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por Jorge Torres Roggero

Son numerosos los testimonios periodísticos, fotográficos, fílmicos y bibliográficos que dan cuenta del protagonismo de las mujeres el 17 de octubre de 1945. Ahora bien, dicha presencia se institucionaliza y adquiere relevancia de fenómeno político especialmente significativo a partir de la organización del Partido Peronista Femenino en 1949.

Millones de mujeres se movilizan. Nuevos sujetos históricos, en ellas se manifiestan las necesidades y aspiraciones de todas mujeres que encuentran en el peronismo una doctrina con modelos de acción y de formas de organizativas. Ese es el momento que se propone testimoniar el libro Eva Perón en la cultura política de las mujeres cordobesas de Zulma Patricia Zárate. Por primera vez, se recurre al testimonio vivo de militantes de la Provincia de Córdoba para representar la génesis de PPF en el distrito. Es la historia de mujeres de extracción popular y que se inician con escasa o nula experiencia política. Entre las informantes, contamos tres maestras, tres empleadas de diversos rubros, una comerciante, una operadora telefónica, una gestora cultural y una asesora de María Eva Duarte de Perón.

Zulma P. Zárate nos ofrece el resultado de largas y pacientes jornadas de investigaciones y entrevistas. En efecto, ha optado por una metodología que se ajusta a sus fines: la historia oral. Este método permite, no tanto indagar hechos, como sentimientos, experiencias, valores, que se visibilizan y se convierten en un revulsivo cultural al mostrar en carne viva un excepcional momento de discontinuidad histórica: construye una sincronía con una diacronía.

En realidad, para Zárate, la metodología elegida es sólo la entrada a una poética del corazón que se manifiesta por dos vías: el relato (la épica) de las protagonistas, y la síntesis lírica de la autora que va ritmando el avance de las vidas con sus poemas que profundizan dolores y soledades, amistad y compañerismo, encuentros y desencuentros, defecciones y victorias, todo en un poderoso “amasijo” de fe, esperanza y comunión. Una especie de murmurante mantra, de plegaria centrada en la luminosa emanación de un centro de energía fundamental: la figura de Eva Perón.

Los poemas armonizan perfectamente con los testimonios. La oralidad subyacente se convierte en un coro armónico. Las historias de vida de las aportantes están todas unidas al carisma y la presencia de Evita. Todas en algún momento la vieron. Algunas perdidas en la multitud; otras, en gozosa cercanía, logran tocarla. Como quien dice, “tomar gracia” en ella. Y están, por último, las que van ser colaboradoras cercanas en la Fundación.

Es curioso cómo el poder de Evita se manifiesta, no por muestras estereotipadas de autoridad (gritos, órdenes, gestos desconsiderados), sino a través de la ternura, la proximidad afectuosa que hace que todas exalten sus manos, su mirada y su voz: era la prueba viviente de que las doctrinas no se enseñan, se inculcan con el ejemplo. Dice una aportante: “Dios iluminó que nosotros pudiéramos estar con ella. (…) De eso volví emocionada, pero con más ganas de seguir luchando, de seguir luchando fuerte y de devolverle un poco de lo que ella me había dado: porque me dio amor, me dio consejos y me dio materiales como para darle a la gente de mi pueblo”. Otro testimonio: “Evita era un ángel, si, tenía una imagen angelical. Recuerdo su cara, sus ojos y sus manos, transmitían amor y fuerza en cada gesto, en cada palabra, en cada frase. Pienso que tenía un don natural para comunicarse, para decir, no sólo con la voz -que era sublime- sino también con su mirada y sus manos tan expresivas”. “Y lo que más me llegó de Evita -dice otra aportante- fue cuando escuché su voz, era estremecedora, por lo que decía y por cómo lo decía. Una voz dulce y firme: convencida de la verdad de su lucha que era la lucha de los trabajadores y de los que no tenían trabajo y querían trabajar”. Varias insisten en su voz. Por eso, afirma otra entrevistada: “Estábamos dispuestas a seguir el camino que ella nos había marcado”. Emocionan estas declaraciones a “viva voz” en que uno no puede menos de admirar la capacidad de darse de Evita, de donar cuerpo y alma para la puesta en práctica de la doctrina peronista. No en vano decía: “El amor es darse, y darse es dar la propia vida. Mientras no se da la propia vida cualquier cosa que uno dé, es justicia”.

Las voces de las entrevistadas constituyen, por lo tanto, un acorde poderoso que da cuenta del paso del “yo” a un “nosotros” jubiloso y perdurable que el paso de los años acrecienta y clarifica. El libro de Zulma Zárate concentra el testimonio de diez militantes, mujeres comunes que, un día, por diversos caminos, son invitadas a una Unidad Básica Femenina y se encuentran “in actu” con el paso de una doctrina a una “realidad efectiva”.

En efecto, las unidades básicas del Partido Peronista Femenino, eran el ámbito adecuado para canalizar los impulsos hacia la acción comunitaria. Es así como estas diez mujeres, algunas todavía niñas, otras adolescentes, todas muy jóvenes, inauguran una nueva era en la política argentina. Evita la llamaba “la hora de la mujer”. Dice una de las aportantes: “La mujer, en los años previos, había sido ignorada como ser humano, y ahora se la consideraba la principal protagonista de un gran movimiento. Y era muy difícil lograr ese cambio en las mujeres mismas. Ni hablar en los varones. Pero en las mujeres, no fue fácil: había que convencerlas.” Otra, atestigua, “Yo como mujer la admiro, la respeto especialmente por todo lo que hizo por los derechos de las mujeres. Como ya dije, la posibilidad de estudiar y de trabajar para las mujeres, la posibilidad de ser reconocidas por el trabajo en el hogar, enalteció el rol de la mujer como madre y ciudadana a la vez”.

De allí que, prácticamente todas las entrevistadas insistan en dos aspectos de la organización política inculcada por el ejemplo de Evita: la formación y la acción social. Dice una informante: “Y después fui creciendo, viviendo la historia y también formándome como peronista”. En efecto, en las unidades básicas femeninas se dedicaba un día a la semana a la formación doctrinaria. Se leían y discutían documentos doctrinarios aportados por la Fundación, las Veinte Verdades, o los fundamentos de los grandes proyectos gubernamentales. Por ejemplo, se instruían en todos los pormenores del Segundo Plan Quinquenal. Una informante dice, con humor, que a ella le gustaba hablar, y se dio cuenta que, para hablar, hay que saber de qué se trata.

