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Por Jorge Torres Roggero

cruz en américa1.- La cruz en la cultura popular

El mes de los vientos. Hemos juntado cañas secas, las hemos “cruzado”, hemos armado barriletes de diversas formas y en la anchurosa playa ferroviaria hemos comenzado a remontarlos. De golpe, en medio de los churcales, se topan dos corrientes de aire. Rotan y se trasladan a la vez. Una columna animada cobra altura. Es un remolino. Viene del misterio del monte y zapatea en los guadales. Es la cola del diablo que se hace “viento que da vueltas” (huayra-muyoj). Su aliento levanta la ropa tendida sobre los poleos y hace “desparramos”. No queremos que nos toque al pasar y, entonces, para que tuerza su ruta y no nos haga “daño”, formamos una cruz con el pulgar y el índice derechos y clamamos: “¡Cruz diablo!, ¡Cruz diablo!, ¡Cruz diablo!” El trompo loco pasa y se desvanece.

No lo sabíamos, pero estábamos repitiendo un viejo rito y estábamos profiriendo un poderoso conjuro en que la cruz disolvía al diablo. El vínculo con el mal, quedaba desatado.

La cruz, milenario signo, es uno de los símbolos más presentes en nuestras tradiciones populares. Sobre todo, está presente en los seres y “enseres” cotidianos, en la casa y el pan.

Al fondo del patio grande, la higuera, de dañina sombra, ostenta, marcada sobre su tronco, una cruz. Todos saben que el árbol es refugio del Malo y que la Cruz, trazada en la corteza con un cuchillo, hará que el mal se escape de la planta.

Al atardecer, doña Flora, anciana y sabia, viene viniendo desde su ranchito agreste, rodeado de albahacas, romero, salvia, paico, cedrón, palán-palán, té de burro y otras  hierbas. Más allá, comienza el monte, la hierba del sapo, el poleo, lo chañares, un sinfín de plantas medicinales que receta a sus pacientes. Para cortar una planta o raspar una corteza, primero se ha hecho la señal de la cruz y luego ha recitado secretas plegarias para que el poder sanador se apodere de los yuyos humildes. Y si alguno de los chicos se ha empachado, ella mide el mal con el “centímetro” de tomar las medidas para la costura. Se “persigna” y, mientras con el codo va acortando la cinta, reza, sigilosa, antiguas plegarias. Y el empacho se cura.

Por la noche, la madre remoja levadura en agua tibia, la deslíe, la mezcla con harina, hace un bollo y, sobre el lomo, hace una cruz con el cuchillo y lo deja en reposo. Al otro día, amanece reventado por la cruz, “está florida”. Guarda un poco para otro amasijo y al resto le echa salmuera tibia, grasa derretida, más harina y agua. Soba la masa, la apuña, forma el pan y lo deja leudar antes de hornear.

Y qué decir del viejito Villagra. Cuando hay amenazas de tormenta de piedra y rayos, sale con el hacha, traza una cruz sobre el suelo y le echa sal y ceniza. Luego, alzando el hacha con el filo en dirección al cielo tormentoso, dibuja una cruz en el aire para “cortar” la tormenta. Claro está, antes de afilar el hacha en la vetusta piedra de amolar, se había hecho la señal de la cruz al tiempo que decía: “Hachita, hachita, hachita/ cortáme mucha leñita. / Dios y la Virgen/ te hagan bendita”.

¿Y las cruces de los caminos? En los carriles polvorientos que cruzan los montes aparecen las cruces clavadas en memoria de los fallecidos de “muerte repentina” o vencidos en un duelo a cuchillo cerca de algún boliche. Son cruces toscas, desteñidas. A veces, un tarro herrumbrado es un florero. Y el día de los muertos, aparecen velas encendidas, alguna corona con flores de papel “crepé” o ramos de flores mustias.

Antes de dormir, uno se “santiguaba” para defenderse de los terrores nocturnos y la señal de Cruz presidía el comienzo de toda actividad importante: el inicio de un viaje, de una gestión, de una tarea difícil o simplemente comer. ¿Quién no ha visto a futbolistas de distintos países, desarrollados o subdesarrollados, hacerse la señal de cruz al ingresar al campo de juego?

Se podrían escribir tomos sobre la presencia de la cruz en la vida del pueblo. Una de las primeras enseñanzas de una madre es la de “hacerse la señal de la cruz”. Persignarse es quedar marcado por un signo de redención, de liberación, por un poder capaz de enfrentar el mal y la muerte. Es sin duda, un rito de pertenencia cuya benigna eficacia depende de la exactitud de la acción y la palabra. Las formas erráticas pueden desatar fuerzas errantes, restos de dioses muertos, de energías negativas.

2.- El simbolismo de la cruz

En la señal de la cruz, lo numinoso y lo corpóreo, están combinados y en armonía. De dos líneas simples y un centro irradiante nació un símbolo completo. La cruz es, ciertamente, el más antiguo de todos, y se hallará en todas partes y en todo tiempo, antes de tener relación con su exaltación tras el advenimiento del cristianismo.

El símbolo de la cruz, uno de los más extendidos en la historia de la humanidad, abarca ámbitos aparentemente disímiles: judeocristianos, egipcios, chinos, celtas, africanos. Está probado que, en nuestra América, de norte a sur, la cruz tenía vigencia, con distintos significados, antes de la llegada del cristianismo.

René Guenón, en El simbolismo de la cruz, estudia la cruz como un símbolo básico de orientación y como clave secreta de la ubicación del hombre en el mundo. El punto de cruce de los travesaños es figura de la “unio contrariorum”, dos direcciones antagónicas que, al conjugarse, superan los opuestos y los integra como complementarios. Estos “cruces” se pueden dar en distintos niveles: espiritual, síquico y corporal. La cruz es una unidad básica fundamental y cifra de un modo de pensar integrador. El cristianismo popular católico (de los cabecitas negras), con rezos, ritos y supersticiones se mestiza con las creencias de los desheredados de las culturas originarias.

Samuel Lafone Quevedo, en el prólogo de La cruz en América, de Adán Quiroga, da cuenta de una construcción en Fuerte Quemado, Valle Calchaquí, con forma de cruz, guardada por precipicios a los tres costados y con una única entrada, una garganta casi imposible de sortear. Son cuatro paredes que se levantan dejando un espacio en cruz entre ellas, sin valor utilitario alguno, porque apenas dan paso a un cuerpo.  ¿Señalaban las horas del día, los solsticios y equinoccios, o esa ruina en cruz era un intihuatana o trampa para cazar al sol?

En la alfarería calchaquí la figura del sapo con la cruz en el cuerpo es la insignia de una divinidad acuática. Es una escritura sagrada. De ahí la leyenda riojana del sapo como Señor del Agua (cfr. Joaquín V. González), o los relatos enigmáticos del sapo y el suri.

En la cultura popular el sapo es un gran mago, es el llamador de las nubes, el crucificado sobre una cruz de ceniza para que haga llover. Eso no obsta para que se le pueda demandar que le haga algún daño a determinada persona. Sucede también con la señal de la cruz y no es el objeto de estas líneas. De todos modos, queda clara la doble cara de los signos (“señales”) y cómo su uso puede, con intención y sin ella, despertar fuerzas negativas y dañinas.

La cruz puede manifestarse de numerosas formas. Para nosotros las más comunes son la cruz latina, la cruz griega, la cruz de San Andrés y la Tau, última letra del alfabeto hebreo que en la más antigua y simple grafía tenía forma de cruz.

La idea de que la señal de cruz “sella” y salva al oprimido es de raíz bíblica. Al episodio más conocido lo encontramos en Ezequiel 9. Al profeta se le aparecen siete hombres. Seis esgrimen azotes o instrumentos de castigar: son verdugos. El séptimo viste de lino y lleva una cartera de escriba en la cintura. Un voz le ordena: “Pasa por la ciudad de Jerusalén, y marca una Tau en la frente de los hombres que gimen y lloran por todas las prácticas abominables que se cometen en medio de ella”.

Los verdugos avanzan. No deben perdonar a nadie: “Matadlos hasta que no quede uno”. Y deben comenzar por el santuario, por los sacerdotes: “Pero al que lleve la Tau en la frente no lo toquéis”. Es un castigo purificador que dejará un resto pobre y humilde.

Sellar, marcar, es familiar en la Biblia y en la vida misma. Desde la más remota antigüedad el “sello” es una forma o símbolo de la persona. Por un lado, lacra, para cerrar un secreto; por otro, atestigua, confirma, comprometiendo el testimonio del poseedor.

Se sella la piedra para hacerla inviolable: la roca del sepulcro, el abismo donde se arroja a Satán, un texto de alianza, una sentencia real. La “señal” indica pertenencia o posesión. Un rollo sellado solo puede ser leído por quien ha sido elegido para develar el texto. Una fuente, un jardín, un recinto sellados prohíben el acceso a toda persona no cualificada. Un sello puede ser un anillo o pendiente del cuello. También puede ser una tatuaje. “Uno escribirá en su mano: De Yahvéh y se llamará Israel” (Is.44,5). El tatuaje también puede expresar el amor de Dios a su pueblo: “Míralo, en la palma de mis manos/ te tengo tatuado” (Is.49,16). La circuncisión, asimismo, es sello de la alianza de Abraham y en el Cantar de los Cantares (8,6) la presencia y abrazo del esposo sellan el amor.

La Cruz (la Tau) es el sello de Dios, significa su dominio y es garantía de reconocimiento y protección. Los confirmados en su fe ya no se pertenecen a sí mismos, ni al pecado. Los justificados han recibido de manos de Dios por su enviado (el Cristo) la seguridad de la salvación.

Claro, no olvidemos que los símbolos tienen su lado oscuro. En el Apocalipsis nos abruma el sello de la Bestia (Ap. 14,9; 13,16;16,2; 19,20;20,4). La Bestia sella por seducción engañosa, por chamuyo, por apremio prepotente. Dios sella en la paz y la libertad de una elección eterna.

