. Saúl Taborda, en “Reflexiones sobre Ideal Político de América”, postula que “Europa ha llenado con su nombre veinte siglos de historia, pero todos los siglos que llegan pertenecen a la gloria de América”. Es una visión de la historia de la humanidad desde la teoría (el ojo, la mirada) y canto.

En la escritura y en la oratoria reformista reproducen, en un mestizaje enfático, el discurso auguralista del modernismo-arielismo (Rubén Darío, Rodó) por un lado; y, por otro, la utopía anarquista de la rebelión contra el Estado por ser una creación capitalista. Taborda elige sus guías: Platón,  Kropotkin y el krausista Rafael Altamira. Deodoro Roca, por su parte, sostiene que “necesitamos maestros a la manera socrática”. Son “los que comprendieron el sentido profundo de la vida”. Circula, entonces, en lo que llamo “poética de la Reforma Universitaria”, una polémica interna entre la postura de una vanguardia vitalista y la estética modernista que explico largamente en mi libro. Por otra parte, es marcada, en ese momento, la influencia de Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones. Este último apoya ostentosamente la Reforma y escribe El dogma de obediencia. Arturo Capdevila sólo se animó a publicar un capítulo “La historia del dogma” en el reinaugurado Boletín de la Facultad de Derecho. Vale la pena releer y repensar ese texto para valorar sus aportes críticos a la interpretación histórica y su fuerte tono anarquista. El texto completo recién fue publicado en 2011 por la Biblioteca Nacional con prólogo de María Pía López y Cecilia Larsen. Es el único texto de fe reformista que vindica la “condición de la mujer” mal que le pese a los detractores de Lugones.

5.-

Ahora bien, otra de las preguntas que uno puede hacerse sobre la Reforma es esta: ¿tuvo repercusiones políticas?

Hubo, en ese momento, tres vanguardias que reivindicaban la “vida” como fundamento de libertad, democratización y despliegue de las posibilidades de encuentro entre estética, saber y justicia social. En primer lugar, una vanguardia estética que comprendía a los escritores que venían a democratizar las normas de la vieja retórica (revistas “Prisma”, “Martín Fierro”). En segundo lugar, la Reforma Universitaria. Los jóvenes estudiantes hablan de “abrir las puertas a lo que viene”, “tomar lo suyo sin pedírselo a nadie” y sueñan con unir a los estudiantes revolucionarios con la “sangre generosa de los obreros” en la calle.

Ahora bien, propongo que periodicemos de en modo retrospectivo: 1922, vanguardias artísticas; 1918, vanguardias estudiantiles. Pero hay una vanguardia predecesora sin la cual carecen de sustento las dos mencionadas arriba. En 1916, surge una nueva fuerza social. Según el reformista socialista Julio V. González, se manifiesta como “rumor de la tierra” y “tiniebla del futuro”. Es un factor propio de nuestro país: se trata del advenimiento del radicalismo al poder. Llegaba, sostiene González, con el ímpetu y la ceguera de las corrientes renovadoras. Lo califica como “avasallador y brutal”. Despreció las instituciones, destruyó todas las normas, escarneció todos los hombres del régimen que abatía. No traía nada, llegaba a destruir. Era una fuerza demagógica, anárquica, disolvente; era la sensibilidad popular llegando al gobierno.

En esa pieza oratoria, Julio V. González muestra una enfática lucidez analítica y, al mismo tiempo, las limitaciones que, desde su nacimiento (“ab ovo”) caracterizan a la Reforma: la incomprensión de los gobiernos populares. Por eso conspirará y participará activamente (salvo excepciones individuales) en el derrocamiento de Yrigoyen y Perón.