Pero, a la par de la formación política, las unidades básicas femeninas eran verdaderos “hogares del pueblo”. Estaban abiertas todo el día. Todo el día concurridas. Allí se enseñaba corte y confección, dactilografía, pastelería y diversos oficios. Se cosía ropa para la Fundación con las famosas máquinas de coser de Evita. Se prestaba especial atención a la salud de los niños y las mujeres. A los niños no solo se los proveía de útiles escolares, sino que se les brindaba apoyo escolar. Las muchachas peronistas de las unidades básicas, miles, eran todas compañeras y hermanas. Cada una aportaba sus conocimientos, su tiempo, su amor a la patria y al prójimo. Cuando el peronismo fue desalojado por la oligarquía, en Córdoba funcionaban 400 unidades básicas femeninas.

Todas informantes culminan su testimonio con la experiencia ignominiosa del golpe de estado de 1955. Perseguidas, huyendo, encarceladas, el peronismo vuelve a sus orígenes: las cocinas de los hogares del pueblo o los sótanos para seguir desarrollando la doctrina, trazando líneas de acción, y para acendrar, entre mate y mate, la solidaridad, la esperanza y la fe en el triunfo final del pueblo. Humilde destino de semilla: oscuridad, reclusión, muerte.

Emociona el testimonio de una maestra rural cuando narra el día en que, a su escuela de Los Barriales, llegaron los militares libertadores: “Lo primero que hice fue tratar que los chicos no vieran nada, fue todo muy violento. Sacaron todos los libros con los que enseñaba e hicieron una fogata en medio del patio de la escuela. A las camperas de los chicos, que habíamos recibido de la fundación Eva Perón, les cortaban la inscripción “Fundación Eva Perón”. Imagínese que las camperas, así rotas, ya no eran abrigo para los chicos.” La última informante, que fue de extraordinaria relevancia en Córdoba y el país, testifica: “Después de tanta lucha y de esos años felices, los resentidos, los inhumanos, dieron el golpe final contra el General Perón. Y en esos momentos la pasamos mal todos los peronistas; algunos recluidos lejos de su hogar, otros presos (como fue mi caso), otros exiliados y todos proscriptos.”

Estos primeros genocidas del S.XX querían, como hoy día algunos, “extirpar” el peronismo. Pero, como afirma una entrevistada, “nos unimos más” con las compañeras: “Y las mujeres nos empezamos a juntar en la casa de una o de otra. Y pudimos recuperar muchos documentos del Partido. Fotos, cuadernos de formación política, cartas. Y las guardamos muy bien. Y ahora todavía están en nuestras manos. Sabíamos que estábamos resistiendo a la brutalidad del odio de la Oligarquía”. Había comenzado la Resistencia Peronista. Pobre los que se olviden de esa parte de la historia.

Culmino estas líneas que tratan de reseñar el libro de Zulma Patricia Zárate que es, por su modo de concreción y por su contenido, un acto de militancia necesario en esta “hora” no apta para los tibios (o “bostas de paloma”, como decía Perón) que Eva Perón anatematizó para siempre, junto a los desleales, ambiciosos, explotadores y enemigos del pueblo en Mi Mensaje.

Jorge Torres Roggero

5/8/22

Fuente:  ZÁRATE, Zulma Patricia, 2022, Eva Perón en la cultura política de las mujeres cordobesas (Testimonios y Poética). Córdoba: Universitas Editorial. Cabe resaltar el sencillo, bello y emotivo diseño de tapa del Lic. Marcelo Sosa. Lleva esta aclaración: «La firma de Eva Perón que se presenta en la tapa, es copia original. Proporcionada por Lela Carrizo, quien da testimonio en este libro.»

por Jorge Torres Roggero

El retrato de Ramón Carrillo es obra de la pintora Ángeles Crovetto

Carrillo, 35x50 Angeles1.- Una vanguardia sanadora

Acabo de leer ( agencia Hispan tv, 8/4/20) que Siria denuncia a la inteligencia turca. La acusa de estar planeando propagar el CoronaVirus en Idlib para que contagie a todo el país. Por otra parte, señala que los embargos de Occidente sabotean los esfuerzos del estado sirio para combatir la epidemia global. Dada la fuente, pienso: ¿ esta  noticia también podrá leerse como parte de la previsible guerra psicológica entre los contendientes?

Como simple literato, inexperto en estrategias bélicas y relaciones internacionales, me limito a develar en la noticia cómo, a pesar de desmentidas múltiples de grandes potencias, no se puede descartar, los ejemplos sobran,  el sobrevuelo trágico de la guerra bacteriológica ni el aleteo torpe de  la guerra psicológica como posibilidad cierta de estos tiempos peligrosos.

Esta comprobación me recordó al gran sanador argentino, el Dr. Ramón Carrillo. Todos sabemos, o deberíamos saber, que en apenas ocho años cambió la idea de salud en Argentina. Organizó un sistema de prevención y asistencia cuyos despojos subsistentes (tras la depredación de golpes y gobiernos oligárquicos) aún cobijan a los argentinos. Su objetivo era poner la ciencia al servicio del pueblo y, en armonía con el corazón, como soporte básico en la tarea de construcción de la comunidad organizada. Para ello, creó una secretaría para desarrollar  la ciencia-arte de la cibernología. Pero como esta temática nos llevaría a impensadas digresiones, los invito a  revisar la realización concreta del humanismo peronista y la relación prodigiosa entre Perón/Carrillo/Evita, en mi libro Ramón Carrillo. El Ángel Sanador. (Editorial Fundación Ross, Rosario).

2.- La guerra bacteriológica

Recordemos ahora a Carrillo a través de dos textos anticipadores. En Contribuciones al Conocimiento Sanitario del Hombre nos es dado acceder a las clases dictadas en 1950 ante los señores jefes y oficiales de la Escuela de Altos Estudios. Se publicó con el título  La guerra psicológica. Carrillo incita en esas páginas, con lenguaje llano y riguroso, a la coordinación entre médicos y militares para preservar la salud de los cuadros y lograr una relación integral con la comunidad. Todo como manera de organizar el poder de la Nación.

