La seducción de la barbarie, esbozo de una poética geocultural

Publicado: 6 julio, 2014 en Argentina, Crítica Literaria, Cultura Popular, Ensayos, fagocitación, Filosofía Latinamericana, geocultura, Literatura Argentina, Rodolfo Kusch, símbolos

 

Rodolfo Kusch“… enfrente vive el carpintero Choque y más allá, del otro lado del río, se levanta

la  montaña. También ella es una frontera. Y yo sé que si logro cruzarla alguna vez

               e  ir del otro lado, encontraré como los héroes gemelos, del otro lado,toda la vida, esa que aún no se ha desprendido de los dedos divino”[1]

(Rodolfo Kusch, “Vivir en Maimará”)

 

 

1.- Para entendernos

 Pensar a Kusch significa montarnos en un doble movimiento que va y viene de lo racional a lo real y de lo real a lo racional. En código argentino, esto se traduce mediante las dos categorías sarmientinas: civilización/barbarie. Por supuesto, siempre que esa ambivalencia se configure como va-y-ven, como relación y no como absoluto. Es en ese in fieri (el acto mismo de pensar o crear) cuando operan las matrices conceptuales del pensamiento kuscheano: arraigo, suelo, fagocitación, geocultura, entre otros.

Ahora bien, la geocultura no se puede pensar sin otra palabra clave: intersección. Se trata de mostrar la operación de ciertos elementos que, en determinado momento histórico y en un espacio cultural concreto, se entrecortan. En ese acto de entrecortarse, la palabra no publicada, acallada o censurada dispara el resplandor de su verdad. La geocultura será, entonces, una intersección de pensamiento, cultura y suelo, o sea, una territorialidad inmanente no expropiable, un conjunto de códigos y fórmulas de comportamiento  que, a cada rato, se topa con un límite y entra en un tinku (abrazo/roce) con lo otro absoluto o con la nada y sus posibles. Por supuesto, el suelo es el cimiento: no es geografía, no es cosa, no se toca, pero pesa, arraiga y se abre a lo profundo y tenebroso[2].

2.- Contextualicemos

Explorar La seducción de la barbarie. Análisis herético de un continente mestizo nos propone imaginar una genealogía. Descubrimos así, en primer lugar, que Kusch, cuyas lenguas maternas, si bien se mira, son el alemán y el porteño, mantiene una relación umbilical con el romanticismo alemán y su exploración del inconsciente. No es casual, entonces, que el primer texto publicado se titule “El caso Novalis”[3].

Graciela Maturo[4] es quien ha insistido en ligar el sentido religioso del  pensamiento kuscheano  a esta huella inicial. Por nuestra parte, es necesario que resaltemos la estrecha relación entre la poética de Novalis, como modo de conocer, y una de las categorías más fructíferas  desarrolladas por Kusch: fagocitación. Es este un operador seminal indispensable para poner en actividad un pensar propio y que ya está implicado en el texto que nos ocupa.

En efecto, en Cantos Espirituales, Novalis, vive la exaltación de una cena antropofágica: “Reconocerían del amor / la plenitud infinita / y alabarían el sustento de  carne y sangre”[5].

Pero es  Los Fragmentos[6] donde se objetiviza este vivir como en una metáfora. Novalis convierte en tropo, en figura, la fuerza asimilativa que Kusch atribuye a la fagocitación:

“Gozar, apropiarse, asimilarse, es comer, o más bien, comer no es sino una apropiación. En consecuencia todo goce espiritual puede ser expresado en el acto de comer. En la amistad comemos, realmente, algo del amigo o bien vivimos de él. Sustituir el cuerpo por el espíritu y, durante el convite funerario de un amigo, mediante un audaz esfuerzo de imaginación trascendental, comer su carne en cada bocado y beber su sangre en cada trago, es un verdadero tropo; y parece ser algo absolutamente bárbaro en relación al gusto afeminado de nuestra época…”

Términos como gozar, asimilar, apropiación, acto de comer, transfiguración, deificación, comienzan a resonar en la obra de Kusch y la fagocitación se formaliza en “un verdadero tropo” o figura.

Sigamos revisando escritos juveniles. Durante el mismo año (1945), comenta La mentalidad primitiva de Lévy-Brühl[7]. Sus ecos resuenan en La seducción de la barbarie.  Es frecuente relevar expresiones como  “pre-lógico”, “mentalidad primitiva”, que, paulatinamente, se van sustituyendo por otros enunciados dirigidos hacia la exploración de las estructuras profundas de la cultura.

Otra reseña se titula  “J.P. Sartre” de Robert Campbell[8]. Este autor publicó un libro de gran circulación en ese momento cuyo título completo era Jean Paul Sartre o una literatura filosófica.  Kusch va a privilegiar siempre el cómo sobre el qué. El enfoque de Campbell, al fundarse en una poética, marca las paradojas dialécticas entre el ser y la nada de Sartre. La ambivalencia, la simultaneidad del /no, el fas/nefas, el bien/mal. Es el uso de la paradoja para reforzar la crítica del sentido  como  valor normativo y axiomático. Para Kusch, el pensamiento europeo en América “se fija, pero nunca rotundamente; crece, pero signado por la estaticidad”[9].