Recordemos 1938.  Alcides Greca,  protagonista de la Reforma en Santa Fe publica “El camino que debe seguir la Reforma”. Ese discurso, que hemos revisado parcialmente, fue pronunciado en la Facultad de Ciencias Médicas, Rosario, en el Aniversario de los XX años de la Reforma. Alcides Greca, insistimos, fue uno de los iniciadores de nuestro cine con su película “El último Malón” (1917) y autor de una novela que debería estudiarse de nuevo en nuestras facultades, “La Pampa Gringa” (1936). Veinte años después del brote reformista, Alcides Greca sostenía que, en 1918, la “juventud estudiosa era víctima de una camarilla ultrarreaccionaria que usufructuaba la universidad con el criterio ecónomico rural de nuestros terratenientes”. Y que la “elite agrofeudal, desalojada del poder por el empuje de la voluntad popular, se atrincheró en las universidades”. Los estudiantes de la Facultad de Derecho inician la lucha con la cooperación del “primer gobierno de origen auténticamente popular que surgiera en el país. Alcides Greca, era radical, con la caída de Yrigoyen estuvo preso en Martín García y publicó su novela en el exilio chileno. También Ricardo Rojas estuvo preso en Martín García por ser radical. Por supuesto, eso no los hace mejores o peores escritores o críticos. Solamente muestra los avatares de la inteligencia en la Argentina, los criterios que incluyen o excluyen del canon estéticas, obras, temas, tendencias que merecen una revisión.

6.-

Aunque la Reforma se nos presenta, a veces, un poco borrosa, a lo mejor es bueno preguntarse si hubo factores culturales caseros, propios de Córdoba y  tratar de saber cómo era la ciudad en 1918.

Desde la generación del 80 se había producido en Córdoba cierta laicización de un sector de la oligarquía gobernante que entra en contradicción consigo misma. La polémica entre católicos y liberales, la aparición de los inmigrantes, la presencia de los sindicatos y las ideas libertarias, hacen de Córdoba una ciudad de creciente modernidad. No era ya la ciudad beata: se construyen diques, avanzan las líneas férreas, crece la clase media criollo-inmigratoria, prosperan las industrias de la cal, del calzado, las cervecerías. Advienen los tranvías. La escuela normal (Carbó) y la Academia de Artes, promueven a la mujer en la profesión docente. Las universidades argentinas pasan de 5000 estudiantes en 1910, a 12.000 en 1920. (¡Pensar que hoy en la UNC, solamente, concurren más de 110.000 alumnos!) Proliferan organizaciones culturales. En fin, debe recordarse que, en la Universidad de Córdoba, ya hubo rebeliones estudiantiles a finales del S.XVIII, en época del Deán Funes. El reformista peruano Antenor Orrego postulaba que Córdoba fue la ubicación fortuita de un impulso vital que estaba pugnando y madurándose en todo el continente. De ahí su repercusión y contaminación ecuménicas.

Por eso, es bueno recordar, que de esos acontecimientos borroneados en la memoria colectiva, queda en pie, aparte de las conquistas de los claustros que todos conocemos y practicamos, la tensión hacia la Patria Grande. Se retomó la epopeya de San Martín y Bolívar como impulso y utopía, y no como realidad dada y conclusa. Aquí corresponde vindicar Manuel Ugarte, José Vasconcelos, Rufino Blanco Fombona, a los reformistas peruanos, a Raúl Haya de la Torre y a las Universidades Populares “González Prada”. La creación del APRA. Hoy se vuelve a hablar de ellas en Córdoba; y se propende a su restauración. Pero no de abajo para arriba como entonces, sino de arriba para abajo. No es lo mejor, pero es. Los reformistas peruanos, César Vallejo, Antenor Orrego, José Carlos Mariátegui, Raúl Haya de la Torre, “andinizan” el pensamiento europeo hegemónico (anarquismo, marxismo) y descubren que, en América, el pueblo explotado es el indio, el cabecita negra.

7.-

Ahora bien, si por ahí, me dicen, ¿a cuál de los reformistas cordobeses recordarías especialmente? Pasarían por mi mente, entre otros, Enrique Barros, Deodoro Roca, Tomás Bordones, Arturo Orgaz, Gregorio Bermann, Arturo Capdevila. Percibimos luces, sombras, vaivenes ideológicos, pero nunca renuncian al impulso vital inicial. Algunos se burocratizan tempranamente (los georgistas: Orgaz y Capdevila); otros, entran en frecuentes contradicciones (Roca); otros, persisten en una denuncia permanente contra la traición al ideal reformista (Barros, Bordones).

Ahora, de acuerdo con mi criterio, quien sostiene hasta el final los ideales y la fe creadora de la Reforma es Saúl Taborda. Además, se proyecta en discípulos y en obras. Él descubre, a mediados de la década infame, el “espíritu facúndico” y la tradición comunalista criolla. Ilumina, así, sus investigaciones pedagógicas. Nacen, de este modo, institutos educacionales pioneros en renovación pedagógica tanto en la ciudad de Córdoba como en Villa María. Difunde, además, una propuesta política revolucionaria destinada a sustituir el democratismo anglosajón de la oligarquía. La titula “Temario del comunalismo federalista”: una utopía de raíz criolla en que resuena la vertiente vital del anarquismo del 18 y el principio federativo de Proudhon.