En 1953, Carrillo pronuncia, ante los altos mandos militares, una conferencia titulada La guerra bacteriológica. La exposición va encabezada por un detonante epígrafe. Su autor es Benjamín Cohan, delegado norteamericano ante las Naciones Unidas. El 19 de agosto de 1952 dijo: “…los Estados Unidos no se atarán las manos para el uso de cualquier arma atómica, química o bacteriológica contra la agresión.”

Carrillo comienza advirtiendo que se habla en todas partes de guerra bacteriológica. El propone que se la denomine, más bien, guerra biológica. Y se pregunta: ¿es un arma ofensiva, defensiva y/o de sabotaje?

En realidad, sostiene, poco se han estudiado las “nuevas técnicas que han de ser utilizadas en esta nueva forma de lucha”. Por lo tanto, conviene encarar el problema “sine ira et studio”: “Nadie quiere la guerra, ni la guerra soluciona nada. Pero hete aquí que la guerra existe y que incluso es considerada por muchos como ineluctable…La guerra es una consecuencia del poderío y no de la debilidad”.

Reflexiona luego sobre la relación entre el mejoramiento de las condiciones de vida y el progreso técnico que la guerra procura. Reconoce que conocimientos biológicos debidos a las últimas guerras hubieran demorado siglos en épocas de paz.

Ahora bien, la guerra biológica, como toda guerra, tiende a ejercer violencia “sobre las fuentes mismas de la vida espiritual y material más que sobre los cuerpos mismos y las cosas inmateriales”. La guerra biológica es un procedimiento bélico todavía inédito. “Pero no ocultemos que, en estos momentos, miles de hombres de ciencia, en varios países se ocupan y trabajan con ahínco en el tema de la guerra biológica”.

Carrillo asegura que si bien los argentinos “no fabricamos armas secretas, no tenemos laboratorios de guerra, no preparamos saboteadores ni planes de invasión”,  tenemos sí o sí que enfrentar los problemas que puede aparejar una guerra “con armas gérmicas”. Se trata de “organizar la defensa, las previsiones médicas”, es decir, todo cuanto puede connotarse con la expresión “frente sanitario interno”.

Surge, entonces, la pregunta: ¿Carrillo avisó, quizá inconscientemente, sobre peligros sobrevinientes tipo Corona Virus e ideó las formas de organizar la defensa de la comunidad organizada? Pensemos que la pandemia actual es considerada por las principales potencias como “un poderoso enemigo invisible” y cotejan las acciones en su contra con una “guerra”. Por más que se disimule, todos rumian en sus adentros lo que Carrillo ya anticipó en 1953: ¿si efectivamente la pandemia es un acto bélico? En tal caso, resulta del todo imposible identificar al agresor.

Ante esta destrucción de la vida por medio de otras vidas, vidas animales y vegetales porque “hasta el mundo silencioso de las plantas podrá intervenir en una guerra humana”, Carrillo registra los propósitos de la guerra biológica y la relación entre epidemia y  guerra. Rompe los  eslabones de la cadena de agresión mostrando cómo una pulmonía se convierte en epidemia. Distingue las epidemias artificiales con fines militares y se pregunta si es posible desencadenar una guerra bacteriológica y cuáles son los gérmenes patógenos utilizables y sus características. Por fin, se detiene a describir las posibles armas bacteriológicas de una próxima guerra. Clasifica, básicamente, cuatro grupos de posibilidades: a) gérmenes que se propagan por contacto; b) gérmenes que necesitan vectores; c) gérmenes de infección hídrica y alimentaria, y d) gérmenes de transmisión por vía aérea.

El punto d) es el que nos aproxima, de un modo singular, al virus que en este momento nos azota. Por eso nos vamos a detener, con Carrillo, a revisar el problema de los gérmenes de propagación aérea.

carrillo sanador3.- Los gérmenes de propagación aérea

Los gérmenes que se propagan por vía aérea son numerosos y, por supuesto, de verdadera importancia en una guerra bacteriológica. Carrillo cita los virus de la gripe epidémica o influenza, el bacilo diftérico, el virus de la viruela, los bacilos del muermo y de la peste pulmonar, los virus de la neumonitis y de las enfermedades eruptivas de la infancia, entre otros.

Sobre los gérmenes de los grupos anteriores (a,b,c) tienen una gran ventaja estratégica: su fácil diseminación de persona a persona porque se reproduce a pesar de las medidas profilácticas individuales y colectivas. A los saboteadores sólo les toca elegir cuál germen es más conveniente usar. Por supuesto que ante cada caso concreto, los encargados de la ejecución de un plan de ataque bacteriológico deberán estudiar las condiciones de “inmunidad colectiva de la ciudad elegida y usar el germen infeccioso que más ajeno haya estado a las epidemias o endemias registradas allí en los últimos años”.

Es claro que la preparación del material infeccioso no es tan fácil técnicamente. Los virus requieren “cultivos en estrictas condiciones”. Como se desarrollan en embrión de pollo (1953), son de peligroso manejo y difícil ocultamiento al contraespionaje. ¿Cómo infectar colectividades? Carrillo presenta algunas posibilidades. Por ejemplo, la pulverización de virus liofocilizados, en condiciones artificiales, pero ¿“tiene el mismo poder difusivo que cuando son transportados en gotitas de saliva y mucosidades que se expelen al toser, estornudar, hablar”? Estoy seguro de que estas palabra de hace 67 años resultan familiares a un lector actual.

También, piensa Carrillo, hay que conocer “el grado de concentración óptimo, la duración del poder infectante, la resistencia del virus a las inclemencias naturales, luz, humedad, calor, etc. antes de pretender su empleo como arma biológica”.

A esta altura, Carrillo hace un balance del estado actual (1953) de las armas biológicas y llega a la conclusión de que se sabe poco y que no sabemos los que otros saben: “Como se ve, aquí y en esta materia, es más  lo que  se ignora que lo que se sabe, o mejor aún, no sabemos lo que posiblemente otros ya saben, en especial aquellas naciones que están en estado de pugnacidad bélica”.

