Por Jorge Torres Roggero
1.- La cruz en la cultura popular
El mes de los vientos. Hemos juntado cañas secas, las hemos “cruzado”, hemos armado barriletes de diversas formas y en la anchurosa playa ferroviaria hemos comenzado a remontarlos. De golpe, en medio de los churcales, se topan dos corrientes de aire. Rotan y se trasladan a la vez. Una columna animada cobra altura. Es un remolino. Viene del misterio del monte y zapatea en los guadales. Es la cola del diablo que se hace “viento que da vueltas” (huayra-muyoj). Su aliento levanta la ropa tendida sobre los poleos y hace “desparramos”. No queremos que nos toque al pasar y, entonces, para que tuerza su ruta y no nos haga “daño”, formamos una cruz con el pulgar y el índice derechos y clamamos: “¡Cruz diablo!, ¡Cruz diablo!, ¡Cruz diablo!” El trompo loco pasa y se desvanece.
No lo sabíamos, pero estábamos repitiendo un viejo rito y estábamos profiriendo un poderoso conjuro en que la cruz disolvía al diablo. El vínculo con el mal, quedaba desatado.
La cruz, milenario signo, es uno de los símbolos más presentes en nuestras tradiciones populares. Sobre todo, está presente en los seres y “enseres” cotidianos, en la casa y el pan.
Al fondo del patio grande, la higuera, de dañina sombra, ostenta, marcada sobre su tronco, una cruz. Todos saben que el árbol es refugio del Malo y que la Cruz, trazada en la corteza con un cuchillo, hará que el mal se escape de la planta.
Al atardecer, doña Flora, anciana y sabia, viene viniendo desde su ranchito agreste, rodeado de albahacas, romero, salvia, paico, cedrón, palán-palán, té de burro y otras hierbas. Más allá, comienza el monte, la hierba del sapo, el poleo, lo chañares, un sinfín de plantas medicinales que receta a sus pacientes. Para cortar una planta o raspar una corteza, primero se ha hecho la señal de la cruz y luego ha recitado secretas plegarias para que el poder sanador se apodere de los yuyos humildes. Y si alguno de los chicos se ha empachado, ella mide el mal con el “centímetro” de tomar las medidas para la costura. Se “persigna” y, mientras con el codo va acortando la cinta, reza, sigilosa, antiguas plegarias. Y el empacho se cura.
Por la noche, la madre remoja levadura en agua tibia, la deslíe, la mezcla con harina, hace un bollo y, sobre el lomo, hace una cruz con el cuchillo y lo deja en reposo. Al otro día, amanece reventado por la cruz, “está florida”. Guarda un poco para otro amasijo y al resto le echa salmuera tibia, grasa derretida, más harina y agua. Soba la masa, la apuña, forma el pan y lo deja leudar antes de hornear.
Y qué decir del viejito Villagra. Cuando hay amenazas de tormenta de piedra y rayos, sale con el hacha, traza una cruz sobre el suelo y le echa sal y ceniza. Luego, alzando el hacha con el filo en dirección al cielo tormentoso, dibuja una cruz en el aire para “cortar” la tormenta. Claro está, antes de afilar el hacha en la vetusta piedra de amolar, se había hecho la señal de la cruz al tiempo que decía: “Hachita, hachita, hachita/ cortáme mucha leñita. / Dios y la Virgen/ te hagan bendita”.
¿Y las cruces de los caminos? En los carriles polvorientos que cruzan los montes aparecen las cruces clavadas en memoria de los fallecidos de “muerte repentina” o vencidos en un duelo a cuchillo cerca de algún boliche. Son cruces toscas, desteñidas. A veces, un tarro herrumbrado es un florero. Y el día de los muertos, aparecen velas encendidas, alguna corona con flores de papel “crepé” o ramos de flores mustias.
