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Por Jorge Torres Roggero

1.- El alma que canta

el alma que cantaLeyendo el trajinado Evaristo Carriego (1930) de J.L. Borges, en el capítulo “Las Letras”, tropecé con este conjetural vaticinio: “…es verosímil que, hacia 1990 surja la sospecha o la certidumbre de que la verdadera poesía de nuestro tiempo no está en La urna de Banchs o en Luz de provincia de Mastronardi, sino en las piezas imperfectas que se atesoran en El alma que canta. Líneas antes, había perorado sobre el “valor desigual” de las letras de tango que proceden “de centenares y de miles de plumas heterogéneas”. Vaticinaba, por lo tanto, en 1930, que al cabo de más de medio siglo, esas letras configurarían “un inextricable corpus poeticum” que “los historiadores de literatura leerán, o a lo mejor vindicarán”. Más aún, merecerán “la veneración de los eruditos” lo que permitirá “polémicas y glosarios”.

Ahí no más me puse a elucubrar sobre la opacidad de lo autobiográfico. El pasado, sobre todo cuando es bastante lejano, es una trama de hechos. Uno puede comenzar a anotarlos, luego a escribirlos y hasta puede creer que los recuerdos son precisos. Serían lo que habitualmente llamamos memorias. El tiempo de la memoria parece ser el pretérito indefinido, lo que “ya fue”. Nos imaginamos a nosotros mismos en busca de significados. Si somos sinceros, la operación imaginativa estará guiada por la conciencia y la lucidez.

Ahora bien, otra cosa es hablar de recuerdo (re– volver a, cor, cordis, – corazón).  El recuerdo también opera con la imaginación, pero nos conecta con el pasado a través de una “masa de afectos”. O sea, mediante una especie de ciencia tradicional o resumen práctico de la experiencia individual en tanto sujeto histórico. De pronto algo que “nos es dado” en presente comienza a percibir lo que “no nos es dado”: los significados ocultos del pasado. No es memorar hechos materiales (fácticos) de fácil captación porque no se trata de un pasado artificial. El recuerdo viene a representar vivencias que estuvieron ausentes de la percepción en determinado momento. Eso que “no está dado” vive latente en lo que creo ser. Pero ya el tiempo verbal es el pretérito imperfecto. Es algo que está siendo, algo que no ha llegado a su término. Es volver y volver a sentir. Un “sentipensar”, dirían las mujeres con pollera de Bolivia.

Lo que voy a contar, ¿puede ejemplificar dos casos de operación imaginativa tanto de la memoria como del recuerdo? Vuelvo, no como ostentación subjetiva sino como introspección inquisitiva, a mi genealogía como “hombre de letras”. Toda mi vida fue entregada a la literatura. En ella convivieron siempre (“en adulterio anómalo”, diría Lugones), dos necesidades: subsistir y expresarme.

Es el caso que, durante décadas, tuve que responder a la inevitable pregunta de “cómo se me dio por escribir”. Yo atribuía esa génesis a una anomalía ortográfica. En efecto, en los inicios del secundario estaba avergonzado por mi pésima ortografía. No había forma de mejorar. Alguien recomendó que leyera mucho. Fue así que entré a leer y releer las antologías que entonces se estilaban y únicos libros a mi alcance. Era un amasijo informe de “épocas” y “estilos”: clásico, barroco, neoclásico, romántico, modernista, más una módica vislumbre, casi nada, de vanguardias.

De ahí a aficionarme a “escribir como” para practicar ortografía, medió un tranco. Por lo tanto, no sólo curé mis errores ortográficos, sino que me enfervoricé con la poesía y las poéticas: “Ese fue, concluía, mi encuentro con la literatura”.

Sin embargo, esa operación imaginativa dejaba sin hablar una “masa de afectos” que andaba cantando a los gritos en mi inconsciente siempre inabarcable, inexplicable y lleno de habladurías. En mi casa, un hogar popular y feliz de la década del cuarenta y comienzos de los cincuenta, nadie había pasado la escuela primaria, no había libros ni biblioteca. Los grandes “popes” del canon literario, incluido el autor de Evaristo Carriego, eran perfectos desconocidos. No Carriego, porque la maestra nos hacía leer “La silla que ahora nadie ocupa”. ¿Cuál era, entonces, mi conexión con la invisible hebra ardiente de la tradición poética? Fue cuando “recordé”: las revistas sociales y populares. Y en este preciso instante oigo a mi abuela usar el verbo “recordar” con el viejo sentido de “despertar”.

Volvamos a lo nuestro. Había para mí dos revistas especiales: la de la Unión Ferroviaria y El Alma que canta. En ambas, el alma popular que nos habitaba se elevaba, discepoleanamente, “buscando el cielo”. En una, cohabitaban la demanda social y la cultural; en la otra, la poesía como canto y voz del pueblo tomaba la palabra, invadía las gargantas, expresaba sentimientos soterrados.

El Alma que canta, cuya tapa siempre llevó el mismo papel que en su interior, difundía letras y poemas populares. ¿Cuál es su historia? No he encontrado, todavía, estudios académicos específicos, pero circula una sólida y unánime leyenda en los blogs dedicados a la cultura tanguera.

Su fundador fue un siciliano de quince años que trabajaba en el puesto de diarios de los hermanos Canaro, Entre Ríos y Constitución, a un paso del lujoso hall del entonces F.C. Sud. El canillita Vicenzo Buccheri (Bucchieri para migraciones) edita, selecciona, publica y distribuye su revistita. Por mucho tiempo, no llevó año, ni número, ni fecha. Solo decía: “Sale cuando puede”. La primera tirada (doce páginas) fue de cinco mil ejemplares.                  

Era una época en que los cantores/payadores iban migrando de los trashumantes circos criollos a los teatros urbanos. Entonces, al tanito se le ocurre publicar una revista con letras de estilos, milongas, cifras y coplas que los cantores/payadores, poetas populares, cantaban en sus “funciones” y difundían en folletos. Además, ya comenzaban a ponerse en boga las letras de tango.

Ahora bien, obsérvese esto: ¿Dónde se imprimía el inicial folleto de doce páginas? En la imprenta de “La Protesta”. No caben dudas de que esa relación con el anarquismo estaba predicando que la revista era una manera de protestar: difundir y promover a los creadores populares entre los que no eran pocos los libertarios. No es casual que publicara a Alberto Ghiraldo o Silverio Manco. Hacia 1928, El alma que canta llegó a los doscientos cincuenta mil ejemplares y más de sesenta páginas.

Alberto Vaccareza, autor de inolvidables sainetes y de La biblia gaucha, llegó a decir: “A El alma que canta la lee desde el presidente de la Nación hasta el último peón”. Se refería a los peones rurales. ¿Podría ser objeto de estudio la energía alfabetizadora de este tipo de publicaciones populares? Según cuentan, cierto día, Almafuerte se cruzó con el canillita italiano en la estación Constitución, le alargó un poema y le dijo: “Tome m’hijo para su revistita”. Pero ese encuentro resulta inverosímil. La revista apareció en algún momento de 1916 y Almafuerte murió en febrero de 1917.

Hacia 1925, se incorpora a la redacción un telegrafista italiano, Juan B. Rimoli. En adelante, sería el poeta lunfardesco de la “musa mistonga”, Dante Linyera. Porque El alma que canta fue un centro de difusión de la poesía lunfarda. ¿Y si nos enteramos de que el exquisito Vicente Barbieri, (en sus comienzos incursionó por el lunfardo), fue colaborador de El alma que canta? La revista se fue convirtiendo en editorial. Publicaba “cancioneros” (folletos) de tango, folklore y, mensualmente, libritos de diverso contenido. Así salió a la luz el primer volumen de Celedonio Flores, Chapaleando barro (1929).