8.-

Y para terminar, ¿podríamos establecer alguna clase de relación entre las Reforma del 18 y el Cordobazo?

En el 18 se frustró, porque no había llegado la hora a pesar de incipientes luchas comunes, una universidad abierta a los trabajadores. Algunos reformistas yrigoyenistas, después de 1930 (Homero Manzi, Arturo Jauretche, Gabriel del Mazo, entre otros) fundaron un fecundo movimiento político: FORJA. Ellos fueron la columna inicial del movimiento nacional, popular y democrático del 17 de octubre de 1945. Hicieron, en su momento, una importante contribución a la ampliación del concepto de pueblo. Falta estudiar esta veta de la Reforma. El peronismo, que fue acusado por la FUA oficial (reformismo burocratizado) de “dictadura de las alpargatas”, decretó la gratuidad de la enseñanza universitaria, fundó la Universidad Obrera e industrializó a Córdoba. Eso procuró que en las jornadas del Cordobazo hubiera un poderoso núcleo de estudiantes que eran a la vez trabajadores. Trabajaban tanto en las grandes fábricas metalmecánicas y en las pymes autopartistas, como en los emprendimientos del Estado: mis queridos Talleres del Ferrocarril General Belgrano, Forja y las industrias mecánicas del Estado (aviones, motos, rastrojeros). Eso permitió una interpenetración social que, a pesar de trágicos avatares históricos, persiste. Restaría una pregunta final que casi no me animo a formular: Córdoba, ¿es la del Cristo Vence y el “Sí, se puede”, o la de Reforma Universitaria y el Cordobazo?

Fuentes:

Del Mazo, Gabriel (compilación y notas), 1941, La reforma Universitaria, Ensayos críticos (1918-1940), tomo III, La Plata, Edición del Centro de Estudiantes de Ingeniería.

Taborda, Saúl, 1918, Reflexiones sobre el Ideal Político de América, Córdoba, s/d.

___________, 1918, Julián Vargas, Córdoba, Imprenta “La Elzeviriana”

Torres Roggero, Jorge, 2009, Poética de la Reforma Universitaria, Córdoba, Ed. Babel.

Jorge Torres Roggero

14 de setiembre de 2018

descarga1.- Modas y modos

Una de las modas más recientes para graduarse de crítico agudo, consiste en denostar a Leopoldo Lugones. Generalmente disecan fragmentos mutilados de su vasta y heterogénea obra. Desde el campo nacional, ya fue vindicado por J.J. Henández Arregui, J.A.Ramos, A. Jauretche, entre otros, que, por supuesto, no dejaron de señalar sus dificultades a la hora de valorar el papel de las masas populares irigoyenistas. Pero mi propósito es otro. Trataré de liberar a uno de sus sonetos más conocidos de una lamentable interpretación muy difundida en la web.

Llevado por la curiosidad, anduve gugleando para verificar el grado de difusión de ciertos poemas que pueblan, desde antiguo, las antologías de nuestra literatura. Uno de ellos es “Delectación morosa” de Leopoldo Lugones. Dos cosas me llamaron la atención: la profusión de entradas y la dificultad de comprensión que padecen sus lectores. Se nota un general pedido de auxilio (supongo que de estudiantes o profesores noveles) para “analizar” el poema. Una de las respuestas más frecuentes se limita a verificar cómo se cumplen las reglas de composición de un soneto y a clasificar los recursos retóricos. Pero lo más llamativo, es la repetición asidua de esta descabellada “interpretación”: “El poema narra los últimos momentos en la vida de un anciano, que espera la llegada de su muerte mirando el paisaje por su ventana”.

2.- Contextualicemos

Propongo esta breve introducción. “Delectación morosa” es parte del poemario Crepúsculos del Jardín publicado en 1905. En dicho libro, hay poemas sueltos y conjuntos de poemas. El poema que nos ocupa es el octavo de una serie de sonetos titulada: “Los doce gozos”.