En la historia, el juicio (la crisis) es permanente. El castigo no es un exterminio. La misericordia siempre deja un resto pequeño (los marcados con la Tau) que purificado en la prueba forma un pueblo no entregado a la idolatría del dinero y al poder como fuerza explotadora. Con él renueva su alianza que nunca se rompe.

Cristo, su misterio, es el centro de la historia y por eso no hay castigo definitivo, exterminador. La Cruz cristiana es la locura de la misericordia. Es un suplicio, pero también un símbolo que nos revela el rostro de Dios, el final del camino. Prenda de salvación, nos recuerda que son bienaventurados los pobres.

Llegamos así a Megafón o la guerra de Leopoldo Marechal. Tomaremos un breve fragmento para adentrarnos en la contemplación (“templum”) de la sabiduría que encierra la señal de Cruz. El correntino Berón, humilde ayudante en un remolcador de nuestro limoso estuario, marca sobre su cuerpo la señal de la Cruz y desata un viaje metafísico.

3.-Metafísica de la Cruz

Samuel Tesler va en busca del piloto Coraggio (coraje:cor:corazón) y del remolcador en que guardaba su Biblia “cuando el mundo era joven”. El remolcador, el “Surubí”, es el que transportará a Megafón a su destino trágico.

En Marechal, el surubí es un poderoso símbolo del regreso desde la multiplicidad a la unidad, a la fuente de la vida, a “la infancia de su río”: “El surubí le dijo al camalote/ no me dejo llevar por la inercia del agua./ Yo remonto el furor de la corriente/ para encontrar la infancia de mi río”. Es un retrógrado, pero no un oscurantista: marcha de la oscuridad hacia la luz.

Instalado en el remolcador, Samuel Tesler, Jonás II, pregunta: “¿Hay entre ustedes alguno que todavía sepa trazar el signo de la cruz en su carne bautizada?” El ayudante Berón, desde la parrilla en que prepara un asado, contesta: “Yo”. Y llevándose a la frente su derecha nudosa, recitó: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

El antiguo gesto es el que sirve de soporte para una contemplación metafísica que no voy a comentar. Sólo incito a seguir el consejo de Marechal: “Que todos han de pescar/ según anzuelo y carnada”. Samuel va a exponer quién es el Otro. Pasemos al texto pelado.

“Cuando ese noble correntino (lo descubrí en su tonada) nombró al Padre con la mano en la frente, lo nombró en la parte más excelsa del hombre, vale decir en su región intelectual y en la zona debida. Porque, nombrando al Padre, nombró al Ser Absoluto, a su divino intelecto y a la suma de sus posibilidades ontológicas en estado de “no manifestación”. ¿Entienden?

Ahora bien, para que las posibilidades ontológicas del Padre se manifiesten, es necesario que su Verbo interior, el Hijo, las “pronuncie” distintamente y las haga descender a los planos existenciales donde se han de manifestar. Por eso el ayudante Berón, al nombrar al Hijo, ha trazado una vertical en descenso desde su frente hasta su ombligo, atravesando todos los plexos horizontales de su humanidad. La obra estará consumada no bien el Espíritu Santo, en movimiento generativo, la desarrolle según la horizontal de la “expansión”. Y ya vieron cómo el hijo de Corrientes, al nombrar al Espíritu Santo, trazó una horizontal que fue desde su hombro izquierdo hasta su hombro derecho. ¡La Creación ya está concluida! El mundo existe, yo existo, ustedes existen: ¡aleluya! ¿Está claro ahora?”

Lo que acaban de leer, es un fragmento de la Cosmogonía del correntino y, con todo derecho, pueden responder como los tripulantes del “Surubí”: “¡Como la tinta!”

Los sacamos, entonces, de la tinta y los llevamos a la cruz en la historia. Leamos juntos esta estrofa de “Didáctica de la Patria”:

“Somos un pueblo de recién venidos./ Y has de saber que un pueblo se realiza tan solo/ cuando traza la Cruz en su esfera durable./ La Cruz tiene dos líneas: ¿cómo las traza el pueblo?/ Con la marcha fogosa de sus héroes abajo/ (tal es la horizontal)/ y la levitación de sus santos arriba/ (tal es la vertical de una cruz bien lograda)”.

Ahora bien, Marechal, salmodiante de un tiempo nuevo, se aferra al Verbo, al Cristo, como “a un barril flotante”. Dejamos para su “consideración” (consultar los astros, “sidera”) estos fragmentos de “El Cristo” y sus enigmáticas “llanuras de plata”(argentina):

“El Cristo es el oro que vuelve,/ pisando llanuras de plata./ Ya está en el centro, tú con Él, hermano:/ Ya cuelga de la cruz y tú con Él./ Y en un jardín plantado hacia el Oriente,/ un árbol ya recobra su despojo.(…) El Cristo es un teorema demostrado./ Yo lo veo en la cruz, Hombre Total:/ desde sus pies hasta su frente, asume/ toda la Creación en los tres mundos./ Sólo un dios puede ser crucificado: su madre lo buscaba entre las tumbas. (…) Yo lo miro en la cruz, y tres mundos lo ven,/ dulce y escandaloso para siempre:/ a su derecha el sol, a su izquierda la luna,/ y en el fondo una noche de cabeza de cuervo./ Espinas de su frente lo hacen rey:/ es el Rey Muerto ahora, y en seguida es el Fénix/ de la resurrección y el buen oro logrado./ Su madre lo buscaba entre las tumbas:/ no lo encontró, ¡aleluya!”

¿Estamos metidos en un laberinto? En Marechal, no dejen de observar las palabras en mayúscula o entre comillas. La cruz es un simbolismo de orientación y los argentinos hemos perdido la “orientación”, el rumbo, nos hemos olvidado para dónde íbamos. Dejo una última referencia de Marechal a la cruz . Son estos versos de dura cáscara. A veces hay que romperse los dientes para desentrañar un símbolo: veamos “Palabras al Che”:

“¡Oh, Che, no soy yo quien ha de llorar sobre tu carne derrotada!/ Porque otra vez contemplo una balanza ya puesta en equilibrio/ por tu combate último./ Y frente a esa balanza, diré a tus enemigos y los nuestros:/ “Han hecho ustedes un motor inmóvil de un guerrero movible”./ Y ese motor inmóvil que alienta en Santa Cruz/ ya está organizando el ritmo de las futuras batallas”.

Hasta aquí Marechal. Ahora los invito a incursionar en unas coplas caseras.

4.- Coplas de la Santa Cruz

En 1984, la Secretaría de Cultura de la Municipalidad, para Semana Santa, publicó una serie de poemas (de poetas de Córdoba) alusivos a la festividad religiosa. La edición consistía en plaquetas y afiches ilustrados y diagramados por un artista cordobés. Mi poema llevaba una relevante  imagen de la iglesia de la Compañía de Jesús: era una pluma de Carlos Herrera. La iniciativa fue del Dr. Aldo Guzmán, amigo desde los buenos tiempos de la Facultad. Nuestras diferencias políticas no fueron obstáculo para que me invitara a participar. La recobrada democracia tenía su pascua florida. Aquí van mis “Coplas  de la Santa Cruz”:

COPLAS DE LA SANTA CRUZ

Antiguos ritos de madre

la dibujan sobre el pan,

o sobre la mesa pobre

si se derrama la sal.

¡Cruz diablo!, gritan los chicos

si el remolino echa a andar,

y el diablo esconde la cola

y se esfuma en el tunal.

La viejita se persigna,

mide con su codo el mal,

y el empacho retrocede:

basta con esa señal.

Toda la vida del hombre

cabe en el gesto ancestral:

grito del que viene al mundo,

silencio del que se va.

Santa Cruz, carga liviana,

que nadie quiere cargar:

Arbol Santo cuyo fruto

es comida, encuentro y paz.

 

Jorge Torres Roggero

Córdoba, 17 de jul. de 18

 

ALGUNAS FUENTES BIBLIOGRÁFICAS INTERESANTES:

Biedermann, Hans, 1996, Diccionario de símbolos, Buenos Aires, Paidós.

Cooper, J.C., 1988, El simbolismo. Lenguaje universal, Buenos Aires, Lidium.

Ezequiel, 9: 1-11

Faro de Castaña, Teresita, 1985, De Magia, Mitos y Arquetipos, Buenos Aires, Editorial de Belgrano.

Guénon, René, 1987, El simbolismo de la cruz, Buenos Aires, Ediciones Obelisco.

                       , 1993, Esoterismo cristiano, Buenos Aires, Ediciones Obelisco.

González, Joaquín V., 1980, Fábulas nativas, Buenos Aires, Kapelusz

Koch, Rudolph, 1980, El libro de los símbolos, Buenos Aires, Betiles.

Ochoa de Masrramón, Dora, 1966, Folklore del Valle de Concarán, Buenos Aires, Luis  Lasserre Editores

Marechal, Leopoldo, 1970, Megafón o la guerra, Buenos Aires, Ed. Sudamericana

                                 , 2014, Obra poética, Buenos Aires, Leviatán.

Quiroga, Adán, 1977, La Cruz en América, San Antonio de Padua (Bs.As.), Ediciones Castañeda.

Rojas, Ricardo, 1907, El país de la selva, París, Garnier Hermanos.

Triviño, Hna. María, OSC, 1980, La Tau, signo de salvación, Valencia, Librería San Lorenzo

Viggiano Esain, Julio, 1968, Los trabajos del bosque. Zona obrajera cordobesa, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba.

por Jorge Torres RoggeroLuis de Tejeda y Guzmán

En 1980, se nos encomendó la selección de algunos textos de Luis de Tejeda en su tricentésimo aniversario.[i]Como primera constatación, surgió la necesidad de desaprender: se astillaron viejas certezas acerca del culteranismo o conceptismo (manierismo) de nuestro primer poeta. No porque dichos estilos se excluyeran de la obra (constituían el discurso cristalizado de su época, era imposible no escribir así) sino porque, al ser trascendidos, concluyeron por no ser lo más significativo.