Don Vicenzo fundó, además, revistas musicales, de moda, infantiles, sobre cine. Micrófono fue una publicación sobre radiofonía. La dirigió Homero Manzi. En 1930, expulsado de la universidad por el golpe, había ganado un concurso de letras con “Viejo ciego” y “A su memoria”. La revista publicaba, asimismo, un suplemento humorístico titulado “El Conventillo Político”. El golpista Uriburu le mandó a decir que esa sección no era conveniente; y hubo que suprimirla.

Vuelvo a mi recordatorio, a mi masa de afectos, a mi cuerpo, (“pobre barro pensativo”, según César Vallejo). En las siestas de verano, con olor a tunales y algarroba madura, con El alma que canta en la mano, me sentaba en una rama del inmenso paraíso del patio y me largaba a cantar a voz en cuello. Eran poemas de Celedonio Flores, Enrique S. Discépolo, Cátulo Castillo, Enrique Cadícamo, Buenaventura Luna, Atahualpa Yupanqui, Julio Argentino Jerez. ¿Será que estaba destinado, algún día, a incluir y dejar hablar esas “letras” en mis programas de la cátedra de Literatura Argentina en la Universidad? ¿Qué hacían junto a Lugones, Borges, Marechal, Murena, Martínez Estrada et caterva? ¿Eran “ocupas”?

Según el texto de Borges de nuestro inicio: “La Ilíada, antes de ser una epopeya, fue una serie de cantos y de rapsodias; ello permite, acaso, la profecía de que las letras de tango formarán, con el tiempo, un largo poema civil, o sugerirán a algún ambicioso la escritura de ese poema”.

2.- La lucha por el nombre: ¿Raquel Meller o Rubén Darío?

raquel-meller-sorollaDon Pedro Buccheri, hijo del fundador de El alma que canta, conjeturaba que su padre bautizó su revista con ese nombre en homenaje a la famosa cupletera Raquel Meller, portadora de ese apodo. La cantante nació como Francisca (Paca) Marqués López en un pueblo de Zaragoza, pero su fama se hizo en Barcelona. Todos coinciden en que debe ser considerada la más célebre cupletista de la historia.

¿Qué eran los cuplés? Como pasó con los primeros tangos, sus letras eran una expresión del bajo fondo. El contenido de los primeros cuplés rebozaba de picardías de fuerte tono sexual, frases de doble sentido, humorismo popular y, con frecuencia, contenidos políticos y sociales. Sabemos que la risa del pueblo es subversiva.

Las intérpretes de los cuplés eran mujeres que actuaban en teatrillos y tugurios regenteados por hombres. Para los círculos musicales, era un “género ínfimo”. O sea, le otorgaban el mismo trato que muchos expertos de hoy destinan a la “cumbia villera” o a los cuartetos. Pero de pronto, apareció “La bella Raquel”. ¿Qué había pasado? La Paca Marqués López, que se había criado junto a su hermana monja en un convento de Francia, españolizó el apellido Möeller de su primera pareja y pasó a llamarse Raquel Meller.

En 1917 conoce al escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo y en 1919 se casa con él. Gómez Carrillo llevaba un estilo de vida disoluto, era un típico ejemplar de la “belle époque” que vivía de orgía en orgía con cargos diplomáticos otorgados por un dictador de su patria. Los elogios que prodigó en la prensa a Raquel la encaminaron a los grandes teatros y al éxito mundial. En críticas periodísticas, sostenía que su arte era “un suspiro, una confidencia, un anhelo íntimo”. Raquel Meller logró, así, que el más escandaloso cuplé fuera aceptable para la familia. Fue en esa época que obtuvo su más grande éxito con dos canciones de José Padilla: “La violetera” y “El relicario”.

La historia de Raquel Meller, que durante la Guerra Civil (1937-1939) vivió en Argentina, bordeó siempre los excesos, la tragedia y la soledad. Fue, sobre todo, una rebelde frente a las imposiciones del machismo. Cuéntase que Charles Chaplin, enamorado de ella, le ofreció el papel principal de Luces de la ciudad (1931). No tuvo éxito. Sin embargo, incluyó la melodía de “La violetera” en el filme. El rey Alfonso XIII la invitó a cantar al palacio. Raquel respondió: “La misma distancia hay desde el teatro al palacio que desde el palacio al teatro: si quiere escucharme venga al teatro”. Pues bien, Raquel Meller era llamada “El alma que canta”: ¿fue este sobrenombre el que inspiró al pibe Buccheri el nombre de su revista?

Yo, antiguo devoto de El alma que canta me animo a proponer una segunda hipótesis. Veamos. El primer número de la revista apareció en algún momento de 1916. No llevaba indicio alguno de tiempo: “Sale cuando puede”. Sabemos, además, que Vicenzo, su fundador, era un pibe canillita. Por lo tanto, estaba en contacto consuetudinario con diarios, periódicos, revistas, ediciones baratas y populares. Más aún, en ese momento se veían muchos folletos con historias de gauchos alzados (Santos Vega, Juan Moreira, Hormiga Negra, Juan Cuello), pero nada del “canto” que circulaba en boca del pueblo.

Sin embargo, “alma” y “canto” ya se unían en los títulos de los libros de Evaristo Carriego. Poeta popular, lo marcaban dos estéticas: el modernismo casi esotérico de Rubén Darío; y la voz cotidiana de los hombres y mujeres de los arrabales nacientes: El alma del suburbio (1908) y La canción de barrio (1913). En 1916, Felipe Fernández (Yacaré) publica Versos rantifusos. El primer poema del volumen se titula “Super rantifusoide” y va dedicado a Rubén Darío. Celedonio Flores, por su parte, tiene siempre presente al nicaragüense. Se suceden en sus poemas la admiración, la parodia y la oposición siempre latente entre musa mistonga y musa versallesca.

Me atrevo a pensar que, en ese momento, 1916, solo hay dos poetas cuyos poemas circulan con fluidez por la llamada cultura plebeya: Evaristo Carriego y Rubén Darío. Carriego había fallecido en 1912 y Rubén Darío falleció el 6 de febrero de 1916. Meses más tarde, el 21 de mayo, se realiza un acto en homenaje a la memoria del nicaragüense. Entre los oradores, se distinguía la figura de Leopoldo Lugones. Su hijo, en la Antología de la Prosa, 1949, sostiene que el “discurso cobró rápida fama no solo dentro de los límites patrios, sino que escapó a ellos”. Y añade, “aquellas palabras se publicaron en los principales diarios porteños”.

¿Cómo asegurar que el inquieto canillita Vicenzo Buccheri no leyó ese discurso en memoria de un vate popular y querido, que como se quejaría pocos años después Evar Méndez, se había plebeyizado? ¿Y por qué se quejaba así el exquisito Evar? Resulta que circulaba “una popularísima edición de Prosas Profanas en vulgar papel de diario”. En 32 páginas se apeñuscaba en minúscula tipografía. Es decir, gracias a las ediciones baratas, la “plebe iletrada” se había adueñado de un tesoro “mental y rítmico”. A la vulgarización material, correspondió una apropiación comprensiva y sensitiva. Miren la queja de Evar: “Las Milonguitas del barrio de Boedo y Chiclana, los malevos y los verduleros en las pringosas “pizzerías” (…) lo recitarán acaso en sus fábricas o cabarets, en el pescante de sus carretelas y en las sobremesas rociadas con “Barbera”.