Eso sí. El disertante deja constancia de que los “gérmenes de transmisión aérea” constituyen una de las armas bacteriológicas más peligrosas. ¿Por qué? “Porque se utilizan virus para los que no tenemos todavía una terapéutica eficaz.” En este punto, Carrillo deja una advertencia: el virus de la gripe epidémica (la “gripinha” de Bolsonaro) “tiene sobre los demás la ventaja estratégica de que no sólo es más activo, sino que los enfermos que no mueren por infección quedan por mucho tiempo incapacitados en una penosa convalecencia”. De paso, el Ministro se vanagloria de que la viruela como arma de guerra no tendría efecto en la Argentina: la población está bien vacunada y los pequeños brotes que se han registrado se extinguen sin tener apenas difusión.

4.- Estrategia de la nueva arma y un final hegeliano

Según Carrillo, el arma bacteriológica sirve lo mismo para una incursión aérea como para un incursión de saboteadores. En tal caso, “sería casi imposible la demostración de que se trata de un ataque deliberado de esa especie”. Ante esta aseveración, ¿nos surge alguna inquietud referida a la cuarentena que estamos sobrellevando? ¿Y si los murciélagos son inocentes y el pangolín es un calumniado cuasi quirquincho asiático?

Ahora bien, la guerra biológica también puede ser adaptada a la guerra psicológica. En efecto, nada hay mejor que una epidemia (pandemia) “para crear un estado de angustia y terror, principio y fin de los objetivos de la guerra psicológica”. Lo que sí es cierto es que un arma gérmica puede ser usada para provocar una cifra importante de muertos, o simplemente para discapacitar, por un tiempo pero a discreción, a determinado núcleo de población. A veces es más importante acrecentar “el número de inválidos, físicos o psíquicos, que matar ese mismo número de personas”. Y aquí nos acucia otra pregunta actual: ¿por qué la covip 19 prefiere el pellejo guañusco de los ancianos? No hace mucho, Cristina Lagarde, vieja conocida, dijo que la excesiva cantidad de viejos era un lastre para la economía mundial.

Carrillo, en el curso de su disertación, continúa con una hipótesis que combina guerra bacteriológica y atómica. Sin embargo, nos interesa resaltar la insistencia de Carrillo en la necesidad de lograr “mantener la moral de la población”. Con esa expresión quiere significar que es fundamental lograr un pueblo sin epidemias y con un “elevado potencial psicológico”.

Por eso, fiel a su misión, desarrolla la metodología sanitaria para afrontar una guerra biológica. Considera importante que el Ministerio de Salud Pública de la Nación tenga “un programa de paz con todos los elementos de movilización para la guerra bacteriológica”. Todo está pensado en función de la soberanía científico-técnica, alimentaria y productiva.

Habrá que desarrollar personal técnico, institutos de fabricación de materiales curativos (sueros, antibióticos), vacunas, para las fuerzas armadas y para la población. Habrá que tener suficiente stock de medicamentos y materiales de diagnóstico, utensilios y máquinas de uso en las campañas profilácticas y saneamiento de localidades infectadas. También habrá que formar personal encargado de la educación sanitaria del pueblo y desarrollar institutos de investigación de nuevas técnicas ofensivas y defensivas con armas bacteriológicas. ¿Cómo no emocionarse ante esta visión de una Argentina potencia en que las fuerzas armadas son “un pueblo en armas” y el pueblo el objeto de todos los desvelos de sus gobernantes? Si no hubiera sido interrumpida esta cadena virtuosa de creatividad y solidaridad, ¿podríamos imaginar el resplandor de la Nueva Argentina?

Carrillo, que era un gran humanista, concluye con una referencia filosófica. Recuerda que Hegel era hostil hacia “la ciencia experimental” y daba innumerables ejemplos de la “amoralidad del saber científico”: “No hay ningún descubrimiento científico  -terminaba Hegel- y no habrá ninguno, en el futuro, que no ostente el doble aspecto: el bueno y el malo de la ciencia”. Quería demostrar la falta de ética del saber científico. Sin embargo, sostiene Carrillo,  Luis Pasteur y Roberto Koch demuestran lo contrario: “fundadores de la bacteriología”, salvaron de la muerte a millones de vidas humanas. De tal modo, los anti hegelianos aseguraron que la ciencia no podía ser instrumento de destrucción.

Carrillo concluye así: “Hasta la fecha, a pesar de todos los proyectos y preparativos de guerra bacteriológica, los hechos han dado la razón a los anti hegelianos. Quiera Dios que el arma bacteriológica jamás sea dirigida contra el  hombre y ojalá -en este terreno al menos- Hegel no tenga razón. He dicho.”

Jorge Torres Roggero

8 de abril de 2020.

Fuentes:

Torres Roggero, Jorge, 2019, Ramón Carrillo. El Angel Sanador, Rosario, Editorial Fundación Ross

Carrillo, Ramón, p.d.f., La Guerra Bacteriológica, en Electroneurología, Buenos Aires. http.://electroneubio.secyt.gov.ar/index2.htm

Carrillo, Ramón, 1951, La Guerra Psicológica, Contribución al Conocimiento Sanitario, Buenos Aires, Talleres Gráficos Ministerio de Salud Pública de la Nación.

por Jorge Torres Roggero

Imagen (44)1.- Avatares del símil del río

Desde que Heráclito, 500 años antes de Cristo, nos legó un retazo de su pensamiento con el símil del río, los filósofos se encargaron de despojar la sentencia de su valor simbólico (iniciático) y encolumnarla en el pensamiento causal. El río dejó de ser un simbolismo secundario del profundo simbolismo de las aguas y pasó a ser una alegoría del pensamiento causal (la vieja sinécdoque), recurso retórico para expresar la traducción concreta de una idea difícil de captar o de expresar en forma simple.

