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por Jorge Torres Roggero

El tango su historiaEran dos hermanos. Uno de ellos (no se sabe cuál) escribió un famoso soneto. Algunos de sus versos aún resuenan cuando nos referimos a la “beldad de la mentira”, o sea, cuando nos desengañamos y descubrimos el “rostro verdadero” de la realidad.

El mayor de los hermanos se llamaba Lupercio Leonardo de Argensola . Había nacido en 1559 y fue poeta, historiador y dramaturgo. El menor, Bartolomé Leonardo, había nacido en 1562. Era cura (capellán de la  emperatriz María de Austria), poeta e historiador.

Ciertamente, nadie se acordaría de ellos ahora, tampoco de sus mediocres obras, si no fuera por un soneto cuyo primer verso predica: “Yo os quiero confesar, don Juan, primero…” 

En los viejos secundarios  ( tiempos en los que  se dictaba literatura española en cuarto; y argentina e hispanoamericana en quinto) era inevitable toparse con este soneto. Era también increíble su poder de encantamiento. Resultaba imposible dejar de recordar, en mi caso para toda la vida, ese final en que el desengaño se extiende de los afeites de una mujer a toda la naturaleza: “Porque ese cielo azul que todos vemos,/ ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande/ que no sea verdad tanta belleza!”.

En efecto , el soneto comienza como un rutinario ejercicio, habitual en el barroco:  un tema trivial y vacuo se convierte en objeto de la maestría verbal e imaginativa de poetas que se regodeaban construyendo oraciones en nuestra lengua pero con sintaxis latina; mientras, al mismo tiempo, demostraban su capacidad para agotar las figuras del “ars dicendi”. El soneto comienza con una advertencia a don Juan: ¡Ojo!, la belleza que ostenta doña Elvira, que nos tiene a todos hechizados, es falsa. Es resultado de sus afeites. De tal modo, lo único que tiene de ella es el dinero que le costó. Sin embargo, es “tanta la verdad de su mentira”, que un rostro verdaderamente bello no puede competir con ella.

Pero de golpe, se produce un salto de registro. El poeta se siente abruptamente arrojado a un laberinto de apariencias. Desengaño total. Nada es verdadero. Recurre así a una especie de silogismo con apariencia de reflectáfora (una metáfora de metáfora):¿cómo no voy a andar “perdido” por semejante engaño si la misma Naturaleza (fuente de lo real) me pasa el cuarto todos días?: “pues que sabemos que nos engaña así Naturaleza”. Pero basta de chamuyo. Leamos, en voz alta si es posible, el famoso soneto y disfrutémoslo:

Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
que aquel blanco y color de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.

Pero tras eso confesaros quiero
que es tanta la beldad de su mentira,
que en vano a competir con ella aspira
belleza igual de rostro verdadero.

Mas ¿qué mucho que yo perdido ande
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así Naturaleza?

Porque ese cielo azul que todos vemos,
ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande
que no sea verdad tanta belleza!

Ahora bien, ¿qué tiene que ver el tango con un soneto barroco? Resulta que uno de los grandes poetas del tango, Homero Expósito (1918-1987), declaró cierta vez que no se puede escribir un buen tango si no se sabe escribir un soneto. Es claro, el también había estudiado y, a lo mejor, memorizado y recitado “al frente”, el soneto de los Argensolas. Porque en 1938, muy joven, con música de su hermano Virgilio, escribió “Maquillaje”.

De entrada no más alude al soneto: “No…ni es cielo ni es azul”. La mujer aquí también “compra su carmín”, el “pote de rubor” y “las ojeras con verdín”. Pero aquí lo que se le niega no es solo la juventud y la belleza, sino el “candor”. Aquí el rostro maquillado lo que  enmascara es el alma. Es inútil que quiera “llenar de amor” su “máscara de arcilla”. El poeta le advierte que, algún día, “sin fe y sin maquillaje”, cuando esté lista para el viaje final, “sabrás cómo te amé”.

El poeta del tango, entonces, desemboca, no en un desengaño retórico, sino en despojamiento de toda apariencia  en el  “color final”, en  el fin de un viaje, en el «despertar» misterioso de la muerte. En la estrofa final, sale de las elucubraciones existenciales, y regresa al llamado “sentimentalismo” del género: el reproche hacia aquella que le ha mentido. Parece decirle: “Vos sos un atado de mentiras. Son mentiras: tu virtud, tu amor, tu bondad, tu juventud. Y lo peor de todo, no solo te maquillaste la cara y simulaste candor, también “¡te maquillaste el corazón!”. Qué lástima, mentiste sin piedad.

MAQUILLAJE (de Homero Expósito)

No…
ni es cielo ni es azul, ni es cierto tu candor,
ni al fin tu juventud. Tú compras el carmín
y el pote de rubor que tiembla en tus mejillas,
y ojeras con verdín para llenar de amor
tu máscara de arcilla.

Tú,
que tímida y fatal te arreglas el dolor
después de sollozar, sabrás cómo te amé,
un día al despertar sin fe ni maquillaje,
ya lista para el viaje
que desciende hasta el color final…

Mentiras…son mentiras tu virtud, tu amor y tu bondad
y al fin tu juventud.
Mentiras…¡te maquillaste el corazón!
¡Mentiras sin piedad! ¡Qué lástima de amor!

Nota: Hay versiones varias de este tango. Las más conocidas son las de Goyeneche, de E. Rivero (particularmente apreciada por el autor) y, más recientemente, de Adriana Varela.

Jorge Torres Roggero