En 1948, publica un artículo titulado “Sociedad e individuo en filosofía”  en la revista  estudiantil VERBUM[10]. El título induce a esperar una  reflexión sobre la relación sujeto individual/sujeto histórico. Curiosamente, en ese mismo año, aparece El existencialismo y la sabiduría popular de Simon de Beauvoir. Autora de culto para la generación de Kusch, más que en las  formas y definiciones, se detiene en las relaciones. No el ser de las cosas, sino el estar en relación. La recurrencia a la ambivalencia será  un recurso corriente en La Seducción de la barbarie.

Concluyen aquí los paratextos que indican ciertas preferencias lecturales y direcciones discursivas posibles para orientar nuestro modo de leer.

Un texto aislado, “La filosofía del tango”[11], ofrece una segunda línea de lectura. Marca un primigenio movimiento hacia la cultura popular.

Sin embargo, los antecedentes directos del libro que nos ocupa son dos artículos aparecidos en SUR[12] (1951) y LA NACIÓN[13] (1951). Recordemos que tanto la revista como el suplemento cultural, eran  los órganos por excelencia de la  corporación intelectual antiperonista. Ya habían sido excluidos de esas páginas  Leopoldo Marechal y Raúl Scalabrini Ortiz. Ellos, junto a muchos,  han dejado que hablen las palabras no publicadas y han soltado el griterío espantoso  que estaba clausurado por la cultura oficial. El primero, se animó a peregrinar por la oscura ciudad de Cacodelfia[14]; el segundo, implicó  a la lengua poética en el estruendo del subsuelo de la patria sublevado el 17 de octubre de 1945[15].

Héctor Álvarez Murena[16], en El pecado original de América, libro coetáneo del de Kusch, es sin dudas, la contracara de estos prematuros exiliados del canon de la cultura académica[17].

Según Murena, “las muertas culturas aborígenes” son un “lastre”, en que “surgen aventureros que durante un tiempo logran mantener engañada con verbalismos a la multitud desposeída de verbo”, que convierten su dictum (dicho) en dictadura, en que las posibilidades de heterodoxia con respecto el pensamiento europeo están clausuradas, estamos condenados a ser otro intento fracasado de la naturaleza.

Todavía resta relevar otro texto antecesor de Kusch. Se trata de La ciudad mestiza, un folleto que pasa entero a La seducción de la barbarie. Curiosamente, integra la colección Quetzal de editorial Alea y coincide con las estadías Miguel Ángel Asturias en Argentina. Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, será uno de los símbolos estructurantes del primer Kusch.

Este recorrido paratextual nos ha informado sobre sus afinidades estético-filosóficas, su inserción en una serie de intelectuales argentinos, su tendencia cada vez más marcada hacia la búsqueda “del otro lado” y su intento de romper el miedo y largarse a hablar.

3.- Palabra y balbuceo

Paradojalmente, las introducciones se escriben después que la escritura del libro ha concluido. En ellas, además del propósito de seducir al lector y exagerar la modestia del autor, suelen exponerse propósitos, dificultades, ambigüedades. La “Introducción” de Kusch se dirige, de entrada, al corazón porteño y en letra cursiva: “No hay quizá experiencia más porteña que la de estar acodado en la mesa de un café, contemplando el paso de la gente a través del ventanal”. En la edición que manejo[18] el prólogo en cursiva entra derecho al corazón con uno de los símbolos del “inconsciente social” porteño: el cafetín, imagen del seno materno. Como el árbol hueco alquímico, es un símbolo de lo subterráneo, del azar, de los silencios prolongados que abren los abismos del instante, del “aquí y ahora”, en que se entretejen y se convierten en texto extrañas relaciones entre el café, el ventanal, el transeúnte solitario y silencioso  y el sujeto acodado en la mesa. Es curioso, seis años antes, Discépolo había escrito el tango “Cafetín de Buenos Aires”[19]. Según Luis A. Sierra y Horacio Ferrer[20], los cafés eran refugio de actores, autores, bohemios, anarquistas y malandras del naipe y el escamoteo. También de buenos y tranquilos padres de familia.

El café es, entonces, el recinto de la vegetalidad y el demonismo de la ciudad, la cueva, la salamanca en que los diablos andan sueltos. En Discépolo, el pibe no es un transeúnte impersonal; es un ser vivo que ha sido arrojado al lado de afuera. Desde la intemperie, aplasta la ñata contra el vidrio como modo de huir de la ficción de la ciudad, de la inteligencia estructurada e ingresar en la vida que es “una mezcla milagrosa de suicidas y sabihondos”. El café es caverna de iniciación, escuela de todas las cosas, pero, sobre todo, “sos  lo único en la vida /  que se pareció a mi vieja”.  El café es el símbolo poético del corazón como centro de un conocimiento no estructurado, de la tierra madre que siempre está pariendo la vida y la muerte. Scalabrini Ortiz, otro mitólogo del café, nos muestra un instante del bar en que los hombres no hablan, “bisbisean” un rezongo en una conversación desquiciada con más pausas que palabras. Entonces suena un tango: “Cesan los rumores y los ruidos. Todos callan. El café es un templo de atrición. (…) Están ensimismados. Hurgan sus días irremediablemente distanciados de la realidad”[21].

Como vemos el drama es vivir entre dos mundos, la ambigüedad. Hay una realidad, dice Kusch, que apenas alcanzamos a vivir. La ciudad nos aleja y separa. Es el ventanal de vidrio que nos separa del otro y es la razón que no alcanza para comprender qué es lo que nos separa de nosotros mismos. Dice Kusch:

“Advertimos como antinomia entre el afán de comprender al transeúnte como próximo a nosotros y la lejanía en que lo mantiene la ciudad. Y como no nos conformamos con la verdad de razón que ella nos brinda, ni bien intentamos la vuelta, para ver lo que pudiera estar detrás, y nos asomamos al reverso de nuestra íntima verdad, nos hundimos en el abismo que media entre la vivencia actual vivida en un café porteño y la relación que pretendemos colocar por sobre ella y que irremediablemente debemos extraer de la ciudad”.