Platón (en Crátilo) fue el primero en dar la versión que se cita con más frecuencia: “no se puede entrar dos veces en el mismo río” para centrarse en el movimiento del agua. El fragmento del Oscuro de Éfeso dice en realidad: “En el mismo río entramos y no entramos, (pues) somos y no somos (los mismos)”. Heráclito se centra en el juego de las contradicciones opuestas y complementarias que rigen el universo: el río cambia (corriente) y no cambia (cauce) que es lo permanente  y guía la dirección del agua. Como no es tema de estas líneas, resumamos: el cauce del río es el Logos que “todo rige”, la “palabra” que ordena y organiza el cosmos: ¿puede existir una “unidad armónica” hija del azar y de la ciega fatalidad? ¿Hay una ley fatal regida por odio? ¿Hay una ley del corazón regida por el ritmo sagrado de la totalidad viviente? ¿Por qué dice Heráclito que “El pólemos ( la guerra) es el padre de todas las cosas”? ¿Cómo el conflicto es al mismo tiempo armonía, “respiración”  del universo? Pero veamos otro río.

Alguna vez, en nuestros desvelos escolares, nos topamos con un río trágico. Es aquel de Jorge Manrique que nos interpelaba, adolescentes, con la rotunda verdad de la conciencia de la muerte. ¿Quién no se levanta, alguna mañana, recitando inconscientemente, disfrutando belleza y palpitando finales: “Nuestras vidas son los ríos/que van a dar en la mar,/ que es el morir:/ allí van los señoríos,/ derechos a se acabar/ y consumir;/ allí los ríos caudales,/ allí los otros medianos/ y más chicos;/ y llegados, son iguales/ los que viven por sus manos/ y los ricos.” Da mucho rollo para escribir la estrofita. Por ahora, se la dediquemos, solemnemente, a Magnetto et caterva.

Siguiendo con las alegorías recordemos que nuestra Patria tomó su nombre de un río. Cuando era chico me rompía la cabeza para saber por qué el Río de la Plata era  “el río epónimo”. En 1910, Lugones lo enalteció como creador de “nuestro linaje”. “A tu linaje/ como en la gloria mágica de un cuento,/ ser habitantes del País del Plata/ con orgullo magnífico debemos”. Y ya refiriéndose al destino solar y civilizador que el iniciado Lugones atribuía a nuestra patria, lo emparienta con los ríos sagrados: “Moreno como un inca, (…)/  formas con el Ganges de los dioses/ con el Danubio azul de los Imperios,/ la noble tribu de aguas que penetra/ de cara al sol en el Océano intérmino/ como mueren los héroes antiguos/ en la inmortalidad de un canto excelso”.

Así la cosa, como literatos, no nos deja de halagar que llevemos el nombre de un poema: La Argentina del lujurioso arcediano del Barco Centenera. Allí se habla del “argentino reino”, del “argentino río”: “De nuestro río Argentino y su grandeza/ tratar quiero en el canto venidero”. Sabemos que el Río de la Plata fue una trágica obsesión de los conquistadores, río de miserias y hambrunas, donde, según Borges, “ayunó Juan Díaz y los indios comieron”. Oviedo, el primer cronista de Indias, lo llama “una de las más notables cosas del universo” que esconde secretos y  tesoros. Por eso lo consagra “como una esperanza en lo de adelante”. Los herederos del nombre (no en vano relativo a la “edad de plata”), andamos todavía en busca de esas “cosas misteriosas”. Nuestros escritores trataron de descifrarlo en vano hasta en sus afluentes: El Mar Dulce,(Roberto J. Payró), El río oscuro (Alfredo Varela), La ciudad junto al río inmóvil (Eduardo Mallea), El río de las congojas (Libertad Demitrópulos). Son muchos más y alargaríamos la lista en vano. ¿Qué decir de los autores jóvenes del Conurbano que, en sus novelas, transitan simbolismos de aguas contaminadas que “zombifican”, producen monstruos teratológicos y catástrofes (Berazachussets de L. Ávalos Blacha, El campito, de D. Incardona)? Aunque tengo más rollo por si se precisa dar lazo como dice el sabio Martín Fierro, vuelvo, tras algunas aproximaciones que podrían ser incontables, a ciertas alegorías actuales del río

2.- Mauricio Macri: el río del cambio sin brújula

Macri, desde su reposera de Villa la Angostura, nos invita a brindar “por el tiempo que está por venir” de modo que, el año nuevo, sea un “nuevo comienzo”. Su propósito evidente es alentarse a sí mismo y alentar a sus seguidores que se derriten en lamentaciones “porque el cambio que comenzamos a hacer en 2015 quedó inconcluso”. Y aquí viene la alegoría. Dentro de la lógica cotidiana, nada puede detener que las cosas cambien. El cambio es una ley fatal y es independiente de los gobiernos. Pero el cambio por sí mismo no garantiza algo mejor. Para Macri, el cambio es la “dirección en la que íbamos”, o sea, “todo igual pero más rápido” como le confesó Vargas Llosa. El cambio, supone, es una “fuerza transformadora de la época”. “Dirigirse hacía ahí”, obedecer a “la energía del cambio”, son todas apelaciones aspiracionales sin referencias concretas (destino, dirección, lo no existente o sea el futuro). En once renglones repite nueve veces la palabra cambio sin definirla, salvo “la dirección en que íbamos”. No hace falta definir ese cambio: los argentinos lo sentimos en cuero propio. Solo el vano consuelo de estar incluidos en la expresión vulgar: “todo cambia”.

Ante la necesidad de decorar el vacío de su pensamiento, Macri (o sus redactores) recurre a la tradicional alegoría del río: Si tuviera que usar una imagen diría que el cambio es como un río. Avanza de forma imparable. Si el río encuentra obstáculos, los supera. Si esos obstáculos son grandes se desvía todas las veces que sea necesario pero siempre vuelve a su rumbo. El zigzag no cambia ni un milímetro el destino del río. Es más, a veces, cuando un obstáculo trata de encerrar al río, el río se acelera, adquiere más fuerza y se vuelve más poderoso. Por eso, entremos en esta época nueva que comienza con la alegría y la convicción de saber que el cambio nos llevará al destino que anhelamos. El río avanza sin parar.”

Muy extraño el río del cambio. Cuando se desvía, cómo hace para volver “a su rumbo” si no sabemos nada del cauce. ¿Cuál es el destino del río? ¿Cuál es el obstáculo? ¿El obstáculo acelera? El río nos llevará al “destino que anhelamos” porque el “cambio” es un río que “avanza sin parar”. Somos un río sin cauce, una fuerza ciega, que va, ¿a dónde? Falta el sustrato cultural que, cuando es auténtico, comprende tanto a la cultura popular como a la ilustrada, y además una historia y una filosofía de la historia.