La muerte de Darío conmueve a sus lectores plebeyos. ¿La revistita de Vicenzo acaso no era barata? Costaba 10 ctvs., en papel de diario, en apeñuscada tipografía. Iba dirigida, no caben dudas, a los lectores discriminados que mentó Evar Méndez.

Rubén DarioVuelvo a Lugones. ¿No estará escondido en su discurso en homenaje a Darío el título de la revistita que merodeaba en el corazón de Vicenzo? En efecto, si bien la disertación se extendía en consideraciones estéticas, narraba las vicisitudes de la relación entre vida y letra e hiperbolizaba una defensa de Francia como factor de renovación de la literatura española, Lugones fue contundente al definir a Rubén Darío: “¿Quién es ese más grande así que las leyes, porque no teniendo corona de mandar, mereció entre los pueblos los funerales de Alejandro? ¿Quién es ese que de tal modo representaba como una expansión de nuevo helenismo? Ese no es sobre la tierra sino esta cosa de apariencia sutil y fugaz: un alma que canta”. Lugones continúa en su oratoria, sin papel cuenta el hijo, exaltando el canto y el alma, la emoción poética, la armonía vital, la libertad de imaginar que siempre “nacen en el alma”. Sí, Darío, era “el alma que canta” y, además, “un griego de alma”.

¿Y Raquel Meller? En ese 1916 recién había logrado acceder al teatro “Arnau” de Barcelona y su popularidad internacional fue alcanzada en 1919. En 1920 desembarcó en Argentina. Por lo tanto, a pensar. El 2 de febrero de 1916 muere Rubén Darío; el 21 de mayo de 1916, Lugones lo bautiza: “el alma que canta” en un discurso de profusa difusión periodística al alcance del canillita siciliano que en ese 1916, sin fecha y avisando que “sale cuando puede” larga su revista con poemas y canciones populares. La titula El alma que canta. Los pobres juntarán los centavos para comprarla, se la pasarán de mano en mano, se ensuciarán los dedos con la tinta del papel de diario, y alimentarán el corazón con una secreta música de esperanza. Estaba llegando ya, con cantos de redención, la chusma irigoyenista.

Jorge Torres Roggero

Profesor Emérito. Universidad Nacional de Córdoba

FUENTES:

Aprile, Bartolomé Rodolfo. (1948). Versos camperos. Buenos Aires: Colección Gaucha. Biblioteca Nueva.

Borges, Jorge Luis. (1974). Evaristo Carriego. En: Obras Completas (1923-1972). Buenos Aires: Emecé Editores.

Cadícamo, Enrique. (1964). La luna del bajo fondo. Buenos Aires: Ed. Freeland.

Fernández, Felipe (Yacaré). (1964). Versos rantifusos. Buenos Aires: Ed. Freeland.

Flores, Celedonio. (1965). Cuando pasa el organito. Buenos Aires: Ed. Freeland.

Lugones, Leopoldo. (1949). Antología de la prosa. Buenos Aires: Ediciones Centurión.

Pouillon, Jean. (1970). Tiempo y novela. Buenos Aires: Paidós.

Prieto, Adolfo. Selección y prólogo.  (1968). El periódico Martín Fierro. Buenos Aires: Galerna.

Romano, Eduardo. Selección y Prólogo. (1989). Poesía gauchesca del S. XX. Buenos Aires: Andrómeda.

Sánchez Sívori, Amalia. (1979). Diccionario de payadores. Buenos Aires: Plus Ultra

Seibel, Beatriz. Compiladora. (1988). El cantar del payador Buenos Aires: Ediciones del Sol.

WEB:

https://www.todotango.com/historias/cronica/229/El-alma-que-canta-1916-1961/

http://asolasconeltango.blogspot.com/2011/12/el-alma-que-canta.html

 

por Jorge Torres Roggero

Imagen (44)1.- Avatares del símil del río

Desde que Heráclito, 500 años antes de Cristo, nos legó un retazo de su pensamiento con el símil del río, los filósofos se encargaron de despojar la sentencia de su valor simbólico (iniciático) y encolumnarla en el pensamiento causal. El río dejó de ser un simbolismo secundario del profundo simbolismo de las aguas y pasó a ser una alegoría del pensamiento causal (la vieja sinécdoque), recurso retórico para expresar la traducción concreta de una idea difícil de captar o de expresar en forma simple.

Platón (en Crátilo) fue el primero en dar la versión que se cita con más frecuencia: “no se puede entrar dos veces en el mismo río” para centrarse en el movimiento del agua. El fragmento del Oscuro de Éfeso dice en realidad: “En el mismo río entramos y no entramos, (pues) somos y no somos (los mismos)”. Heráclito se centra en el juego de las contradicciones opuestas y complementarias que rigen el universo: el río cambia (corriente) y no cambia (cauce) que es lo permanente  y guía la dirección del agua. Como no es tema de estas líneas, resumamos: el cauce del río es el Logos que “todo rige”, la “palabra” que ordena y organiza el cosmos: ¿puede existir una “unidad armónica” hija del azar y de la ciega fatalidad? ¿Hay una ley fatal regida por odio? ¿Hay una ley del corazón regida por el ritmo sagrado de la totalidad viviente? ¿Por qué dice Heráclito que “El pólemos ( la guerra) es el padre de todas las cosas”? ¿Cómo el conflicto es al mismo tiempo armonía, “respiración”  del universo? Pero veamos otro río.

Alguna vez, en nuestros desvelos escolares, nos topamos con un río trágico. Es aquel de Jorge Manrique que nos interpelaba, adolescentes, con la rotunda verdad de la conciencia de la muerte. ¿Quién no se levanta, alguna mañana, recitando inconscientemente, disfrutando belleza y palpitando finales: “Nuestras vidas son los ríos/que van a dar en la mar,/ que es el morir:/ allí van los señoríos,/ derechos a se acabar/ y consumir;/ allí los ríos caudales,/ allí los otros medianos/ y más chicos;/ y llegados, son iguales/ los que viven por sus manos/ y los ricos.” Da mucho rollo para escribir la estrofita. Por ahora, se la dediquemos, solemnemente, a Magnetto et caterva.

Siguiendo con las alegorías recordemos que nuestra Patria tomó su nombre de un río. Cuando era chico me rompía la cabeza para saber por qué el Río de la Plata era  “el río epónimo”. En 1910, Lugones lo enalteció como creador de “nuestro linaje”. “A tu linaje/ como en la gloria mágica de un cuento,/ ser habitantes del País del Plata/ con orgullo magnífico debemos”. Y ya refiriéndose al destino solar y civilizador que el iniciado Lugones atribuía a nuestra patria, lo emparienta con los ríos sagrados: “Moreno como un inca, (…)/  formas con el Ganges de los dioses/ con el Danubio azul de los Imperios,/ la noble tribu de aguas que penetra/ de cara al sol en el Océano intérmino/ como mueren los héroes antiguos/ en la inmortalidad de un canto excelso”.