La ciudad es la causa de esa escisión. Ella consume la vida y la convierte en cifra. ¿Cómo perturbar la “tela racional” de la ciudad? Para eso, tenemos que tantear el reverso. Hemos sido tejidos por una “urdimbre racional”, pero la trama y sus nudos ciegos ocultan los puntos de escape del sentido aunque carezcamos de palabras para expresarlo. Hay que animarse a buscar fuera de la racionalidad impuesta para sentir la falsedad: buscar por afuera o por debajo. Por el bajo fondo, por el sub-urbio (ciudad de abajo). Por la oscura ciudad que ya había explorado Marechal o el túnel-caverna que crispó a Sábato[22].  Entonces, parece ser que la única forma de abarcar los contenidos profundos del “aquí y ahora”, del simple hecho de estar acodado en la mesa de un café, es dejarse arrastrar por “la emoción que se siente en un poema, en un acorde o en un crepúsculo”. La palabra no publicada es a veces sólo un acorde, o una mirada o un silbido.  Como la ciudad desprecia la emoción y la libertad, como se vive en una ficción sin relación con el “aquí y ahora”, “falta el nexo vital con la comunidad” para “expresar la vida cotidiana y traducirla a un espíritu”. Lo inteligible no es vivido. Por eso,  lo reprimido presiona, es un griterío espantoso cuyo significante es el “mestizaje” vergonzante que se esconde en la falsedad de nuestras actitudes. Es que tenemos miedo de resolver la antinomia “entre el abismo y la ciudad y lograr una actitud que la supere.” Debemos buscar, a lo mejor, el modo de “creer y no creer, de hacer y no hacer simultáneamente”. La gravitación telúrica, honda, abisal, “perturba la libre participación del individuo en la ficción ciudadana, tornándolo ambivalente y mentalmente mestizo porque participa simultáneamente de dos realidades”.

Kusch se propone fijar líneas teóricas que, confiesa,  pueden resultar muy abstractas. Tan abstractas como las

“herejías cometidas con los anquilosados términos que los defensores de nuestra falsa cultura procuran mantener en una absurda ortodoxia quizá por esa sutil burocratización del saber que se realiza en nuestras aulas universitarias.”

 

4.- Las raíces de la vida

 

Mi comprovinciano Saúl Taborda[23] compartía con Kusch ciertas afinidades con Spranger. Pues bien, él denunciaba “las cristalizaciones conceptuales de una vieja paleontología mental” incapaz de expresar “lo nuevo que todavía no tiene nombre”[24].

La vivencia exige concreción y peticiona la imagen, el símbolo, el mito. En otra palabras, una poética. En la filosofía  habla el logos (intelecto), en la poesía se expresa  el pathos (corazón). Son accesos diferentes a una misma realidad. Cada uno despliega su propia lógica y habla su propia lengua.

El símbolo, el mito, la imagen, re-dicen, no paran de hablar. Son resultado de una acción del inconsciente que actúa sin cesar individual y colectivamente. Es la carga arquetípica que puebla nuestra mente tanto en el sueño como en la vigilia. De tal modo,  en el régimen simbólico, donde todo se rehace y se redice (en otro nivel), la realidad histórica se vuelve un campo imaginario de cruce de vectores. La razón se escandaliza y empieza a denunciar herejías. La vegetación, el abismo, el hueco, lo hondo, las profundidades, lo oscuro, por su parte, están ligados a la madre y la tierra. Engendran vida nueva, muerte y renovación de la vida.

La seducción de la barbarie despliega un discurso habitado por vivencias más que por conceptos. Es un texto mitógeno que inicia para el autor un proceso de des-domesticación y de mediación para  que las formas “no floten invisibles en su mundo demoníaco”. En efecto, la  vida primaria dispone sus formas en un fondo móvil y vital, en un “bosque de símbolos”.

Kusch acude al símbolo del árbol. El árbol manifiesta sentidos ocultos en cuanto es una detención circunstancial “dentro de una totalidad que lo rebasa y hasta lo anula”. Es un esfuerzo desesperado por sujetar el porvenir. “Es como un esbozo de logos”, una “traducción rudimentaria del demonismo en el lenguaje del espíritu”. Se manifiesta, entonces, una radical ambivalencia entre la creatividad humana y la naturaleza: vegetalidad y devenir,  forma y vida, inteligencia y demonismo. El hombre se obstina en poner un fondo fijo al devenir pero el movimiento incesante de fuerzas incontroladas se fuga pero a la vez persiste en el árbol “como una idea feliz que siempre retorna”. Sin embargo, la formalización que simboliza el árbol, si bien es una participación en la “fijeza del espíritu”, no impide que el espíritu americano se mantenga en el demonismo.