3.-Juan Perón y los aluviones del pueblo

Juan Domingo Perón (Descartes), en su libro Política y Estrategia  recurrió a la alegoría del agua que fluye y a la fuerza del cambio. El símil aparece en un capítulo titulado “Lucha contra los pueblos”.

Para ello hace pie en una premisa que sostiene que los dirigentes políticos piensan que ellos “son quienes dirigen y encauzan la evolución de los pueblos”. Obsérvese cómo en el texto citado ya está la imagen del río. En efecto, Perón dice “encauzan” y no es una falta de ortografía: “encauzar” significa “abrir cauce”. No se refiere a “encausar”, de “causa”, o sea lo que está en el pasado.

En realidad, dice Perón los que “abren cauce” son los pueblos: “Es así como las grandes transformaciones político-sociales se encauzan por los grandes movimientos populares que llevan a “LA HORA DE LOS PUEBLOS”. En las grandes revoluciones, postula, “los hombres son el instrumento del pueblo y las oligarquías se destruyen o desaparecen”.

Y aquí viene la parte del texto en que se nota que Perón, a diferencia de Macri y sus amanuenses, atados al sentido común de una clase media seudoilustrada, es poseedor de una cultura humanista superior. Tiene, por lo tanto, una mirada abarcadora de la historia de la humanidad. Plantea, entonces, que la historia del mundo “ha sido la lucha del pueblo con la oligarquía”. Considera que Grecia, Roma, Edad Media, son sólo largas etapas de esa lucha. Por su parte, la Revolución Francesa y la Revolución Rusa “son dos fases violentas que la patentizan”. Por último,  quedan los imperialismos actuales que sólo son nuevas etapas “de los pueblos en lucha contra la esclavitud interna e internacional”. La conclusión de la introducción no deja dudas, no es el vacío de contenido, no es la indeterminación estéril o el optimismo bobo: “Hoy, como en todas las épocas de la historia universal, deben vencer los pueblos”. Como decía Heráclito, el “pólemos”, “padre de todas las cosas”, se realiza en sujetos históricos concretos. Y aquí viene la alegoría del río de Perón que él llama “la táctica del agua”: son los aluviones del pueblo como la famosa sudestada de octubre que inmortalizó Scalabrini Ortiz, cuando el río de las congojas entró a la ciudad:

“Muchos han despreciado el ingenio y el poder del pueblo, pero, a largo plazo, han pagado caro su error. Los pueblos siguen las tácticas del agua. Las oligarquías, la de los diques que la contienen, encauzan y explotan. El agua aprisionada se agita, acumula caudal y presión, pugna por desbordar, si no lo consigue, trabaja lentamente sobre la fundación minándola y buscando filtrarse por debajo; si puede, rodea. Si nada de esto logra, termina en el tiempo por romper el dique y lanzarse en torrente. Son los aluviones. Pero el agua pasa siempre, torrencial y tumultuosamente, cuando la compuerta es impotente para regularla. Con los pueblos pasa lo mismo, los dos,  torrente o pueblo, son fuerzas de la dinámica universal y actúan con leyes y mecánicas semejantes. Los viejos diques del imperialismo, las oligarquías y las plutocracias comienzan a ceder, esta vez en el mundo, como cedieron en Francia en 1789 y en Rusia en 1918 ante el impulso incontenible y avasallador de los pueblos”.

Evidentemente en el texto de Macri, fuere quien fuere su autor, hay un plagio clandestino y vergonzante al texto del General. Se lo desvistió de todo lo concreto y verdaderamente significativo. En Perón, el obstáculo o dique tiene nombre propio: oligarquías, imperialismo, capital y poder político, dentro de cada pueblo hay procesos en marcha (cambio). Se refiere a la historia concreta que está viviendo el Continente Americano: a la lucha de Getulio Vargas (Brasil), Velasco Ibarra(Ecuador), Paz Estenssoro (Bolivia), Ibañez (Chile). De un modo u otro, con distintas formas de ejecución, en plena guerra fría, era tratar de que los imperialismos no metieran “a los pueblos detrás de la cortina del dólar”. Al final del capítulo, Perón nos regala una yapa. Es “La parábola de la gallina”. Alguna vez la hemos expuesto y merecería un tratamiento especial que prometemos.

Para concluir y, como un modo de relajarnos, rescatamos el uso humorístico de la “orilla del río”, otra posible alegoría,  por esta copla popular rescatada por Leda Valladares y María Elena Walsh: “A la orilla de un hombre/ estaba sentado un río/ afilando su caballo/ y dando agua a su cuchillo”.

Jorge Torres Roggero

Profesor Emérito. Universidad Nacional de Córdoba

Córdoba, 5/2/20

por Jorge Torres Roggero

Candelaria1.- Barroco y pensamiento popular

El  barroco fue (y es)  una fuerza histórica y cultural generadora de formas políticas originales y representativas. Pero, en América, fueron rechazadas,  dejadas de lado y oprimidas. Sin embargo, el barroco  está, en sentido kuscheano,  instalado como momento inabolible e inabordado de la no-identidad, de lo diferente que completa y despliega nuestra identidad. «Historia inconsciente», «cuenca semántica»,  se manifiesta como multiplicidad contradictoria y desdramatiza las situaciones de dependencia  prestando oídos a las voces de lo profundo y aceptando con humildad, como dice Leonardo Boff, que «estamos todos envueltos en una tela de inter-retro-relaciones«, es decir,  en el  remolino  dialéctico  del instinto articulador de la vida.

En consecuencia,  circunscribir  el barroco a lo meramente artístico es entregarlo a la mutilación iluminista que lo petrifica reduciéndolo a forma recargada y perversa. Su perduración en América es signo de la marginalidad, de la  jungla epistemológica en que se extravía el logos  de la razón dominante.