Así la cosa, como literatos, no nos deja de halagar que llevemos el nombre de un poema: La Argentina del lujurioso arcediano del Barco Centenera. Allí se habla del “argentino reino”, del “argentino río”: “De nuestro río Argentino y su grandeza/ tratar quiero en el canto venidero”. Sabemos que el Río de la Plata fue una trágica obsesión de los conquistadores, río de miserias y hambrunas, donde, según Borges, “ayunó Juan Díaz y los indios comieron”. Oviedo, el primer cronista de Indias, lo llama “una de las más notables cosas del universo” que esconde secretos y  tesoros. Por eso lo consagra “como una esperanza en lo de adelante”. Los herederos del nombre (no en vano relativo a la “edad de plata”), andamos todavía en busca de esas “cosas misteriosas”. Nuestros escritores trataron de descifrarlo en vano hasta en sus afluentes: El Mar Dulce,(Roberto J. Payró), El río oscuro (Alfredo Varela), La ciudad junto al río inmóvil (Eduardo Mallea), El río de las congojas (Libertad Demitrópulos). Son muchos más y alargaríamos la lista en vano. ¿Qué decir de los autores jóvenes del Conurbano que, en sus novelas, transitan simbolismos de aguas contaminadas que “zombifican”, producen monstruos teratológicos y catástrofes (Berazachussets de L. Ávalos Blacha, El campito, de D. Incardona)? Aunque tengo más rollo por si se precisa dar lazo como dice el sabio Martín Fierro, vuelvo, tras algunas aproximaciones que podrían ser incontables, a ciertas alegorías actuales del río

2.- Mauricio Macri: el río del cambio sin brújula

Macri, desde su reposera de Villa la Angostura, nos invita a brindar “por el tiempo que está por venir” de modo que, el año nuevo, sea un “nuevo comienzo”. Su propósito evidente es alentarse a sí mismo y alentar a sus seguidores que se derriten en lamentaciones “porque el cambio que comenzamos a hacer en 2015 quedó inconcluso”. Y aquí viene la alegoría. Dentro de la lógica cotidiana, nada puede detener que las cosas cambien. El cambio es una ley fatal y es independiente de los gobiernos. Pero el cambio por sí mismo no garantiza algo mejor. Para Macri, el cambio es la “dirección en la que íbamos”, o sea, “todo igual pero más rápido” como le confesó Vargas Llosa. El cambio, supone, es una “fuerza transformadora de la época”. “Dirigirse hacía ahí”, obedecer a “la energía del cambio”, son todas apelaciones aspiracionales sin referencias concretas (destino, dirección, lo no existente o sea el futuro). En once renglones repite nueve veces la palabra cambio sin definirla, salvo “la dirección en que íbamos”. No hace falta definir ese cambio: los argentinos lo sentimos en cuero propio. Solo el vano consuelo de estar incluidos en la expresión vulgar: “todo cambia”.

Ante la necesidad de decorar el vacío de su pensamiento, Macri (o sus redactores) recurre a la tradicional alegoría del río: Si tuviera que usar una imagen diría que el cambio es como un río. Avanza de forma imparable. Si el río encuentra obstáculos, los supera. Si esos obstáculos son grandes se desvía todas las veces que sea necesario pero siempre vuelve a su rumbo. El zigzag no cambia ni un milímetro el destino del río. Es más, a veces, cuando un obstáculo trata de encerrar al río, el río se acelera, adquiere más fuerza y se vuelve más poderoso. Por eso, entremos en esta época nueva que comienza con la alegría y la convicción de saber que el cambio nos llevará al destino que anhelamos. El río avanza sin parar.”

Muy extraño el río del cambio. Cuando se desvía, cómo hace para volver “a su rumbo” si no sabemos nada del cauce. ¿Cuál es el destino del río? ¿Cuál es el obstáculo? ¿El obstáculo acelera? El río nos llevará al “destino que anhelamos” porque el “cambio” es un río que “avanza sin parar”. Somos un río sin cauce, una fuerza ciega, que va, ¿a dónde? Falta el sustrato cultural que, cuando es auténtico, comprende tanto a la cultura popular como a la ilustrada, y además una historia y una filosofía de la historia.

3.-Juan Perón y los aluviones del pueblo

Juan Domingo Perón (Descartes), en su libro Política y Estrategia  recurrió a la alegoría del agua que fluye y a la fuerza del cambio. El símil aparece en un capítulo titulado “Lucha contra los pueblos”.

Para ello hace pie en una premisa que sostiene que los dirigentes políticos piensan que ellos “son quienes dirigen y encauzan la evolución de los pueblos”. Obsérvese cómo en el texto citado ya está la imagen del río. En efecto, Perón dice “encauzan” y no es una falta de ortografía: “encauzar” significa “abrir cauce”. No se refiere a “encausar”, de “causa”, o sea lo que está en el pasado.

En realidad, dice Perón los que “abren cauce” son los pueblos: “Es así como las grandes transformaciones político-sociales se encauzan por los grandes movimientos populares que llevan a “LA HORA DE LOS PUEBLOS”. En las grandes revoluciones, postula, “los hombres son el instrumento del pueblo y las oligarquías se destruyen o desaparecen”.

Y aquí viene la parte del texto en que se nota que Perón, a diferencia de Macri y sus amanuenses, atados al sentido común de una clase media seudoilustrada, es poseedor de una cultura humanista superior. Tiene, por lo tanto, una mirada abarcadora de la historia de la humanidad. Plantea, entonces, que la historia del mundo “ha sido la lucha del pueblo con la oligarquía”. Considera que Grecia, Roma, Edad Media, son sólo largas etapas de esa lucha. Por su parte, la Revolución Francesa y la Revolución Rusa “son dos fases violentas que la patentizan”. Por último,  quedan los imperialismos actuales que sólo son nuevas etapas “de los pueblos en lucha contra la esclavitud interna e internacional”. La conclusión de la introducción no deja dudas, no es el vacío de contenido, no es la indeterminación estéril o el optimismo bobo: “Hoy, como en todas las épocas de la historia universal, deben vencer los pueblos”. Como decía Heráclito, el “pólemos”, “padre de todas las cosas”, se realiza en sujetos históricos concretos. Y aquí viene la alegoría del río de Perón que él llama “la táctica del agua”: son los aluviones del pueblo como la famosa sudestada de octubre que inmortalizó Scalabrini Ortiz, cuando el río de las congojas entró a la ciudad:

“Muchos han despreciado el ingenio y el poder del pueblo, pero, a largo plazo, han pagado caro su error. Los pueblos siguen las tácticas del agua. Las oligarquías, la de los diques que la contienen, encauzan y explotan. El agua aprisionada se agita, acumula caudal y presión, pugna por desbordar, si no lo consigue, trabaja lentamente sobre la fundación minándola y buscando filtrarse por debajo; si puede, rodea. Si nada de esto logra, termina en el tiempo por romper el dique y lanzarse en torrente. Son los aluviones. Pero el agua pasa siempre, torrencial y tumultuosamente, cuando la compuerta es impotente para regularla. Con los pueblos pasa lo mismo, los dos,  torrente o pueblo, son fuerzas de la dinámica universal y actúan con leyes y mecánicas semejantes. Los viejos diques del imperialismo, las oligarquías y las plutocracias comienzan a ceder, esta vez en el mundo, como cedieron en Francia en 1789 y en Rusia en 1918 ante el impulso incontenible y avasallador de los pueblos”.