Descubrimos de pronto que la clave interpretativa de Tejeda no descansaba en una cuestión solamente retórica, sino de sentido. En efecto, algo más que mera escritura (dimensión de lo estrictamente mensurable) era el misterio de una vida inserta en un destino individual, pero también familiar, comunitario, cósmico y, por fin, escatológico. De tal modo, el registro dominante no era, ciertamente, el literario, sino el religioso (sagrado).

Por otra parte, el Libro de Varios Tratados y Noticias, (utilizamos el manuscrito anotado por Furt[ii], ya denunciaba en su título el carácter predominantemente medieval de sus enunciados. En efecto, a pesar de ciertas apariencias, se trata de una historia de salvación («historia salutis»). Las leyes que organizan el texto no corresponden a ninguna causalidad profana (organización metonímica), sino más bien a una simple y decepcionante ejemplaridad, es decir, a un discurso prosopopéyico. Como afirma Luiz Roberto Alves: «La voz, los gestos y las cosas que hace el pueblo son una prosopopeya y su lugar está en la calle en medio del remolino (…) La prosopopeya es también un discurso vehemente y repentino por el cual llegamos al corazón de nuestras contradicciones: hablan los mudos, saltan los cojos, gritan los muertos, los tristes se alegran, se fortalecen los débiles. Es la temática de lo imposible hecho posible, o de lo desechado que se vuelve útil.»[iii]

No es, entre otras cosas, aventurado, considerar a Tejeda el primer «gaucho matrero» de nuestra literatura. Como Martín Fierro, debió largarse a las «sierras» para escapar de sus perseguidores: «…y abrió las puertas y vio entrar por ellas un hombre que más parecía salvaje; porque, aunque el talle y la disposición y edad eran de un mancebo briosso y bizarro la crecida y desgreñada melena y barba y el asseo de su persona mostraban que venia de havitar los montes; su lenguaje feo, rustico y placentero daba a entender que alguna mala fortuna le tenia en aquel estado». Como Fierro, el mozo era cantor: «saco de debaxo del brazo un discantillo (guitarrillo o ¿charango?) y le tenplo»: cantó, entonces, romances y habló de haber vivido entre indios barbados (p.80-81). Luego fue a la ciudad y se hizo lego: se libró así de la Justicia Real. Muchos reputan que este «mancebo briosso» era el propio Tejeda; si no lo era, el episodio nos anticipa el «gaucho malo» o matrero.

Según Furt, Tejeda, que «vistió el hábito de los predicadores», no desatendió sin embargo sus bienes «ni evitó las escapadas de viejo andariego y callejero por la ciudad y los ancones; pero fue desprendiéndose poco a poco de las cosas materiales y creciendo en espíritu». Fray Luis no fue sacerdote, sino «el más oscuro e ignorante lego» (Genealogía) o a lo mejor sólo «novicio estudiante»(Furt) con libertad de entrar, salir y disponer de sus bienes. En ese contexto vital, su obra nos habla acerca de un destino que se realiza sobre una «patria terrestre» (Babylonia) y en vistas a una «patria celeste» (Jerusalén).

Ricardo Rojas tituló a la obra de Tejeda, Peregrino en Babilonia y Enrique Martínez Paz, Coronas Líricas: dos títulos arbitrarios, pero no ayunos de sentido. La «corona de Rosas del Rosario Santísimo» predica una estructura circular cuyo recurso retórico es la redundancia, propia del símbolo. Siempre se vuelve al mismo «nudo ciego» o Centro, que es, a la vez, absolutamente otro. Es la expansión de una historia sagrada que comprende muchas historias profanas. Tal el elemento unificante de los variados asuntos que se desenvuelven en la obra. Sólo un título: Libro de varios Tratados y Noticias podía enhebrar los misterios del rosario, el romance de su vida, el «Fénix de amor», «Al Niño Jesús», con la relación de la fundación del convento de las carmelitas descalzas, la vida de Santa Rosa de Lima y, además, la historia de Córdoba y los Tejeda.

El carácter medieval deviene precisamente de la concepción de «libro». En efecto, resulta vano el empeño de ajustar el Libro… a las exigencia de la simplificación positivista ( o estética cartesiana, según la exacta expresión de María Rosa Lida[iv]): «Dios se revela en el mundo, que es su obra, y en la Biblia, que es su palabra; a ejemplo del Libro Santo, creación gemela del mundo, todo libro es en cierto modo símbolo de lo real, y ha de reflejar la diversidad de la obra divina acogiendo a sus divergentes manifestaciones como otros tantos valores positivos e imprescindibles, ya que todos existen en la hechura de Dios. Por eso el libro medieval encierra entre el «íncipit» y el «éxplicit», categorías cuya sola vecindad es una contradicción para el concepto moderno (…) La serie infinita de la creación, aunque toda de signo positivo, se ordena con respecto a su Creador en una escala que va del goce vital a la renuncia ascética…». En Tejeda, el «íncipit», comienzo de «peregrinación tan larga» es Babylonia; y el «éxplicit» o la «montaña piramidal» es la Ciudad Celeste (Paraíso).

 Babilonia es el símbolo del suceder en tanto manifestación contingente del Centro Eterno (Jerusalén/Ciudad Santa). Babylonia, patria terrestre, Córdoba, es, entonces, multiplicidad y laberinto: «La ciudad de Babylonia/aquella confusa patria/encanto de mis sentidos, /laberinto de mi alma»(p.23).

En sentido iniciático la ciudad, recinto cuadrado, es un mundo denso, material, a través del cual se producen los movimientos evolutivos e involutivos del espíritu.[v] Y ese carácter simbólico,»entrada y salida» del mundo de la materia, está claramente designado en el texto: a) es caos («confusa patria»); b) es hechizo («encanto de mis sentidos»); y c) es prueba («laberinto de mi alma»).

 Todo el libro resulta así un camino iniciático o laberinto que sólo puede ser interpretado en su integralidad desde la estructura de lo real manifiesto en los símbolos que reconstruyen todos los aspectos de la obra incluso el meramente literario. Anotemos estos dos elementos: a) la relación Córdoba/Babylonia; 2) el simbolismo iniciático.

Babylonia, paradigma fundamental de nuestra cultura para significar la multiplicidad y la dispersión, encarna y se vivifica en Córdoba. Así Tejeda es habitante de este «pago» y habitante del «universo» al mismo tiempo.

 Tanto Rojas como Martínez Paz y Furt insisten en el carácter libertino de la Córdoba criolla del S. XVII. Rojas asegura que: «Basta recorrer los procesos de la Inquisición, para ver qué sensualidades acusaban los comisarios del Santo Oficio a obispos como Victoria, Cárdenas o Mercado, y de qué horrendos pecados eran acusados los frailes o los padres de la Compañía. Sacrilegios continuos, adulterios, hechicerías, concubinatos, poligamias horrendas…Se acusaba a los ministros del culto de haber solicitado de amor a sus hijas de confesión o comunión, y hasta de haberse amancebado con ellas. Si esto hacían los clérigos, puede imaginarse lo que hacían los civiles en sus encomiendas».[vi] Martínez Paz, por su parte, asegura: «La vida corría, pues, entre ceremonias de culto, los aprestos de guerra, las intrigas, los crímenes y los devaneos galantes».[vii]

Furt, por último, cuenta cómo en 1615 el Cabildo celebra la construcción de acequias porque así cesan las indias y negras de acarrear agua del río a donde van » a todas horas de la noche» y se juntan con sus «gayines». En 1612, conturbaron a todos unas danzas que se habían introducido. Concurrían allí indios e indias; y sin reparar en la mezcla «mozos mestizos y españoles, holgazanes, querían entrar a las fiestas». Por fin, ya en 1594, Barzana le contaba al Rey: «Mucha gente de Córdoba es dada a cantar y bailar. Y después de haber trabajado todo el día bailan y cantan en coros la mayor parte de la noche». La cultura popular, a su vez, crea ciertos géneros literarios. Según el P.Grenón, preocuparon a las autoridades. «Versos,libelos y cantaletos», eran llamados y, al mismo Abreu,en la prisión, «dábanle cantaletas de pesadumbre y desvergüenza»[viii]

Allí en Babylonia/Córdoba encarnó Tejeda, el peregrino: «Su libre albedrío le doy/llévele consigo, y vaya/peregrinando la tierra/de Babylonia su patria. /Puesta pues mi libertad/ en esa anchurosa plaza/ de Babylonia; empecé/ mi peregrinación larga»(p.27).

El Hacedor estaba en el principio, en el centro de su alma: «Estaba el sumo Hacedor/mi padre, y primera causa/ diciendo de esta manera/en el centro de mi alma»(p.25). Pero ahora está encarnado, tiene de sus padres la «materia vil y baja» y ha sido dotado para vencer las pruebas: «El querer o no querer/será su dicha o desgracia».

Consideremos, entonces, el carácter iniciático del peregrinaje de Tejeda. En primer lugar, llamamos la atención sobre una principalísima marca: las referencias a figuras celestes propias de la astrología. Según Martínez Paz, las alusiones al zodíaco coinciden con la fecha de su nacimiento: “al tiempo que el sol pisaba/la cola del Escorpión/ y él le miraba con rabia»(p.23).