El barroco considerado  como un tipo de modulación y formulación europea pareciera destinado  a suprimir lo carnavalesco, lo bajtiniano y, por lo tanto, a negar la posibilidad de pensamiento en la cultura popular. En realidad, el control como mera formalidad incumplida, fue un intento de la jerarquía, tanto monárquica como eclesiástica, de encarcelar   la historia como presente y futuro que viene hacia nosotros. Los sínodos  de Lima, y los del antiguo Tucumán a comienzos del S.XVII,  vedan  la fiesta, la borrachera, los rituales. Algunas disposiciones rezaban: «Ordenamos y mandamos, so pena de excomunión mayor, que ninguna persona baile, dance, taña, ni cante bailes ni cantos lascivos, torpes ni deshonestos, que contienen cosas lascivas, y los introdujo el demonio en el mundo para hacer irremediables daños con torpes palabras y meneos»

Manda a decomisar libros: las Dianas, la Celestina, los de Caballería y «las sátiras y enfados y las poesías torpes y deshonestas». Encargan, asimismo, que se controlen los indios hechiceros, «los llantos y ritos supersticiosos» y las «borracheras que son origen de idolatrías y horribles incestos, principalmente en el tiempo en que cogen algarroba.»

Ya en el siglo XVIII, cuando Tupac Amaru se rebela,  las autoridades prohibieron  la vestimenta tradicional del indio  porque era portadora en sus bordados de  la historia del pueblo; descolgaron los retratos y cuadros porque narraban la historia de la no-identidad; silenciaron las lenguas naturales que hilvanaban el relato de un pasado liberador que  venía hacia el pueblo como porvenir. Todavía en la época de la independencia las lenguas quichua, aimará, guaraní, se hablaban cotidianamente. Y otra vez las mujeres funcionaban como articuladoras de los distintos mundos lingüísticos puesto que se comunicaban con la servidumbre en lengua nativa. En ese sentido, es preciso revisar el papel de la represión en el pensamiento iluminista de los patriotas y el  relevante  papel de las masas populares y las mujeres en la revolución.

La modernidad que sube desde  Buenos Aires es una modernidad impuesta. Desde los Borbones, S. XVIII, cuando decidieron que esto no era el Reino de Indias sino una colonia, se inicia la dominación como acto  de enterrar viva la tradición. La clase dirigente se olvida siempre que, en realidad, está enterrando una semilla, un «estar siendo» que, como el palán-palán , brota hasta en los techos de las iglesias y la universidades. Sabemos que el palán-palán  se cría en las casas viejas, en los techos y paredes agrietadas, en los rincones y en los terrenos baldíos donde hay escombros. Pero sus hojas tienen la virtud de cicatrizar las heridas cortantes. ¿Ahora, quién escarba los rincones hedientos, para recibir su virtud? Solo cirujeando en el revés de lo conocido hallaremos jirones,  flecos, de pensamiento propio, pensamiento sin ninguna traición escondida.

2.- La modernidad alienante

Sin embargo, la provincia de Buenos Aires,  a lo largo del siglo XVII, incluso del siglo XVIII, era un escenario de gente errante, de gauderios, que trajinaban sus llanuras y las de  Santa Fe,  pasaban a Entre Ríos y a Uruguay transportando  cueros y  grasa. La ciudad de Buenos Aires, por su parte, era un nido de contrabandistas de esclavos y de telas. Y ser contrabandista era ponerse fuera del formalismo y la jerarquía del Imperio. La Revolución de Mayo sería, en cierto sentido, el desencadenante  de una lucha entre los sectores mercantiles, contrabandistas que vivían del comercio , y los ganaderos entrenados en desjarretar vacas para contrabandear cuero y sebo. Con esto queremos decir, que si había un lugar no moderno, ese era Buenos Aires. Proponer lo contrario dejaría  sin explicación a Rosas y a Sarmiento sin argumentos. 

En realidad, la modernidad alienante fue impuesta por la generación del 37 y partir de ella.  Mitre, Sarmiento, Alberdi, y  los positivistas del 80 eligen, y son claros en sus enunciaciones, un modelo de crecimiento y de construcción del país dependiente del modelo anglosajón. Pero los subordinados a ese  modelo eran las clases altas: adoptaban sus costumbres  mientras  las institutrices entrenaban a los futuros dirigentes en la admiración y la glosofilia del colonizador.  Jauretche, a través del  ejemplo emblemático de  Victoria Ocampo y Borges,  sin juzgar a los individuos, valorándolos,  desentrañó los  aspectos culturales de una clase convencida de su destino hegemónico y de su superioridad étnica y social. Asisten a la ceremonia del  té de las cinco, y el deber es mostrarse  fruncido, victoriano. ¿Cómo no se iban a asustar y sentir rencor frente al advenimiento de la chusma irigoyenista primero y, luego, de  los cabecitas negras? La clase media, por su parte, expoliada de su dignidad, remedó con soltura pero sin dignidad  a la clase alta. El resultado son los «locos» de Roberto Arlt y  la «euforia de una cabeza decapitada» como postuló Ezequiel  Martínez Estrada(1961:69) .

 Entonces ¿qué es la modernidad, cómo funcionó entre nosotros? Como una imposición colonialista, imperialista. Porque nosotros entramos en la modernidad en la etapa de la primera crisis del capitalismo. O sea, en la crisis del 90. Entre 1888 y 1892 los gobernadores, en  Córdoba, apenas duraban un año: era un tiempo de ruptura y cambio.

Repensar el barroco nos induce a reconsiderar  la modernidad en general. El método consiste en tirarse al cauce semántico de cierta  discursividad que fluye por los accidentes  de textos olvidados de nuestra historia, por  las pretericiones que opacan nuestra literatura, por la oralidad oculta en los libros de nuestros escritores. Deletrear esa oralidad oculta nos puede conducir hacia formas nuevas, a lo nuevo de lo que ya está.

3.- La Virgen de la Candelaria y los “lugares luz”

En Puno, en el Altiplano, junto al Lago Titicaca, se celebra  el 2 de febrero  la fiesta de la Virgen de la Candelaria. Quienes han descripto esta fiesta, la representan como «jornadas incansables de lucha, danzas, cantos y esperanzas». Junto a la liturgia religiosa, los cantos y poemas anónimos.