Evidentemente en el texto de Macri, fuere quien fuere su autor, hay un plagio clandestino y vergonzante al texto del General. Se lo desvistió de todo lo concreto y verdaderamente significativo. En Perón, el obstáculo o dique tiene nombre propio: oligarquías, imperialismo, capital y poder político, dentro de cada pueblo hay procesos en marcha (cambio). Se refiere a la historia concreta que está viviendo el Continente Americano: a la lucha de Getulio Vargas (Brasil), Velasco Ibarra(Ecuador), Paz Estenssoro (Bolivia), Ibañez (Chile). De un modo u otro, con distintas formas de ejecución, en plena guerra fría, era tratar de que los imperialismos no metieran “a los pueblos detrás de la cortina del dólar”. Al final del capítulo, Perón nos regala una yapa. Es “La parábola de la gallina”. Alguna vez la hemos expuesto y merecería un tratamiento especial que prometemos.

Para concluir y, como un modo de relajarnos, rescatamos el uso humorístico de la “orilla del río”, otra posible alegoría,  por esta copla popular rescatada por Leda Valladares y María Elena Walsh: “A la orilla de un hombre/ estaba sentado un río/ afilando su caballo/ y dando agua a su cuchillo”.

Jorge Torres Roggero

Profesor Emérito. Universidad Nacional de Córdoba

Córdoba, 5/2/20

Imagen (34)por Jorge Torres Roggero

Arturo Jauretche suele sorprendernos con el humor como un modo de encarar ciertas tragedias que nos azotan. A veces, una humilde parábola se convierte en fuente cierta y abarcante de sabiduría. Cuando lleguemos al final de estas líneas Uds. van a descubrir que nada nuevo se esconde en una polémica actual: ¿deben intervenir las fuerzas armadas en la seguridad interior?, ¿en qué circunstancias se desata impunemente este deseo oculto de la oligarquía?

Hubo una época de nuestra historia en que el odio creció como yuyo malo y echó raíces en el alma de la Patria. Ello ocurrió durante la Revolución Libertadora que sembró vientos de terror y muerte en su intento de borrar el nombre peronista de la historia. Se trataba de infundir miedo mediante la tortura de los cuerpos y la intoxicación de la vida cotidiana con la mentira. Por eso, antes de la historia del pez que se ahogó en el agua, veamos una realidad que parece más un delirio que un acontecimiento histórico.

El sujeto se llamaba Próspero Germán Fernández Alvariño. Aunque no era militar, se hacía llamar Capitán Ghandi. Y en sus momentos de mayor fervor asesino: “Leoncito de Dios”. Actuaba en yunta con el capitán de navío Aldo Luis Molinari, subjefe de la Policía Federal (¡atención!) durante el primer genocidio del S.XX: la Revolución Libertadora. Desde sus abismos más profundos, Fernández Alvariño profesaba un odio visceral al peronismo. Era integrante de los servicios de inteligencia y tenía por misión perseguir, detener, torturar y asesinar peronistas. Su tarea era avalada por la Junta Consultiva presidida por el vicepresidente de facto, el Almirante Isaac Rojas, y formaban parte de ella civiles radicales, socialistas, demócratas progresistas, demócratas nacionales, demócratas cristianos y unionfederalistas. El Capitán Ghandi presidía, asimismo, una Comisión Investigadora. Las Comisiones Investigadoras, que también eran integradas por militares y civiles, tenían por objeto, como su nombre lo predica, investigar la corrupción y los crímenes de la “tiranía depuesta”. Una Comisión Central, presidida por Leonardo McLean, otro marino de guerra de igual rango que Rojas, coordinaba la caza de brujas. Fue este marino el que publicó el Libro Negro para dar cuenta de sus “investigaciones”. Con el lenguaje enfático, típico de los ángeles exterminadores de la oligarquía, exponía las motivaciones del informe: “Queríamos llegar a la limpieza total de los gérmenes del oprobio para que los gobiernos políticos venideros comenzaran su tarea en una atmósfera incontaminada…” Es el famoso cambio de cultura, el grado cero de la impunidad.  También daba cuenta del trabajo de los servicios, informantes y delatores. Sólo en la Capital Federal,  se elevaron a la Justicia 314 sumarios y se pusieron a su disposición 1045 procesados. El marino se ufanaba de que el organismo a su cargo había recibido 15.119 notas y expedientes y contó con la colaboración de 2500 personas. (Pág.12,19/09/2010).

En otras palabras, era el modo, en plena vigencia del decreto 4161, de apropiarse de la fama, de la libertad y los bienes de los peronistas y de muchos que nunca lo fueron. Recordemos el heroico martirio de Atilio Renzi, el secretario de Eva Perón en la Fundación, que la acompañó en su lecho de muerte y padeció largas prisiones. Al final, demostró que era incorruptible, leal y entregado totalmente a la ayuda social. Hasta las humildes distinciones que le había otorgado el Club Ferrocarril Oeste le fueron quitadas. ¿Y qué decir del Dr. Ramón Carrillo, el gran ministro y sanitarista, que murió en el exilio, en un desolado pueblo brasileño? La Junta Consultiva lo persiguió después de muerto pues prohibió enterrarlo en Argentina. Los ejemplos son miles.

Se impuso así un odio metódico y organizado al pueblo peronista que sólo fue la reiteración en la historia argentina de la ley del odio, A la oligarquía,  todo lo que huele a nacional y popular le revienta el hígado y lo considera delictuoso. Ya en el Martín Fierro está clara la cosa. Sólo que en el texto hernandiano en lugar de “chusma radical” o “negros peronistas” se dice, con el lenguaje de época, “gaucho”. Para la oligarquía ser pueblo es un delito: “El anda siempre juyendo,/ siempre pobre y perseguido;/ No tiene cueva ni nido,/ como si juera maldito;/ porque el ser gaucho…¡barajo!/ el ser gaucho es un delito”.

Este odio descerebrado había llevado al Capitán Ghandi a concebir la peregrina hipótesis de que Perón había matado  (o había ordenado matarlo) a su cuñado Juan Duarte, hermano de Evita. En busca de pruebas, dedicó los esfuerzos de la Comisión Investigadora que integraba a este caso. Desenterró el cadáver de Juan Duarte, le cortó la cabeza y se paseaba con ella por la Jefatura de la Federal. Practicaba su oficio de torturador con la cabeza del difunto sobre el escritorio cuando quería “hacer cantar” a los peronistas aunque nunca lo logró. Téngase en cuenta que todos estos crímenes eran blindados por lo que entonces se llamaba Prensa Libre ( La Prensa, La Nación, Noticias Gráficas, Radio Colonia, etc.), o sea, el equivalente al ocultamiento mediático de la corrupción del gobierno actual; y, por cierto, el reiterado silenciamiento de la impiadosa entrega de la Patria al imperialismo internacional del dinero.

Esta muestra descarnada de odio al peronista, que ahora tiende a reciclarse, eran ejercida tanto por psicópatas como el Capitán Ghandi como por la crema de los “intelectuales libres”. Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares odiaban al peronismo porque lo consideraban un “despliegue de vulgaridad” canallesca. Bioy confiesa: “Con Borges decíamos que no se puede ser peronista sin ser canalla o idiota o las dos cosas. Desde luego, no basta se antiperonista para ser buena persona, pero basta ser peronista para ser una mala persona”(2006,194). Borges se refiere con impiedad a los peronistas fusilados y torturados por la Revolución Libertadora: “Después la gente se pone sentimental porque fusilan a unos malevos” (1974,90). Lo dice el 26/06/1956 y se está refiriendo al fusilamiento del Gral. Juan José Valle, al de sus camaradas y a la matanza de los masacrados de José León Suárez.