Furt supone que, a Lope de Vega, aficionado a los horóscopos, adeudaba Tejeda las alusiones astrológicas (p.24). Sin embargo, páginas más adelante (299) Furt registra un acta del Santo Oficio. Es una denuncia de Diego Fernández Salguero. Cuenta que, cierto día, estaban reunidos en el Portal de Valladares, frente a la plaza, el capitán Luis de Tejeda, Juan de Tejeda, Gabriel Tejeda y otras personas que no recuerda. Llegó entonces Molina de Navarrete con un papel entre sus manos. Luis de Tejeda lo tomó entre las suyas, leyó el título y explicó que «decía memoria o razón a lo que se quiere acordar de los días aciagos de todos los meses y de todos los años» y aun de toda la vida. Y hasta consignó que ese jueves veinte (abril,1656) era uno de los que en tal papel estaban apuntados como aciagos. Luego entregó el papel a D. Gabriel de Tejeda. Cuando este lo recibió el denunciante se levantó de la conversación y los dejó en el portal.

Este documento prueba la circulación de escritos con predicciones astrológicas y no faltan autores que hablan de un plano zodiacal de Córdoba y de una «orientación» según un calendario sagrado cuyo ritmo obedecería al vector celeste de la festividad de la Inmaculada Concepción.[ix] No es casual, por lo tanto, que el Libro de Varios Tratados y Noticias se inicie con una alabanza a Inmaculada: «Hoy Córdoba Virgen Pura/y su estado irregular/voto de religión hace/a vuestra limpia verdad»(p.3).

Narra en un romance el acatamiento de las diversas jerarquías y órdenes religiosas, la Alcaldía y los hijosdalgo a la bula de Alejandro VI sobre ese misterio religioso. Pero a la caballeresca fiesta sucede: «festivo aplauso de devoción popular». No relata la fiesta seguramente por su carácter orgiástico, aunque le recuerda a la Virgen que «ninguno os quiere mal». Es que el exvoto comunitario, la fiesta, es el símbolo mayor de la creación popular, «es un ritual en búsqueda de identidad» (cfr. Alves, p.134): «Y así estas letras y versos/con humildes pies se van/hasta parar en los vuestros/como arroyuelos al mar». Asegura Tejeda que «con tal estrella» entró en la religión dominicana: «porque de Dios también voz/la voz del pueblo se llama». Tiene especial devoción a la Natividad de María (8 de setiembre), compone un himno con la genealogía de la Virgen, “El Árbol de Judá”, donde quiere referir «el pobre y espinoso rosal que engendró a la Divina Rosamaría, Madre de Jesús».

Es el tradicional símbolo de la «rosa entre espinas» germinando en América. En el día de la Natividad es librado de su primera cautividad. No es ajeno, por lo tanto, a la estructura argumental, el poder de los nombres y los números sagrados. Nótense las siguientes correspondencias: cinco letras del nombre de María («sinco rossas hermosísimas»); cinco azucenas de Santo Domingo Soriano, cinco llagas de San Francisco, cinco misterios del rosario (peregrinaje desde un centro para retornar al Centro) y, por lo tanto, el poder de esta antífona quinaria («de sinco dicciones todas de sinco letras»): «In PROLE, Mater; in partu, VIRGO; gaude, VIRGO MATER». En otras palabras, es la verbalización de lo que considera un poderoso pentaclo. No en vano el códice Cabrera asegura que Tejeda poseía gran conocimiento de la ciencia y la poesía sagrada. Sólo dentro de este contexto se entiende el poema «Fénix de Amor». El fénix, ave que renace de sus cenizas, es, según una antigua tradición cristiana, símbolo de la resurrección y de la virginidad de María. En caso de ser referido a San José, la Virgen asume el simbolismo del fuego que es muerte y vida del ave mítica (Furt, p.102 y sgs.). Y el fuego es la rosa.

La Virgen, o la mujer en su aspecto mediador y liberador es la conductora del converso pecador. Su nombre es un poderoso talismán, pleno de significados y fuerzas escondidas: «Haciendo la salva al dulcísimo y suavísimo nombre, con todas las profecías y misteriosas sombras y figuras con que, por todos los siglos fuiste, eres y serás venerada y aclamada».

Cuando se convierte y es desatado de alguna de sus «captividades» (muerte iniciática, nuevo nacimiento) comulga en la iglesia de las carmelitas descalzas, con el Niño «en el pobre y miserable pesebre de su pecho» y prorrumpe en «soliloquios» que después escribió y cantó. Se deduce, pues, un viaje «ad intra» (soliloquio); un viaje «ad extra» (escribió) y una dimensión comunitaria (cantó). Los misterios dolorosos serán corona lírica de espinas: el cuchillo «mudo y elocuente» es paradójica bandera que el devoto ha de seguir. Narra también la historia de la Virgen Rosa (Rosa de Lima) y su corona de tres guías con treinta y tres púas cada una, que Juan Larrea relacionó con el simbolismo general y último de América. A Rosa exalta Tejeda con su famoso y enigmático soneto y con estas redondillas: «Oy la América se goza/ de ver trocada en estrella/ luziente del cielo y Bella/ la que en sus campos fue Rossa”. (p.179)

  En provincia «verde y espinosa» encarnan los simbolismos universales. La mujer «terrestre» que aparece en sus aspectos tentadores de madre, hermana, esposa y amante (cuando no ciudad y agua), manifiesta su lado interior «celeste» como Guía (Anfrisa en sueños; la esposa: «Yo con ansia amorosa de seguilla/ forzexando entre el sueño, o maravilla!”). Además, Santa Teresa, Santa Rosa y, sobre todo, la Virgen María. En el laberinto acecha también el lado oscuro y devorador de la mujer. Circe, las sirenas, llaman al peregrino para devorarlo.

 Circulan los encantamientos de Circe, la hechicera que hizo titubear a Ulises: «Las Circes encantadoras/ Babylonia de tus plazas/ ya no con tanta violencia/ mi inclinación arrastraban, / el canto de las syrenas/ por tus márgenes y playas/ entraba por mis oídos/ mas llegava asta el alma».(p.57)

 Casandra, como Cibeles, es sustancia universal indiferenciada, atracción, fuerza. En la cárcel, lucha con su hermano porque «cada cual entendía que era el dueño de su alma»(p.37). Toda esta energía femenina negativa es metaforizada como remolino, turbión, pozo, abismo, remansos, locura extraña, sueño. Es lo inconsciente, lo que atrae, arrastra y siempre está vinculado con el «Babylonio río» (nuestro Suquía), lugar de «pecado» según hemos visto:

                                               «con un turbio remolino

                                               me trasladó a sus entrañas»(p.41)

                                               «en una frágil canoa

                                               por tus remansos me andaba»(p.41)

                                               «Y un recio turbión de vientos…»(p.41)

                                               «un uracán se levanta»(p.51)

Con «las potencias ligadas a un grave sueño» (recordemos «el primero» de Sor Juana), bajo un árbol de centro oscuro («cuio centro ni el sol baña») cae en el encantamiento de Circe. Hay avisos: primero, «el ronco trueno»; luego, un «relámpago beloz», y por fin, el rayo, «quel mundo pasma»; pero nada puede apagar el «incendio», o «brasa» o «fuego burlesco» (rojo) del pecado, sino la muerte. Llega a requerir a su amante recién confesada y comulgada, en la iglesia, en pleno ritual y con la ceniza del miércoles santo en la frente. Ni a Jonás, que, vomitado por la ballena, predicó en Nínive, hubiera escuchado.

El pecador está perdido en el laberinto de Babylonia. Es difícil salir. Atrae como el abismo y por eso es símbolo de la caída del espíritu; pero también predica la necesidad de buscar un Centro, de recorrer el laberinto y es, entonces, símbolo de la peregrinación a Tierra Santa. Ahora la mujer opera como guía: «…y a la imagen/ de Teresa soberana/ obsequiosos le pedimos/ que (ya su) intersession sancta/ el torzar fuese de oro/ y ella hermosa Ariadna/ en el ciego laberinto/ de nuestras vidas amargas».(p.55) El peregrinar es un acto penitencial, un andar por un «piélago de zarzas»: «Y assi de un verde sauco/ a la sombra siempre infausta/ me senté a llorar despacio/ sin saber por que lloraba.»

Entra entonces, no ya en el «primero sueño», sino en un «profundo sueño» que con «peresosas alas» lo llevó del «aire en la región alta»: «De allí miré por Zenith/ subir de la tierra baxa/ un monte piramidal/ a la fábrica estrellada/ y una blanda voz me dixo/ al oido, con subtil aura,/ aqueste monte que miras/ es la ciudad de Dios Santa./ Lo demás es Babylonia/ que pregrinando andas/ desde el Arcturo; al Cruzero/ y al ocaso desde el alva»(P.77).

Zenith, una zona o punto axial por donde se pasa de lo espacial a lo no/espacial, de lo temporal a lo no/temporal.

 En otra de las «captividades» vemos a Córdoba/Babylonia por dos veces inundada (hasta el futuro emplazamiento del Dique San Roque queda consignado, según algunos: «Esta canal y provida compuerta/ no mas desde el un serro al otro abierta/ la soberana Providencia puso…»p.280): «El mestizo torrente circumfusso/ que si pasara con sus libres olas/ a esta mi Babilonia decantada/ en dos horas quedara aniquilada».

 El carácter epifánico se patentiza también por la irrupción constante del milagro en lo contingente (en la familia Tejeda, en Saldán, en Córdoba, en Santa Rosa de Lima, en la Historia Sagrada).

            Por último, señalemos ciertas acciones rituales de carácter iniciática: a) la aparición de un misterioso duende o espíritu elemental («lisonjero etíope», «negrillo enano»); b) la ayuda sobrenatural («religioso pequeño/ anciano no, mas venerable»), y c) las ya enunciadas «pequeñas muertes» (aquí llamadas «captividades»).

Deberíamos insistir aún en el aspecto de «historia salutis» del Libro de Varios Tratados y Noticias que implica: a) una historia sagrada (historia de salvación a través de los misterios del rosario: encarnación, crucifixión, resurrección; b) una historia de la comunidad (Córdoba, carmelitas); una historia familiar (los Tejeda); una historia individual (Fr. Luis).