En las culturas precolombinas el “hombre crea un templo como un árbol” y erige las formas arquitectónicas como un  conjuro mágico mediante la proliferación de caras geométricas y gesticulaciones grotescas para espantar lo demoníaco. El maestro-mago quiché toma la forma del paisaje en una suerte de identificación intelectual con el contendiente, la despoja de su contenido vital y se queda con su geometrismo estilizado: “Pero toma conciencia de su impotencia y frunce los mascarones de su templo con una mueca grotesca, con el dejo dramático de una comunidad que no logra, en apresuramiento, cuestionar sus derechos humanos a la naturaleza”. La máscara tiene una virtud “apotropeica”, pues al revelar la verdadera naturaleza  de ciertas influencias nefastas, las pone en fuga. La máscara objetiviza fuerzas que son tanto más peligrosas cuanto que permanecen vagas e inconscientes. La máscara que representa demonios es común en la decoración escultural de los templos. Es el libro escrito en piedra de las catedrales[25], el liber mutus (libro mudo) de los alquimistas. Víctor Hugo[26] comenta la contradicción entre el “galimatías mágico escrito en la piedra”, en el “frontispicio infernal” de Notre Dame, como representación de un sentido simbólico extraño al culto e incluso hostil a la misma Iglesia. Es la función de los diablos en la cultura popular. Las diabladas[27], según Bajtin, son un fenómeno del pasaje del cuerpo individual al cuerpo popular de la especie. Expresan lo degradado, lo bajo, lo terrenal. Es decir la madre nutricia que devora para procrear algo nuevo. No hay nada terrible sobre la tierra como no puede haberlo en la madre con su matriz y sangre caliente[28]. La diablada nos introduce en un mundo utópico de igualdad y libertad. Los diablos la mayor parte de las veces son gente pobre (de allí la expresión “pobre diablo”). En las fiestas populares están excluidos de las leyes vigentes, violan el derecho de propiedad, se entregan a excesos. El demonismo simboliza, entonces, una naturaleza profundamente extraoficial. Su repertorio es opuesto a la convención, a la verdad aceptada del grupo social. El diablo es un personaje ambivalente. Representa la fuerza de lo bajo material y corporal y su imagen se relaciona con un mundo en evolución. Bajtin le llama el “caos sonriente” y representa los dos polos del devenir en su unidad contradictoria.

Pero volvamos al símbolo del árbol.  Kusch está trabajando con los simbolismos alquímicos a que alude C.G. Jung[29] tanto en El yo y el inconsciente como en Psicología y alquimia. El arquetipo árbol funciona como un ordenador de representaciones. Es un principio organizador del inconsciente sin el control de la conciencia a partir del yo. Es una manifestación de la ambivalencia. Pero en América, dice Kusch,

“El inconsciente es un fenómeno americano que se agrega como un nimbo mágico a la acción foránea, para conciliar en alguna forma el demonismo autóctono con la realidad europea. Pero lo hace en forma ambivalente, mestiza, como una moneda de doble cara que muestra por un lado la angustia vital del primitivo y por la otra se juzga integrante convencido de la comunidad civilizada”.

5.- La serpiente emplumada y la redención mestiza

En un intento por conciliar demonismo y ciudad, vida y axioma, Kusch acude al mito mesoamericano de Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada. En realidad, es una transfiguración del mito del árbol y la raíz. La serpiente es el símbolo por antonomasia de la energía  y su función está relacionada con un exceso de vida. Por eso se la suele relacionar con el árbol y, por analogía, con las raíces y las ramas. Significa la seducción de la fuerza por la materia y representa el principio  del mal inherente a todo lo terreno. En su forma arcaica, era una diosa subterránea. En Leyendas de Guatemala de Miguel Ángel Asturias se lee:

“Las serpientes estornudaban azufre, eran interminables intestinos subterráneos que salían a flor de tierra, a manera de fauces abiertas. Los hombres que se quedaron guardando la entrada  de estas cavernas-serpientes, recibieron el nombre de sacerdotes”.

Evidentemente Kusch está meditando sobre el lado femenino del símbolo. En ese sentido es un síntoma de angustia, de malestar. En realidad la serpiente es un símbolo ambiguo. Cuando se muerde la cola y forma un círculo puede aludir a la totalidad, pero esa totalidad se construye mediante la relación de la mitad clara con la mitad oscura, es el yin/yang de los chinos al que acudirá Kusch en Indios, porteños y dioses[30].

En el texto que nos ocupa, evidentemente, se refiere a la simbiosis de la serpiente y el árbol femenino. Es sabiduría, pero a la vez tentación, seducción. Sin embargo, la serpiente muda de piel y en ese sentido significa renovación, resurrección.

La serpiente emplumada se reviste con las plumas de suprema hermosura del quetzal y convertida en pájaro-serpiente encarna los poderes de la ascensión a un plano superior del ser. Viene a cumplir una función de mediación. Se convierte en mensajera entre los dioses y los hombres. Es el paso que se da al liberarse de las reglas convencionales del pacto social impuesto desde arriba por la ficción del orden. Se produce, entonces, una puja entre metáfora y símbolo, entre logos dominante y mythos viviente, entre lo pensado y lo real.

Kusch postula que, cuando decimos: verdad, estamos moviéndonos en el campo de la ficción. El uso del lenguaje llamado legal implica el paso del orden real al orden representativo. La ficción es el resultado de una estructura urdida para asegurar la existencia de un sistema de dominación que, paradójicamente, fue ampliado en nuestros países en el momento mismo de lo que llamamos independencia. La verdad es entonces el resultado de una exigencia social y por lo tanto se configura con metáforas gastadas que después de un prolongado uso el pueblo considera canónicas, vinculantes. Las metáforas muertas se han convertido en expresiones literales puesto que, al no haber impertinencia en referencia al contexto, no se manifiesta tensión alguna, no hay torsión o desplazamiento de sentido. El símbolo, por lo contrario, es un intento de interpretar algo, que por demasiado real, está siempre más allá de los límites de lo comunicable. Para interpretar su misteriosa realidad y transitar su verdad como coherencia interna, habrá que explorar lo escondido del lenguaje. Desenterrar su latencia, implica interrogarlo hasta las últimas consecuencias. De tal modo, escarbar en busca de lo escondido es una operación paradojal  puesto que enajena y, a la vez, constituye la conciencia.