Pero, dirán Uds., ¿por qué este retazo trágico del odio al peronismo si lo que voy a entregarles es una hilarante parábola de Arturo Jauretche? Si han observado el relato, habrán notado que la historia implica ciertos reflejos de actualidad para nosotros. En efecto, de nuevo se pretende implicar a las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad interior, de represión y detención de personas. Por eso, creo que la nota del editor del libro Filo, contrafilo y punta de Jauretche, de donde tomamos la fábula, me exime de ampliar contextualizaciones. Recuérdese que el militar que sostenía y co-actuaba con el Capitán Ghandi, era un capitán de navío y que las Comisiones Investigadores eran integradas por marinos de alto rango.

Esta es la nota del editor: “En un momento de la Revolución Libertadora gran número de oficiales de la marina pasaron a desempeñar funciones policiales. Fue la época increíble en que el capitán Ghandi disponía de la libertad y la vida de los argentinos respaldado por las fuerza de mar. En esas circunstancias las dos más grandes unidades de nuestra escuadra chocaron con grandes averías en puerto militar como consecuencia de impericias en la conducción de las mismas. De aquí el cuento cuya moraleja encontrará el lector”. Dicho esto, disfrutemos la historia del “El pescado que se ahogó en el agua”. Al comienzo, lo he sintetizado sin cambiar su sentido.

  1. El pescado que se ahogó en el agua

El arroyo de La Cruz había crecido por demás. Al bajar, quedó la orilla llena de charquitos. Por ahí pasaba, al tranquito de su caballo, Gumersindo Zapata, comisario de Tero Pelado. Algo brillante se movía en un chaquito. Se apeó y vio que era una tararira: “pescado redondo, dientudo y espinoso, tan corsario que no deja vivir a los otros”. Gumersindo se agachó, la sacó del charco y, de un galope, llegó a la comisaría. Pidió el tacho de lavarse “los pieses”, lo llenó de agua y tiró adentro la tararira.

“El tiempo fue pasando y Gumersindo cuidaba todos los días de sacar el “pescado” del agua primero un rato, después una hora o dos, después más tiempo aún. La fue criando guacha y le enseñando a respirar y a comer como cristiano. (…) El aire de Tero Pelado es bueno y la carne también, y así la tararira, criada como cordero guacho, se fue poniendo grande y fuerte.

Después ya no hacía falta ponerla en el agua y aprendió a andar por la comisaría, a cebar mate, a tener despierto al imaginaria y hasta a escribir prontuarios. En lo que resultó muy sobresaliente fue en los interrogatorios; muy delicada para preguntar, sobre todo a las damas, como miembro de comisión investigadora: “¿Cuántas bombachas tenés?” Igualito que otros.

Gumersindo Zapata la sabía sacar de paseo, en ancas, a la caída de la tarde. Esa fue la desgracia. Porque, una ocasión, cuando iban cruzando el puente sobre el arroyo de La Cruz, la pobrecita tararira se resbaló del anca y se cayó al agua. Y es claro, se ahogó.”

Nótese la alusión a la “comisión investigadora” y el tajante: “Igualito que otros”, alusivo al capitán Ghandi y los de su laya. Considérese que, en épocas de represión, una de las figuras más usadas es la alusión ( “ad-ludere”, jugar alrededor).

Y ahora, la enseñanza jauretcheana: “Que es lo que le pasa a todos los pescados que dedicados a otra cosa que ser pescado se olvidan de que tienen que ser eso: buenos pescados. Cosa que de por sí demanda mucha responsabilidad”. Así termina el cuento. Jauretche, pone una moraleja referida al uso de las fuerzas armadas para aquello que no constituye su razón de ser. Pero, como habrán visto, podemos dejar hallar otros sentidos latentes. Y eso, corre por nuestra cuenta.

Jorge Torres Roggero

Córdoba, 08/10/2018

Fuentes:

Bioy Casares, Adolfo, 2006, Borges, Buenos Aires, Planeta/Destino

Jauretche, Arturo, 1974, 3ª.Ed., Filo, contrafilo y punta, Buenos Aires, A. Peña Lillo Editor

Sorrentino, Fernando, 1974, Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, Buenos Aires, Ed. Casa Pardo

Veiga, Gustavo, https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-153421-2010-09-19.html

por Jorge Torres Roggero

evitaEl odio feliz de Borges

Polemizando sobre literatura argentina, Borges resume la cuestión con este oxímoron festivo: «por eso creo que el hecho de que algunos ilustres escritores argentinos escriban como españoles es menos testimonio de una capacidad heredada que una prueba de la versatilidad argentina(1998: 198)».

Ahora bien, una búsqueda que profundice una precaria contextualización nos enfrenta a un cierto antagonista oculto de Borges, cuya irrupción en una disputa académica puede suscitar escrúpulos metodológicos y fervorosas peticiones de impertinencia. Ese polemista oculto ( Borges elude nombrarlo para descalificarlo como interlocutor) es el principal objeto del «odio feliz» que organiza sus ensayos, es el fantasma (creación mental) que espanta al círculo guardián del prestigio intelectual de las minorías cultas de mediados del siglo pasado. Igual que al  Maligno, no se lo nombra. ¿Quién es el polemista oculto? Contextualicemos.

En un conocido cuento, H.A. Murena[i]  relata cómo una aparición repentina produjo desagrado y seducción a la vez. Un coronel de «brazos y cuello tal vez ligeramente cortos», de «movimientos desenvueltos» y «expresión jovial» aparece de golpe en el velorio de un general y se dedica a inventar juegos y entretenimientos fuera de lugar. Olvidados de la pesadumbre, los asistentes se entregan a «articular palabras con la boca cerrada, pero de modo que, a través del sonido nasal, resultasen inteligibles». El «patio se llenó de ruidos extraños, grotescos y hasta repugnantes». Las frases parecían tener «un sentido obsceno» que el narrador no alcanzaba a entender. El coronel, desconocido para todos, impresiona por la «fascinación» que ejerce, ante maridos tolerantes y casi complacidos, sobre las mujeres. Hasta el abatimiento de la muchacha que está velando a su padre  parece olvidarse de su parentesco con el muerto. De pronto, el narrador,  un militar retirado por los sucesos del año 30, comienza a percibir  que la piel de ese otro desconocido y seductor, «había tomado un color oscuro, terroso». Cuando el recienvenido se quitó el saco, siente llegar hasta él «una vaharada de olor fuerte, ácido, acaso a sudor demasiado concentrado». Cuando por fin logra salir, el coronel insiste en acompañarlo un trecho y le va destinando frases provocativas e hirientes. La cara de ese otro impertinente «era muy oscura, demasiado oscura ya», llena de pelos. Además, parecía más bajo y más hinchado. Durante el sepelio, todos parecen haberlo olvidado. Abochornados, hacen como si no hubiera existido. Sin embargo, cuando al día siguiente,  el narrador acude a la casa del muerto, «sintió un olor punzante». La hija lo atribuyó al exceso de flores, pero  el relator  sabía que «era el mismo olor ácido, vagamente fétido, que había sentido cuando en aquella noche mi acompañante se había quitado el saco».

Ciertamente, la alusión al líder y a los rituales de la masa peronista son más que evidentes. No hay ruptura discursiva entre este cuento y El Matadero de Echeverría: lúcida transparencia de una clase, en un mismo lugar histórico[ii].

El polemista oculto

El auditorio de Borges tiene claro que el polemista oculto es sobre todo Juan Domingo Perón. Aunque parezca extraño, Borges, en cuestiones de literatura, historia y cultura, y mediante el uso de los sobreentendidos de su clase, ensaya respuestas incesantes a algunos discursos llamados «académicos» de Perón[iii].