Antes de dormir, uno se “santiguaba” para defenderse de los terrores nocturnos y la señal de Cruz presidía el comienzo de toda actividad importante: el inicio de un viaje, de una gestión, de una tarea difícil o simplemente comer. ¿Quién no ha visto a futbolistas de distintos países, desarrollados o subdesarrollados, hacerse la señal de cruz al ingresar al campo de juego?
Se podrían escribir tomos sobre la presencia de la cruz en la vida del pueblo. Una de las primeras enseñanzas de una madre es la de “hacerse la señal de la cruz”. Persignarse es quedar marcado por un signo de redención, de liberación, por un poder capaz de enfrentar el mal y la muerte. Es sin duda, un rito de pertenencia cuya benigna eficacia depende de la exactitud de la acción y la palabra. Las formas erráticas pueden desatar fuerzas errantes, restos de dioses muertos, de energías negativas.
2.- El simbolismo de la cruz
En la señal de la cruz, lo numinoso y lo corpóreo, están combinados y en armonía. De dos líneas simples y un centro irradiante nació un símbolo completo. La cruz es, ciertamente, el más antiguo de todos, y se hallará en todas partes y en todo tiempo, antes de tener relación con su exaltación tras el advenimiento del cristianismo.
El símbolo de la cruz, uno de los más extendidos en la historia de la humanidad, abarca ámbitos aparentemente disímiles: judeocristianos, egipcios, chinos, celtas, africanos. Está probado que, en nuestra América, de norte a sur, la cruz tenía vigencia, con distintos significados, antes de la llegada del cristianismo.
René Guenón, en El simbolismo de la cruz, estudia la cruz como un símbolo básico de orientación y como clave secreta de la ubicación del hombre en el mundo. El punto de cruce de los travesaños es figura de la “unio contrariorum”, dos direcciones antagónicas que, al conjugarse, superan los opuestos y los integra como complementarios. Estos “cruces” se pueden dar en distintos niveles: espiritual, síquico y corporal. La cruz es una unidad básica fundamental y cifra de un modo de pensar integrador. El cristianismo popular católico (de los cabecitas negras), con rezos, ritos y supersticiones se mestiza con las creencias de los desheredados de las culturas originarias.
Samuel Lafone Quevedo, en el prólogo de La cruz en América, de Adán Quiroga, da cuenta de una construcción en Fuerte Quemado, Valle Calchaquí, con forma de cruz, guardada por precipicios a los tres costados y con una única entrada, una garganta casi imposible de sortear. Son cuatro paredes que se levantan dejando un espacio en cruz entre ellas, sin valor utilitario alguno, porque apenas dan paso a un cuerpo. ¿Señalaban las horas del día, los solsticios y equinoccios, o esa ruina en cruz era un intihuatana o trampa para cazar al sol?
En la alfarería calchaquí la figura del sapo con la cruz en el cuerpo es la insignia de una divinidad acuática. Es una escritura sagrada. De ahí la leyenda riojana del sapo como Señor del Agua (cfr. Joaquín V. González), o los relatos enigmáticos del sapo y el suri.
En la cultura popular el sapo es un gran mago, es el llamador de las nubes, el crucificado sobre una cruz de ceniza para que haga llover. Eso no obsta para que se le pueda demandar que le haga algún daño a determinada persona. Sucede también con la señal de la cruz y no es el objeto de estas líneas. De todos modos, queda clara la doble cara de los signos (“señales”) y cómo su uso puede, con intención y sin ella, despertar fuerzas negativas y dañinas.
La cruz puede manifestarse de numerosas formas. Para nosotros las más comunes son la cruz latina, la cruz griega, la cruz de San Andrés y la Tau, última letra del alfabeto hebreo que en la más antigua y simple grafía tenía forma de cruz.
La idea de que la señal de cruz “sella” y salva al oprimido es de raíz bíblica. Al episodio más conocido lo encontramos en Ezequiel 9. Al profeta se le aparecen siete hombres. Seis esgrimen azotes o instrumentos de castigar: son verdugos. El séptimo viste de lino y lleva una cartera de escriba en la cintura. Un voz le ordena: “Pasa por la ciudad de Jerusalén, y marca una Tau en la frente de los hombres que gimen y lloran por todas las prácticas abominables que se cometen en medio de ella”.