Dejando de lado los mensajes esotéricos que entrecruzan la lírica lugoniana, digamos, que tal como el título del libro lo predica, predominan en los textos los rayos moribundos del sol y la presencia misteriosa de los “númenes lunares” con una fuerte carga erótica y cierta capacidad de desordenar los sentidos frente a la presencia siempre latente de “el soplo cabalístico de un nocturno elohim”. Quien esto escribe ya intentó incursionar por los simbolismos esotéricos de esta obra en un libro titulado La cara oculta de Lugones que, al fin, sólo resultó un ejercicio de principiante, un aterido tropezón en el umbral.

Veamos, más bien, la relación de Lugones con la conciencia y con la estética de comienzos del pasado siglo. Pero, antes, volvamos a nuestro soneto. Dijimos que es el octavo de los doce gozos. ¿Y qué son los doce gozos? Son una serie de instantáneas del juego amoroso de dos amantes, ella primeriza, en una gradación ascendente cuyo climax, el éxtasis, que se prolonga en un sopor deleitoso, es la “delectación morosa”. Recordemos que a partir del impresionismo y del auge de la fotografía se había puesto moda la instantánea, el intento de captar una escena fugaz y descubrir que el instante es eterno. Los modernistas, y Lugones más que nadie, van a descubrir, a la par de los físicos, los milagros de la descomposición de la luz.

3.- El camino de toda carne

Iniciemos el itinerario de los doce gozos. El primer soneto se titula “Tentación”. Era la tarde, cerca del crepúsculo. En ese instante,  “la tarde quieta” se extenuaba en un largo “suspiro violeta”. Toda la naturaleza participaba del acoso de la tentación: el campo contemplaba “con éxtasis impuro tu media negra”.

En el segundo instante, “Paradisíaca”: “tu boca con la mía / se unieron en la tarde luminosa”. En el tercero, “El astro propicio”, “al rendirse tu intacta adolescencia / emergió, con ingenuo desaliño / tu delicado cuello, del corpiño”. La alusión astrológica intensifica el momento: “la misma /  estrella se miraba en nuestros ojos”. En “Conjunción”, cuarto soneto, “abrióse con erótica eficacia / tu enagua de surá”.

Como vemos, cada soneto es un climax, pero, a la vez, un pasaje en un camino que lleva a una consumación cuyo carácter luego develaremos. El título del quinto soneto predice su contenido: “Venus victa”. En su frenesí, la Venus vencida entra en cierto estado de delirio: “pidiéndome la muerte, tus collares / desprendiste con trágica alegría”. El crepúsculo se difumina como un vago jardín. Y cuando por el seno se abrió paso un inquieto “estoque”: “Brotó un clavel bajo su fina punta / en tu negro jubón de terciopelo”.

El sexto soneto, “En color exótico”, la hora, el tiempo, siempre presentes, ilustran la fugacidad del paisaje y de las acciones humanas: “tal como una bandera derrotada / se ajó la tarde hundiéndose en la nada / a la sombra del tálamo enemigo”. Aparece así el lecho, la derrota del día y “sobre el broche de tu liga crema / crucifiqué mi corazón mendigo”. Vencida Venus, rendido el corazón, disfrutemos la séptima instantánea. Por cierto, el título anticipa el contenido: “Éxtasis”. Como sucede con frecuencia en Lugones, el culmen de una experiencia individual es intensificado de tal modo que se convierte en fuerza de la naturaleza. Por eso, en “Éxtasis”, tras describir espacios en que la luz vibra con multiplicidad de tonalidades, brilla en lo alto “la estrella que conoce / desde el cielo  sus lágrimas hermanas”. Lugones manifiesta el éxtasis del encuentro amoroso mediante una alusión en que el bucólico paisaje consuena con el deshojamiento del primer acceso carnal. Lugones universaliza mediante cierta armonía cósmica el instinto desatado: “Mientras en las espumas del torrente / deshojaba tu amor sus primaveras/ de muselina, relevó el ambiente / la armoniosa amplitud de tus caderas, / y una vaca mujió sonoramente / allá por las sonámbulas praderas”.