El primero fue pronunciado nada menos que en la Academia Argentina de Letras[iv] con motivo del Día de la Raza y en homenaje a la memoria de Don Miguel de Cervantes Saavedra en el Cuarto Centenario de su nacimiento (1947). El segundo, fue pronunciado cuando las universidades argentinas  otorgaron al Presidente el título de Doctor «Honoris Causa» por su obra a favor de la Cultura Nacional (14/11/1947) [v]. En ambos textos Perón profiere una taxativa defensa de la tradición hispano-criolla ante «las corrientes de egoísmo y las encrucijadas del odio que parecen disputarse la hegemonía del orbe». A la fuerza y al dinero, Argentina, «coheredera de la espiritualidad hispánica», «opone la supremacía vivificante del espíritu». Cobra así sentido homenajear a Cervantes en el Dia de la Raza como triunfo de una concepción que impulsa a asumir riesgos por el «bien y la justicia». El «jugarse enteros» es una empresa gaucha que «ostentan orgullosos los quijotes de nuestras pampas».

Rechaza el concepto biológico de raza y sostiene que es «algo puramente espiritual» que hace que nosotros seamos lo que somos y nos impulsa a ser lo que debemos ser, por «nuestro origen y nuestro destino». Es un «sello personal indefinible e inconfundible». Queda claro quién era el polemista oculto: era un coronel “sin nombre”, sin progenie, que hablaba en nombre de unos cabecitas negras ignorantes y bárbaros que se habían adueñado de las “instituciones de la República”.

Ahora bien, la amenaza devenía en que no sabían «nada a su respecto»[vi]. La irrupción del coronel desconocido infiere un tajo a  la tradición militar y unitaria:  como antaño el federal José Hernández, en Buenos Aires, donde todos se conocían, no causaba impresión. Lo  curioso es que el coronel, así como Borges organiza y administra la herencia estética y social permutando signos y fatigando el código, prestidigita  las creaciones libres del campo social echando mano a las reservas morales de la cultura occidental. Curiosamente, ambos profesan creencias y rituales de la historiografía liberal.

Para la mentalidad del grupo social de Borges los antepasados hablan constantemente y forjan la identidad individual y social. En ese sentido, nos permitimos recordar un interesante texto de Mariano de Vedia y Mitre en su biografía del Deán Funes[vii]. Allí sostiene que toda criatura humana hace el camino de la vida acompañada de huéspedes interiores: «Todos llevamos dentro de nosotros mismos, sin sospecharlo quizá a veces por hallarse en los lindes de la subconciencia, a los antepasados que son nuestra propia tradición y nuestra propia historia» […..] «Por mi parte, he hecho el viaje de la vida en compañía de mis propios antepasados, de quienes asistieron y no como simples testigos, al nacimiento y la formación de la patria»(1954:647.648).

Ahora bien, la progenie de Perón carece de nombre en esa historia. Es un recienvenido en quien no se sabe quién habla: o la algarabía de un reciendesembarcado inmigrante o una india lenguaraz[viii]. En ambos casos, caterva anónima  que desconocen lo que se «cifra en el nombre». Mariano de Vedia y Mitre  nos advierte acerca de hombres deshabitados de huéspedes interiores: «Los desheredados de la tierra, los que sufren el hambre y el dolor de muchas injusticias sociales, no llaman siempre a sus huéspedes interiores por un movimiento de afinidad y simpatía. Muchas veces evocan esas imágenes secretas y aun ignoradas golpeados por la desesperación y aun por el odio que hicieron nacer en su alma figuras de exterminio, a veces de redención»(1954: 647) .

Por lo tanto, Perón no debe ser nombrado porque en él no hay nombres: «Yo pensaba todas las mañanas: ese hombre de cuyo nombre no quiero acordarme, está en la Casa Rosada»[ix]: «Ni Perón era Perón, ni Eva era Eva, sino desconocidos y anónimos (cuyo nombre secreto y cuyo rostro verdadero ignoramos) que figuraron, para el crédulo amor de los arrabales, una crasa mitología» [x].

Su única resistencia era aludirlo en las conferencias que daba «siempre con alguna burla». Borges odiaba a Perón y odiaba al peronismo por considerarlo un despliegue de vulgaridad [xi].

Pero he ahí que el repudiado advenedizo inviste, paradójicamente, la máxima jerarquía militar y cívica. No era un patricio. Su poder residía en un sujeto histórico sin nombre o que, hasta ese momento, sólo había sido nombrado con los signos del desprecio. Ese sujeto cultural era el operador anónimo de la gesticulación y los códigos de ese mestizo abierto a la modernidad tecnológica y social.

Juan Perón, Eva Duarte[xii], hijos “del viento”, fundan su prosapia en la masa sin nombre y eligen como lugar y estancia el torbellino de la multitud. Fue en medio de la plaza (el patio), del griterío espantoso del 17 de octubre, en que cumpliendo una sentencia borgeana, supieron para siempre quiénes eran. Borges, que se vanagloriaba, como Mármol, no de sus prisiones, sino de la confortable estadía de su hermana en una comisaría,   alude sin cesar a un criollo y a un pueblo con mucho de entelequia infantil. Será por eso por lo que, en la continuidad de su curiosa polémica con el peronismo, terminó por abominar desde el fútbol hasta la parrillada: «La parrillada es inmunda» […] «Me acuerdo el reto que me dio mi padre el día que le conté que había estado en el Mercado del Abasto y había comido chinchulines y parrillada. Me dijo: «¿Pero no te da vergüenza a vos? ¡Un criollo comiendo esas cosas! Esas cosas se reservan para los mendigos y para los negros. Ningún señor come esas cosas». La verdad es que son inmundas. Son las vísceras de los animales, la parte más innoble». (En: Stortini;1986: 169).

El enunciado anterior, no es mera banalidad. Sin embargo, el odio expreso a Perón, suyo, familiar, social y de los huéspedes interiores, era el modo de concentrar en un emblema el desprecio hacia su propio pueblo. Por eso sus conjuros, su amor sin suelo a Buenos Aires, su espanto.

La letra con sangre

Llegamos así a  dos de los episodios más tristes del S.XX argentino: los golpes militares de 1955 y 1976 y su corte de acólitos civiles. Figura prominente de la intelectualidad antiperonista, Borges relata su primera visita a un presidente de la República y no ahorra sorna para los cabecitas negras en un día emblemático: Poco después -declara-  el 17 de octubre, fui con un grupo de escritores a saludar al General Lonardi (…)Estábamos en la Plaza de Mayo, había tímidos peronistas en las esquinas que, de vez en cuando, alzaban los ojos al cielo esperando un avión negro, según se decía. Yo pensé: «Qué raro. Voy a entrar a la Casa Rosada. En la Casa Rosada no está el dictador y por primera vez en mi vida, va a darme la mano un presidente de la República…Todo esto tiene algo de sueño» [xiii].

De esa entrevista salió con el cargo de Director de la Biblioteca Nacional por petición de la revista Sur, la SADE, la Sociedad Argentina de Cultura Inglesa y el Colegio Libre de Estudios Superiores, aquel en que dictó su famosa clase.

Veintiún años después, también poco después de un golpe militar, vuelve a darle la mano a un presidente de la República. El diario La Prensa (20/05/1976) cronica una conversación de dos horas de un grupo de escritores con el General Videla. Son Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Leonardo Castellani y el presidente de  SADE, Horacio Esteban Ratti. Van a solicitar cargos y prebendas para los escritores. Voy a obviar las declaraciones de Sábato que afirmó que se llevaba un impresión excelente de Videla y lo consideró «un hombre culto, modesto e inteligente”. Los periodistas debieron recabar estas declaraciones en la vereda del Banco de la Nación porque ni siquiera los dejaron acercar a la explanada de la calle Rivadavia «de donde fueron conminados a retirarse».

Borges, en una comunicación posterior, declaró que fue una «reunión muy grata y que el presidente le pareció una persona simpática y amable». «Le agradecí personalmente -agregó- el golpe del 24 de marzo que salvó al país de la ignominia, y le manifesté mi simpatía por haber enfrentado la responsabilidad del gobierno”. El presidente de la Nación -dice la crónica- «se mostró satisfecho con los representantes de la cultura argentina».

Sólo Leonardo Castellani se excusó de formular declaraciones. Es vox populi, que el único de los representantes de la cultura argentina que se animó a reclamar por los escritores desaparecidos (Haroldo Conti) fue este poco estudiado escritor que, además, era cura, nacionalista y no peronista.

Y aquí viene el cierre con el marco del segundo epígrafe elegido. Es el de George Steiner y se los recuerdo: «Sabemos que algunos de los hombres que concibieron y administraron Auschwitz habían sido educados para leer a Shakespeare y a Goethe, y que no dejaron de leerlos».

Abro, sin embargo, esta otra posibilidad de cierre. Borges, Marechal, Scalabrini, cómplices generacionales, coincidieron hasta el final en algo: reconocer  como amigo y maestro a Macedonio Fernández. Es más, la última vez que Borges y Scalabrini compartieron un lugar y una tarea, fue en febrero de 1952. Ambos hablaron ante los restos del maestro. Borges asegura que recordó algunas bromas de Macedonio; Scalabrini, en tono más angustiado, aludió a las profundidades de un pensamiento capaz de armonizar metafísica y humorismo. Según las malas lenguas, Macedonio se había convertido al peronismo[xiv] .

Jorge Torres Roggero

NOTAS:

[i] Cfr. «El coronel de caballería» en: Murena, H.A., 1974, El coronel de caballería y otros cuentos, Caracas, Editorial Tiempo Nuevo.

[ii] El coronel es Perón; el patio, Plaza de Mayo. Nuevos códigos de comprensibilidad: ruidos extraños, grotescos, obscenos. Rituales: quitarse el saco. Hedor: componente social, masa sudorosa.

[iii] Perón, Juan Domingo, 1973, Una comunidad organizada y otros discursos académicos, Bs.As., Ed. Macacha Güemes.

[iv] Rodeaban a Perón: María Eva Duarte, el embajador español José María de Areilza, los miembros del poder ejecutivo, los académicos de número. Además, miembros del Cuerpo Académico y representantes de instituciones culturales y universitarias. Carlos Ibarguren era el presidente de la Academia y Arturo Marasso se refirió a la obra cervantina.

[iv] El tercer discurso académico, de tono universalista, es el pronunciado en el Primer Congreso Nacional de Filosofía (Mendoza, 9/4/1949)

[iv] Murena (1973: 11)

[iv] Vedia y Mitre, Mariano de, 1954, El Deán Funes, Buenos Aires, Ed. Guillermo Kraft

[iv] Emilio J. Hardoy compara a Rosas y Perón: “ En Rosas prevalece la herencia moral del conquistador español implacable con moros y herejes, duro y cruel con sus siervos, pero también consigo mismo. En cambio en Perón prevalece el legado araucano, duro y cruel solamente con los demás, falso y flojo, codicioso y audaz (…) en el hombre Perón aparece el araucano cuya sangre recibió de su madre mestiza Juana Sosa…”. Bonifacio del Carril: “Simulaba con una facilidad evidentemente heredada de sus antepasados. El discurso que Lucio V. Mansilla puso en boca del cacique Mariano Rosas (Excursión. Cap.LII.) parece escrito por Perón” (Sidicaro: 1996, 82-83)

[iv] En revista PAJARO DE FUEGO, setiembre de 1977. Cit. en Galasso, Norberto, 1988, La búsqueda de la identidad nacional en Jorge Luis Borges y Raúl Scalabrini Ortiz, Rosario, Homo Sapiens

[iv] Cfr. EL CRONISTA, 10/1201975; cit. en Galasso (1998: 152)

[iv] Galasso (1998:149)

[iv] En diferentes ocasiones fue llamada por Borges «dama de burdel», prostituta, p….(sic). Cfr. Galasso; cfr. et. Stortini, Carlos R., 1986, El diccionario de Borges, Buenos Aires, Sudamericana

[iv] Sorrentino (1974:90). En 1956, Borges habla con impiedad sobre los peronistas fusilados y torturados por la Revolución Libertadora: “Después la gentes se pone sentimental porque fusilan a unos malevos”(29/06/1956). Advierte a Bioy Casares para que no firme un petitorio a favor de Sábato que ha renunciado como director de Mundo Argentino “tras denunciar torturas aplicadas a obreros peronistas”.( Bioy Casares, 2006, 176 y 181).

[v] El tercer discurso académico, de tono universalista, es el pronunciado en el Primer Congreso Nacional de Filosofía (Mendoza, 9/4/1949)

[vi] Murena (1973: 11)

[vii] Vedia y Mitre, Mariano de, 1954, El Deán Funes, Buenos Aires, Ed. Guillermo Kraft

[viii] Emilio J. Hardoy compara a Rosas y Perón: “ En Rosas prevalece la herencia moral del conquistador español implacable con moros y herejes, duro y cruel con sus siervos, pero también consigo mismo. En cambio en Perón prevalece el legado araucano, duro y cruel solamente con los demás, falso y flojo, codicioso y audaz (…) en el hombre Perón aparece el araucano cuya sangre recibió de su madre mestiza Juana Sosa…”. Bonifacio del Carril: “Simulaba con una facilidad evidentemente heredada de sus antepasados. El discurso que Lucio V. Mansilla puso en boca del cacique Mariano Rosas (Excursión. Cap.LII.) parece escrito por Perón” (Sidicaro: 1996, 82-83)

[ix] En revista PAJARO DE FUEGO, setiembre de 1977. Cit. en Galasso, Norberto, 1988, La búsqueda de la identidad nacional en Jorge Luis Borges y Raúl Scalabrini Ortiz, Rosario, Homo Sapiens

[x] Cfr. EL CRONISTA, 10/1201975; cit. en Galasso (1998: 152)

[xi] Galasso (1998:149)

[xii] En diferentes ocasiones fue llamada por Borges «dama de burdel», prostituta, p….(sic). Cfr. Galasso; cfr. et. Stortini, Carlos R., 1986, El diccionario de Borges, Buenos Aires, Sudamericana

[xiii] Sorrentino (1974:90). En 1956, Borges habla con impiedad sobre los peronistas fusilados y torturados por la Revolución Libertadora: “Después la gentes se pone sentimental porque fusilan a unos malevos”(29/06/1956). Advierte a Bioy Casares para que no firme un petitorio a favor de Sábato que ha renunciado como director de Mundo Argentino “tras denunciar torturas aplicadas a obreros peronistas”.( Bioy Casares, 2006, 176 y 181).

[xiv] Cfr. Galasso, Norberto, 1998, La búsqueda de la Identidad Nacional en Jorge Luis Borges y Raúl Scalabrini Ortiz, Rosario, Homo Sapiens, p.145