Toda historia individual será sólo un aspecto contingente, profano, de la historia sagrada universal y abarcante.

 Podríamos ampliar estas profusas señales, pero ante la imposibilidad de entrar en más detalles, y aún a costa de ser mal interpretados, hemos preferido lo más evidente y de más fácil acceso.

Si, por lo tanto, resulta insuficiente el aspecto puramente literal, así como el estrictamente literario, se comprenderá lo apasionante que puede llegar a ser el intento de desatar los nudos interiores de este tejido (texto) mágico.

La lectura que proponemos puede facultarnos  para ligar ciertos hiatos en la literatura argentina y para establecer ricas conexiones, por ejemplo, entre la obra de Tejeda y La Argentina de Barco Centenera. También allí lo «milagroso» se constituye en epifanía de «lo sagrado» que signa la realidad cotidiana. En otras palabras, por ellos sabemos que el territorio de la Patria no termina donde termina la vanidad del guerrero o la riqueza del comerciante, sino que posee, realmente, dimensiones que hemos olvidado.

 Tras el rastro de Tejeda y Centenera, no es difícil que nos internemos, siempre que seamos capaces de sortear «la falda de zarzas espinosas», hacia los sitios «más altos y eminentes». Como el fraile cordobés no nos sorprendamos si, en un «humilde Saldán», encontramos «el dicho centro de nuestra peregrinación».

Como es fácil advertir, a esta altura, hemos pasado definitivamente del «nos» aséptico del expositor, a un «nuestro» que implica al sujeto.

Juan Larrea,[x] en virtud de un pasaje consciente de la «verdad lógica» hacia una «verdad poética», estudiando a Rubén Darío con su «música de ideas» y su busca del «ser cultural», recuerda el uso simbólico dado por el nicaragüense -Mitre mediante- a un famoso terceto de Dante. Es aquel que versa sobre la montaña del Purgatorio, «cuando puso su mente en el otro polo y vio las cuatro estrellas que sólo fueron avizoradas por los primeros hombres». Nuestro escritor-astrónomo Martín Gil, como Mitre y Darío, asegura, con razones científicas esta vez, que se trata de la Cruz del Sur (o Cruzero, según Tejeda).[xi]

La Ciudad de la Paz, la Nueva Jerusalem, la Ciudad Cuadrada del Apocalipsis bajaría (según esta «verdad poética») o estaría ya en secreta construcción en América del Sur. Sarmiento le dio el nombre de Argirópolis, Marechal la imaginó en un lugar misterioso del interior y la bautizó Cuesta del Agua, Daniel Moyano y Héctor Tizón andan buscando una copla perdida que oculta la orientación verdadera. Nuestro Luis de Tejeda asegura que el «monte piramidal» de la Ciudad Sancta se eleva en un cerro de Saldán.

 Lo cierto es que Darío saludó así a la Nueva Arca, símbolo de plenitud del Continente de la Rosa:«…una paloma llevó una rosa al arca, / rosa del porvenir, rosa divina, / rosa que dice el alba de América futura, / de la América nuestra de la sangre latina.»  

 Notas:

[i].- «Laurel, Hojas de Poesía», Segunda Epoca,Año I,Jul.-Ag.,1980,Córdoba.Cfr.»Selección y claves» por Jorge Torres Roggero,pág.14.

    [ii].- TEJEDA, Luis de: Libro de Varios Tratados y Noticias ,Municipalidad de Córdoba,1980. Lección y notas de Jorge M. Furt. Las citas de Tejeda y Furt corresponden a esta edición.

    [iii].- FESTA, Regina et.al.,Comunicación popular y alternativa, Ed.Paulinas, Bs.As., 1986. Cfr. pág.122 y sgs.:»Comunicación y cultura popular: las prosopopeyas del camino en medio del remolino», por Luiz Roberto Alves.

 [iv]. -LIDA DE MALKIEL, María Rosa, Juan Ruiz. Selección del Libro del Buen Amor y estudios críticos, Eudeba, Bs.As., 1973, pág.14.

 [v]. – CIRLOT, Juan Eduardo, Diccionario de Símbolos, Labor, Barcelona,1978, p.95. Nuestras breves acotaciones referidas al simbolismo tradicional están tomadas de este diccionario, así como de Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, de René Guenon, Eudeba, Bs.As., 1969. También usamos léxico y modos de expresión dispersos en la obra de Leopoldo Marechal, René Daumal y Juan Larrea.

[vi]. – Cfr.Prólogos de Tejeda, Dirección de Historia, Letras y Ciencias,Córdoba, 1980.

 [vii]. – MARTINEZ PAZ, Enrique, ib.,pág.81.

[viii].- FURT, J., cit. pág. 32-33 y 41 (notas). Debemos citar como fuente importante sobre la vida cotidiana en Córdoba, S. XVII, el libro de Carlos P. Bustos Argañaraz titulado Facciones y banderías en la Córdoba del S. XVII, Cuadernos de Historia, Junta Provincial de Historia de Córdoba,1982.Consúltese también de Josefina Piana de Cuestas, Los indígenas de las sierras de Córdoba (1570-1620), Universidad Nacional de Córdoba,Córdoba,1992.-

 [ix].- Cfr. RODRIGUEZ ISLEÑO, Santiago, «La llanura heráldica» (en: «La Voz del Interior», Córdoba, 14/11/1982.Cfr.et. «La ciudad solar”, ibid.,23/01/83. Se estudia la disposición y orientación del plano inicial de la ciudad y su relación con el zodíaco.

[x].- LARREA, Juan, Intensidad del canto errante, Universidad Nacional de Córdoba,Córdoba,1972.Cfr. et. Angulos de visión, Tusquets, Barcelona, 1979.

[xi].- GIL, Martín, Antología, Selección y prólogo de Arturo Capdevila, Academia Argentina de Letras, Bs.As., l960, p.144 y sgs.

por Jorge Torres Roggero

LA TARANTULA

1.- Un novelista depuesto

Numerosos intelectuales, desaparecidos del canon literario después del golpe de 1955, se acercaron al peronismo en la década del 1940. Venían de heterogéneas tradiciones, de universos que antes de Perón parecían antagónicos. Entre ellos, vamos a recordar al tucumano Miguel Angel Speroni nacido en 1911. Su novela Las arenas (1954), fue considerada la primera ficción peronista. Su cronograma perfila el lapso que va de junio de 1943 hasta las vísperas del 17 de octubre de 1945.

 

Juan José Sebreli le dedicó un artículo elogioso. La consideraba como un intento de novela de “acción revolucionaria”, pero no en la línea del realismo truculento propio de nuestros escritores de izquierda de la década del treinta. Tampoco la veía en la menos frecuente y tormentosa vivencia del fracaso, típica de la impar estética de Roberto Arlt. Algo nuevo intuía: no hallaba como enunciarlo, pero tampoco como descalificarlo. Victoria Ocampo rechazó el artículo en “Sur” y reprendió al autor.

Las Arenas es, a primera vista,  una vulgar novela “en clave”. Sus personajes son alegorías de los agonistas reales de nuestra historia “en acto”, de lo que está sucediendo. El coronel Bustos, es Perón; Ada Roldán, Eva Duarte; el embajador Dodge, Braden; Nicanor Aguirre, Cipriano Reyes. Se van reconociendo, así,  muchos agonistas reales cuyos nombres en penumbra los historiadores callan. Ello no impide registrar el carácter fuertemente ficcional de un texto que esboza la poética balbuceante de un tiempo vivo.

Las Arenas revela el desconcierto que el nuevo movimiento provoca en los obreros (socialistas, comunistas, anarquistas); en la burguesía nacional, en los militares patriotas, en los periodistas en polémica con la oligarquía.

El debate entre los personajes es un rasgo peculiar del texto. Por eso, a veces parece adolecer de una excesiva discursividad que, sin embargo, no deja de ser necesaria ante la urgencia revolucionaria. Las vidas de los argentinos, comenzando por los más humildes, se abren a nuevos significados. Flamantes sentidos marcan los destinos individuales que confluyen hacia una hegemonía cotidiana de lo comunitario. El amor ya no será sentimentalismo, sino fuerza unitiva. Lo naciente entrelaza destinos en medio de la convulsión intelectual de los que, hasta ese momento, gozaban los privilegios del saber y del gusto: “Ya ves que todo es claro y que no lo es; que todo es simple, y que no lo es.”(p.138).

El racionalismo reductivo aparece como rasgo distintivo de la oligarquía; la clase media intelectualmente dependiente, es existencialista; las masas populares son el insólito sujeto histórico de una epopeya epifánica: han descubierto la solidaridad como alegría de ser y la revolución social como una mística, como reflejo de un irreversible orden cósmico.

En 1947, Miguel Angel Speroni había publicado La Puerta Grande. Aventura y desventura de Buenos Aires. La dedicatoria transita un tema habitual en los narradores de la época: “A Buenos Aires, puerta grande de América, que acogió mi adolescencia y precipitó mi madurez”. Apasionante “novela urbana”, su protagonista es Buenos Aires, ciudad babélica, transitada por centenares de personajes de todas las clases, oficios y nacionalidades. Tan así es que, al final, aparece un “Censo de La Puerta Grande” que sirve al lector para recordar parentescos, ocasiones, funciones, rasgos, de los personajes (más de 130). Algunos reaparecen en Las Arenas. Speroni siempre plantea, de diversas formas, alguna tesis. En este caso, mira la tumultuosa ciudad desde un campo intelectual fuertemente marcado por una militancia que podríamos llamar socialista-democrática. Era, pues, un cómodo intelectual progre, con un lugar de consideración en una sociedad oligárquica donde cada uno tenía un papel asignado, que se rebela. La novela abarca el período que va desde comienzos de la guerra hasta el golpe de 1943.