Sin duda, Kusch, al acudir al mito quiché de Quetzalcóatl, poderoso del cielo, está aludiendo a los trabajos de Miguel Ángel Asturias que entre 1949 y 1952 publicó en Buenos Aires: Hombres de Maíz[31] y  El Señor Presidente. Por otra parte, desde los años 30,  Asturias había traducido la versión francesa del Popol-Vuh[32] (Raynaud) y había publicado Leyendas de Guatemala. Allí aparece la Serpiente Emplumada. Es la serpiente con plumas de quetzal, el ave símbolo de Guatemala.

Ave de una belleza incomparable, ayudaba a los jefes, que se adornaban con sus plumas, en los combates y aventuras guerreras. Según la leyenda, cierta vez pelearon cuerpo a cuerpo Pedro de Alvarado, el cruel conquistador y Tecún-Uman, el cacique indio. El ave volaba sobre su cabeza, atacaba a picotazos al conquistador y, según el relato, enmudeció cuando el cacique fue atravesado por la lanza. El ave dejó de cantar, perdió  la palabra, pero siguió hablando con el lenguaje mudo de su belleza. Así describe el guacamayo, entidad demoníaca, a la simbiosis de hombre y ave: “¿No veis su pecho, rojo como la sangre, y sus brazos, verdes como sangre vegetal? ¡Es sangre de árbol y sangre de animal! ¡Es ave y árbol! (…) ¡Ave de sangre verde! ¡Árbol de sangre roja!”[33].

Ahora bien, en América, postula Kusch, el encuentro de un logos, de un sentido, implica el sentimiento de poseer una estructura interna.  Como el quetzal, el americano es un sujeto sin logos, sin palabra. Al logos, sino no lo da la realidad, no lo puede dar la actitud científica europea porque limita y reduce la realidad. Europa exporta hasta su inconsciente social a América y eso explica la ambivalencia del sujeto. Solo el caudillo ostenta una estructura interna definida. Su autenticidad puede recorrer toda una escala de valores probables o incluso antagónicos. Pero lo importante es que esa verdad se establezca, y la autenticidad supere la escisión abisal que aqueja a lo americano.

Europa, piensa Kusch, ha agotado su fondo nutricio viviente y la América mestiza ha de tomar caminos imprevisibles. Si en Europa la cultura se configura mediante la represión del demonismo, la cultura americana se desequilibra por esa misma represión. En América, a la pregunta de Heidegger de por qué el ser y no más bien la nada, hay que formularla al revés dice Kusch. Hacia abajo, hacia la tierra, porque en el demonismo está la clave. Scalabrini Ortiz se sentiría aludido cuando Kusch consigna:

“Y no se trata de una tendencia materialista. Significa más bien que existe fe, no ya en las cosas visibles, claras y distintas, sino en lo natural, en el reverso informado de la realidad, en su demonismo”.

Hasta la neurastenia encarna una profunda fe en la barbarie que asedia porque aquí no rige el criterio metafísico de definir lo mejor como el ser. Para la América mestiza, la verdad subyace en su inconsciente social y se manifiesta como negación de la verdad adquirida por la ficción ciudadana. Sucede a la inversa que en la cultura europea donde lo real se subsume en el a priori del ser. En América, el ser se reintegra en una perfectibilidad recogida de la tierra. Se trata de una integridad no entera, que se realiza a medias. De allí la neurastenia, el resentimiento de los intelectuales. Como el quetzal enmudecen ante la barbarie. Frente al ser de la ciudad, la vivencia americana es la nada, el abismo, un mundo de sombras. Como Sarmiento, los intelectuales interrogan a la “sombra terrible”, y como a él, la sombra le niega el secreto de nuestro ser. Solo receptan el polvo ensangrentado y mudo. Piensan que son ciudad y, como Sarmiento, no se animan a desatar “el nudo que no pudo cortar la espada” porque esto, como decía Martín Fierro, es “botón de plumas que no hay quien lo desenriede”. Por eso el fracaso, la frustración, pero sólo desde el punto de vista europeo. Curioso, Kusch, sumido en las disputas intelectuales del grupo Contorno que oscila entre Marx, Freud y Sartre, no insiste en el sometimiento del intelectual a la oligarquía y el imperialismo. Marca las escisiones: provincia/capital, aborigen/foráneo, realidad auténtica/realidad ficticia, ente/ser, pero no se anima a una inversión radical que deje decir presente  en el texto a la palabra pueblo y a las profundas connotaciones del momento en que escribe.  Acude, quizá con excesiva frecuencia, a la figura retórica de la alusión, también cara a Borges. La alusión permite decir nada más que para los de su propio círculo, para los amigos del café y de contorno, para los que establecen el canon de las editoriales. Cuando establece que la pereza es un valor de la barbarie, un epifenómeno pre-humano que mantiene la posibilidad de vida desde la tierra hacia arriba y desde el paisaje a la comunidad, está de nuevo aludiendo a Scalabrini Ortiz que en 1931, en el Hombre que está solo y espera, ya había valorado el no-hacer como una forma de resistencia al poder del dinero y la explotación. En suma, la  pereza es un retornar al seno materno de la tierra como refugio ante la falta de categorías propias.