4.- Delectación morosa

Llega así el octavo soneto, “Delectación morosa”. La tarde sigue avanzando. Da sus últimas pinceladas. El instante es luz, color, penumbra. Es admirable la captación de la luz y el modo de aprisionar el tiempo, el “ya”. Nos sumimos en un mundo de matices y opacidades en movimiento: “apuntó en su matiz crisoberilo / una sutil decoración morada”. De golpe, emerge la fuerza lunar: “surgió enorme la luna en la enramada”. Todo es sigilo, “y una araña en la punta de su hilo / tejía sobre el astro hipnotizada”. Llevaría mucho tiempo entresijarse en ciertos simbolismos ocultos. Baste recordar la vasta carga de contextos lejanos de la araña. Diosa entre los griegos, se relaciona con la música y la armonía. Pero también es una tejedora, y el tejido se relaciona con el destino: hilos, nudos, misterios. Contentémonos con nuestro soneto. Ahora el  cielo se pobló de murciélagos “como un chinesco biombo”; ahora, “tus rodillas exangües sobre el plinto / manifestaban la delicia inerte”. Veamos: “rodillas exangües”, “delicia inerte”, o sea, “delectación morosa”, singular captación del instante de abandono, de estar fuera del mundo, que sucede al éxtasis, al deslumbramiento del misterio carnal de la Venus Terrestre.

¿Cómo trabaja Lugones? Como los impresionistas: con todos los sentidos alertas para eternizar el dinamismo del instante por la belleza. Los doce gozos son una gradación marcada en el paisaje  por los juegos de luz (descomposición del espectro solar mediante figuras retóricas discontinuadas del uso clásico). En esa luz difusa, atravesada de “fuerzas extrañas”, los cuerpos se encuentran, los sentidos se despiertan y se entremezclan en un amasijo gozoso. Pero Lugones, cuyo color simbólico es el violeta, relaciona siempre la culminación del amor con la muerte: eros/tánatos. Incluso sostenía que la muerte es la perfección del amor. Por algo el soneto concluye con los amantes suspendidos en un instante de goce eterno, pero acosados inexorablemente por la muerte: “a nuestros pies un río de jacinto / corría sin rumor hacia la muerte.”

5.- Hacia el holocausto

Los tres sonetos siguientes, “Oceánida”, “Alcoba solitaria” y “Las manos entregadas” aceleran la gradación descendente. Es un estado de dispersión. Muestran a la mujer, con sus “vértigos felinos”, como Venus emergiendo del mar, exaltando su cuerpo entre las olas: “palpitando los ritmos de tu seno / hinchóse en una ola el mar sereno”. Por otro lado, la alcoba ya vacía muestra la ausencia de los cuerpos. Por eso, el espejo “estaba ciego”. La hora ha avanzado. Las horas “agonizan en las pestañas de la  amada que surge vestida de “gasa bruna” y  de “encajes negros”. Las ramas, “ebrias de luna”, lamen sus brazos desnudos.  “La noche se mezcló con tus cabellos” y “todos los aromas / de mi jardín sintetizó en tus manos”.

Entonces, la culpa invade el texto. En realidad, el extravío amoroso es un holocausto. Recurre, por lo tanto, al simbolismo de dos animales sacrificiales: el cordero y la paloma.

Vale la pena repasar esta ofrenda final, esta combustión de los amantes en un fuego purificador en medio de la noche: “La sombra pecadora a cuyo intenso / influjo, arde tu amor como el incienso / en apacible combustión de aromas, / miró desde los sauces lastimeros, /  en mi alma un extravío de corderos / y en tu seno un degüello de palomas”.

Como siempre, reflexionar sobre mensajes ocultos nos hundiría en regiones inhóspitas. Lugones, junto a su amigo Rubén Darío, frecuentó en París al Dr. Encause, el célebre Papus, explorador de las “fuerzas extrañas”. Ahora, con fruición, entreguémonos a gozar de “Delectación morosa”. En silencio o en voz alta, que las palabras se corporicen en el aliento.  Respetemos el ritmo, los acentos, el valor de los silencios (coma, punto y coma, punto) y, a lo mejor, como la araña lugoniana, quedamos hechizados por una música sorda y nueva.

Jorge Torres Roggero

21/02/2015

 

 

Delectación morosa

La tarde, con ligera pincelada

que iluminó la paz de nuestro asilo,

apuntó en su matiz crisoberilo

una sutil decoración morada.

Surgió enorme la luna en la enramada;

las hojas agravaban su sigilo,

y una araña, en la punta de su hilo,

tejía sobre el astro, hipnotizada.

Poblóse de murciélagos el combo

cielo, a manera de chinesco biombo;

tus rodillas exangües sobre el plinto

manifestaban la delicia inerte,

y a nuestros pies un río de jacinto

corría sin rumor hacia la muerte.

Leopoldo Lugones