Un mensaje final titulado “A los hombres de mi generación”, cuando ya ha probado el revulsivo peronista, da cuenta de que en su novela no ha “callado ni los vicios ni las virtudes” del período. Aunque concluida en 1944, recién pudo editarla en 1947. Speroni comienza a llamar compañeros “a los hombres de hoy” y concluye descubriendo, sin nombrar al nuevo movimiento, el núcleo de sentido que para él será sagrado: “la nación y el pueblo”.

“Yo mismo, postula, me desprendo de mi alma pasada; y la arrojo al suelo como un hollejo inútil. Debemos colmar los vacíos, pues hay vasta zonas vírgenes que es necesario ocupar y organizar (…) Amemos al pueblo, y no solamente le compadezcamos; la compasión, muchas veces encierra desprecio. Amémosle como él lo exige que se le ame, esto es, reconociendo su verdad como propia, como nuestra verdad.(…) Vigoricemos las capas profundas de nuestra creación por el contacto viviente con el pueblo, con la fertilidad del alma popular, y habremos así cumplido con nuestros destinos, con nuestra vocación y con la humanidad.” Era un desplazamiento hacia “el otro lado”, hacia zonas de realidad no conocidas pero tampoco colonizadas, era perderse para encontrarse a través de un programa estético.

Durante la etapa peronista, Miguel Angel Speroni se desempeñó como diplomático. Tras la proscipción escribió ensayos histórico-filosóficos que peticionan lecturas nuevas desde el campo popular: Maquiavelo (1970), Erasmo (1978), Alberdi (1973) y San Martín (1975). Fue, además, jurado de Premios Nobel y atesoraba vastísimos conocimientos de historia y literatura.

Doy fin a esta semblanza con escenas repetidas de nuestra historia patria. Son las que ilustran los paréntesis nefastos de derrota del pueblo. La novela Las Arenas fue premio nacional de literatura en 1954. Pero, tras el golpe genocida de 1955, pasó a engrosar, junto a La traición de la Oligarquía de Armando Cascella y miles de libros sospechados de ser afines a la “segunda tiranía”, las hogueras que la piromanía gorila levantó en la Plaza de Mayo.

En 1980, pocos meses antes de su muerte, convaleciente y con una pierna enyesada, Miguel Angel Speroni puso su firma en el documento de apoyo a la Universidad de Luján que la dictadura militar intentaba cerrar.

Llegamos, así, a La Tarántula , la nouvelle de Speroni que se erige, sin duda, como uno de esos “libros extraños” de la literatura argentina. Extraños, porque nos son “extrañados”, enajenados,escamoteados al común de los argentinos; y porque, su autor es lo que se dice un “extraño”, un perfecto desconocido recienvenido del olvido y del oprobio. Tan extraño fue el libro, que salió a la luz sin venta al público.

2.- La tarántula y los tarantulados

La tarántula apareció en 1948. Fue publicada por editorial Continental, que difundía a los autores desterrados de “Sur”. En la contratapa de la edición de 1972, ilustrada por Vicente Forte, aparecen significativos fragmentos de cartas dirigidas al autor. La primera es de  Carlos Drumond de Andrade y expresa: “Esse seu conto é uma bela e estranha composiçao artística, e sua leitura deixou-me uma viva impressao.”

Xul Solar, un iniciado, le escribe: “El cuerpo astral de Speroni, rompió la cáscara, se fue a escribir su obra maestra, y volvió a reintegrarse a la cotidianeidad”.

Juan Filloy, por su parte, le comenta: “Me picó La Tarántula. Durante una hora y media he estado bailando una tarantela gozosa. Brincando de fruición en fruición. Se trata de una obra impar. Ni usted mismo concebirá ya otra que se le aproxime. Porque los sueños no se repiten”.

En “Génesis de La Tarántula”, Speroni asegura que “en este caso”, la araña simboliza a la sociedad”, “la sociedad contra la que lucha el personaje, contra sus leyes absurdas, injustas, a veces insoportables. La tarántula ha picado al personaje. A todos pican, pero solo los más sensibles reaccionan. Se escapan. Se van. ¿Adónde? Hacia la locura. Esto es lo que ha ocurrido”

Otro plano de lectura introduce al lector en los delirios de un loco y en la oscura lucha entre Eros y Tánatos. Al poder elaborar esas fuerzas y, al mismo, empeñarse en integrarlas, el personaje delira: “Se vuelve loco. ¿El rótulo de la locura? No importa. No interesa”. La situación es expresada de este modo en la novela en un diálogo entre médico y paciente:

“Es decir, hasta ahora, ha vivido solo simulacros, parodias. Por fin está viviendo la verdadera locura. – “Usted está loco”, me dijo. –“¿Loco?”- “Sí, tal como oye: loco, Loco”. Agaché la cabeza y miré hacia un costado: todas las piedras del suelo abríanse cual enormes margaritas”(p.16).

Sin embargo, el narrador es ya un desalienado. Por eso la dedicatoria reza: “A la memoria de Vieytes, maestro y precursor”. De donde deducimos que el ámbito en que transcurre la asombrosa aventura hacia lo inconsciente es un famoso manicomio, frecuentado por nuestra literatura (J.Fijman, A. Castillo, et al.),  también por el cine y la resistencia al desmantelamiento de la salud mental.

Por cierto que, al tratarse de un texto literario, conviene obviar la trama psicoanalítica que queda en manos de los especialistas específicos. Por mi parte, trataré de privilegiar el simbolismo de los tarantulados, su relación con el baile (la tarantela) y la epifanía de la cultura popular peronista.

Ya Covarrubias, en su Tesoro…consigna que la tarántula tomó el nombre de la región de Tarento, Apulia, antiguo Reino de Nápoles; y que, los tarantulados o picados por la araña, se curan al son de instrumentos y de la danza. En la edición de 1899, el Diccionario de la Real Academia define la tarantela como un “baile napolitano de movimiento muy vivo (…) que se ha tenido para curar a los picados por la tarántula”.

Se describe a los tarantulados como próximos a morir, tristes, desfallecidos y exánimes. Solo se reaniman al oir las primeras notas de la tarantela. Los tarantulados se curan pero suelen padecer estados crónicos de melancolía y otros síntomas perturbadores.

Se advierte, entonces, un paralelismo: “tarántula-sociedad”, “locura-tarantulado” y ciertos tratamientos que se desplazan entre dos racionalidades, o sea, entre el “shock” y  el “baile”. Se trataría de un rito de pasaje por los infiernos del subconciente hasta la conquista de la salud por la elaboración del fatalismo Eros-Tánatos.

Por ahora, sin embargo, importa señalar dos aspectos que, a lo mejor, es bueno tener en cuenta para la lectura del texto. Speroni tiene clara conciencia de los simbolismos de la araña que sería largo desarrollar. Todos sabemos que, en la vida cotidiana, ese bichito carga ciertos momentos con inquietantes energías que se desplazan constantemente entre el fas y el nefas.

El autor ha descubierto, después de la escritura central, que el más antiguo testimonio sobre los tarantulados es del año 1350 y lleva el título de Sertum Papale Venenis. “Pero, dice, la alcurnia literaria de la tarántula se romonta mucho más lejos”. Recuerda a Platón (Eutidemio) y el uso de los “epodai” (fórmulas cantadas) contra las picaduras. También Eurípides en Hipólito y el drama de las manías atribuidas a la envidia de los dioses. Cita asimismo a Leonardo da Vinci: “La picadura de la tarántula mantiene al hombre en lo que pensaba cuando fue picado”. Por último menciona a Franz Fanon sobre la violencia del tarantulismo “en otras tradiciones exóticas”. Y transcribe un párrafo del prólogo de Jean Paul Sartre a Los condenados de la tierra: “Expresan en secreto el “no” que no pueden decir, los crímenes que no se animan a cometer. En algunas regiones se sirven de un último recurso: la posesión.”

Miguel Ángel Speroni, un intelectual disuelto en el núcleo de energía de su pueblo, revela un aspecto poco estudiado de los intelectuales nacionales y populares: su prodigiosa erudición y su profunda inserción en lo mejor de la cultura occidental, o sea, en lo pisoteado, meado, censurado, olvidado y vilipendiado por cultura capitalista anglosajona. Pensemos en esta cadena luminosa: Darío, Lugones, Marechal, Cancela, entre otros. Y por supuesto, la profunda formación clásica del Gral. Perón.

El último aspecto que me gustaría notar, es el siguiente: la sociedad (la tarántula) que pica, no es una sociedad abstracta. Es la sociedad argentina concreta en el preciso tiempo de una revolución. Esto confiesa el enunciador: “El protagonista también se siente responsable. Coincide su crisis con la crisis del país. Es uno de sus momentos más decisivos. Concretamente: el personaje ha estado en Chile (años 1944-45). Como muchos de sus pares, no había percibido la transformación (un verdadero cataclismo) que estaba viviendo su tierra. El era liberal, intransigentemente liberal. ¿El pueblo? Una abstracción, una palabra. Como casi todos sus colegas, no ve nada, no oye nada, de “lo social”. Está en Chile y sufre una transformación, empieza a “ver”, a “oir”. Pero se da cuenta que en su ser se ha producido una fractura, una disociación. Más que en su ser, en su pensamiento, en su “tabla de observación”. Siente que debe expresar esa realidad, aunque está, en muchos aspectos en contra (…). Y aquí, al regreso, cuando ha visto claro, se vuelve paradojalmente alienado. Tiene un ataque. Debe internarse. Y entra, por la puerta grande, en el Hospicio de las Mercedes”(p.9).