Los verdugos avanzan. No deben perdonar a nadie: “Matadlos hasta que no quede uno”. Y deben comenzar por el santuario, por los sacerdotes: “Pero al que lleve la Tau en la frente no lo toquéis”. Es un castigo purificador que dejará un resto pobre y humilde.
Sellar, marcar, es familiar en la Biblia y en la vida misma. Desde la más remota antigüedad el “sello” es una forma o símbolo de la persona. Por un lado, lacra, para cerrar un secreto; por otro, atestigua, confirma, comprometiendo el testimonio del poseedor.
Se sella la piedra para hacerla inviolable: la roca del sepulcro, el abismo donde se arroja a Satán, un texto de alianza, una sentencia real. La “señal” indica pertenencia o posesión. Un rollo sellado solo puede ser leído por quien ha sido elegido para develar el texto. Una fuente, un jardín, un recinto sellados prohíben el acceso a toda persona no cualificada. Un sello puede ser un anillo o pendiente del cuello. También puede ser una tatuaje. “Uno escribirá en su mano: De Yahvéh y se llamará Israel” (Is.44,5). El tatuaje también puede expresar el amor de Dios a su pueblo: “Míralo, en la palma de mis manos/ te tengo tatuado” (Is.49,16). La circuncisión, asimismo, es sello de la alianza de Abraham y en el Cantar de los Cantares (8,6) la presencia y abrazo del esposo sellan el amor.
La Cruz (la Tau) es el sello de Dios, significa su dominio y es garantía de reconocimiento y protección. Los confirmados en su fe ya no se pertenecen a sí mismos, ni al pecado. Los justificados han recibido de manos de Dios por su enviado (el Cristo) la seguridad de la salvación.
Claro, no olvidemos que los símbolos tienen su lado oscuro. En el Apocalipsis nos abruma el sello de la Bestia (Ap. 14,9; 13,16;16,2; 19,20;20,4). La Bestia sella por seducción engañosa, por chamuyo, por apremio prepotente. Dios sella en la paz y la libertad de una elección eterna.
En la historia, el juicio (la crisis) es permanente. El castigo no es un exterminio. La misericordia siempre deja un resto pequeño (los marcados con la Tau) que purificado en la prueba forma un pueblo no entregado a la idolatría del dinero y al poder como fuerza explotadora. Con él renueva su alianza que nunca se rompe.
Cristo, su misterio, es el centro de la historia y por eso no hay castigo definitivo, exterminador. La Cruz cristiana es la locura de la misericordia. Es un suplicio, pero también un símbolo que nos revela el rostro de Dios, el final del camino. Prenda de salvación, nos recuerda que son bienaventurados los pobres.
Llegamos así a Megafón o la guerra de Leopoldo Marechal. Tomaremos un breve fragmento para adentrarnos en la contemplación (“templum”) de la sabiduría que encierra la señal de Cruz. El correntino Berón, humilde ayudante en un remolcador de nuestro limoso estuario, marca sobre su cuerpo la señal de la Cruz y desata un viaje metafísico.
3.-Metafísica de la Cruz
Samuel Tesler va en busca del piloto Coraggio (coraje:cor:corazón) y del remolcador en que guardaba su Biblia “cuando el mundo era joven”. El remolcador, el “Surubí”, es el que transportará a Megafón a su destino trágico.
En Marechal, el surubí es un poderoso símbolo del regreso desde la multiplicidad a la unidad, a la fuente de la vida, a “la infancia de su río”: “El surubí le dijo al camalote/ no me dejo llevar por la inercia del agua./ Yo remonto el furor de la corriente/ para encontrar la infancia de mi río”. Es un retrógrado, pero no un oscurantista: marcha de la oscuridad hacia la luz.