También el caudillo es un emergente de la América mestiza. El caudillo “arboriza”, echa frutos y luego se extingue. El arraigo está en su naturaleza, por lo tanto también el triunfo. Es el portador del demonismo, del inconsciente de la acción. Pereza y caudillismo fermentan en el hombre la levadura de un paisaje exuberante. No existe una tensión consciente, pero la tensión antinómica subsiste porque es el sostén de la ficción ciudadana. Para que exista la civilización, debe existir la barbarie. El axioma, como canon no escrito en todos los actos de la ciudad, se diluye en un formalismo falto de fines. La acción apunta a un extremo fijo y determinado. En cambio la pereza es multipolar, se mantiene en la oscuridad porque es vivencia y espera advenimientos múltiples. Es un fenómeno de “imaginación biológica” “que arboriza, crece y crea por sí su subsistencia”. Predomina la emoción. Proyecta, no formas frías, sino que pesa desde las sombras. Privilegia, dice Kusch, la receptividad feminoide y no la conciencia activa constructora.

Si pensamos que Kusch busca superar escisiones mediante categorías que establecen no verdades, sino relaciones, estamos ante el germen de dos de sus operadores más fructíferos: vector seminal (receptividad feminoide, pasividad vegetal) y vector causal  (conciencia activa constructora). En el texto, sin embargo, subyacen incógnitas y por tanto está latente un factor  “x”. Tracemos una hipótesis.

6.- El miedo de hablar y el nombre perdido

En 1947, la Comisión Nacional de cooperación intelectual edita un voluminoso tomo titulado Argentina en marcha. El editor, Homero Guglielmini, sostiene que Argentina está viviendo una revolución. La revolución, postula, remueve el fondo moral de una comunidad humana, altera el sistema de ideas, emociones, certidumbres, normas y valores. Ofrece a los pueblos, “el enigma y el pavor del destino” y se producen conmociones en la vida personal del individuo.

Ahora bien, resulta curioso que al señalar cómo la revolución emerge de las profundidades, recurre al simbolismo del árbol y el arraigo que luego desarrollará Kusch. La revolución es la raíz, arraiga en el suelo moral de la nación. A la raíz no se la ve porque está oculta y soterrada, hinca en lo hondo, y es un modo de sustentación de la existencia humana. Todo ese despliegue de energías profundas al fin desembocará en la expresión. La expresión será  lo último en darse como en el árbol la flor. Ahora es la lucha por la independencia económica, financiera y técnica. Los argentinos somos libres en la medida en que la nación lo es.

Los escritos recopilados son contribuciones a la toma de conciencia de nuestros problemas. Los colaboradores provienen de todos los ámbitos de la ciencia y la cultura. Señalo especialmente a Carlos Astrada, filósofo de formación alemana como Kusch, autor de El mito gaucho[34] (1948) que escribe: “Surge el hombre argentino con fisonomía propia. Raíz, estilo y proyección del Hombre Argentino”. Postula allí la presencia de cierto  fundamento telúrico cuyos factores son el suelo, el clima y el paisaje. Es el “genius loci” (ya lo había propuesto Ricardo Rojas[35], uno de los maestros de Kusch) como influjo anímico del paisaje. Esas fuerzas telúricas actúan de un modo más enérgico y constante que la fuerza de la sangre. Se constituye así una geopsique.[36]

Kusch conjetura sobre la posibilidad de una aparición inminente del caudillo: un hombre en que se “concilien las normas de sociabilidad”, “un hombre tipo con estructura interna definida” y que cristalice existencialmente en un aquí y ahora:

“Podría darse en esa verdad incluso el caudillismo, que en conciliación con las normas de sociabilidad, daría un individuo con una estructura interna definida. Lo importante es lograr un hombre tipo, con su cristalización existencial, o sea, su traducción al “aquí y ahora”. De él participaría libremente el hombre de carne y hueso de la selva y de la pampa según su propia estructura”

Ese hombre de carne y hueso, ¿es sólo un modo potencial, un “aparecería”? ¿Está ya en la calle “aquí y ahora”? ¿Y el caudillo?

Kusch lo configura como potencia de ser. Una conmoción golpea las puertas de la “ciudad neurasténica”, hay una “necesidad de historia” que puede abrir una gran brecha y “sondear en el otro lado de la vida del continente”.

“La civilización encierra pues una experiencia premonitoria de la barbarie, una posible experiencia de la no ciudad, una percepción de la ley de la tierra, una reacción a la gran conmoción que golpea las puertas mismas de la ciudad neurasténica pero que hoy es aún simple política. La misma necesidad de historia puede abrir la gran brecha y sondear en el otro lado de la vida del continente lo que ha quedado atrás”.

Kusch imagina una posible “experiencia premonitoria de la barbarie”, pero “hoy” todavía es simple política. Hoy la necesidad de historia puede abrir la brecha, hoy podemos sondear el reverso, el otro lado de la vida. Nos preguntamos: ¿es una mera posibilidad lo que plantea? ¿A qué alude con esta recurrencia al potencial? ¿Aparecerá el  presente indicativo? Veamos:

“Como la vegetalidad invade todas las esferas de la existencia, los individuos, desde su vegetalidad inconsciente, crean las masas vegetales americanas, en forma de una totalidad incomprensible, evasiva, ajena a toda clasificación, inconsciente siempre a la acción prestada. Ante el peligro constante que  representa esta indefinibilidad para la ciencia foránea del político, este la condena esquemáticamente como un conjuro mágico cuando signa a las masas de pelados, rotos o cholos…”

Por fin aparece el presente indicativo. La ciudad letrada ha sido invadida; la invasión abarca todas las esferas de la existencia; es una forma de la totalidad pero incomprensible para el intelecto. Es inclasificable e indefinible para toda ciencia foránea. Obra por sí misma y no por acción prestada. Es totalidad abierta y heterogénea. Son las “masas vegetales americanas” a las que se las condena esquemáticamente y se las conjura con nombres de abominación: “masas de pelados, rotos o cholos…”.

¿Es acometido Kusch por el miedo de nombrar lo innombrable? Está por entrar en el pago de lo tenebroso, está por arriesgarse a que sus amigos de Contorno, de la facultad, lo arrojen de la civilización y lo subsuman en la barbarie. El párrafo concluye con puntos suspensivos de modo que está comunicando por elipsis[37] lo que todavía es abismo y silencio. Es el pasaje de la ambivalencia  y su sobreabundancia de “peros” adversativos, de  la simultaneidad sartreana del sí/no,  hacia el advenimiento de un sujeto cultural viviente: el pueblo. Ya no más las fórmulas sí pero no, no pero sí. Ya no más el sujeto cultural sin cultura.

El quetzal mudo está por balbucear una presencia real. A pelados, rotos o cholos, siguen los puntos suspensivos, o sea, el abismo de la elipsis. De allí, de lo abisal, surge el copulativo acallado: “y cabecitas negras”. ¿Y el nombre perdido? Según Kusch, la historia profunda de América es anotada furtivamente en la ficha de los historiadores. La linealidad europea esconde el demonismo de estos nombres: Quiroga, Rosas, Belzú, Gómez. Pero “aquí y ahora”, “hoy”, 1953, las masas vegetales gritaban un nuevo nombre: Perón[38].

Kusch  está por hablar, está por soltar la habladuría de su corazón, está por ingresar en el “index” de los malditos, está por ser declarado hereje y arrojado fuera de la academia. Pero, claro, nadie podrá ya arrancarlo del “nimbo mágico” del corazón del pueblo.

Jorge Torres Roggero, Córdoba, 08/04/2014

 

[1] KUSCH, Rodolfo, “Vivir en Maimará”, póstumo, en TEMAKEL. Mito, arte y pensamiento. TEMAKEL.net/node/63

[2] Cfr. TORRES ROGGERO, Jorge, 2005, “Rodolfo Kusch: los dos vectores”. En: Dones del canto. Cantar, contar, hablar: geotextos de identidad y de poder, Córdoba, Ediciones  del Copista.

[3] En: Correo Literario, Año III, N° 34-35. Los datos bibliográficos iniciales de R. Kusch han sido tomados de “Bibliografía de Rodolfo Kusch (1922-1979)” de Mary Muchiut, Graciela Romano y Mauricio Langón . En: AZCUY, Eduardo (comp.), 1989, Kusch y el pensar desde América, Buenos Aires, García Cambeiro.

[4] MATURO, Graciela, 1989, “Rodolfo Kusch y la flor de oro. Aproximación al sentido religioso de un pensador americano”. En: AZCUY, Eduardo (comp.), 1989, Kusch y el pensar desde América, Buenos Aires, Fernando García Cambeiro

[5] NOVALIS, 1965, (1ª. ed. 1953), Himnos a la noche y cantos espirituales (Estudio, versión y apéndice de Alfredo Terzaga), Córdoba, Editorial Assandri. Véase: “…quien abriendo por fin los ojos / midió la insondable / profundidad del cielo, / ese, Su cuerpo comerá / y Su sangre beberá / por siempre” (VII)

[6] NOVALIS, 1948, Los Fragmentos, Buenos Aires, El Ateneo: “Precisamente, lo que repugna en las partes orgánicas permite vislumbrar en ellas algo muy elevado”

[7] En: LOGOS, revista de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Año IV, N° 7, Buenos Aires, 1945.

[8] En: REALIDAD, Revista de ideas, N° 16, jul. /ag., Buenos Aires, 1947.

[9] El pensamiento colonizado lo induce a estar siempre  saltando los alambrados teóricos que le interponen sus fuentes librescas. Se planta ante los axiomas porque se le aparecen como representaciones ontológica y moralmente inferiores. Por supuesto, la paradoja es también la figura que subyace como un metalenguaje incesante en la obra de su maestro argentino Ezequiel Martínez Estrada.

[10] “Sociedad e individuo en la filosofía”. En: VERBUM,  revista del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras, UBA, Año XL, N° 90, Buenos Aires, 1948

[11] En ESPIGA, 1952-53. Reproducido en IDEA, Lima, 1954.

[12] KUSCH, Rodolfo, 1951, “Paisaje y mestizaje en América”. En: SUR, N° 205, Buenos Aires (algunos párrafos están incluidos en La Seducción de la Barbarie)

[13] KUSCH, Rodolfo, 1952, “Metafísica vegetal”. En LA NACIÓN, suplemento cultural, Buenos Aires, 4/V/1952 (incluido íntegro en  La  seducción de la barbarie)

[14] MARECHAL, Leopoldo, 1948, Adán Buenosayres, Buenos Aires, Sudamericana

[15] SCALABRINI ORTIZ, Raúl, 1973 (1ª. edic. 1948), Tierra sin nada, tierra de profetas, Buenos Aires, Plus Ultra

[16] MURENA, H. A., 1954, El pecado original de América, Buenos Aires, Ed. Sur

[17]Murena  sostiene que la capacidad profética de anunciar el nacimiento espiritual de nuestra comunidad alcanzó su realización  en la obra de cuatro escritores: Ezequiel Martínez Estrada, Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea y Leopoldo Marechal. Sin embargo, dos páginas después, excluye a Marechal  porque lo acusa de haberse entregado a la exterioridad  o  ajenidad. Esa entrega al movimiento popular, dice Murena, “la paga hasta convertirse casi en un triste suicidio”.