Curiosa alusión a su primera novela (puerta grande) y extraordinario cuadro de situación de la intelectualidad argentina del momento. Llena de prestigio, dueña del canon y la palabra, de los premios y los honores, de las editoriales, de las revistas especializadas, del halago de las clases poderosas, la élite cultural y universitaria padece el revulsivo peronista como una dosis del sal inglesa, como una picadura de tarántula.

Pongamos atención en las palabras que se refuerzan unas a otras en el párrafo citado: “momento más decisivo”, “tranformación”, “cataclismo”, “fractura”, “disociación”, “perturbación”, “alienado”, “ataque”.

La intelectualidad está “tarantulada”. Solo la salvará entrar en el baile y bailar la gran tarantela de la alegría de ser del pueblo. Pero, claro, eso los convertirá en “malditos” para la oligarquía: “A ese mundo solo pueden llegar los malditos, los que “han cruzado el abismo”.

Lo cómodos -también los lectores cómodos- quedarán apretando su ramito de laurel como sentenció Leopoldo Marechal. El protagonista ha atrevesado zonas de peligro y destrucción, “ha viajado, vencido y perecido”. Muerte ritual. La idea es reforzada por esta cita de Breton: “Eso que los ocultistas llaman paisajes peligrosos”.

Los que no realizaron el viaje quedaron para siempre tarantulados, alienados, ajenos al corazón del pueblo y carcomidos por el odio oligárquico y gorila.

El espacio me restringe, pero recomiendo auscultar este mismo tema en un artículo tenso y atormentado de Rodolfo Kusch, otro viajero hechizado y todavía reacio, en esa época (inicio de los 50), a pronunciar la palabra que rotula esa etapa histórica. Me refiero a “Neurastenia literaria”, publicado en la revista “Contorno” e incluido como epílogo en La seducción de la barbarie, un libro como La Tarántula, sin concesiones al lector, hundido en la profundidad del pensamiento popular.

“La prueba, postula, está en que de la neurastenia no es posible salir porque encarna una profunda falta de fe en la barbarie. No comprenden que es preciso permutar la negación de la barbarie, que asedia la ciudad misma, por la fe en ella, porque en caso contrario, queda en ese terreno a lo más una especie de narración literaria…”

La neurastenia resulta de la seducción presente de las masas peronistas y su conductor, pero Kusch sólo las alude:¿qué fuerzas desata en el alma nombrarlas?

Concluyo aquí estas consideraciones a lo mejor hiperbólicas. Invito a mis lectores a seguir el hilo invisible de la tela de La Tarántula y me agradecerán el infinito y maravilloso viaje por 60 páginas que piden ser leídas una y otra vez.

Jorge Torres Roggero

Córdoba, 19 de feb. de 18

Fuentes básicas:

Edwards, Rodolfo, 2014, Con el bombo y la palabra. El peronismo en las letras argentinas. Una historia de odios y lealtades, Buenos Aires, Seix Barral

Kusch, Rodolfo, s/f, La seducción de la barbarie. Análisis herético de un continente mestizo, Rosario, Editorial Fundación Ross.

Speroni, Migue Angel, 1947, La puerta grande. Aventura y desventura de Buenos Aires, Buenos Aires, Editorial Claridad.

Speroni, Miguel Angel, 1972, La Tarántula, Buenos Aires, Ediciones Noé.

Speroni, Miguel Angel, 1973, Las Arenas, Buenos Aires, Corregidor.

 

 

1.- Paradojas y presenciasBanquete de Severo

En estos días ocurren sucesos paradójicos. “La gente” celebra, con cierto gozo indescifrable, la maldad concentrada de funcionarios, jueces y medios de comunicación. Saboreando empalagoso odio, saca a relucir la última raspa de mala inclinación de su alma en estado de coma, de su conciencia empastillada. Estas increíbles noticias diarias me llevaron, otra vez, a repasar El Banquete de Severo Arcángelo publicado por Leopoldo Marechal en 1965 diez años después de haber sido “depuesto” del canon literario argentino por la Revolución Libertadora.

Pero, como voy a hablar del Malo, les quiero contar antes risueños recuerdos de mi feliz infancia en cierto campamento de “chelqueros”, ferroviarios de Vías y Obras, en un perdido pueblo de provincia. Como ustedes saben, en la cotidianeidad de la cultura popular, cohabitan con nosotros ángeles y demonios. Son presencias reales de las “fuerzas extrañas” del universo. Por cierto, lo numinoso suele ser inobservable para los instrumentos de precisión. Y también para las comunidades cuando han desactivado las entradas que conectan “al móvil hombre” con lo sagrado: olvidan, así, cómo ir al “otro lado”, lugar de las energías profundas. Y también cómo volver de esos “re-profundos”.

Y bien, uno de esos juegos enigmáticos que ocurrían entre los chicos, aparte del de “aguantar” la mirada, era “remedar”, sin su permiso, al otro. Imitar cada gesto, cada movimiento, cada ojeada, cada modo, cada palabra del que estaba al frente que terminaba furioso e intranquilo. Entonces el remedado decía: “Lo que hace el mono, hace el demonio”. Sin saberlo, estábamos trasmitiendo una sabiduría ancestral que algún iniciado desconocido resguardó en la memoria del pueblo. Oculta en nuestra risa niña, en una época de oscurecimiento de la verdad, titilaba la luz viva de la Palabra Perdida.

En efecto, mucho tiempo después y tras muchas y entonces impensadas lecturas, (te saludo, René Guenon) descubrí que el mono es el símbolo de Gran Engañador. En algunas tradiciones le llaman el Mico de Dios porque imita todo lo que Dios hace, pero al revés. Es capaz de mentir multiplicando apariencias que parecen realidad, de adornar la nada con globos de colores. Por supuesto, el mundo así creado es falible y perecedero.

Esta presencia de lo engañoso en lo cotidiano también era señalada por nuestra madre con un cuentito. De paso, nos entretenía cuando nos arreglaba para alguna fiesta. Ropa sobria cosida en su Singer; cabeza sin “calchas”; alpargatas no baqueteadas por “la pelota”; nada de ostentación. Y para explicarnos que no debíamos desvelarnos por tanto arreglo, recurría a un dicho: “No nos vaya a pasar como al diablo que, tanto hizo con el hijo, que al final le sacó un ojo”. La historia, sintetizada y sin su gracia original, era que la Virgen y el Diablo estaban arreglando a sus hijitos para ir a un cumpleaños. La Virgen le lavó la cabeza y le arregló el pelo con esmero; pero, el Diablo, como quería que su hijo fuera el mejor peinado, lo trajinó tanto, que al fin le sacó un ojo con el peine. Así que de nada le valieron el traje nuevo recién estrenado, lo zapatos lustrosos, la “gomina” del pelo y los “tiradores” elásticos.

2.- Colofón y el Gran Mono

Los convido, ahora sí, al banquete de Severo Arcángelo. Entro a los arrabales del infinito texto. Me detengo frente a un extraño personaje que vive aislado en una covacha entregado a la tarea de acelerar el advenimiento de lo que ha dado en llamar el “hombre final”. Es necesario que la humanidad culmine su camino descendente para que se cumpla de una vez la catástrofe que la “insectificación del hombre” va a desatar. Para ello, el Hermano Jonás ha creado un robot al que ha bautizado Colofón. ¿Quién es Colofón? Es el “hombre cero”, “la tabula rasa”, el “consumidor absoluto” de apariencias. Es la obra maestra del Gran Mono en su último grado de “vaciedad metafísica”. Le habrán tachado enteramente y con método la conciencia de saberse imagen de su Principio Creador. “Terminará por creerse hijo de la nada, que salió de la nada y ha de volver a la nada.” ¿Y quiénes realizarán ese vacío? Según el hermano: “El Gran Mono, sus apóstoles negros y sus “idiotas útiles”. Pero ¿con qué metodología? Y Jonás concluye: “La que yo apliqué a Colofón en mi laboratorio: profundos lavajes de cerebro, intensivas mutilaciones del alma. Colofón es ahora un frasco vacío. ¿Vacío de qué? ¡De su esencia metafísica!” Como el Gran Macaco “remeda” a Dios, pero al revés, su criatura es “un archivista loco, respondiendo a botones/ o teclas numerados por la triste cordura” con “un alma/ de mil quinientos voltios”. En lugar del hombre de carne, el hombre de hierro.

Por cierto, y de ahí la razón de la esperanza, Colofón sigue siendo una criatura de origen divino y conserva, aunque oscuramente, una apetencia no ajena a la voz del corazón, a la armonía y a la trascendencia. Pero, aunque Colofón ignore su escondido tesoro, el Gran Macaco no. Por eso el Gran Mono tratará de satisfacer esas apetencias por vía de la parodia, de la tergiversación, el marketing, la falsificación, la mentira, el montaje de grandes escenas con apariencia de restauración moral y de justicia. ¿Y cómo es el nuevo orden del Gran Macaco?

El nuevo poder tiende a formular un gobierno global con su correspondiente religión. Predica una sociedad mundial sin tensiones (sin grieta) donde todo sea controlado y administrado por el sistema. Este poder transnacional supone la disolución de los estados nacionales y la abolición de la memoria e identidades culturales. Se ejercerá un control total sobre la producción de alimentos, agua, energía, industria, sistema impositivo. Oculto tras la máscara benigna de organizaciones internacionales (ONU, OEA), avanzará, asimismo, el control global de la salud, física y mental, por las corporaciones de servicios médicos, laboratorios y organizaciones no gubernamentales complementarias. Se implantarán microchips subcutáneos, recargados con energía corporal, para control biológico de la población mundial. El que lo lleve, un trabajador, por ejemplo, será controlado por las empresas en todos sus movimientos diarios sin que ellos lo sepan. Será una grave intromisión en la entraña del sujeto individual, una irrupción en la privacidad.