Instalado en el remolcador, Samuel Tesler, Jonás II, pregunta: “¿Hay entre ustedes alguno que todavía sepa trazar el signo de la cruz en su carne bautizada?” El ayudante Berón, desde la parrilla en que prepara un asado, contesta: “Yo”. Y llevándose a la frente su derecha nudosa, recitó: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
El antiguo gesto es el que sirve de soporte para una contemplación metafísica que no voy a comentar. Sólo incito a seguir el consejo de Marechal: “Que todos han de pescar/ según anzuelo y carnada”. Samuel va a exponer quién es el Otro. Pasemos al texto pelado.
“Cuando ese noble correntino (lo descubrí en su tonada) nombró al Padre con la mano en la frente, lo nombró en la parte más excelsa del hombre, vale decir en su región intelectual y en la zona debida. Porque, nombrando al Padre, nombró al Ser Absoluto, a su divino intelecto y a la suma de sus posibilidades ontológicas en estado de “no manifestación”. ¿Entienden?
Ahora bien, para que las posibilidades ontológicas del Padre se manifiesten, es necesario que su Verbo interior, el Hijo, las “pronuncie” distintamente y las haga descender a los planos existenciales donde se han de manifestar. Por eso el ayudante Berón, al nombrar al Hijo, ha trazado una vertical en descenso desde su frente hasta su ombligo, atravesando todos los plexos horizontales de su humanidad. La obra estará consumada no bien el Espíritu Santo, en movimiento generativo, la desarrolle según la horizontal de la “expansión”. Y ya vieron cómo el hijo de Corrientes, al nombrar al Espíritu Santo, trazó una horizontal que fue desde su hombro izquierdo hasta su hombro derecho. ¡La Creación ya está concluida! El mundo existe, yo existo, ustedes existen: ¡aleluya! ¿Está claro ahora?”
Lo que acaban de leer, es un fragmento de la Cosmogonía del correntino y, con todo derecho, pueden responder como los tripulantes del “Surubí”: “¡Como la tinta!”
Los sacamos, entonces, de la tinta y los llevamos a la cruz en la historia. Leamos juntos esta estrofa de “Didáctica de la Patria”:
“Somos un pueblo de recién venidos./ Y has de saber que un pueblo se realiza tan solo/ cuando traza la Cruz en su esfera durable./ La Cruz tiene dos líneas: ¿cómo las traza el pueblo?/ Con la marcha fogosa de sus héroes abajo/ (tal es la horizontal)/ y la levitación de sus santos arriba/ (tal es la vertical de una cruz bien lograda)”.
Ahora bien, Marechal, salmodiante de un tiempo nuevo, se aferra al Verbo, al Cristo, como “a un barril flotante”. Dejamos para su “consideración” (consultar los astros, “sidera”) estos fragmentos de “El Cristo” y sus enigmáticas “llanuras de plata”(argentina):
“El Cristo es el oro que vuelve,/ pisando llanuras de plata./ Ya está en el centro, tú con Él, hermano:/ Ya cuelga de la cruz y tú con Él./ Y en un jardín plantado hacia el Oriente,/ un árbol ya recobra su despojo.(…) El Cristo es un teorema demostrado./ Yo lo veo en la cruz, Hombre Total:/ desde sus pies hasta su frente, asume/ toda la Creación en los tres mundos./ Sólo un dios puede ser crucificado: su madre lo buscaba entre las tumbas. (…) Yo lo miro en la cruz, y tres mundos lo ven,/ dulce y escandaloso para siempre:/ a su derecha el sol, a su izquierda la luna,/ y en el fondo una noche de cabeza de cuervo./ Espinas de su frente lo hacen rey:/ es el Rey Muerto ahora, y en seguida es el Fénix/ de la resurrección y el buen oro logrado./ Su madre lo buscaba entre las tumbas:/ no lo encontró, ¡aleluya!”