[18] KUSCH, Rodolfo, 1983, La seducción de la barbarie, Rosario, Editorial Fundación Ross

[19] DISCEPOLO, Enrique Santos, 1977, Cancionero, Buenos Aires, Torres Agüero Editor

[20] SIERRA, Luis A. y FERRER, Horacio A., 1965, Discepolín, el poeta del hombre de Corrientes y Esmeralda, Buenos Aires, Ediciones del Tiempo.

[21] SCALABRINI ORTIZ, Raúl, 1964 (1ª. edic. 1931), El hombre que está sólo y espera, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra

[22] Ernesto Sábato publicó entre 1945 y 1953 tres libros que exploran las zonas vedadas de la cultura ciudadana: Uno y el Universo (1945);  El Túnel (1948) y Heterodoxia (1953). Es notable su afinidad con Kusch en la búsqueda de formas  que expresen en toda su intensidad un pensamiento “herético”.

[23] Saúl Taborda, loado como prócer de la Reforma Universitaria, pero ninguneado como hermeneuta de la “sombra terrible” de Facundo que conjuró Sarmiento, rastreador del “genio facúndico” y creador de una pedagogía liberadora, es uno de los más profundos exponentes del pensamiento nacional.

[24] TABORDA, Saúl, 1941 (1ª. edic. 1933), La crisis espiritual y el ideario argentino,  Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, Instituto Social.

[25] BURCKART, Titus, 1982, Símbolos, Barcelona, Sophia Peremnis

[26] VAN LENNEP, J., 1978, Arte y alquimia, Madrid, Editora Nacional

[27]  BAJTIN, Mijail, 1994, La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de Francois Rabelais, Buenos Aires, Alianza Estudio

[28] Esto no lleva a considerar el papel, en nuestra historia actual, de las Madres y las Abuelas de Plaza de  Mayo. Dice León Rozitchner: “ Néstor Kirchner (…) inauguró -nada menos- una nueva genealogía en la historia popular argentina: “Somos hijos de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo”, nos dijo, abriendo los brazos de una fraternidad  perdida” En: “Un nuevo modelo de pareja política”, La Mañana de Córdoba, 25/03/2014)

[29] JUNG, C.G., 1950 (1ª. edic. 1936), El yo y el inconsciente, Barcelona, Luis Miracle Editor

, 1957(1ª. edic. 1944), Psicología y alquimia, Buenos Aires, Editorial Rueda

[30] KUSCH, Rodolfo, 1966, Indios, porteños y dioses, Buenos Aires,  Ediciones Stilcograf

[31] ASTURIAS, Miguel Angel, 1949, Hombres de maíz, Buenos Aires, Ed. Losada

,  1952, El Señor Presidente, Buenos Aires, Ed. Losada

[32] Cfr. ANONIMO, 1965, Popol-Vuh, Buenos Aires, Ed. Losada

[33] ASTURIAS, Miguel Ángel,  1957, Leyendas de Guatemala, Buenos Aires, Ed. Losada

[34] ASTRADA, Carlos, 1964 (1ª. edic. 1948) El mito gaucho, Buenos Aires, Ediciones Cruz del Sur

[35] ROJAS, Ricardo, 1960,  Historia de la Literatura Argentina, Los gauchescos, vol. I y II, Buenos Aires, Editorial Guillermo Kraft  Limitada

[36] GUGLIELMINI, Homero (comp.), 1947, Argentina en marcha, Buenos Aires, Comisión Nacional de Cooperación Intelectual. Algunos artículos: Juan Francisco Giacobbe: “La Argentina se expresa en la música”; Leopoldo Marechal: “Proyecciones culturales del momento argentino”; José Imbelloni: “La formación racial argentina”; Juan Oscar Ponferrada: “Orígenes y rumbo del teatro argentino”; Homero Guglielmini: “Hay un experiencia argentina de espacio, tiempo y técnica”; Carlos Astrada: “Surge el hombre argentino con fisonomía propia. Raíz, estilo y proyección del Hombre Argentino”.

[37] PARRET, Herman, 1995, De la semiótica a la estética. Enunciación, sensación, pasiones, Buenos Aires,  Edicial.

[38] En “Inteligencia y barbarie” (Revista CONTORNO Nº 3, setiembre de 1954) Kusch describe la apostasía de los intelectuales aunque vuelve a callar el fenómeno peronista. El artículo concluye con una contundente paradoja  en que la “bárbara seducción” nos acosa desde “los axiomas inteligentes”. Es esta pregunta retórica: “¿ Y no es esto, acaso,  lo que viene ocurriendo desde 1810 hasta, en el presente, en el que aún jugamos al juego amargo de una seducción de la barbarie a la que logramos, no ya ceder, sino ni siquiera analizar, porque estamos de espaldas a América, inmersos, todos, en una bárbara seducción de los axiomas inteligentes?”

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