Se llegará así, con la tarjeta de débito y la moneda electrónica, a una sociedad sin dinero efectivo: un dios invisible y todopoderoso que está “en todo lugar”. Quienes no porten la marca (el chip, el código de barras) no podrán comprar, ni vender. Oponerse al avance de esas tecnologías, en vista de las ventajas que parecen aportar, será motivo para ser considerado bárbaro o, por lo menos, estúpido. Ciertamente, pronto los instrumentos biométricos estarán en pleno desarrollo. Entonces, el esclavo del Gran Mono podrá olvidarse del pin, dejar en casa el documento de identidad y hasta perder las llaves.

Hay ciertas corrientes de pensamiento que señalan el “fetichismo”, o idolatría de la mercancía. Avistan una singular analogía entre el encadenamiento de las mercancías y el encadenamiento de las palabras típico del lenguaje. El mundo del mercado, con su lógica y su lengua, se cree y se ve transparente. Pero no hay nada más opaco. La apariencia (la irrealidad) parece volverse realidad en el capitalismo. El sujeto se deja llevar por el mundo y el lenguaje de las mercancías. En consecuencia, el contenido de la forma se difumina. Hace falta un gran esfuerzo de reflexión para romper el “fetichismo” de la mercancía que reemplaza las relaciones sociales entre los productores por las relaciones entre las cosas producidas. En el mundo de las mercancías cada objeto es un signo. De tal modo, el signo del conjunto de los objetos, el dinero, funciona de manera que puede ser reemplazado por signos de sí mismo, por signos de segundo grado: billetes de banco, letras de cambio, cheques, tarjetas. Se llega así a la invisible moneda electrónica, a los paraísos fiscales desde donde legisla el mundo el Dios Dinero.

Eduardo A. Azcuy, en un pequeño libro de lectura imprescindible[1], expone algunos aspectos de lo que denomina “reordenamiento cultural” y “telepolítica”. Describe la desigual lucha por sobrevivir de los estados nacionales y señala: “Los modelos trazados por el poder trasnacional para la apropiación del planeta enfatizan como presupuesto básico y previo “el reordenamiento cultural”: “Las tecnologías comunicacionales están remodelando y reestructurando los patrones de la interdependencia social y cada uno de los aspectos de nuestra vida privada. Cambian lo positivo en negativo, los valores en subvalores, las tradiciones culturales en fragmentos desarticulados a los que posteriormente recomponen en una síntesis prefabricada. Los medios electrónicos ofrecen información a millones y millones de hombres, achican el mundo y ensanchan el conocimiento formal. Pero esa información es seleccionada, filtrada, manipulada, condicionada, exaltada o minimizada de acuerdo con los intereses del poder económico y financiero.”

El mensaje electrónico, postula Azcuy, reduce las defensas psicológicas, atenta contra el verdadero conocimiento, ataca las raíces de la noción de cultivo (cultura) y, de a poco, vacía la interioridad. Ahora bien, en las sociedades gobernadas por la alta tecnología “el hombre cero actúa como servomecanismo de la máquina, pero el Sistema lo compensa”. Es lo que se da en llamar “calidad de vida”, o sea, el goce del confort y el bienestar material.

Es en este punto donde se perfila el personaje de Leopoldo Marechal. Colofón, una prefiguración del “hombre final”; y su amo, el Anticristo apocalíptico: “Entonces el Gran Mono tomará de facto y multiplicará la riqueza del mundo; y la volcará demagógicamente sobre todos los Colofones extasiados. No habrá Colofón que no tenga su departamento de lujo, su automóvil, su refrigeradora eléctrica y su televisor. En su terrible parodia, El Gran Mono curará la sífilis, el cáncer, la tartamudez o la ceguera de Colofón mediante raras y asombrosas penicilinas. (…) Y como única recompensa de su generosidad, el Gran Macaco sólo exigirá al Colofón redimido un simple y llano tributo de adoración, un incienso incondicional, un credo sostenido, que será el siguiente: “En el principio era el Gran Mono, en el fin será el Gran Mono”. A los Colofones que se resistan a ese credo y a esa figura simiesca (y no serán muchos) se les retirará el carnet de aprovisionamiento, se los exilará del régimen o se los ejecutará en sillas eléctricas bien esterilizadas. (…) El Hombre Robot del Anticristo…será como un número aritmético, desprovisto de cualquier “esencia”: una simple unidad abstracta que, añadiéndose a otras, igualmente vacías, formará el “múltiplo” imbécil que necesitará el Gran Mono para ser adorado.”[2] Pero ¿qué pasa en los países en desarrollo como nuestra Argentina? Las tecnologías pierden hasta su aspecto positivo. Al ser manejadas por grupos concentrados de poder económico y comunicacional, practican algo así como un etnocidio electrónico de la cultura de los pueblos: “Millones de adolescentes desechan la comprensión de la historia y optan por la frivolidad de la evasión electrónica”. Se remacha, así, “la colonización ideológica” y la sumisión de la política a la economía como alerta el Papa Francisco en Laudato Si. Allí se advierte (como la ya lo hiciera Juan Perón desde la década del 40 del S.XX) acerca del sometimiento de la economía a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. El mercado crea un mecanismo consumista compulsivo para colocar sus productos y las personas se sumergen en una vorágine de compras y gastos innecesarios. El consumismo obsesivo resulta, entonces, el reflejo subjetivo del paradigma tecno burocrático. El ser humano termina por «aceptar los objetos y las formas de vida, tal como le son impuestos por la planificación y por los productos fabricados en serie y, después de todo, actúa así con el sentimiento de que eso es lo racional y lo acertado (Romano Guardini)». Ese paradigma (cambio cultural se le llama ahora) le hace “creer a todos que son libres mientras tengan una supuesta libertad para consumir, cuando quienes en realidad poseen la libertad son los que integran la minoría que detenta el poder económico y financiero” (Francisco).

Azcuy sostiene que el poder trasnacional “diseña una juventud sin rebeldías trascendentes, apta para el hedonismo y el consumo; satisfecha con una falsa y calculada liberación”. La curiosa convocatoria de Francisco a los jóvenes latinoamericanos para que “hagan lío” es, a poco que se entre en una precaria contemplación, la respuesta sudamericana a la apostasía formal y verdadera del capitalismo salvaje como expresión del misterioso poder del espíritu que ha entronizado al Dios Dinero que es el Gran Macaco, el Simio de Dios, el Gran Mono. En Argentina, por desgracia, la especie más difundida, nociva, cruel y carnicera lleva el nombre popular de Gran Gorila.

3- El Salmodiante de la Ventana y la promesa de la Ciudad Cuadrada

Pero hay otro personaje interesante, el Salmodiante de la Ventana, que nos da la clave de la esperanza. Los creyentes del cristianismo popular peronista sabemos que la gran tribulación (los días del Gran Macaco) serán abreviados para que “no perezca toda carne”. Fue así como, en “un arrabal sin color ni sonido”, le fue revelado al Salmodiante el teorema de la cruz en movimiento, la “orientación” perdida por un Adán en fuga y el enigma de la “palabra” a la que se aferra como a un barril flotante. Colofón, el hombre robot, después de todo, “es el final obligatorio del Hombre descendente: ya desconectado de su Principio” y “no es más que un fantasma lleno de vistosidades externas” como el diablito tuerto de mi infancia.

El arrabal del Salmodiante, lugar real y nombre simbólico, es Ciudadela, en el Gran Buenos Aires: “Un arrabal sin color ni sonido, casitas y almas de techo bajo. Así es la Ciudadela visible. Pero a ciertas horas, en un reducto no más grande que una nuez vacía, estallan voces e himnos que perforan el techo bajo del hombre y el techo bajo del alma, y que abren allí escondidos tragaluces. ¿Quiénes hablan así en la nuez vacía de Ciudadela? Los que hallaron el Nombre perdido y a él se agarran como a un barril flotante. ¿De dónde vienen ellos? De Avellaneda y sus fundiciones quemantes, del Riachuelo y sus orillas grasosas, de los talleres en escarcha o en fuego, del hambre y del sudor. ¿Qué los anima? La promesa de una Ciudad Cuadrada; el pan y el vino de la exaltación en los blancos manteles del Reino”. Cosa curiosa, este suceso definitivo, tuvo ya tu tipo o figura en la sudestada de octubre que Scalabrini Ortiz embelleció para siempre como una prefiguración gloriosa del instante en que el Gran Mono, el Gran Oligarca de la violencia y el mal, será arrojado para siempre al abismo. Será La Ciudadela o “contrafuerte” generador de las energías simbólicas que sirven para vivir  y autorganizarse.

Según parece, ese instante eterno sucederá en esta tierra. Más aún, hay quienes, desde esa jornada memorable de 1945, llaman Comunidad Organizada a la Ciudad Cuadrada que baja de lo alto. Más aún, a la celebración del banquete sagrado le han dado en llamar, y así lo predican, “la hora luminosa de los pueblos”.

Jorge Torres Roggero, Córdoba, 9 de nov. de 2017

Las fuentes de este escrito son las siguientes: El banquete de Severo Arcángelo y El Poema de Robot” de Leopoldo Marechal; el capítulo “El estiércol del diablo” de mi libro Ultimas noticias sobre el Anticristo; Identidad cultural y cambio tecnológico en América Latina de Eduardo A. Azcuy y Laudato Si del Papa Francisco. No olviden que el lenguaje de los símbolos puede ser una apertura al delirio o el inicio de un viaje de retorno a las realidades más profundas. “El surubí le dijo al camalote:/ no me dejo llevar por la  inercia del agua,/ y remonto el furor de la corriente/ para encontrar la infancia de mi río” (L. Marechal). Surubí o camalote: ¿esa es la cuestión?

[1] AZCUY, Eduardo A., 1985, Identidad cultural y cambio tecnológico en América Latina, Buenos Aires, Centro de Estudios Latinoamericanos

[2] MARECHAL, Leopoldo, 1965, El banquete de Severo Arcángelo, Buenos Aires, Sudamericana.