La Virgen, de «rostro cholo», es la madre de Jesucristo y es la madre Tierra. El hombre arraigado a la naturaleza, al sustento de la vida, deja que el Santoral marque la vida social de la ciudad, del barrio, de la familia: «Ahí nacen, dice Paniagua Núñez, las grandes amistades, en la festividad de la Candelaria, los negocios, los compromisos matrimoniales, los grandes amores de juventud. Los amores prohibidos se levantan espontáneos, al calor de la danza y la bebida, de modo imprevisto, como acciones ruidosas o inadvertidas».

Como en toda fiesta popular se mezclan lujo y derroche. La liturgia religiosa se conecta con la celebración del carnaval. Las «diabladas» , con sus costosos disfraces fruto de las privaciones del tiempo de la producción (no sagrado), llenan las calles de exceso y mezcla. No es de extrañar, en consecuencia, que la celebración culmine  meses después con el bautizo de los «hijos de la fiesta»: «A los nueve meses de la festividad de la Virgen de la Candelaria, que en algunos años, se junta con los carnavales, es costumbre en estos lares, realizar una parodia de bautizo religioso, con una «guagua de bizcocho» (muñeco de masa dulce que lleva una careta con rostro de niño), donde la sátira y el chascarro aluden a los desbandes y excesos sexuales del mes de febrero, en que cerca de un centenar de comparsas, participan activamente, algunas por devoción y otras acaso la gran mayoría por diversión, paganismo y lujuria».

La parodia y la burla,  formas de lo innombrable,  no tienen lugar en la racionalidad urbana impuesta por occidente. Cuando éramos niños, había algo que nos sacaba de casillas y nos inducía a reacciones violentas: que nos «remedaran». El remedo es el nombre barroco americano de la crítica del pueblo al pensamiento urdido; y es, sobre todo, un acto de fecundidad. El derroche, la danza, la música, no son posibles para el solo. La fiesta es solidaridad. Los  participantes contribuyen con su aporte: bebida, comida, dinero, disfraz Y a veces sobra para donar y dar servicios.

En Puno, según  Paniagua Nuñez,  se guarda la fotografía de un cuadro quemado. Representa a la Virgen: en un brazo carga al Niño Jesús; en el otro, porta una candela (una vela). A sus pies, el diablo, ataviado con el disfraz color arcoiris, el de las «diabladas», se aferra al blanco vestido y la mira con ternura y actitud de imploración.

Redundemos. Volvamos al barroco cordobés. Luis de Tejeda relata la liturgia de  esta festividad llamada de la purificación. La procesión con las velas recuerda que la  Virgen da a luz a Jesuscristo, Luz del Mundo: «luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc.2,32). Ella se sometió al rito de la purificación como era costumbre ( Lev. 12, 6-8).  Se conjugan en la celebración,  el ritual judío, las tradiciones paganas de purificación y los cultos originarios de América. Las  velas bendecidas en la fiesta religiosa no se empleaban para el consumo, sino que se reservaban  para usos de carácter religioso.

Esto que parece cosa del pasado está vivo. Consúltese una agenda de celebraciones del 2 febrero en el Noroeste argentino y se podrá advertir cómo la fiesta de la Candelaria convoca multitudes. Por otra parte, al  habitante de  Córdoba que ausculte el mapa de su provincia, le sorprenderá la proliferación de lugares luz (Candelaria) y su ubicación estratégica en un espacio que no  es aventurado nominar mítico. Cultos solares y cultos lunares, cultos de purificación y cultos de fertilidad, se enhebran para deletrear un cauce semántico enfocado hacia la vida y la esperanza. En la Guía de números postales, Encotel, 1981, se mencionan doce lugares Candelaria: cuatro en Córdoba, dos en Catamarca, dos en Santiago del Estero y uno en Salta, San Luis, Misiones y Santa Fe. Agrénguense los parajes no registrados por carecer de estafetas y todas las fiestas patronales de numerosos pueblos y ciudades.

4.- El barroco peronista

Ya que hemos venido insistiendo en la figura de la redundancia, redundemos otra vez. Retornemos la figura de la baraja de Martín Fierro: apenas hemos construido un pobre argumento jugando con «oros, copas y bastos”. Hemos notado el espacio de América como acción no del solo, sino de un todo abierto: los pueblos. Desde «los adentros» y desde los «reprofundos», el pueblo formaliza estrategias  culturales de supervivencia, pero  los intelectuales  padecemos cierta impotencia para nombrarlas porque exceden en bloque el repertorio de categorías académicas de uso erudito.

Aceptemos la no-identidad, lo diferente, lo no detectado por el sistema. Nuestra entrada en el pensamiento de la modernidad, nos convirtió en apátridas, en proscriptos de nuestra raíz humana: la reconquista de nuestro hogar de humanidad  es la única posibilidad de aceptar nuestra diferencia como reunión de identidad y no-identidad. Desde el barroco, el pueblo americano nos viene indicando el camino con su práctica de lucha y esperanza, con su «remedo» burlesco de  las jerarquías religiosas y civiles.

Es un modo de pensamiento negado; pero, a través de él, se futuriza lo que viene del pasado. Pasado liberador y que viene hacia nosotros como porvenir es el modo en que Carlos Astrada definiría a esta acción del pueblo que se ha dado en llamar barroca. En tal caso, queda pendiente esta pregunta: ¿No será que el infamante y difamado populismo es una de las versiones actuales del barroco americano?. Esta pregunta final, de dudosa pertinencia, estuvo a punto de ser suprimida de este apartado. Una nota titulada «Signo: CGT dio la palabra a Duhalde y a De la Sota» la decretó necesaria y le dio certificado de supervivencia al barroco como forma reprimida de la cultura popular. Firma  la crónica Ezequiel Rudman y se refiere al traslado de los restos del Gral. Juan Domingo Perón. Tras sostener que «la cede (sic) de la central sindical se transformó en el «hall of fame» del paganismo peronista«, agrega: «Allí lo recibió el cacique taxista Omar Viviani en medio de un paisaje dominado por el barroco peronista». (Ámbito Financiero, 18/10/2006)

Jorge Torres Roggero

Profesor Emérito. U.N.C.

Fuentes: En el capítulo “Persistencias: formas de la cultura popular barroca”(pp.57-101) de mi libro Confusa Patria, Editorial Fundación Ross, 2007, Rosario, se podrá encontrar una abundante bibliografía y las claves de lectura de este fragmento.