Manuel Gonzalo Casas: la marcha hacia sí mismo

Publicado: 20 agosto, 2013 en Argentina, Ensayos, Filosofía Latinamericana, Latinoamérica, movimientos de liberación
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En 1981, exiliado de la Universidad que honró, pero apegado al destino del pueblo que fundamentó su pensamiento, Imagenfalleció en la ciudad de Córdoba el filósofo Manuel Gonzalo Casas. La Universidad de esa aciaga etapa histórica, que rendía homenaje a la momia de Ortega y Gasset, detractor del pueblo argentino y sutil destilador del aire viciado de la oligarquía ( lo único que le fue dado conocer), calló ante la irreparable pérdida de quien nunca calló su esperanza en la potencialidades del pueblo argentino y latinoamericano en su peculiar camino de liberación:

          “Entrego estas pruebas de mi fidelidad a un tema, el tema de mi tierra, como quien entrega  girones de una vida  que se va deshaciendo. Tal vida sólo tuvo un horizonte: la condición del   hombre en su relación con lo abierto,  como decía Rilke; en su relación con Dios, como    decía    Kierkegaard. Y ha insistido permanentemente en un  punto: la relación sólo puede   vivirse como un encaminamiento   que se encamina siempre a partir de la tierra, a  partir de la  patria, a partir del mundo”.[1]

Manuel Gonzalo Casas nació en Arroyito (Pcia. de Córdoba) y se licenció en filosofía en el Insituto de los P.P. Jesuitas de Santa Fe. En la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz, Bolivia, fue profesor de Metafísica y Filosofía Contemporánea. Posteriormente explicó la cátedra de Introducción a la Filosofía en la Universidad Nacional de Tucumán y la de Filosofía Antigua en la actual Universidad del Norte «Santo Tomás de Aquino». Más tarde dictó Filosofía Medieval en la Universidad Nacional de Cuyo (Mendoza) para volver a Córdoba en 1968 como profesor de Filosofía Contemporánea y Director de la Escuela de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Humanidades. Realizó reiterados viajes a Europa y América ofreciendo cursos, clases y conferencias en distintas universidades y participando en congresos de su especialidad. Fue también Visitor Professor en Georgetown University de Wáshington, E.E.U.U., durante el período 1964/1965. Además de dirigir varias revistas y colecciones de filosofía, es autor de distintos libros, entre los cuales cabe señalar su Introducción a la Filosofía , editado por Gredos en Madrid y que ha merecido numerosas reediciones.

Sabemos que en sus últimos años, en medio de enfermedades y exilios, publicó libros en Venezuela, de muy poca o nula circulación en Argentina, sobre un tema que se había convertido en obsesivo en él: el papel de Latinoamérica ante la inminente globalización desde arriba y desde afuera.

Como homenaje a su memoria, reproducimos una «charla» que pronunciara en el Museo Genaro Pérez, titulada «La filosofía en el Proceso Nacional, Latinoamericano y Planetario», cuya versión , tomada directamente de la cinta magnetofónica, reproducimos textualmente. J.T.R.

La filosofía en el proceso nacional, latinoamericano y planetario

 «En primer lugar, parece obligatorio agradecer todos esos excesos, porque los excesos no son confiables, traen mala cosecha. De todas maneras, les agradezco mucho y les quiero decir que estoy muy contento de venir a hablar un rato.

El tema de la conversación que vamos a traer hoy, durante unos minutos, es «La filosofía en el proceso nacional, latinoamericano y planetario».

El título es pretencioso. En efecto, implica una pretensión. Pero me justifico pensando que la filosofía misma no es quizá más que eso, una pretensión: una tensión previa que se tiende hacia una meta, o en palabras de Husserl, hacia un «thelos» que fácticamente quizá no se consiga. Desde este punto de vista la noción de filosofía que utilizamos en esta conversación es esa precisamente: la filosofía entendida como un intento. Una pretensión en el sentido griego (originario de Pitágoras, de Heráclito, que se hizo muy común en la época de Platón y de Sócrates), es decir, una pretensión de un saber total. Por un lado del Ser, por otro lado de la Vida y en un tercer momento implícito en nosotros, de las conductas y de las  acciones del hombre en relación con el Ser y con la Vida. Esta idea de un saber en primer lugar teórico, entendiendo teoría como ver, como «theoreo», implica una visión en el sentido de autoconciencia:  ver que veo algo, tener conciencia que veo algo o saber que sé algo.

En ese sentido y sobre todo por la inclusión de la noción de conducta que se ve en los grandes clásicos y que alcanza su máximo esplendor en la época post-aristotélica, el intento de saber, es no solamente un saber teórico sino una concomitante voluntad. No se trata solamente de  saber el Ser, de saber la Vida y saber un tipo de conducta, sino una voluntad de realizar las exigencias implícitas en la conducta. Es decir, conlleva dos nociones fundamentales: en primer lugar, la de teoría, la de visión, la de saber estrictamente y entonces es inteligencia, «nous»; y en segundo lugar, la del querer, la de la voluntad, en cierta medida, como diríamos hoy, la  «praxis». Esta es la noción de filosofía con la que empezamos esta conversación cuyo tema es  » La filosofía en proceso nacional, latinoamericano y planetario».

«Filosofía en el proceso»: ¿ Qué quiere decir aquí esta noción?. La preposición «en»: ¿podría  cambiarse por la preposición «de»? No es lo mismo la filosofía «en» el proceso o «del» proceso. ¿Por qué hago esta distinción? Si la entendemos como «en», la preposición predica inherencia, es decir, la filosofía «en» implica que se piensa la filosofía como algo que corre dentro, que recorre por dentro el proceso. Está implícita e invicerada en el proceso mismo. Es un modo de entenderlo, y cuando aparece como noción teórica resulta previamente de su estar dentro del proceso y, en un segundo momento, el de la construcción como teoría o como autoconciencia que lleva siempre en la base la fundamentación de la cosa misma.

Ahora bien, si utilizamos la preposición «de», la filosofía «del» proceso: ¿qué quiere decir? En este caso la preposición indica pertenencia, es decir, que la filosofía no es algo que se elabora sobre el proceso, a propósito del proceso, sino que la filosofía pertenece al proceso mismo. El proceso en la medida en que ocurre y en la medida en que cubre la totalidad humana asciende a los distintos niveles del hombre y alcanza su plenitud en el nivel de la autoconciencia teórica. Pero esa conciencia teórica no es pensada como una abstracción, no se separa, no es ideológica, pertenece al proceso mismo. Por eso, en una concepción así, es muy importante esto: el sujeto de una filosofía pensada de esa manera ya no es nadie en particular. El sujeto de un pensar pensado de ese modo es el proceso mismo, es la totalidad de los hombres que actúan y viven en el proceso y que son los protagonistas del proceso y de la autoconciencia teórica que el proceso engendra. En ese sentido, habría que pensarlo, una filosofía del proceso es en cierta medida una filosofía anónima, una filosofía anónima que se expresa en los modos de pensamiento, en los modos del lenguaje y en los modos de valorización de una realidad que no está suficientemente esclarecida:la realidad popular que no sabemos muy bien a que se refiera pero que es, en realidad, la protagonista de este tipo o esta manera de entender la filosofía.

Ahora digamos «proceso nacional», ¿qué quiere decir nacional? Bueno, nacional es etimológicamente lo que ha nacido, lo que ha nacido con el hombre. Ha nacido con el hombre naturalmente, por lo tanto no es lo que nace con la voluntad histórica del hombre, con lo que podríamos llamar en una noción no convencional, el proceso mismo de la historia ( entendiendo la historia como «hacerse cargo de», «hacerse responsable de»). Entonces lo nacional es lo elegido por la voluntad histórica en cuanto quiere hacerse cargo de sí misma, en cuanto se torna autoconsciente de sí misma, en cuanto marcha hacia sí misma,  La marcha hacia el futuro es una marcha hacia sí mismo, es la marcha hacia la autoconciencia. La cosa , que primero es simplemente (tiene un ser mudo), se expresa, se hace cargo de sí misma y marcha hacia su  autoconsciencia como un nivel de realización futura y última en que se van expresando todos los contenidos de la realidad que aparecen en el camino.

Entonces lo nacional es lo querido, lo nacido de la voluntad histórica. Y, ¿qué es la voluntad histórica? La voluntad histórica es un poco lo querido por mí, por cada uno de ustedes, lo querido por mis antecesores, lo querido por los antecesores de ustedes, es lo querido por el pueblo fundacional  que alguna vez se instaló en este pedazo de tierra en un momento del tiempo y que quiso lo nacional, es decir, dio nacimiento a una comunidad histórica. Inició ese proceso, lo quiso a ese proceso fundacional de un modo situado y temporal. Lo quiso en un lugar del espacio y en un momento del tiempo , recorrió ese espacio y ese tiempo con la  voluntad de construir una comunidad autoconciente. Ahora bien, una comunidad autoconciente es de hecho una comunidad libre. La autoconciencia implica un autohacerse cargo de sí mismo. Entonces, quien lo quiso fue la voluntad histórica nuestra, la voluntad histórica de nuestro pueblo, que al final es el protagonista, es la voluntad histórica de constituir una comunidad de hombres libres.

Pero no solamente situada aquí y en nuestro tiempo, aquí en nuestra América, en Sud-Centro-América, como dice Nimio de Anquín, y en el tiempo de nuestra historia. No se puede decir que nuestra comunidad histórica de hombres libres fuera solamente la de los argentinos. En efecto, cuando se recorren las páginas de la historia uno se encuentra con que San Martín llamaba compatriotas a los chilenos, a los peruanos, a los venezolanos; con que Bolívar llamaba compatriotas a los argentinos, a los chilenos y a los peruanos. Uno descubre que lo querido, que lo que quiso el pueblo histórico fue una comunidad latinoamericana que enmarcaba en un espacio a los pueblos nacidos del asentamiento y del mestizaje español, hacia el sud del Río Grande como una comunidad histórica. Esa comunidad es, por un lado, nacional pero por otro lado, simultáneamente, latinoamericana. Lo latinoamericano no es algo que se le agrega, lo latinoamericano está en el momento mismo en que surge y crece la cosa, surge como una comunidad latinoamericana. Al contrario, se puede decir que, en cierta medida, el proceso de la historia fue un proceso de balcanización. El mundo histórico latinoamericano que nació con ese sentido de unidad fue balcanizado, es decir, atomizado, separado, enemistado consigo mismo hasta lograr el mosaico de países que constituímos  en este momento. Sin embargo, no hace a la índole del nacimiento, de la situación en que emerge el ser latinoamericano que emerge unido. Este mundo que yo llamo latinoamericano (me gusta más que hispanoamericano) incluye muchas otras cosas, incluye Francia, incluye Italia. Los factores que han hecho la historia son latinos en general, no es solamente hispánico, por eso  lo nombro latinoamericano y no hispanoamericano.

Muy  bien, esta es la filosofía en la comunidad, en el proceso nacional y latinoamericano, pero ¿qué función cumple aquí esta filosofía?

Bueno, se trata de la filosofía como intento de un saber total del orden ontológico del ser, del ético y del orden práctico. Intenta ser un pensamiento no del ser total, sino un pensamiento totalizador del proceso latinoamericano. Digo un pensamiento tatalizador porque un pensamiento de la totalidad o total no es de hecho posible. Lo que el pensamiento intenta es totalizar, seguir la línea que permanentemente va totalizando la cosa. La cosa nunca es total, nunca es una totalidad porque nunca puede dejar de totalizarse, nunca puede salir fuera del tiempo. En el tiempo, lo que hace, es ir recorriendo la propia línea de totalización.

Ahora, en esa línea de totalización, ¿cuáles son los valores fundamentales? Ya lo dije de paso, el valor fundamental en cuanto emerge de una conciencia, de una autoconciencia, que se quiere totalmente, entonces, lo que necesariamente quiere es ser libre, lo que necesariamente quiere es la independencia, por eso la no-dependencia, por eso la voluntad histórica se plasma, tiene su primera plasmación de índole total, latinoamericana, en los movimientos de la independencia latinoamericana cuyo objeto es la independencia de los países latinoamericanos y cuyo sujeto son los países latinoamericanos llevando adelante ese proceso común. Entonces, cuando los ejércitos argentinos, los granaderos argentinos peleaban junto a los llaneros venezolanos, y los llaneros venezolanos junto a los llaneros de Colombia, nadie tenía la idea de una pertenencia a naciones distintas, todos tenían la idea viva de que pertenecían a un solo pueblo histórico en marcha ¿hacia dónde?: hacia sí mismo.

Esa marcha hacia sí mismo empieza con la noción de independencia y naturalmente también intenciona la noción de libertad, pero ¿dónde la quieren?, ¿dónde realizan esos pueblos la independencia y la libertad? La intentan realizar en lo que llamaríamos en filosofía «el mundo abierto»: La independencia y la libertad son categorías existenciales que sólo pueden realizarse, alcanzar su plenitud, en un ámbito, en un campo de juego, en un lugar abierto que haga lugar a la esa realización. Un lugar abierto, un mundo donde la independencia latinoamericana  como pueblo pueda realizarse es un mundo abierto, y un mundo abierto es, realmente, un mundo libre, un mundo limpio.

Lo que está en todo el pensamiento latinoamericano, sobre todo en el pensamiento político porque la filosofía en las épocas de nuestra gesta se expresa fundamentalmente en lenguaje político, lo que está en Bolívar, lo que está en San Martín, lo que está en Monteagudo es el intento de realizar la libertad y la independencia latinoamericanas en un mundo abierto, en el mundo de la libertad.

¿Cuál es este mundo de la libertad? El mundo de lo abierto, el mundo donde encaja un proyecto continental de libertad es el mundo planetario , es decir el mundo ecuménico, el mundo de lo universal en el cual todos los hombres son protagonistas de una misma empresa. ¿Cuál es esta empresa? Esta empresa es alcanzar la autoconciencia del hombre, es decir, realizar en cada hombre en particular, en cada hombre concreto, el hombre universal. Realizar el universal concreto, hacer que el hombre, el universal sea yo, sea usted o usted; que cada uno de nosotros particularmente pensado sea al mismo tiempo el hombre, el arquetipo de la especie: realizar la idea del hombre. Ahora, esa realización de la idea del hombre supone: una conciencia ética, una base ética, una morada ética de responsabilidad total para cada uno de los hombres; y supone,

para todos en su conjunto, esa responsabilidad. Juega en un campo de juego en que pueda moverse con la responsabilidad del otro. Pero ese juego de las responsabilidades, ese juego ético, solamente es posible otra vez en un campo de juego libre, solamente puede existir en un mundo libre.

¿Qué es un mundo? Un mundo, la idea de mundo, conlleva lo limpio, lo claro, lo armonioso, lo bello (también lo bello). Supone un hombre con plena responsabilidad moral, totalmente responsable de sí mismo y que cuenta con responsabilidad moral del otro, del segundo y del tercero, que cuenta con una comunidad donde todos son responsables. Un hombre así es un hombre del mundo, es un hombre que anda, que juega su existencia humana, moviéndose en la dialéctica de la correspondencia con toda la comunidad. La dialéctica de la correspondencia es la dialéctica del diálogo, es donde el diálogo, el «logos dia», que puede significar dos cosas: o un logos que pasa dentro de todo, o un logos que enlaza a dos. El diálogo es el método de la cercanía, del acercamiento de los hombres en un tipo de mundo fundado sobre la mutua responsabilidad, la mutua libertad.

Ahora, fácticamente, ese mundo de la comunidad viviente, de las autorresponsabilidades concretas de todos los hombres, es una comunidad donde se ha bajado de la estructura ideológica abstraída a los modos concretos de la existencia humana, a los modos reales en que yo y usted vivimos, cumplimos las grandes tareas de la existencia: vivir, trabajar, amar , luchar, jugar. En otras palabras, las grandes funciones donde se realiza la libertad y la existencia humana se cumplen en ese campo de juego que hemos llamado mundo, y que más concretamente, es el orden concreto y terráqueo, el planeta.

El planeta, el mundo, el mundo planetario es el mundo de una tierra: no de unas estrellas fijas, eternamente inmóviles, sino de un planeta, de una tierra que anda dando vueltas, que como dice Heidegger, «anda errando» en el espacio cósmico.

En ese mundo de la errancia cósmica, en él, se realizan las distintas acciones, actitudes y procesos del hombre. Ahí anda el hombre de la errancia filosófica, en la errancia moral, en la errancia erótica, en la errancia económica. Errancia quiere decir esto: el hombre no es un ser fijo, eso lo sabía Hegel, la inteligencia del hombre no es el entendimiento que fija, inmoviliza y separa las cosas. La inteligencia característica del hombre es la razón dialéctica que se caracteriza por estar siempre moviéndose. Entonces es, en cuanto está siempre moviéndose entre el amor y el odio, la guerra y la paz, la repulsión y la atracción, en cuanto anda siempre. Júpiter es invierno y verano – decía Heráclito- y se lo puede llamar dios y no se lo puede llamar dios, y todo es correcto. El pensamiento del hombre anda siempre en esos vaivenes de la dialéctica, no es pensamiento fijo, inmovilizado y que inmoviliza él mismo. Es decir, las grandes potencias, las grandes fuerzas, el amor, el trabajo, la lucha y el juego, él mismo en cuanto introduce estas fuerzas, en cuanto las ejecuta y las produce, produce ese proceso errante en el cual no hay funtos fijos, no hay seguridades: la única seguridad es que el hombre está en marcha. Como dice Heidegger, «todo es camino», el hombre está en el camino. Ahora bien, esa errancia de estar permanentemente en el camino, en nuestro caso ¿ cómo se vincula con la filosofía, que es el primer tema?.

Husserl dice que hay tres ideas básicas que mueven el pensamiento del hombre: la idea de ser en sí, la idea de bien en sí y la idea de verdad en sí. Estas ideas no son fácticamente realizables, nunca están realizadas, ni son realizables: ¿quién conoce el ser en sí, quién conoce el bien en sí, quién conoce la verdad en sí?

No son realizables, pero esas ideas son fuerzas de imantación de lo que llamaríamos en nuestro lenguaje «la errancia», los distintos modos de errar, del andar existiendo del hombre; los distintos modos de amar, de trabajar, de hablar, de odiar, de guerrear y de jugar. El ser en sí, el bien en sí, la verdad en sí no es algo que esté allí, pero es un polo de atracción hacia el cual va el hombre y que atraen al hombre. Como dice Aristóteles: «como la bandera atrae a los ejércitos en marcha». Son, en un sentido kantiano, «ideas reguladoras», no cosas fijas, son focos de atracción que le dan un sentido al proceso de la existencia humana. Ese sentido, ese «thelos», determina una existencia telética, una existencia atraída por un foco ideal que la atrae y la mueve atrayéndola. Y esas ideas no se realizarán nunca, fácticamente, todo lo fáctico, lo realizado, es lo concluído. Estas ideas no estarán nunca construídas, pero siempre estarán dándole un sentido a la existencia del hombre.  Esas tres ideas reunidas, en el fondo, son la idea de libertad o de, bueno, la libertad es una palabra abstracta, la palabra concreta que significa los modos reales en que se realiza la libertad es la liberación. La libertad se realiza en modos concretos de liberación. Por lo tanto, el problema de la libertad que es un poco abstracto, se realiza en modos de liberación.

¿Qué hay que entender por liberación a nivel nacional y latinoamericano? Para eso hay que entender el modo en que usamos la palabra libertad. Un primer modo de entenderla sería como opción: aquí están A. B y C; soy libre de decidir en A, B y C. Por lo tanto en la libertad de opción se me dice: «Vea, ahí tiene una cuerda azul, una verde y una blanca, elija la quiera, pero ahórquese». Es decir, la opción consiste en saber con qué cuerda me ahorco. Ese es el primer modo de entender la libertad.

El segundo modo consiste en la negatividad: «Vea, lo que pasa es que no quiero ahorcarme, así que no opto por ninguna de las sogas». Rechazo la totalidad. Es un momento; pero el momento real, de realización de la libertad como creación o formación en el cual lo que somos, el ser que somos, lo elaboramos desde nosotros mismos con nuestro trabajo, con nuestra tierra, con nuestros ideales. Y ese modo de libertad como creación o formación es la verdadera liberación. Esa verdadera liberación está conmoviendo todo el proceso histórico nacional y latinoamericano. Es una marcha que, a primera intención, con respuesta rápida, se inició con las guerras de la Independencia, con Bolívar y San Martín. Pero, en verdad, viene desde mucho más lejos. Se inicia simultáneamente con el descubrimiento de América. Cuando América es descubierta, ¿qué es lo que se descubre: una tierra o una condición humana?

Si seguimos el pensamiento de los que pensaron América cuando América apareció (fundamentalmente el padre Francisco de Vitoria) la lucha, la gran batalla histórica que va finalmente hacia un «thelos», se inicia afirmando la libertad del hombre americano. Esta libertad del hombre americano (por cuya aparición en el pensamiento mundial se funda el derecho de gentes y gran parte del derecho natural) es la que origina, andando el tiempo, los levantamientos comuneros de América Latina. Eran, en gran medida, levantamientos hispánicos los levantamientos indígenas.

Finalmente, el pensamiento de la independencia, cuyos arquetipos fueron para nosotros San Martín y Bolívar. Ese proceso, sigue, no concluye nunca, pero le da sentido a nuestra vida particular, nacional, latinoamericana y finalmente planetaria o universal. En ese proceso de liberación nos encontramos siempre: siempre está ocurriendo, pase lo que pase, porque el hombre pase lo que pase nunca dejará de ir hacia sí mismo. Siempre estará buscándose, y buscándose, en la autoconciencia, en la autorresponsabilidad, en la libertad.

(Copia textual de la cinta magnetofónica, Dirección de Promoción Cultural, Dpto. Formación, Municipalidad de Córdoba. En esta versión, revisada por Jorge Torres Roggero, se ha procurado preservar el carácter conversacional de la exposición, aun a costa de ciertas redundancias y algunos deslices sintácticos.)


[1] CASAS, Manuel Gonzalo, 1984, El ser de América . Prólogo de José Canal Feijóo.1a. Ed. del Sur, San Miguel de Tucumán, Argentina, p. 14.

comentarios
  1. Soy Humberto Podetti, del Foro San Martín (http://forosanmartin2012.blogspot.com.ar/). Gracias a Manuel Gonzalo Casas pudimos leer la conferencia «La filosofía en el proceso nacional, latinoamericano y planetario» de Manuel Gonzalo Casas, que desde todo punto de vista es excelente. Como todos los textos destinados a convertirse en clásicos, parece pensada para nuestros días, en los que el proceso de reunificación de América ha dado pasos significativos y reclama fuertemente una «doctrina de la integración», como dice Marco Aurelio García. Casas expresa claramente la originalidad y autonomía del pensamiento latinoamericano y también nuestra identidad en el mundo, bases substanciales del proyecto de estado continental industrial que nos señalaba Alberto Methol Ferré.

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  2. Manuel Gonzalo Casas dice:

    Querido Jorge, soy Manuel Gonzalo Casas y no es una broma. Soy nieto del filósofo. De casualidad tuve la dicha de toparme con esta desgrabación. Había leído su «Ser de América», pero no sabía de esta charla. Por eso no quería dejar de agradecerle el trabajo realizado. Me dio mucho gusto leerlo. Lo compartí con gente del Instituto Universitario Libre “Profesor Manuel Gonzalo Casas”, quiénes se dedican a la difusión de su obra y de pensadores afines. Saludos afectuosos! Gonzalo.

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