¿Estamos metidos en un laberinto? En Marechal, no dejen de observar las palabras en mayúscula o entre comillas. La cruz es un simbolismo de orientación y los argentinos hemos perdido la “orientación”, el rumbo, nos hemos olvidado para dónde íbamos. Dejo una última referencia de Marechal a la cruz . Son estos versos de dura cáscara. A veces hay que romperse los dientes para desentrañar un símbolo: veamos “Palabras al Che”:
“¡Oh, Che, no soy yo quien ha de llorar sobre tu carne derrotada!/ Porque otra vez contemplo una balanza ya puesta en equilibrio/ por tu combate último./ Y frente a esa balanza, diré a tus enemigos y los nuestros:/ “Han hecho ustedes un motor inmóvil de un guerrero movible”./ Y ese motor inmóvil que alienta en Santa Cruz/ ya está organizando el ritmo de las futuras batallas”.
Hasta aquí Marechal. Ahora los invito a incursionar en unas coplas caseras.
4.- Coplas de la Santa Cruz
En 1984, la Secretaría de Cultura de la Municipalidad, para Semana Santa, publicó una serie de poemas (de poetas de Córdoba) alusivos a la festividad religiosa. La edición consistía en plaquetas y afiches ilustrados y diagramados por un artista cordobés. Mi poema llevaba una relevante imagen de la iglesia de la Compañía de Jesús: era una pluma de Carlos Herrera. La iniciativa fue del Dr. Aldo Guzmán, amigo desde los buenos tiempos de la Facultad. Nuestras diferencias políticas no fueron obstáculo para que me invitara a participar. La recobrada democracia tenía su pascua florida. Aquí van mis “Coplas de la Santa Cruz”:
COPLAS DE LA SANTA CRUZ
Antiguos ritos de madre
la dibujan sobre el pan,
o sobre la mesa pobre
si se derrama la sal.
¡Cruz diablo!, gritan los chicos
si el remolino echa a andar,
y el diablo esconde la cola
y se esfuma en el tunal.
La viejita se persigna,
mide con su codo el mal,
y el empacho retrocede:
basta con esa señal.
Toda la vida del hombre
cabe en el gesto ancestral:
grito del que viene al mundo,
silencio del que se va.
Santa Cruz, carga liviana,
que nadie quiere cargar:
Arbol Santo cuyo fruto
es comida, encuentro y paz.
Jorge Torres Roggero
Córdoba, 17 de jul. de 18
ALGUNAS FUENTES BIBLIOGRÁFICAS INTERESANTES:
Biedermann, Hans, 1996, Diccionario de símbolos, Buenos Aires, Paidós.
Cooper, J.C., 1988, El simbolismo. Lenguaje universal, Buenos Aires, Lidium.
Ezequiel, 9: 1-11
Faro de Castaña, Teresita, 1985, De Magia, Mitos y Arquetipos, Buenos Aires, Editorial de Belgrano.
Guénon, René, 1987, El simbolismo de la cruz, Buenos Aires, Ediciones Obelisco.
, 1993, Esoterismo cristiano, Buenos Aires, Ediciones Obelisco.
González, Joaquín V., 1980, Fábulas nativas, Buenos Aires, Kapelusz
Koch, Rudolph, 1980, El libro de los símbolos, Buenos Aires, Betiles.
Ochoa de Masrramón, Dora, 1966, Folklore del Valle de Concarán, Buenos Aires, Luis Lasserre Editores
Marechal, Leopoldo, 1970, Megafón o la guerra, Buenos Aires, Ed. Sudamericana
, 2014, Obra poética, Buenos Aires, Leviatán.
Quiroga, Adán, 1977, La Cruz en América, San Antonio de Padua (Bs.As.), Ediciones Castañeda.
Rojas, Ricardo, 1907, El país de la selva, París, Garnier Hermanos.
Triviño, Hna. María, OSC, 1980, La Tau, signo de salvación, Valencia, Librería San Lorenzo
Viggiano Esain, Julio, 1968, Los trabajos del bosque. Zona obrajera cordobesa, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba.